Un hombre llega en bote a una playa de río desierta. Ese desierto se va poblando con objetos, personas y elementos que construyen el mundo interno del personaje. Gustavo Fontán, uno de los realizadores más interesantes y dotados de la Argentina reciente, prosigue con una búsqueda estética que difiere del cine al que nos malacostumbran las salas de estreno. Película bella que utiliza el poder emocional de las imágenes para construir un universo, merece la mirada atenta y paciente del espectador y la recompensa.
Si cree que esta película es una más de animales divertidos y animados que emprenden un viaje porque son diferentes (el modelo “Happy Feet”), acertó. Si cree que es una fábula ecológica (el modelo “Happy Feet”), acertó. Si cree que los chicos más chicos la van a pasar bien, cosa curiosa, también acertó. Incluso puede que usted también la pase bien. A la pura fórmula y el maestrociruelaje de casi todo se le suman diseño agradable, narración sin ripios y algunos gags buenos. Así que, si tiene que ir, tranquilo: o la olvidará pronto o recordará lo bueno.
Una buena y una mala. La buena es que los fanáticos de la muy buena novela infantil de Pablo de Santis van a ver en pantalla lo que leyeron. La mala es que en gran medida, y salvo algunos pasajes, el film es la ilustración de un libro y se nota en los diálogos o en ciertas situaciones de un registro raro, que no acierta ni a la caricatura ni al realismo. Es esa diletancia, esa imposibilidad de jugarse por una forma e ir a fondo -tratar de contentar a todo el mundo es la idea- la que hace de la película algo fallido, aunque con valores de producción correctos.
Oculus podría haber sido una obra maestra. Pero no lo es porque se resiente en el efecto, en la necesidad -forzada- de cerrar la historia. Una joven trata de exculpar a su hermano -acusado hace años de la muerte de sus padres- porque está convencida de que un viejo espejo y raros poderes paranormales son los auténticos culpables. Consigue el espejo, se reúne con el hermano e intenta desactivar la amenaza y salvar al joven de la culpa. El film es una hazaña de guión en la medida en que mezcla tiempos en el mismo plano, va y viene, genera un clima de amenaza constante. Pero cuando puede transformarse en una alucinación onírica de primer orden, aparece la vieja orden de que todo cuaje, cierre, se explique -más allá de que las cosas terminen “bien” o “mal”, para decirlo rápido y en cristiano. Ahí es donde el clima y ciertos perfectos momentos de terror se desactivan. De todos modos, en el film hay algo que va más allá de la pura fórmula y que funciona muy bien en gran parte del metraje. Sin ejercer la coerción, este escriba le recomienda darle una oportunidad.
Hay películas que son imposibles. Esta Oldboy es una de ellas. Se trata de la remake del film homónimo del coreano Park Chan-wook, que funcionó bastante bien en la Argentina a pesar de su origen. La historia es muy enrevesada: un hombre es secuestrado y embrutecido durante quince años, sin saber por qué. Al salir, buscará entender qué le ha sucedido y, claro, venganza. Pero las cosas se complican mucho más y poco a poco, después de la acción y la violencia, derivan hacia el melodrama. La cantidad de elementos es tan dispar que requieren de una gran convicción y, sobre todo, una idea muy sólida que los integre. Spike Lee, un realizador dotado pero dispar, que es capaz de grandes películas como Haz lo correcto, La hora 25 o El plan perfecto, y también de cosas horribles como El juego sagrado o El verano de Sam, evidentemente, no tiene demasiado interés en el material de base, y se limita a dirigir a sus actores, disponer de las situaciones de modo más o menos mecánico de modo que la historia pueda seguirse, e intentar que Josh Brolin saque las papas del fuego. Ni siquiera la reconstrucción de aquel gran plano (un hombre y una maza contra una multitud) llega a provocar algo de electricidad en el espectador. Un film imposible, pues, porque se basa en una escritura demasiado personal, en un estilo único que no puede reproducirse sin caer en la fotocopia deslucida que pierde su fuerza a medida que pasa el tiempo. Por algo Spielberg declinó realizarla cuando tuvo la oportunidad.
Va en inglés: here comes Mr. Eastwood. Seguramente les resulte extraño que el tío Clint dirija la versión cinematográfica de un musical de Broadway. Sin embargo, no es su primera biografía musical: ya ha realizado en ese género dos obras maestras. Una es “Honkytonk Man” (bio ficcional, con él cantando y tocando guitarra) y la otra es “Bird”, sobre Charlie Parker. Esta historia de los comienzos de los Four Seasons y su cantante, Frankie Valli, es directa, respeta el material de base y pone en escena todas las canciones completas. Es decir: Mr. E. transforma el film en un documental sobre el musical teatral y sobre Frankie Valli. O, vamos a darle otra vuelta a la tuerca, un documental sobre cómo Broadway hace biografías musicales. El ritmo es perfecto y cuaja con la música (de aquella era limítrofe, donde el jazz y el rock y el pop parecían la misma cosa) y el director tiene un enorme talento para poner la cámara donde debe ir y dejar que los personajes sean como deben ser, no importa si “parece cursi”. El milagro es que el film, incluso con un material que puede ser fácilmente vilipendiado por la broma fácil, no solo no lo es, sino que elude cualquier amaneramiento y es tan sólido y tan –perdón, Inadi– viril como cualquiera de los otros sabios títulos del director. Hay una ética en la película: la de respetar el arte de los otros; y una épica: la de lograrlo a pesar de cualquier prejuicio.
Buenas perspectivas para un gran melodrama, disueltas por la corrección. Jovencita extraña llega a pueblo como estudiante de intercambio y se interpone en la vida de un matrimonio. Drake Doremus, el director, apuesa por jugar con los pequeños gestos y logra retratar las emociones de los personajes. El problema es que a veces el desborde se vuelve necesario. Por si hace falta, de paso, demostración de que Guy Pearce es una gran figura del cine, muy poco aprocechada.
El cine rumano es uno de los mejores del panorama actual y Corneliu Porumboiu una de sus figuras más interesantes. Dentro de una tradición realista de extraordinaria precisión y con un humor irónico notable, este film del autor de Bucarest 12:08 toma el cine como matriz para, a través de un rodaje y la relación entre un director y su actriz, reflexionar sobre la relación que establecemos con lo imaginario. De lo mejor de la actual temporada de estrenos.
Una pareja de treinta y pico, padres de un bebé, se encuentra viviendo al lado de un par de postadolescentes que viven de fiesta en fiesta. Primero hay amabilidad, después hay quejas, después, guerra. Sin embargo, el film no es precisamente un constante viaje al disparate cómico, sino que balancea sus posibilidades de provocar risas con una atención inusual hacia los personajes. No es que hablen a la pantalla y expongan largos monólogos sus más profundos pensamientos: lejos estamos de Bergman (por suerte). Pero la historia sacrifica las posibilidades de humor mecánico y disparatado para que podamos comprender por qué hacen lo que hacen cada una de sus criaturas. Seth Rogen le saca aún más punta a su personaje típico, el tipo que se negó a crecer mucho tiempo y finalmente tomó la decisión. Y la sorpresa de la película (para quienes solo lo tienen por High School Musical, algo ya prehistórico a estas velocidades) es Zac Efron, que en lugar de parodiarse a sí mismo explora lo que todo sex symbol tiene de perverso y desagradable. El resultado es cómico e interesante, combinación ganadora.
Una maravilla. Dean DeBlois y Chris Sanders son dos geniales autores de animación, quizás los mejores a la hora de mostrar emociones complejas y tocantes. Lo hicieron juntos en Lilo & Stitch y lo volvieron a hacer en la primera película de esta serie. Ahora trabajaron por separado: Sanders en Los Croods y DeBlois en este film. Pero el toque está ahí. La película es hermosa y emocionan sus colores y el registro perfecto de movimientos. Y trabaja sobre la idea del cambio y el paso del tiempo: el protagonista ahora tiene cinco años más, es un adolescente que vuelve a encontrarse con su madre, descubre otros matices del amor y su relación con su dragón es más compleja. Pero el film no cae ni en el golpe bajo, ni en el “complejo de Lassie” a la hora de hablar de jóvenes y mascotas, y además del humor animado hace honor a una bella componente épica. El desarrollo de la narración, manejado con mano de acero, logra la magia de que no estemos seguros de cómo terminará todo, de que temamos realmente por la vida y la suerte de los protagonistas, algo inusual en el cine animado. La aventura no es un agregado sino la manera como los personajes se relacionan entre sí, y es esa integración la que hace que este film no sea una “secuela” hecha para ganar dinero, sino una gran película a secas. Otra más para desmentir el viejo prejuicio “es solo para chicos” que sigue castigando a la animación, ese campo de libertad creativa absoluta.