Después de La Bruja, otro gran ejemplo de cómo hacer cine de terror sin caer en el baldazo de sangre digital. Una mujer que ha tenido una operación en su rostro, completamente vendada, vuelve a su hogar con sus dos hijos, gemelos. Pero ellos sospechan que, quizás, no sea realmente “mamá” y el suspenso, lo extraño y el miedo, crecen cada minuto. La sugestión, el recorrido del espacio y un guión de acero inoxidable generan un estado de miedo perfecto y puramente cinematográfico.
El problema básico de este film es que es demasiado teatral. Hay un grupo de militares que ataca objetivos con drones; hay un objetivo que debe destruirse y hay un problema moral: niños en el lugar. Pero más allá de la teatralidad, tanto la tensión creada por el dilema como la actuación de los intérpretes -especialmente la gigantesca Helen Mirren, que ya merece un monumento en cada esquina- hacen que la película crezca en suspenso y nos mantenga interesados en lo que sucede.
Los hermanos Coen han construido su obra alrededor de la mezcla de burla y drama, con tendencia a la primera. Si se los mira con simpatía -a veces, cuesta-, son los satiristas más cumplidos de Hollywood, incluso cuando parece que hacen dramas. Pero tienden también a ubicarse por encima de sus personajes, construirlos para burlarse de ellos. Aunque ¡Salve...! no es la excepción, su mirada sobre el Hollywood en crisis de los años 50 y el manejo de los chistes y los actores riéndose un poco de todo le insufla a la película una simpatía notable y una ligereza que parece no formar parte del proyecto original. Un productor (Brolin) tiene que enfrentarse al secuestro de su estrella (Clooney) mientras sostiene el ego de varios otros personajes. El resultado es dinámico, tiene momentos muy buenos y personajes un poco desbordados (aunque valen: ver Channing Tatum) y se acerca a lo más humano que los realizadores hayan concretado en su carrera.
Antes que nada, tenga cuidado porque puede marearse. Esta película es al mismo tiempo una de acción y ciencia ficción desaforada y un film experimental de primer orden que desarma -con humor, inteligencia y exuberancia- los films de acción y ciencia ficción desaforada (y de paso, los videojuegos). Es la historia de un hombre transformado en un cyborg -algo así como El Hombre Nuclear siglo XXI- que enfrenta peligros gigantescos, poderes tremebundos, explosiones, tiros, persecuciones y todo lo que se pueda imaginar. Ahora bien: el personaje es la cámara y la película produce un estad de inmersión casi absoluto. Es decir, estamos todo el tiempo mirando desde los ojos del protagonista, nos movemos con él. El resultado es asombroso y en su gigantismo, pone al descubierto el costado absurdo de cierto tipo de cine. Pero también nos permite verlo desde otro lado, desde la emoción del peligro. Nos permite entender casi sin palabras qué siente un personaje en esas situaciones terribles y demasiado veloces. En ese punto, se trata de un verdadero ejercicio experimental que abre una perspectiva de reflexión sobre cómo se construye un género. Que al mismo tiempo sea inmensamente divertida es un logro impresionante. La idea es simple -como todas las grandes ideas- y la ejecución, brillante y hábil. Hay que animarse porque no hay películas así.
Este documental cuenta la historia de la más grande jugadora de hockey sobre césped parida en nuestro país, Luciana Aymar. Y es muy interesante, porque aún cuando hemos gritado por Las Leonas, poco y nada sabemos de ese mundo un poco subterráneo de tal deporte de “chicas” más allá de ver colegialas con sus palos de tanto en tanto. Y ella, además, es muy simpática. Un reconocimiento justo y un motivo de curiosidad.
Hay un problema básico en esta historia coral de mujeres que, alrededor del Día de la Madre (del Norte) deben enfrentar sus propios problemas con la maternidad. Ese problema es el “complejo álbum de figuritas”: mostrar todas las caras posibles del asunto. Y aunque hay ocasionales sonrisas, cada “figurita” en particular termina careciendo del peso suficiente como para que atraiga nuestra atención. Nuestra cara queda en una mueca entre risa y lágrima que no termina de desatarse nunca.
El elenco es muy bueno. Chris Hemsworth es un muy buen actor más allá de su figura de rubio nórdico afianzada por las películas de Thor; Charlize Theron es capaz de todo; Jesscia Chastain es una actriz perfecta. Lástima que, para encontrarle la vuelta al final de Blancanieves y el Cazador, éxito sorpresa -y justo- de hace unos años, encima sin Kristen Stewart, los guionistas y el realizador han construido algo así como un enredo laberíntico (no, no hay redundancia) donde se intentan contar demasiadas cosas de la manera más complicada posible. No solo eso: el gran problema de esta película es que no sabemos realmente qué desea ser. ¿Una fantasía de capa y espada a la manera de El Señor de los Anillos? ¿Una reversión en clave trágico-shakespereana de los cuentos de hadas? ¿Un “palo y al a bosa” superheroico de pura bomba y trompada? Cualquiera de las tres alternativas (hay más, pero el espacio no alcanza) funcionaría si se decidiera ir en tal camino y listo. Pero no: como el asno ante los dos montones de heno, no hay decisión al respecto. Y sabe el lector que, en esos casos, el asno se muere de hambre. Así, con todo su ruido, El cazador... no deja de ser un film famélico.
Una película de suspenso argentina, algo que no debería sorprendernos porque en el período clásico las había (y buenas). Después pasó de todo, pero no es aquí donde deba contarse esa historia. En esta película hay dos personajes antagónicos, interpretados por Leonardo Sbaraglia y Pablo Echarri. El primero es un hombre en silla de ruedas que alquila una habitación a una mujer bella y, en apariencia, luminosa (Clara Lago). El segundo está construyendo, bajo la casa del primero, un túnel para robar un banco. Y la mujer no es tan luminosa. Esto lleva a un juego de cacerías, de espionaje, de paranoias. El asunto es oscuro y está fotografiado con esa misma oscuridad, lo que vuelve al film conciso y, en ocasiones, muy preciso en lo que narra. Hay secuencias donde el suspenso funciona de manera perfecta (la limitación del protagonista, tan “hitchockiana” como el género merece, funciona muy bien) y hay también algunos huecos de guión. Pero el film se hace cargo incluso de sus lugares comunes, y está tan interesado en sus criaturas como en proveer de tensión al espectador. No siempre lo logra del todo, es cierto, pero cuando lo hace es efectivo. Lateralmente, es una pena que los dos protagonistas, que tienen eso inasible que es la presencia cinematográfica, no hayan podido desarrollarla mejor en un cine de género vernáculo, siempre posible y siempre eludido por la urgencia de ser didáctico.
Phillippe Garrel sigue siendo uno de los cineastas más importantes de Francia y sus películas reflexionan sobre el cine, sobre la herencia -a veces pesada- de la Nouvelle Vague y sobre el mundo que le ha tocado vivir. Aquí narra la historia de una pareja de documentalistas, del amor de él por otra mujer, de la incapacidad de separarse de ambas. Y lo hace con delicadeza, con precisión y con amor por sus criaturas y el espectador, en un bellísimo blanco y negro. Gran film.
Intentar algo similar al cine de acción, a la ética -y estética- del western en la Argentina es loable, básicamente porque la historia y la geografía de nuestro país parecen hechas para este tipo de relatos. Kóblic va por ese camino, actualizando los tópicos del género a la década de los setenta en nuestro país, y de algún modo la operación recuerda películas de Walter Hill como Traición sin límite o 48 horas. Darín interpreta a un capitán de la Armada que decide escapar del horror de la dictadura y refugiarse en un pueblo perdido. Pero allí se encuentra con un comisario tan duro como él y desconfiado, interpretado por Oscar Martínez. Los problemas comienzan y se van tensando, con corrupciones y secretos que llevan inevitablemente a la violencia. A contrapelo del tono de Un cuento chino, Sebastián Borensztein construye una ficción creíble en un mundo reconocible, y eso es algo loable. Hay ciertas inconsistencias y, en ciertos puntos, el pasado histórico conspira contra el verdadero núcleo, el duelo entre los personajes. A pesar de ello, la película no aburre y nos convence con su pintura sórdida.