Un grupo de amigos en una casa. Una de las chicas invita a otra a quien nadie veía desde la infancia: la casi nueva es de una oquedad manifiesta, pero está buena, lo que destroza las defensas de los “ellos” del grupo mientras las “ellas” mantienen tensión. Lo que sigue es un juego de ajedrez semiamoroso que termina descubriendo el pasado de los personajes, sus miserias, sus agachadas y sus lealtades. Ok, con todo esto uno puede pensar en un film argentino de los 70 (algo como “La sartén por el mango”), pero resulta que Martín Piroyanski es un director inteligente y hace que la película sea otra cosa. Cuando es cómica, es efectivamente cómica; cuando es tierna, es tierna sin sentir vergüenza. Lo que quieren decir los personajes, lo dicen, y las palabras desatan muchas veces el efecto cómico sin por eso dejar la imagen al descuido. El realizador en ningún momento mira a sus personajes desde arriba sino que, incluso en sus pequeñeces, trata de comprenderlos todo el tiempo. E inventa cosas con la cámara, de paso, lo que vuelve la experiencia de la película mucho más placentera. En un país –en un mundo– más justo, “Voley” debería ser un éxito e instalar definitivamente a una generación de intérpretes y a un director. Y como el film recién se estrena, estamos a tiempo de que ese día de justicia llegue en las salas. Aun cuando es un retrato generacional preciso, se va a reír. ¿Qué más quiere?
Mucho mejor que las últimas películas que ha realizado Will Smith, y satisfactoria en grado suficiente, Focus podría haber sido un film mejor si tuviera –mil perdones– foco. Cuenta muchas cosas aunque cuente solo una: la relación entre dos expertos estafadores, uno de los cuales es Smith y la otra, la rubia Margot Robbie, a quien vieron en “El lobo de Wall Street” y aquí hace algo un tanto diferente. Smith demuestra no solo que puede hacer personajes de comedia con toques dramáticos con absoluta facilidad sino que gracias a esa capacidad es que la pasamos bastante bien. La Robbie, de hecho, logra responderle el dueto sin demasiados problemas. El guión está plagado de vueltas de tuerca como corresponde al género “te engaño pero no te engaño pero te engaño”, y eso vuelve el asunto bastante entretenido. Es decir, la combinación trama enrevesada pero rápida, actores con carisma pero que saben ser personas alcanza para que tengamos la impresión de estar ante una gran película que es solo buena. Los realizadores John Requa y Glenn Ficarra (que hicieron un gran film sobre relaciones y autodescubrimiento con “Te amo, Phillip Morris”) no terminan de decidir si lo más importante es el romance o la trama, y eso es un punto débil. Sí, sí, se filmó en parte en Buenos Aires y luce muy linda, pero el film es algo diferente de sus locaciones aunque no mucho respecto de sus protagonistas.
El cine del turco Nuri Bilge Ceylan parecía demasiado influido por los maestros iraníes al principio. Pero hoy ha encontrado un camino propio. La acción transcurre en un hotel de Anatolia que dirige un ex actor acompañado por su mujer (más joven) y su hermana recién divorciada. Aquí hay dos elementos básicos: el gran paisaje que disuelve a veces a los personajes y largas conversaciones sobre cuestiones simples pero de vibración compleja. El milagro de la película es que no aburre jamás: logra que nos interesemos por todo, y que nos hagamos preguntas. La forma en que el ambiente se combina con las preocupaciones de sus criaturas hace que en cada instante las palabras tomen una dimensión nueva y totalmente cinematográfica. absoluto del ritmo y del tiempo. La película nos concede una pausa rica y nos recuerda cuántas cosas distintas puede ser el cine.
Un entrenador llega a la secundaria de un pueblo pobre, una comunidad latina en los EE.UU. Los pibes corren mucho y ahí el entrenador piensa en crear un equipo de carreras a campo traviesa. Y lo hace y vienen los esfuerzos y los triunfos. O sea, un film deportivo más. O lo sería si no fuera porque el centro del film es Kevin Costner, que tiñe cualquier película de dignidad, de ironía y de emoción como pocos actores contemporáneos. Si algo queda en la memoria de McFarland es gracias a Costner.
El defecto mayor de este film es que a veces pierde el foco. La historia –dos hermanos que dirimen problemas familiares y abandonos varios como encontrarse perdidos en la naturaleza– presenta grandes oportunidades para que sus protagonistas (Erica Rivas y Juan Minujín) se luzcan. El debut de Jazmín Stuart como cineasta es imperfecto, aunque agradable y auspicioso.
Roger Ebert fue uno de los más importantes críticos cinematográficos de las últimas décadas. No solo escribía muy bien sino que, además, se hizo casi estrella de televisión (con otro crítico, Gene Siskel, creó en la tele eso de los pulgares arriba o abajo para las películas). Quien esto escribe, crítico también, casi nunca estuvo de acuerdo con él, pero era un placer leerlo y permitía que uno pensara las películas. Ebert falleció de un cáncer que lo tuvo a mal traer durante años pero que, aunque lo dejó imposibilitado de hablar, no le impedía ir a Cannes (era tremendo verlo, altísimo, vestido de blanco, entre el público) o seguir escribiendo con ganas y alegría. Este documental lo muestra como era y también cómo pensaba el cine. Muestra, también, que se trataba de un ejercicio intelectual y lúdico, aun cuando muchas veces su pluma censurase de modo tajante tal o cual forma del cine. Justamente, se trata de discutir esas ideas y no de tomarlas como dogma. Y Ebert, que jugó a ser una celebridad y ganó la partida sin sucumbir a ello, que se burló de sí mismo, que incluso fue nominado al Oscar por escribir un film para el maestro del erotismo B Russ Meyer, que fue el primer crítico de cine en ganar un Pulitzer, era sobre todo alguien que amaba las películas y que le escribía a cada film su carta de amor, aun cuando no fuera correspondido. Todo está, como corresponde, en una (esta) película.
Una película sobre “lo mal que anda la Justicia”: un hombre humilde mata y un abogado primero fullero y después idealista trata de defenderlo. Dejemos de lado la oportunidad o la ideología de la película: lo que importa es que el suspenso a veces funciona y a veces no, que ciertos estereotipos conspiran contra el desarrollo de la trama, y que las buenas actuaciones logran que el espectador siga con atención todo el film, incluso si no satisface.
Una de esas películas que, de ser vista a la tarde en el cable, daría lo mismo. Pero no es mala, porque tiene actores a los que uno le da placer ver (Annette Bening y Ed Harris, Robin Williams, que en paz descanse). Viuda encuentra señor que se parece a marido, recuerdos e intento de volver a vivir, conflicto, clima agridulce. Todo más o menos según el reglamento, aunque con momentos que emocionan bastante.
Lo que hace que este film no caiga (demasiado) en el psicodrama aleccionador son aquellos momentos en los que Reese Witherspoon se mueve sola en el paisaje. Es en esos instantes de pura verdad (verdad cinematográfica) donde todo lo demás –la historia de conductas autodestructivas, la relación compleja con la madre que interpreta, perfecta, Laura Dern– queda concentrado en el movimiento puro, la voluntad pura. La actriz interpreta a una mujer que decide viajar sola, mochila al hombro y sin experiencia, mil kilómetros a pie en terreno montañoso. El motivo está cerca de la automortificación, por cierto, pero en última instancia es la idea de que volver hacia la naturaleza, hacia lo puramente tangible, es una manera de devolvernos a la propia proporción. Cuando el paisaje y el movimiento se hacen cargo de la historia, cuando la actriz solo debe desplazarse, cuando gana la pura imagen, todo crece.
Al pobre hombre se le muere la mujer y, ateo imparcial, decide dedicarse a comprobar paranormalidades. Hay algo de crítica a la religión, pero todo salta por los aires en una sucesión de sustos y resustos con poca enjundia. Algunos funcionan bastante bien, otros no, aunque en conjunto es una película más de esas de terror satánico que le deben prácticamente todo a “El Exorcista” pero con otra tecnología.