Un documental sobre cómo no sucedió algo, una idea disparatada para aniquilar la pobreza y salvar el arte, utópico proyecto absurdo de cinco artistas en estado de comediantes geniales, que en realidad -como todas las bromas- va en serio. El film desnuda además las miserias burocráticas del negocio que rodea a la creación y, por qué no, los discursos falsos de muchos artistas con ínfulas. ¿Ficción o realidad? Ahí están Daniel Santoro, el Tata Cedrón, Juan Capurro, Pedro Roth y Marcelo Céspedes discutiendo la posibilidad de “la Ballena”: una embarcación que se llenaría con miles de pobres a quienes luego habrían de transformar en obras de arte para renovar los museos (y sí, tiene algo de la “modesta proposición” de Johnathan Swift, por qué no). Hay diseños, hay discusiones, y hay también búsqueda de apoyos oficiosos u oficiales para hacer realidad la utopía estética del grupo Estrella del Oriente, estos buenos muchachos. Una película que demuestra que el espectáculo es lupa de la realidad y no velo que la oculta.
Otra película que se puede ver porque hay Malba. Aquï se trata de un documental que muestra el trabajo cotidiano de Alejandra, una mujer con muchas ganas de ayudar al prójimo que se ha convertido en maestra de sordos. El film no solo registra con precisión su trabajo sino que abre un campo fascinante: el de la comunicación puramente visual. Así, todo es imagen porque todo debe serlo para convertirse en palabra, y es mérito de la realizadora Ada Frontini haber comprendido ese tema y plasmarlo.
Antes que nada: este film solo puede verse en el Malba y es de lo mejor que dará el cine argentino este año. Es la historia de un pasador de dinero que se vuelve falsificador, pero es también mucho más que eso. Con una gran economía de recursos y absoluta precisión, Rosselli genera una historia tensa y humana sobre el esqueleto del policial, y nos introduce en un mundo desconocido aunque parece cotidiano. Puro cine, del mejor.
Y ya que hablamos más arriba de terror teológico, podemos complementar con este documental no sobre la Vírgen María (bueno, sí, también) sino sobre lo que la gente que ha vivido -o creído vivir- experiencias místicas tienen para comunicar al respecto. Lo peor de la película es que toma partido por la existencia indiscutible del milagro; lo mejor es que deja hablar a sus protagonistas y, más allá de la posición tomada, el espectador puede apuntar a la contraria. No carece de lugares comunes un poco torpes, pero tampoco de total interés.
Biografía de la escritora Violette Leduc, especialmente centrada en su amistad (la palabra, de todos modos, es demasiado breve para abarcar todas las implicancias de la relación) con Simone de Beauvoir. Cuando olvidamos quién es -o ha sido- quién en “la vida real”, este doble relato de una mujer signada por desgracias pero rescatada por la fascinación ye l talento de otra gana en intensidad y en tensión dramática. Desgraciadamente, el viejo problema de decir “hola soy Jean Genet” pesa como un miriñaque anacrónico. Lo mejor: Emmanuelle Devos y Sandrine Kibérlain.
El terror teológico parece ir desplazando, poco a poco, al horror visceral que nos atosigó una década gracias a engendros como las secuelas de El juego del miedo (después el director de la original, James Wan, inventó grandes cosas, dicho sea de paso). Scott Derrickson es el responsable de dos películas de terror que tienen el fantasma, la muerte y (o) la teología como centro: la muy interesante El exorcismo de Emily Rose y la tensa Sinister. En Líbranos... se combina un policía rudo con “problemas personales” (cliché) con un sacerdote idiosincrático experto en exorcismos (cliché) en medio de una ola de espantosos crímenes (cliché). La suma de los tres clichés crea un relato tenso, interesante y entretenido que combina el policial negro duro con el terror teológico. Digamos que la lucha entre ambos géneros termina en empate y que el espectador accede a momentos buenos y, sobre todo, a una buena porción de dudas e inestabilidades que vuelven el relato aún más interesante. Están muy bien los protagonistas, Eric Bana y Edgard Ramírez, como estos Watson y Sherlock posmodernos.
Una demostración de que hay actores que comprenden el cine. Que saben, por ejemplo, dónde está puesta la cámara y cómo hacer para que capte el gesto justo para causar una emoción, una sonrisa; en suma, la pura empatía imprescindible para que creamos en los personajes y los acompañemos con gusto. Michael Douglas y Diane Keaton están, en este sentido, en el dominio absoluto de sus personajes. Aquí trata ese momento en que un señor voluntariamente gruñón, vendedor inmobiliario, se prepara para gacer sus últimas ventas y retirarse. Pero se cruza con una nieta inesperada y una vecina con el rostro y los modales de la Keaton. El material es el que suele terminar en tortas mal edulcoradas, y dado que Rob Reiner (que alguna vez hizo “Cuando Harry conoció a Sally”, “Cuenta conmigo”, “Misery” y “Cuestión de Honor”) viene en baja, podríamos desconfiar. Pero aunque el film es imperfecto y a veces cae en el lugar común perezoso, los intérpretes construyen personajes en los que podemos creer, les sacan punta y ventaja a los momentos donde manda el humor y no caen nunca en el mohín edulcorado. Los personajes secundarios, de paso, están diseñados con precisión y son funcionales a la trama. Y lo que falta en creatividad cinematográfica abunda en clasicismo sin chiches y una manera directa de comunicar las emociones de los personajes sin subestimar al espectador. Una prueba, pues, de lo que Hollywood sabe hacer mejor sin necesidad de pretender una obra maestra.
Los grandes blockbusters este año han caído en una especie de pereza. Tenemos personajes demasiado conocidos en situaciones igualmente conocidas. Algunos realizadores simplemente toman las permutaciones posibles de estos datos y elaboran un producto efectivo (es decir, ruidoso) y poco más. Otros deciden que, dado que el gasto se amortiza igual, pueden ser libres. Lo bueno de “Guardianes…” es que carece de toda vergüenza. Es la fantasía adolescente de un chico de los 80: no otra cosa es el protagonista Peter Quill “Star-Lord” (interpretado por el comediante Chris Pratta) ni otra cosa es el director James Gunn. El film, a pesar de la marca “Marvel” y de conectarse con las películas de “Thor” o “Los Vengadores”, es menos una historia de superhéroes que un serial de aventuras colorido y lleno de comicidad. Para decirlo de otro modo: imagine que tiene diez años, miles de Playmobil o Lego y decide jugar solo contándose una historia parecida a “La Guerra de las Galaxias”. Lo que le da a la película su encanto es que tal juego es totalmente desvergonzado y libre; que hace de las referencias “ochentosas” (Footloose, el walkman) no un guiño tontolón sino la manera en que su protagonista, un huérfano refugiado en la infancia, se aferra a las emociones. Dicho esto, el film además –a lo Tarantino– reflexiona sobre sí mismo en diálogos cómicos, la mayoría dichos por un mapache con la voz de Bradley Cooper. Y se puede emocionar al final y todo, cuidado. ¿Consejo? Vaya con los chicos como una manera de compartir con ellos su propia infancia.
Una familia alemana que debe sobrevivir a la debacle del final de la Segunda Guerra Mundial, un viaje en busca de esa supervivencia y el descubrimiento del fanatismo que ha llevado a esa situación por parte de una joven son los elementos de este film optimista en las ideas y pesimista en la forma. La precisión narrativa es notable, incluso si el deseo de enseñar algo relevante, muchas veces, conspira contra la efectividad del relato. Aún así, recomendable.
La película con mayor factor “awwwwwwww” potencial. Señora que peleó al cáncer y queda calva (es peluquera, ironía de guión) se encuentra en Italia (nótese el lugar “romántico”) con un viudo amargado (que es Pierce Brosnan, de profesión galán maduro) y, como el título lo indica, ambos encontrarán que lo que necesitan es amor. Ya lo sabemos. Hay una a favor en esta ensalada de romance desparejo que propone la especialista en romance difícil Susanne Bier (ya vimos Hermanos, ya vimos En un mundo mejor, ya sabemos de qué se trata su método “tristeza-alegría-vuelta de tuerca tremenda-vamos a recuperar algo”) y es que los personajes, a pesar de las características que les provee el guión para ser patéticos, parecen seres humanos de verdad. Y esa hazaña no es solamente el producto del talento actoral sino también, paradójicamente, de las virtudes de la realizadora, que conoce cómo sacar algo auténtico de lo retorcido. Quizás tal sea su intención siempre. La simpatía, aquí, abunda y salva.