Quizás parezca ocioso decirlo, pero no está de más: el policial en el cine argentino es más una regla que una excepción. Esta adaptación de la novela de Claudia Piñeiro –que ya vio en la pantalla “Las viudas de los jueves” y “Betibú”– que narra lo que hay detrás de un adulterio y un crimen, desde el punto de vista de una mujer engañada es una muestra correcta y tensa, sostenida en actuaciones especialmente intensas.
Durante un tiempo, este film ruso que narra la lucha de un hombre común contra el Estado era la candidata “cinéfila” al Oscar extranjero. Pero el film, que no carece de imágenes interesantes, es en realidad una denuncia bastante ampulosa e incluso remanida, que no hace de la morosidad una virtud sino un defecto al caer en una mezcla de discurso constante y exhibicionismo simbólico un poco simplón.
Esta película podría haber sido un desastre, un réquiem para el fierro, un Frankenstein, un zombi. Pero lo bueno es que es una película y tiene un corazón tan grande como cada una de sus secuencias de acción. El mundo sabe de la irónica muerte, antes de terminar el rodaje, de uno de los protagonistas principales, Paul Walker. Pero es evidente que este grupo de actores ha creado lazos fuertes alrededor de este serial adrenalínico cuyo sentido es la idea del regreso a la familia, a los valores tradicionales, al pequeño refugio de los amigos contra los males del mundo. Puede sonar conservador, pero igual funciona y es el lazo que estas películas tienen con el cine clásico. Las virtudes son varias: las secuencias de acción son de una imaginación notable, puestas a punto por uno de los mejores directores actuales, James Wan. Todos los actores creen –creen en serio– en el mundo que les ha sido dado habitar y el humor y el peligro llenan cada una de las secuencias. Pero al mismo tiempo, desde dentro de la trama y desde fuera del film, la muerte está presente como un recuerdo ominoso. Y la solución que encuentra la película –una solución elegante, notable y emotiva– es considerar que es parte de la propia vida. Por eso es que tenemos permiso para divertirnos incluso si en cierta medida el film es una despedida. Por cierto: si algo le faltaba a una película de autos a alta velocidad era el mejor piloto del mundo del cine, el pelado Jason Statham que es también –y le peleamos con la mano atada atrás a cualquiera para sostenerlo– de los mejores actores de cine del mundo.
De Adrián Biniez conocíamos su largo “Gigante”, que fue sorpresa en Berlín hace algunos años. Este nuevo largometraje cuenta la historia de un muchacho de 35 años (Esteban Lamothe), futbolista de Talleres de Remedios de Escalada, que llega al final de su carrera, todavía joven, con buen laburo detrás pero sin haber saltado a las grandes ligas del deporte. La historia es menos sobre el fútbol que sobre el paso y el uso del tiempo, y también, sobre todo, una historia de amor entre este hombre y su mujer (Julieta Zylberberg). Lo que logra Biniez es cierto tono medio, que no es ni completamente comedia ni completamente drama, donde las emociones de los personajes aparecen sin esfuerzo. Como pasa en las buenas películas –porque esta es una buena película–, seguimos a estas criaturas sin notar las costuras.
El niño prodigio del cine canadiense, Xavier Dolan, da aquí un paso en falso: la historia de la rivalidad entre un adolescente con déficit de atención y su madre (que ya había tratado en “Yo maté a mi madre”) aquí toma visos de exceso de egolatría. Dolan quiere mostrar cuánto puede hacer y descuida el mundo en el que viven sus personajes. Y entonces se repite a sí mismo y muestra que sus ideas del mundo son menos interesantes que sus juegos con la cámara.
Gran novela de Thomas Pynchon, y más que interesante (no “gran”) adaptación de Paul Thomas Anderson, uno de los realizadores más originales del Hollywood de hoy, a la pantalla. Aparente policial, aparente paisaje del mundo post sesentista, aparente comedia, Vicio… es sobre todo una galería de personajes excéntricos y, a la vez, totalmente posibles en los entresijos de unos Estados Unidos lisérgicos. Entre lo mejor de lo que va del año.
La historia gira alrededor de la amistad entre dos descastados: un extraterrestre bastante torpe, perteneciente a una raza superintelectual, y una niña de unos once o doce años que trata de sobrevivir en una Tierra demasiado hostil. Como siempre sucede en esta clase de relatos, lo que comienza como una serie de malos entendidos culmina con una enorme amistad, y también, como suele pasar, se impone una moraleja al espectador. El defecto principal de esta película es estar pensada para niños en lugar de ser libre de la edad del espectador (como lo son “Madagascar 3” y “Cómo entrenar a tu dragón”, dos films grandes en todo sentido). Pero ese defecto, que podría transformar en pueriles muchas secuencias, se ve compensado por el inteligente cast de voces que coloca, en el lugar del protagonista violeta Oh, a Jim Parsons, a quien el fanático de las series conoce por ser Sheldon Cooper en “The Big Bang Theory”. Claro que para que ese trabajo excelente se note hay que ver el film hablado en inglés, y como sabemos los cines de la Argentina, quizás porque al público le cuesta cada vez más leer, optan con demasiada frecuencia –especialmente en esta clase de películas, pero en el conurbano pasa hasta con Birdman– por el doblaje. Más allá de esto, también es muy bello el diseño –que combina cierto realismo (cuando se muestra la Tierra) con el absurdo y la textura casi de juguetes en el caso de los aliens– y una gran concisión narrativa.
Esta es la película por la cual Julianne Moore ganó el Oscar. Julianne Moore es una actriz gigante y alguna vez hizo una obra maestra interpretando a una mujer enferma, “Safe”, de Todd Haynes, que nunca se estrenó aquí. “Siempre…” es la historia de una mujer joven que transita el Alzheimer desde el diagnóstico hasta la pérdida de toda referencia, y es claro que Moore hace todo bien en lo que a ella respecta. La historia es simple, los actores parecen personas, etcétera. El problema básico de un film como este, casi proselitista es que la actuación de Julianne Moore es un efecto especial, un alarde técnico, nada más. Sin perjuicio de que alguien se sienta tocado por el drama que plantea, lo que es cierto es que la película, más allá de algunos momentos de tensión logrados, es en general anodina y a reglamento. Poquísimo para el cine, aunque efectivo para ganar algún premio. Si puede y la consigue, de paso, vea “Safe”.
Sí, ya sabemos: muchas nenas van a querer verla en cine aunque casi en seguida va a ir a parar al video. En fin, es como es. De todos modos, este escriba ve estos films pensando que quizás hay algo bueno, alguna idea cinematográfica, un ejercicio de libertad de los realizadores. Pero no: la animación es flojísima, la historia de Barbie volviéndose superheroína es un poco tosca y el conflicto, nulo. Conmigo no, Barbie.
Alguna vez habrá que decirles a los cineastas de terror que este tipo de tramas podría ser más exitosa si se desbarranca en el disparate cómico. Un experimento de neurociencias sale mal, alguien se muere pero logra ser reanimado y no, en realidad es que entró una entidad malísima. Algunos efectos de susto funcionan bien y la trama no carece de originalidad, pero es el tono demasiado solemne (creen que la risa no asusta) hacen que pierda efectividad. Podría haber sido.