Señor casado se queda solo una noche, le caen dos chicas por casualidad, le hacen realidad una fantasía y, qué raro, se vuelven dos psicópatas peligrosísimas. Basada en un clásico menor de los setenta, esta película de Eli Roth juega constantemente a la ironía y al humor negrísimo para pintar un panorama moral. Hay momentos quizá demasiado truculentos (los más cinéfilos, claro) pero los tres protagonistas, especialmente Keanu Reeves, están perfectos.
Sí, la historia del primer papa latinoamericano y argentino, ese Jorge Bergoglio que es Francisco, es más que interesante y digna de una película. Pero esta recreación, bastante inofensiva (Bergoglio es una figura política de mucho peso en la Argentina de hoy, y no lo parece tanto), es apenas una colección billikenista de lo que más o menos sabemos del personaje. Su mayor pecado es ser nada más que una ilustración, apenas una estampita.
Cuando, a principios de los 90, Meryl Streep comenzó a cantar y hacer comedia (gloria a La muerte le sienta bien), se mostró lo extraordinaria que era esta señora que es, al mismo tiempo, una actriz, una persona común y una estrella. Es una de las pocas personas que puede llevar adelante una película cualquiera como si fuera fácil y en casi cualquier género (si el film es malo, sus secuencias suelen valer más que el resto y permiten que uno no se sienta tan estafado). En Ricky... es una rocker que no lo logró, que dejó a su familia y que vuelve para solucionar un problema. El realizador es Johnathan Demme, especialista en mujeres, lo que hace que esta fábula de redención con música de rock (Demme, de paso, es un gran documentalista del género, con joyas como Stop making sense) muestre un costado agridulce e irónico en cada lugar común que le sale al paso. Meryl se divierte con ganas, y cuando lo hace cualquier película sube puntos. Hablan de Oscar para la actriz por este rol y sería justo que, por una vez, lo ganase haciendo comedia.
Ya saben ustedes, amigos lectores, que los adolescentes han tomado por asalto el cine de gran espectáculo. Las ficciones están diseñadas para ellos y protagonizadas por ellos en gran medida. Hay varias sagas fílmicas donde son los sujetos de un poder omnímodo que ha surgido tras el colapso de la civilización (ahí están Los juegos del hambre o Divergente, sin ir más lejos). Maze Runner sigue esa idea: una plaga que diezma a la Humanidad, un organización que usa a los jóvenes en experimentos para lograr quizás una cura, pruebas a cual peor y más fantástica. Algo hay aquí, no hay duda, para que tales ficciones se hayan vuelto un fenómeno universal. En el cine, este segundo film de esta serie tiene más vueltas de tuerca que el primero, mantiene una acción casi constante y es un gran espectáculo efectivo en lo suyo, con suspenso y peligro suficientes como para mantener el interés a medida que se van sucediendo las secuencias un poco mecánicas del asunto. Es obvio que hay un negocio atrás y que, si los jóvenes son los que más gastan en entradas, sea lógico que sus obsesiones, miedos y deseos den forma a estos espectáculos. La pregunta es cuáles son, y ahí es donde estas películas se transforman, quizás a su pesar, en una especie de síntoma. Como film, funciona todo lo bien que la maquinaria logra concretar hoy en las pantallas. Será cuestión futura ver qué visió del mundo -no demasiado optimista, aclaremos- portan estas sagas.
La película original de Steven Soderbergh sobre un stripper que quería ser otra cosa no era demasiado buena, seamos realistas. Esta tampoco lo es, pero tiene dos ventajas: Channing Tatum afiló mucho más sus cualidades para la comedia (gracias, Comando especial) y la historia de volver para una última performance es casi deportiva y carece de las pretensiones de la original, lo que no deja de ser una virtud. Un pibe simpático, no más.
Si cree que ya la vio, le aclaramos que volvieron a hacer una película con este videojuego, que hay otra de 2007. Otra vez hay un super asesino genéticamente preparado que combate una tremenda corporación, otra vez hay durísimas revelaciones sobre el pasado del protagonista, otra vez hay tiros y explosiones, y otra vez aparece la pregunta que nos rodeaba la primera versión: ¿Qué nos importa todo esto?
Marcos Carnevale es un director interesante por motivos quizás opuestos a los que se considera “interesante” en el mundo del cine de arte. Filma de manera lo más efectiva posible historias que pueden presentar empatía inmediata con cualquier espectador, y lo hace bien, más allá de cierta rémora de la televisión que se le nota al encuadrar y montar. El espejo... tiene las ventajas y las desventajas de cualquier film coral: algunos momentos son mejores que otros, algunos intérpretes comprenden mejor que otros de qué va el asunto, este restaurante de una sola mesa donde diferentes comensales ponen en el plato deseos, frustraciones y problemas. El elenco es multitudinario (de Norma Aleandro a Graciela Borges; de Oscar Martínez a Alfredo Casero) y eso habla también de la multiplicidad de tonos (a veces, de su disparidad). El mayor acierto es dejar jugar a los actores y registrar lo que mejor saben hacer; el mayor defecto, buscar una moraleja en alguno casos demasiado subrayada. Un verdadero catálogo del cine industrial argentino de hoy.
La gente de Aardman Animations está entre la más creativa del mundo conocido. Entre otras cosas (buenas) inventaron al inventor calvo y el perro sin boca Wallace y Gromit, que se convirtieron en ídolos globales. El trabajo de los Aardman -que, en largos, han hecho también la bella Pollitos en Fuga- se basa en la plastilina, aunque han cometido algún sacrilegio digital (Lo que el agua se llevó). El cordero Shaun es parte del universo de Wallace y Gromit (aparece en el tercer corto de la dupla, Una afeitada al ras) y hace un tiempo es dueño de su propia serie de TV. Si con estos antecedentes aún no le dieron unas ganas locas de ir al cine a ver a estos animalejos de diseño cómico y tierno a la vez (aunque sin exagerar), vamos por otro lado: la historia de un montón de corderitos que, por un extraño y absurdo azar, tienen que viajar a la gran ciudad para rescatar a su dueño es la excusa para satirizar la vida moderna y para reír de sus sinrazones. También de varios lugares comunes del cine, desde la persecución hasta la acción a destajo. Aquí hay síntesis y plano justo -cine puro: prácticamente no hay diálogos aquí-, ganas de divertirse y divertir al espectador con una generosidad notable (vean qué hermosos son los decorados hechos prácticamente a mano, vean qué impresionante es la animación de gestos mínimos y potencia máxima). En fin, que Shaun es de lo mejor que le pasó al cine este año, y si no va, se la pierde. Ya sabe.
La historia de los 33 mineros atrapados en Chile era ya una película cuando todavía no los habían rescatado. La versión que tenemos hoy frente a los ojos tiene sus defectos (estrellas del Hemisferio Norte pasando por humildes trasandinos) pero mantiene de todos modos el interés cuando deja de lado el melodrama para concentrarse en los aspectos más reales -que son los más increíbles- de este cuento de supervivencia.
Sin dudas, lo mejor de la obra del último Wim Wenders está en el documental: basta con ver Buena Vista Social Club o Pina. Aquí juega con otro gran artista de la mirada (y de la mirada sobre la realidad, la mirada documental), el fotógrafo Sebastiao Salgado, que ha sabido hacer del retrato social, muchas veces de denuncia, una forma de arte mayor. La complementación entre el fotógrafo y el realizador es precisa y compleja: ambos se preguntan por qué y para qué miramos.