La francesa Catherine Corsini es una de las realizadoras más delicadas del cine francés. Aquí no hemos tenido la suerte de ver demasiado de su filmografía salvo en ciclos y festivales, pero vale la pena conocerla. Es una feminista, por cierto, en el sentido más clásico del término. Pero también tiene la suficiente inteligencia como para no dejarse llevar por dogmas, para saber que en el arte y en la vida los manuales de instrucción no suelen servir de mucho. Aquí narra la delicada relación entre una joven que se sabe homosexual y otra que, sin haber experimentado tales sensaciones, se deja llevar por una atracción que se vuelve amor. Pero lo más interesante -como pasa en los buenos melodramas- es que la Historia se mezcla para transformar la posibilidad de una relación en algo de tintes trágicos. Soleada, narrada desde dentro de los personajes, equilibrada en su pintura de época, la película nos permite descubrir ingresar en la intimidad de sus criaturas sin carecer de pudor. Una hazaña inteligente.
Si le sobra dinero (y sí, la entrada no es un regalo hoy por hoy) o espera, recomendamos ver esta película donde una maestra decide enseñar la existencia de Dios y lucha porque el Todopoderoso siga teniendo lugar en las aulas. Quien esto escribe no está en contra de la religión. Quien esto escribe está en contra de la propaganda, especialmente cuando está filmada con los muñones de los hombros. Por lo insólita, imperdible.
Ay, el costumbrismo provincial... Después de 8 apellidos vascos, llegamos a los catalanes (y quién dice que no vengan ocho apellidos gallegos, 8 asturianos, 8 granadinos...). Comedia romántica sobre las diferencias a las que el amor y la familia terminan disolviendo, amplifica algunos gags de la primera película, intenta otros y aburre con una fórmula a la que, de entrada, le faltaba brillo. Pero parece que en la Madre Patria funciona.
El costumbrismo argentino tiene sus bemoles, y muchas veces cuando se lo ejerce en la pantalla parece ser lo contrario del cine. La historia de este taxista (Carlos Portaluppi) más callado y retraído de lo que podría ser y totalmente absorbido por su pasión futbolera (San Lorenzo, el cuadro de moda, de paso) elude muchos de los lugares comunes de la comedia de costumbres (no todos) y brinda un paisaje humano creíble y en general cálido.
Nada mal porque, además de una historia interesante, la gigantesca Charlotte Rampling y don Tom Courteney son dignos de ver. Hay una pareja que festeja 45 años de casados; hay un mensaje: el cuerpo congelado del antiguo amor de él acaba de ser encontrado muchas décadas después de aquella muerte. Y hay una reflexión agridulce sobre el paso del tiempo, los sentimientos y el sentido de eso que solemos llamar amor. Se resuelve todo con las imágenes y las miradas, y eso es lo que mejor sostiene la película.
Julie Delpy no solo es una buena actriz, sino que ha demostrado ser una buena directora, especialmente en el rubro comedia. Su doble naturaleza laboral -el cine europeo, el cine de Hollywood- le permite ejercer la ironía sobre tan (aparentemente) opuestos puntos de vista. Aquí es una mujer que consigue un nuevo amor a pesar de que el hombre podría ser el aceite y ella, el agua. Se van a convivir a París después de bucólicos encuentros, pero ella tiene un hijo posesivo que impone el conflicto. Lo que sigue es menos un ejercicio de comedia burguesa parisina que una especie de parodia amable del género, casi como si se lo observara del otro lado del atlántico. Cuando aparece la muchas veces genial Karin Viard (no siempre) las dos son capaces de construir un perfecto dúo cómico de esos que uno quisiera que estuvieran mucho más tiempo en pantalla. El resultado es sin dudas desparejo, pero se puede apreciar una inteligencia mayor de lo que el tema podría ofrecer a simple vista.
Si no sabe lo que es ese juego de computadoras (el autor es un vicioso de la versión Facebook, confiesa) se trata de romper estructuras y matar unos cerditos arrojando pájaros con diversos poderes con una honda. El diseño del juego es directamente el del cartoon clásico, y los personajes son inmensamente populares: destino de cine seguro. Pues bien, aquí tienen la versión fílmica del juego y aclaramos de entrada que no tenemos prejuicio con el origen (¿no vieron lo buena que es La gran aventura Lego?). Claro que no es un dibujo animado tradicional en dos dimensiones sino una aventura digital. Aquí se trata de Red,ñlk un pájaro muy enojado y frustrado que vive en un pueblo feliz al que llegan los cerditos en son de paz. Solo Red desconfía y tiene razón: los cerditos secuestran los huevos pajariles y ahí van Red y algunos amigos al rescate. Dejemos de lado el mensaje (que está bien no ser todos iguales, que hay que manejar la bronca pero a veces la bronca es útil, etcétera) y concentrémosnos en aquello de lo que realmente se trata: risas. Las hay, hay muchas. Hay momentos muy buenos. Pero la superabundancia de gags a veces conspira contra el espectáculo final. Hay momentos en que el apuro por hacer un chiste conspira contra su esencia: el tempo. Cuando acierta, está bien, pero muchos tiros quedan lejos del blanco.
La primera no era gran cosa: algo así como Los Campanelli cruzada con Zorba, el griego (con los defectos de ambas creaciones, de paso). Aquí se intenta volver a aquel mundo más o menos simpático de Nia Vardalos y lo que se logra es otra cruza de Los Campanelli con Zorba, el griego pero esta vez descafeinada. Si la señora Vardalos les cae bien, adelante. Si no, bueno, hay recetas de moussaka en Internet.
Una pareja que ha perdido a su hijo cuida a un niño que parece de lo más normal. Y no: el chico tiene sueños y esos sueños se hacen realidad para los demás mientras duerme. Los sueños son buenísimos. El problema es que también tiene pesadillas y, bueno, no es lo único que tiene. Interesante recurso el del terror onírico, el de poner lo subconsciente en la pantalla, para un film de terror que, aunque cae en ciertos sustos comunes, no deja de bucear en miedos poco frecuentes. En la marea del género, una que se destaca (un poco).
Esta película está basada en uno de los arcos narrativos más famosos de las historietas Marvel, justamente llamado Guerra Civil, posterior al 11-S. Las acciones de los superhéroes son positivas pero, al mismo tiempo, destructivas. El gobierno de los EE.UU. quiere que se registren, dejen de lado sus identidades secretas y se pongan del lado el Estado. Los héroes se dividen: con Iron Man, quienes están a favor del registro; con Capitán América, los que creen que eso es volverse mercenarios de un gobierno. Aquí el detonante es otro -la aparición del Soldado de Invierno-, se juega un cierto nivel de melodrama y se opta por un tratamiento más ligero que en la historieta original. Lo bueno: las secuencias de acción son vibrantes y brillantes. Los hermanos Russo, después de la anterior entrega del personaje, han afinado un poco el humor y tienen un poco menos de solemnidad, y los personajes, incluso cuando tienen más chistes (atención al Hombre-Araña), también han ganado en espesor. Los conocemos y el film aprovecha eso muy bien. La película opta por la sequedad, con transiciones elegantes que a veces apuntan a la sorpresa (la música, especialmente, está bien colocada como un elemento más del montaje) y conflictos interesantes. Todo recuerda a un viejo film de espionaje, una mezcla camp entre el mejor Le Carré y el mejor James Bond. Una sorpresa, en más de un sentido, que toma con naturalidad la cuestión “superhéroes” generando asombro más por la trama que por los personajes.