Uno podría esperar algo peor, realmente, de este documental sobre el boxeador argentino más popular del último bienio. Por suerte, la película no carga (demasiado) las tintas nacionalistas ni lleva las cosas a la hagiografía vergonzosa. El problema es que Maravilla, como personaje de cine, no es extraordinario y su historia es una más en el mundo del deporte, una que se parece a muchas y que no encuentra, en el film, un motivo para quedar en la memoria.
Lo mejor de esta película es que Tom Cruise ha recuperado el tono que le faltaba en la olvidable Oblivion (y que no le faltaba en la muy buena Jack Reacher). Aquí es un soldado inexperto y torpérrimo en medio de una invasión extraterrestre que se ve obligado a repetir, una y otra vez, el mismo día fatal. Pero encuentra la forma de ir perfeccionándose en la repetición gracias a una soldado (Emily Blunt) que le va enseñando cosas. Por cierto, el “loop” temporal y todo lo que sucede tiene su giro sorpresivo, de esos que cambian lo que vemos pero también lo aclaran. Los defectos de la película se encuentran en la tendencia a la elefantiasis del realizador Doug Liman, que siempre intenta un golpe de más. Esta mezcla de Hechizo del tiempo con cualquier film matabichos padece de un problema solo a medias resuelto por el enorme Cruise: Liman cree que “humor” es meter un chiste entre la sangre y confunde “seriedad” con “solemnidad”. De todos modos, el ingenio del guión y la humanidad que proveen los actores hacen del film casi memorable.
No faltan elementos molestos en este film; no faltan convencionalismos torpes; no faltan resoluciones apresuradas. Pero las buenas películas son aquellas cuyos errores se disuelven gracias a sus virtudes: “Maléfica” es una buena película y quizás uno de los pocos tanques realmente emotivos –junto con “Frozen”, otro cuento de hadas de Disney– en los últimos tiempos. La historia es la del hada malvada de “La Bella Durmiente”, es decir una versión alternativa de ese cuento clásico. Y en este caso, “Maléfica” es tanto villana, como víctima y heroína: es muy probable que la secuencia donde pierde sus alas quede en el recuerdo de muchos. En realidad, este film es la historia de amor entre dos mujeres, basada en la idea de la maternidad no como un imperativo biológico sino en una elección. Los malvados son los hombres, y si el costado ecológico (naturaleza versus hierro) es quizás ramplón, no deja de ser fiel a la auténtica naturaleza de este tipo de relatos, a su origen y tradición. El gran peso del film recae en Angelina Jolie, en su mejor papel desde “El sustituto”. Su rostro parece inmóvil y sus lentes verdes molestan un poco: aún así, con pequeñísimos gestos transmite la idea de una mujer lastimada que desea no sentir nada para no sufrir, pero que no puede evitar amar, ni sufrir. La emoción que genera, especialmente en el primer tercio del film, es una proeza. Anímese.
Film buenaondista de la semana: chica árabe quiere bicicleta y hace lo imposible por obtenerla. La particularidad es que esto ocurre en Arabia Saudita (donde no había cines hasta hace menos de una década), que el film cuenta con un cuento leve la marginación que sufre la mujer en ese contexto, y que además ha sido realizado por una mujer. Es mejor el telón de fondo (preciso e inteligente) que la historia en sí.
Volvió José Campusano. No se fue, pero es lo mismo: que se vea Fango, ficción “bruta” que transcurre (como Vil Romance, Vikingo o Fantasmas de la ruta) donde termina el Conurbano y empieza el campo. Hay violencia, hay elementos del policial, hay tragedia de venganza y hay un grupo de tango y rock que desea nacer en medio de tanto caos. Lo de Campusano, un cineasta a contrapelo de cualquier convención, visceral y efectivo, es siempre un acontecimiento. Vaya y descubra a este hijo de Howard Hawks y Armando Bó.
Quizás no tan redondo como Por tu culpa, el film anterior de Anahí Berneri, pero sí un poco más oxigenado (no, no es juego de palabras) y, en sus imperfecciones más libre. Una pareja en crisis (o, más bien, en inercia, lo que quizás sea peor) toma esa decisión que se ha transformado en algo así como la utopía de la clase media porteña: irse “al campo”, a la casa de los padres de ella, y empezar otro tipo de vida. Cuyas tensiones y problemas implican un cambio demasiado abrupto, lo que en lugar de consolidar la oxidada relación entre los protagonistas, la deteriora más, aunque este deterioro es también un pasaje en limpio. Berneri deja fluir la cámara, las situaciones y los personajes. Ejerce la puesta en escena pero no sobreactúa la presencia de la cámara. Y Celeste Cid funciona muy bien en escena, especialmente al lado de Sbaraglia, buen actor pero inclinado al desborde. Es tan preciso el equilibrio actoral que permite que surja, transparente, el desequilibrio dramático de las criaturas que encarnan.
Una parte del cine está enfrascada en una especie de deporte olímpico: cómo superar año a año el récord de gigantismo en producción y de recaudaciones. Para ser sinceros, el campeonato de este año no está proveyendo el mejor espectáculo del mundo, por lo cual esta mega superpelícula de millones y millones, con su precisión narrativa, su ocasional humor y su plétora de estrellas es bienvenida. Especialmente porque uno no pierde el interés nunca en lo que pasa en la pantalla y porque hay momentos de gran inventiva (un escape del Pentágono, por ejemplo, de las mejores escenas de acción y humor de los últimos años). El truco comercial aquí es que los X-Men de la primera saga y los de Primera Generación aparecen (más o menos) juntos en una misma película. Solo seis o siete dicen algo más que una frase y el drama se concentra en cuatro personajes. La historia parece complicada pero es simple: en el futuro hay máquinas que matan mutantes y esclavizan humanos, Wolverine –siempre grande Hugh Jackman– viaja al pasado para eliminar la causa de tal desastre, lo que nos lleva a una secuela directa de Primera generación y al triángulo familiar-amoroso entre James McAvoy, Michael Fassbender y Jennifer Lawrence. Se nota que el realizador Bryan Singer quiere mucho a sus personajes, porque logra transformarlos, a pesar de lo vertiginoso de la puesta, en personas complejas. Sí, esta es la campeona de 2014. Hasta ahora.
Edgardo Cozarinsky es uno de los realizadores más sólidos y creativos de nuestro país, dueño de una obra notable en el límite entre el documental y la ficción. Carta a un padre es una investigación, un trabajo detectivesco, como el mismo realizador lo llama, alrededor de su propio padre. La tesis que subyace al film, hecho de pequeños datos, de fragmentos dispersos, es que, después de todo, todos somos parte de una novela enorme, densa e imprevisible, de un mar de secretos. Cozarinsky se atreve a navegar el propio y, también, de ceder a la deriva.
Una muestra de lo peor del mainstream, en un año no particularmente notable por la calidad de las películas más grandotas. Es responsabilidad de Gareth Edwards, que había creado un film llamado “Monsters” que narraba más o menos lo mismo que “Godzilla”, pero desde el punto de vista de un par de personas “comunes”. No era brillante, pero como los bichos no se veían mucho, el único drama a seguir era el de los protagonistas. El problema es que aquí, con muchísimo más dinero, los monstruos se ven. Y Edwards no comprende que esta clase de películas trata de la catarsis por lo gigante, del rompan todo, de la alegría terrorífica de ver a un monstruo pelearse a trompada limpia con otro monstruo. Pero no. Nada. Edwards decidió que quería contar un drama familiar (con el casi siempre excelente Bryan Cranston, aquí fracasando como papá enloquecido), una parábola ecológica (con el casi siempre excelente Ken Watanabe fracasando como un lanzador de las peores frases de póster “new age”), una crítica al Estado (con el casi siempre excelente David Strathairn aquí fracasando como general bobo) y, bueh, una película de monstruos (con el casi siempre excelente Godzilla, aquí fracasando como héroe respetable). El resultado: cuatro o cinco buenos fotogramas repartidos por allí, errores groserísimos de guión (mujer espera desesperada llamado de su esposo; esposo llama; ella deja celular en silencio para generar “angustia”; diez minutos más tarde se comunican) y amplificadores al mango. La nada con escamas.
Pequeño pero intereantísima película: un grupo de reporteros de la TV suiza va a Portugal por un reportaje anodino y se encuentra con la Revolución de los Claveles, un momento clave en la Historia europea. La mirada de la historia grande desde el llano, así como las relaciones con el periodismo, se ven a trasluz sutil en esta comedia que dice mucho más de lo que aparenta mostrar.