El cine social tiene un problema: mostrar circunstancias que, con el tiempo, dejan de tener peso. Pero funciona cuando apunta a algo universal. Por suerte, este film de Eva Poncet lo hace: sigue a tres inmigrantes bolivianos en la Argentina y los sigue de tal modo que “boliviano” y “Argentina” pasan a ser circunstancias de un retrato humano que vale en cualquier momento y lugar. Además de ser pudoroso y preciso.
Aunque tiene sus fallas, aunque está todo el tiempo intentando emocionarnos con recursos antiguos, hay algo también noble en este film mexicano hablado en inglés. La historia es la de un chico muy chico (de estatura) en los años cuarenta, cuyo mejor amigo es su padre y que sufre cuando éste es enviado a luchar contra los japoneses en el Pacífico. A partir de allí se mezcla cierta apelación a la fantasía, el melodrama familiar y la necesidad del personaje de enfrentarse con quien más teme, solo para descubrir que es una persona tan marginada injustamente como él. Es decir, la fábula con moraleja de rigor. Lo que hace el conjunto -uno que requiere ser visto con ojos infantiles- digerible y hasta disfrutable es el aspecto onírico, de cuento de hadas, de librito ilustrado que vuelve todo al mismo tiempo más dramático (porque apela a lo melodramático) y más ligero (porque nos guiña el ojo diciéndonos que, después de todo, es una fantasía). Imperfecta, pues, pero interesante.
Adam Sandler es un gran comediante. En serio: vean sobre todo sus primeras películas, cosas como Happy Gilmore o La peor de mis bodas. Vean No se metan con Zohan, el film que mejor explica la guerra entre palestinos e israelíes. Pero por alguna razón, su héroe cómico, ese señor que reprime una gran violencia y que, cuando la deja fluir, lo hace por buenos motivos, no está cuajando en las ficciones que interpreta. Pixeles está basado en un corto francés donde los personajes de los videojuegos de los 80 cobraban vida y destruían la Tierra. En esta versión, cuatro amigos (en realidad tres amigos -entre ellos el presidente de los EE.UU.- y un seudo enemigo jugado con mucha gracia por Peter Dinklage) se enfrentan a Pac-Man, Donkey Kong y otros bichos luminosos. Hay una historia de personajes detrás (la rivalidad de infancia de Sandler y Dinklage, porque en todas las películas del cómico hay un trauma infantil que debe superar) y muchos efectos especiales. Es decir, un film simpático, con el que uno no se puede enojar. Pero falta algo, esa cosa inasible que nos emociona o nos permite reír sin freno. Como si cierta moraleja -la película la dirige Chris Columbus, el de Mi pobre angelito, y no uno de los cómplices habituales de Sandler- fuera imprescindible para justificar la diversión. Así, aunque nada está del todo mal, la impresión general es que tampoco está del todo bien y de que este film es una oportunidad perdida.
Va solo en la Lugones y es la oportunidad de oro, especialmente si quiere esquivar niñitos de vacaciones. Basado en un clásico de Von Kleist y situado en la Europa del siglo XVI, es la historia de un hombre bueno que sufre una injusticia, recluta un ejército y sale a exigir lo que le corresponde. Inmediato, visceral y noble como el gran cine clásico, este film es una experiencia única. No se la pierda que vale la pena en la pantalla grande.
El melodrama amoroso adolescente ha crecido en estos años de una manera extraña. Son películas que, luego de las comedias de college o las sátiras sobre la secundaria, desean recuperar el romanticismo (a veces un poco ñoño) de amar a los diecisiete. A veces funciona, a veces no. En este film donde un joven se suma, embobado, al plan que una señorita tiene para vengarse de su ex y, tras la desaparición de la susodicha, trata de encontrarla siguiendo pistas, habla un poco de la inocencia que existe en esa edad donde los sentimientos se pintan en blanco y negro. No es un film demasiado original ni requiere serlo: lo que le da valor consiste en pintar a sus habitantes como personas que podemos encontrar a la vuelta de la esquina, incluso cuando el guión (basado en un best seller escrito a reglamento) incorpore bobadas y vueltas de tuerca mecánicas. Pero estos pibes caen simpáticos y convocan emociones. Hay algo para ver, pues, y eso se agradece.
Amigos, esta es la mejor película mainstream del año. Primero porque es una película y no un remedo de una atracción de parque temático. No significa que eso esté mal (aquí hemos elogiado algunas de esas atracciones hechas con nobleza) sino que no son exactamente cine. El Hombre Hormiga, a pesar de su picoso título, sí lo es. Es una comedia de aventuras clásica y tersa, donde hasta el último de los personajes secundarios tiene alma, corazón y vida. Donde las grandes secuencias de efectos especiales están reducidas al momento adecuado, y no insertadas de prepo para provocar una sensación que supla a la verdadera emoción. Donde Paul Rudd, Evangeline Lilly, Michael Douglas (glorioso) y Michael Peña (ídem) juegan a divertirse divirtiendo. Donde se habla de todas las variables posibles de la relación entre padres e hijos -el gran tema de la película- sin discursos sino integrado a la trama. Y donde además se dice sin ambages -como en esa otra genialidad que fue Guardianes de la Galaxia- que los superhéroes son parte de nuestros juegos infantiles (en la genial, superlativa pelea final). El director es Peyton Reed, cuyas películas anteriores van de muy buena a extraordinaria (vea Abajo el amor, vea Viviendo con mi ex, la más alegre y la más triste -respectivamente- de las comedias) y los guionistas, los maestros cómicos Adam McKay y Edgar Wright (y el propio Rudd). Si quiere ser feliz, esta es la película.
Un muchacho que no es vasco se enamora de una vasca muy vasca y allá va él, en pos de su objeto de afecto, tratando de pasar por vasco. El resultado es una comedia romántica que funciona bastante bien y tiene, además de respeto por sus espectadores, una simpatía gigante que se contagia incluso en los gags que no funcionan. No, perfecta no es, pero tampoco es descartable. Y como dijimos en otro lugar de la página, no es ni Hollywood ni el INCAA.
Enredo televisivo sin timing con animales que hablan. También hay actores. Y un par de chicas pulposas. Es raro que existan estas películas: son de una precariedad notable que imaginábamos totalmente abolida desde hacía mucho tiempo. Pero no, aquí están. Puede decirse que tienen un público, pero a ese público le dan lo mínimo, lo que equivale a un acto de cinismo atroz. El mejor chiste (“hermanos Bielsa”) está en el trailer. Por las dudas.
No, no es la obra maestra de 1986, ni la otra obra maestra de 1992, ambas de James Cameron. Es más parecida a la bella y humilde -pero poderosa- tercera parte, aquella dirigida por el artesano Johnatan Mostow. Aquí el realizador Alan Taylor (otro artesano, algo menor) trata de darle sentido a un “relanzamiento” que invierte varias de las constantes mitológicas de aquellas películas. El problema consiste en que el guión tiene que dar demasiadas vueltas para volver consistente el asunto que hace del salvador de ayer el villano de hoy. En fin, es lo de menos, porque el film está diseñado como un bastidor basado en la vieja historia para bordar una serie de secuencias espectaculares que sí, dan al espectador aquello por lo que pagó su entrada. Y además está Arnold Schwarzenegger poniéndole humor a la historia, y haciéndose cargo de modo absoluto de lo que implica el paso del tiempo. Lo que falta es la reflexión sobre el tiempo, sobre los peligros de la tecnología, sobre el poder e incluso el escondido poder metafórico de las dos primeras fábulas. Pero así estamos hoy, ante un cine que apunta a espectadores viscerales, dispuestos a formar parte del espectáculo antes que a contemplarlo. Y en esa categoría (que no es ni mala ni buena, sino un poco distinta de lo que solíámos llamar cine clásico), la película funciona. Cruje un poco por el óxido, es cierto, pero funciona.
Si el año pasado Socios por accidente parecía una película (era fallida, no funcionaba pero había una intención seria de contar algo interesante, aunque erraba el tiro), esta segunda parte es directamente un producto de apuro, hecho para aprovechar que no habrá entradas para todos los estrenos grandes de vacaciones de invierno. Quizás el negocio funcione; el cine quedará para otra ocasión.