Sabe el Universo que Violetta -la coproducción televisiva entre Pol-ka y Disney- fue un enorme éxito teen e hizo de Martina Stoessel una estrella enorme. También sabe el Universo que los chicos crecen y Tini, también. Esta película ficcionaliza la “salida” de la fama y el éxito globales y ese “gran cambio” que supone encontrar otro camino (estético). No es un mal film, incluso a pesar de sus fórmulas para el público adolescente, y Stoessel tiene el carisma que el cine requiere. No es poco.
Sabe el lector que no es frecuente que coloquemos entre los estrenos principales uno que tiene distribución pequeña. Pero es necesario hacerlo: Il Solengo, coproducción hiper independiente entre Italia y la Argentina es una de las mejores películas del año (lejos). Comienza como un documental: en un pueblito de montaña italiano, se narra la historia de un hombre, un vagabundo con historia trágica -el loco, el tonto del pueblo- que es además testigo de las historias de los demás. Pero poco a poco el film va desplazándose hacia una reflexión sobre el espacio completamente inmersiva. Pocas veces el impacto de la naturaleza, de los bosques, de las montañas aparece con tanta fuerza en planos de una belleza absoluta. Pocas veces ciertos elementos que parecen “alegóricos” (una serpiente apenas entrevista, por ejemplo) tienen tanto peso narrativo. Il Solengo nos introduce, poco a poco, en un universo onírico (su último plano, que puede interpretarse como revelador, nos lleva a ese punto) y físico, mucho más que cualquier gran espectáculo en 3D de estos días. No hay películas así. Aproveche en la pantalla más grande posible.
Esta película finge ser lo que no es. La historia: un gurú televisivo de las finanzas, después de un pronóstico errado, se ve secuestrado en el propio estudio desde donde se emite su programa por un hombre desesperado. Algo que cuadra en ese subgénero narrado a pura tensión, negociaciones y revelaciones psicológicas: usted puede hacerse más o menos una idea de por dónde va el asunto. La cuestión es la siguiente: la dirigió Jodie Foster, a la que le importan mucho más los personajes y sus motivos que la historia. Y eso, en este caso, está muy bien. Los films de Foster (pocos pero buenos, ninguna obra maestra pero todos queribles) se concentran en la idea de que no hay buenos ni malos, en que todos tienen sus motivos y, para tomar una posición moral, es necesario primero comprender. De allí que la película parezca menos tensa o menos “de suspenso” de lo que debería indicar su trama y género. Aquí importa más por qué un hombre se desespera, por qué otro cree en el juego del dinero, por qué una mujer -el personaje más importante, el de Julia Roberts- se convierte en una pieza clave, en el puente entre posiciones extremas. Sin ser la maravilla que uno aún espera de Jodie Foster (ojalá algún día pueda concretar su biografía de Leni Riefenstahl), sí un ejercicio interesante del cine de gran espectáculos. Sí, y es una de George Clooney, también.
Publicada en la edición #284.
Un muchacho con mala suerte en todo tiene un nuevo vecino que le propone ayudarlo a conseguir popularidad y aceptación. Las cosas van bien pero, como corresponde, no son gratis y entonces comienzan los problemas. Narrada con energía, eludiendo muchos lugares comunes y creando una atmósfera de tragicomedia muy lograda, el realizador Craig Roberts logra, con una historia repetida, una película muy atractiva.
Lo mejor de esta película en la que los recuerdos de un agente de la CIA se implantan en un condenado a muerte para que pueda llevar adelante una misión es el elenco, que incluye a tres tipos a los que siempre es un placer mirar en la pantalla: Gary Oldman, Tommy Lee Jones y Kevin Costner. Sí, bueno, también está Ryan Reynolds. La trama un poco enrevesada no es una molestia y el placer de la aventura aparece de a ratos de manera noble. Difícil aburrirse con algo así.
Alexander Sokurov es uno de los realizadores más importantes y originales del cine contemporáneo. Esta declaración puede significar nada, por cierto, pero debería alcanzar para invitar al espectador a probar sus películas, especialmente cuando cada vez es menos frecuente verlas en nuestros cines. Más de una década después de la increíble El Arca Rusa (ese paseo por el museo del Hermitage ruso realizado en una sola toma), Sokurov, sin dejar de experimentar con la imagen y las texturas, narra el encuentro entre un oficial nazi encargado de la cultura y un funcionario francés que tiene como objetivo cuidar las obras del Louvre. La idea base, o al menos la primera que surge, es que el arte trasciende la política y las mezquindades entre los hombres. Pero Sokurov filma las obras y las miradas de tal manera que toma una posición clara: mientras el francés tiene un dilema moral -acordar con un gobierno que odia y con el enemigo de su país por un bien mayor- el alemán es realmente hipócrita. El realizador captura el ojo y también el espíritu.
No entienden a Alicia ni a Lewis Carroll. Después de dos películas -la primera, quizás, el piso absoluto en la carrera de Tim Burton- queda claro que la idea de invención y locura ordenada que el enorme escritor británico dejó en sus libros (de intención infantil, pero que influyeron en toda la literatura moderna, de Joyce a Borges pasando por los surrealistas, obviamente) no termina de ser comprendida. Los guiones de Linda Woolverton en ambos casos tratan de darle lógica, plausibilidad e historia a lo que entiende como vehículos para hablar de la condición femenina de Alicia. La tarea es lícita; el resultado, no. Después de haber logrado una gran película con los Muppets, el realizador James Bobin sucumbe a una confusa y abigarrada puesta en escena digital donde los actores intentan hacer lo suyo. Crear una historia para el Sombrerero Loco, por ejemplo, es contradecir el espíritu de Alicia, que es justamente que no hay forma de entender por qué los personajes son como son y debemos aprender a vivir entre su (aparentemente) extraña lógica. Ahora bien: este cambio radical podría funcionar si el diseño de producción no aplastara invariablemente cada uno de los fotogramas. La posible emoción se ve disuelta, pues, en el mar de imaginería digital y la saturación de colores. En ese marco, Mia Wasikowska retoma a Alicia con autoridad, Helena Bonham-Carter está graciosa, Johnny Depp hace lo de siempre y Sacha Baron-Cohen parece un poco desconcertado. Como el espectador, ahogado por explicaciones.
El año pasado, Daniela Goggi demost´ro con su adaptación de Abzurdah que tenía suficiente mano -e inteligencia- para recuperar y aggiornar el melodrama romántico a la sensibilidad de la era smartphone. Realmente aquella película era buena. Esta no. Pero no porque sea “mala” sino porque hay una falla de cálculo. La historia es la de una pareja que se flecha, se separa, y vuelve a encontrarse al tiempo, cada uno ya con su propia pareja. La primera idea es la de cuestionar el “flechazo” y la segunda, la de separar las diferentes formas de amor. La verdad es que, más allá del material de base (que es trivial) alcanzan esos elementos para lograr un buen film. Pero lo que sucede en la pantalla es que los actores parecen transitar las escenas sin comprometerse con ellas. Y hay poca química entre Suárez y Vicuña. OK: el lector pensará que es cargada, pero no. Incluso más: habiendo pasado “lo que pasó” en los sets (pasto para periodismo del corazón), tal intensidad no ha sido captada en película (si creen que esto es irrelevante, sugerimos revisar los films de la dupla Taylor-Burton). Una pena.
¿Dónde reside la falla del género superhéroes? No en su gigantismo, dado que es condición necesaria y parte del asunto. El problema con los tipos superpoderosos es que siempre ganan, lo que a la larga es una invitación al aburrimiento. Una buena película de superhéroes entonces debe tener dos características: que las acciones heroicas sean la puesta en imágenes de decisiones morales o personales (es decir, nos tienen que importar los personajes) y que la espectacularidad de la gigantomaquia sea diáfana, novedosa y bella. Sí, bueno, es mucho pedir pero a veces se logra. Aquí tenemos una larga película de más de dos horas que no aburre, donde las secuencias duran lo qie tienen que durar y cuyos personajes -al menos la mayoría de ellos- nos importan. Hay falencias (la “cura moral y emocional” de Magneto parece un poco desporporcionada respecto de su tragedia, por ejemplo), pero no molestan. Hay humor sin que eso impida que lo que sucede en este mundo carnavalesco y peligroso se tome en serio. Muy (pero muy) lejos de la solemnidad torpe de Batman Vs. Superman (paradigma de lo que no hay que hacer en el género), da la impresión de que, después de tantas películas, Bryan Singer quiere mucho a sus personajes y trata, por todos los medios, de que los entendamos. Esa virtud más los planos generales, abiertos, que permiten disfrutar en detalle del zafarrancho (y una cámara elegante, por cierto) hacen de esta una buena película.