Más concurso de canto a capella por estas chicas. La primera película es genial (está en varios On demand y cable, véala y disfrute); la segunda sigue el mismo camino sin traicionar ese tono medio donde la comedia es perfectamente humana y no se evade por los lugares comunes hacia el efectismo conductista. En criollo: que si se ríe, se ríe porque corresponde, si se emociona está bien y las canciones son hermosas. Aire fresco en cines un poco viciados.
Se acusó a las dos películas anteriores con estos personajes de ser “demasiado comedia”. Y resulta que son buenas comedias de aventuras (el dúo Chris Evans-Michael Chiklis será extrañado para siempre). Este “relanzamiento”, por parte de un director interesante que había dado una vuelta de tuerca al tema con Sin límites, es -justamente- limitado. Hay algunos cambios (la Antorcha Humana es afroamericano, en fin...) que no tienen demasiado sentido y, si los efectos especiales son mejores que aquellas dos lindas comedias, se trata de un mérito de ingeniería más que de realización. La historia sobre lo que implica tener un poder especial y tremendo queda esta vez a mitad de camino, a pesar de una buena primera mitad que desemboca en el trompis megafantasioso de rigor sin que por ello crezca en dramatismo (el megatrompis de la primera Los Vengadores, por ejemplo, era pura catarsis de humor y transparencia). No es una película más de superhéroes: es una menos.
Esta es una de las mejores películas del año, sin la menor duda. A Nanni Moretti le preocupan cuatro cosas: la política, el cine, los afectos y él mismo. En sus films menos logrados (ninguno es malo, por cierto) la amalgama de los cuatro intereses resulta desequilibrada. En los mejores, construyen un mundo que además propone preguntas y algunas respuestas. Mia madre narra la historia de una directora de cine comprometido en un momento de crisis: tiene una estrella insoportable, su madre está viviendo sus últimos días en un hospital, su hija adolescente no le presta atención, su hermano se ha cansado del trabajo. Las preguntas de Moretti (para qué sirve el cine, para qué se milita políticamente, para qué se vive, para qué se muere) circulan por el film de manera sutil, entre momentos de humor y una tristeza por la pérdida -y el gran tema de todo el arte, el paso ineluctable del término- de un modo terso, apaciguado, que congrega toda la emoción del auténtico melodrama con un realismo ocasionalmente interrumpido por el arranque onírico. Es, también, un gran retrato femenino, de una comprensión casi absoluta, que puede explicar mucho sin que el personaje pierda su misterio. El mérito de Moretti se complementa con la actuación monumental de Margherita Buy, tan bella y tan triste. Otro: hacer que John Turturro sea “insoportable” en la medida justa (lo que hace el americano es perfecto y engaña el oído y la vista). Bueno, sí: la mejor película del año.
Hay cuatro personajes que en realidad son dos (u ocho que son cuatro). La historia es la de dos parejas: una de hermanos cuyo deseo mutuo crece a pesar del vínculo; otra donde la relación entre ambos es aparentemente más posible. Berger trabaja dos realidades paralelas para narrar las variaciones del amor con sensibilidad y precisión, y refleja la intimidad de sus criaturas con la distancia justa en cada plano.
Varios personajes femeninos en Irán, retratados por una realizadora prolífica que desde hace años trata de abrir las puertas a las mujeres dentro y fuera del cine. El film prismático es la mejor herramienta, pero vale por su precisión narrativa y cinematográfica, por su puesta en escena sutil que hace que cada elemento en el plano tenga un verdadero sentido.
Puesta al día del clásico de John Landis (sí, aparecen Chevy Chase y Beverly D'Angelo, hoy padres del protagonista) con Ed Helms y Christina Applegate, dos grandes comediantes. El film cuenta prácticamente lo mismo que la primera de la serie: una típica familia americana en viaje a las vacaciones perfectas a la que las cosas les salen horriblemente mal, siempre por inadvertencia. Hay buenos momentos cómicos en general, pero existe el problema de que no parece ser una película sino una serie de sketches. Es cierto que la original también funcionaba, en cierto modo, de esa manera, pero tenía una cohesión que aquí es más difícil de encontrar, un crecimiento dramático que no funciona en este film. Incluso sucede que, con algunas situaciones mejores que en el original (e incluso más políticamente incorrectas o groseras, signo de los tiempos) carecen del mismo efecto. Esta “remake” ya fue hecha de algún modo, y se llama ¿Quién diablos son los Miller?
Es cierto que al final se hace un poco larga y que con un par de secuencias menos ganaría mucho. Igual lo que le sobra es bello, disfrutable y agradable, y justificado por la trama; así que se la pasa bien. Pero lo más importante de esta quinta Misión: Imposible es que hay personajes que nos importan y un director inteligente detrás de la cámara (el señor Christopher McQuarrie). Algo interesante es que, finalmente, hay un equipo de MI, y no solo un protagonista al que se lo rodea aleatoriamente, como si en ese sentido las anteriores películas hubieran sido selección de cast. En cuanto a la historia, hay un grupo de malvadísimos ex espías que buscan acabar con “el sistema” y nadie le cree a Ethan Hunt (salvo sus amigos, claro) que esa banda existe. Y ahí van, contra las reglas, a pelearse con los malos. Pero el verdadero tema de la película es el duelo entre el azar y la necesidad, entre lo planeado y lo aleatorio. Y cómo que salgan bien las cosas termina siendo frut de una decisión moral. Más allá de esto (las alusiones a la suerte son enormes), basta con la secuencia en el teatro, que homenajea, parodia y aumenta la de Hitchcock en El hombre que sabía demasiado para justificar el precio de la entrada. Solo esa danza de dos, tres, cuatro, cinco personajes mientras se representa en el escenario Turandot vale por el noventa por ciento del cine estrenado este año. Y no exageramos.
Es tan poco el cine que no proviene de Hollywood o del INCAA en estos días que el hecho de que un film checo se estrene en este medio ya es para celebrar. Más si, como en este caso, está bien narrado y nos transporta sin problemas a otro mundo que parece estar en este. El film narra la historia de una atleta extraordinaria a la que, secretamente, comienzan a suministrarle esteroides -por otro lado ni controlados ni legales. El panorama es el del final de la Guerra Fría, y la protagonista tiene como meta ir a los Juegos Olímpicos de Los Angeles, aquellos boicoteados por el Pacto de Varsovia. Es decir, un contexto complejo, y en medio de ese contexto, la historia de una decisión moral y ética declinada en femenino. Respetando las reglas del drama deportivo (ya en sí un género) y otorgándole saludables vueltas de tuerca, Juego Limpio se nos hace entretenida y querible. Habría que verla para que no quede perdida así nomás en medio de los tanques que nos aplastan semana a semana.
La novela del enciclopedista Denis Diderot fue un escándalo en el siglo XVIII y también lo fue la adaptación que hizo Jacques Rivette en 1966. Esta nueva puesta en escena es de una enorme precisión y aborda el tema de la religiosidad, la obediencia y la justicia desde una mirada moderna. Algo que podría inclinar el film al anacronismo, pero no: lo que hace de este film una buena película es comprender a sus personajes en su contexto y aun así volverlo relevante para nosotros.
Una mujer madura y europea encuentra el amor en una chica dominicana que piensa en aprovecharse de ella, aunque -esto es un melodrama en cierto sentido- las cosas se complican cuando intervienen los sentimientos. La parte social del asunto parece una necesidad que termina lastrando el resultado final, sostenido en gran medida por el trabajo impecable de una Geraldine Chaplin que comprende a su personaje.