Todo lo que siempre quiso saber de Woody Allen pero no se atrevió a preguntar aparece más o menos explicado en esta película sobre un profesor de filosofía apesadumbrado que se relaciona con a) una mujer de su edad y casada y b) una estudiante. Todos los temas de otros films (el sexo, la culpa, la fascinación por las mujeres muy jóvenes, el peso de la intelectualidad, el famoso sentido de la vida, el deseo de cometer un crimen -es quizás, siempre, el elemento más sincero de las películas del director: el deseo de solucionar un problema con la muerte de otro) están aquí como una especie de catálogo comentado por sus actores. Que tienen mucha gracia y allí, en ese juego de intérpretes donde Joaquin Phoenix se satiriza a sí mismo -y a Allen, todos los hombres de Allen son imitaciones de Allen-, la gran Emma Stone encuentra el humor hasta en la menor réplica y Parker Posey combina melancolía con fiereza, es donde la película encuentra vuelo. Lo mejor del último Woody sigue siendo Blue Jasmine, pero Hombre... no es una despreciable, incluso si es menor.
El secreto de esta película de Ridley Scott consiste en que no es una película de Ridley Scott. Adaptación de un best seller, el veradero genio (uno de ellos) detrás de esta maravilla clásica es Drew Goddard, gran guionista del fantástico contemporáneo y autor de una obra maestra llamada La cabaña del terror, donde recuperaba en el género del susto el gusto por la aventura y la emoción. Aquí se trata de una misión a Marte que sale mal y deja, dado por muerto, a uno de los tripulantes en el planeta rojo. Pero el hombre (el otro genio, Matt Damon) no se resigna a morir ahí sino que usa la cabeza, el buen humor y la energía del antiguo héroe americano -porque esto es un western, además- en sobrevivir. Mientras, en la Tierra, tratan de ver cómo rescatarlo, cuando el viaje lleva un año o dos y encima las provisiones son escasas. Hay un relato deportivo: cómo el cerebro va superando obstáculos. Hay un relato de aventuras: cómo pelearle a los elementos. Hay una banda de sonido genial y alegre (vamos... es una película alegre, ¿cómo puede pensar que es “de Ridley Scott”?) que incluye un tema de David Bowie, y toda película con canción de Bowie sube dos puntos. Y el elenco está lleno de seres humanos (desde la emotiva Jessica Chastain hasta el contrariado Chiwetel Ejiofor, pasando por diez escenas brillantes de Kristen Wiig, de profesión comediante). Gozosa hasta la última escena, merece ser vista en familia. Una de las películas del año de acá a Marte.
Una venganza que llega del más allá a unos jóvenes que chatean. Aunque la película carece8 de originalidad en cuanto a la historia de base o en cuanto a la trama, la astucia del dispositivo (solo vemos monitores de computadoras) crea una tensión genuina, y pone en tela de juicio el tema de la comunicación (o hipercomunicación, o incomunicación) de una manera efectiva aunque un poco moralista.
Aunque en los últimos años el catalán Cesc Gay se ha vuelto un poco más convencional (recordemos películas como Krampáck y Ficció), aún conserva la estrategia de eludir ese momento del lugar común que nos suena a falso. Aquí, con la ayuda de Ricardo Darín y Javier Cámara, cuenta con humor y ternura adulta la historia de un hombre que, tras ser diagnosticado con una enfermedad incurable, quiere cerrar todo antes de partir. Logran que la amabilidad se imponga.
La realizadora de este film es Nancy Meyers, especialista en comedias. A vces le salen bien, a veces le salen pésimo: su problema es que no puede dejar que las cosas fluyan sin dejar un “mensaje”. En esta película es que los viejos y los jóvenes pueden comprenderse y complementarse en un mundo lleno de discriminaciones. La historia se concentra en un hombre de negocios jubilado y viudo que entra como pasante en un website sobre moda, creado y dirigido por una mujer joven. Él es Robert De Niro y ella es Anne Hathaway y el crecimiento de la relación entre sus personajes en la pantalla parece reflejar una relación de aprendizaje mutuo de los actores fuera de ella, y es ese detalle el que vuelve a la película mucho más interesante que su anécdota. Hacen las cosas bien y que conocen a la perfección, cada uno, las herramientas de su arte. Si este film de dirección anodina satisface no es por su mensaje o lo que hace a reglamento, sino por lo que la verdad que, de contrabando, inyectan los actores en la trama y en sus criaturas.
Quizás no le suene el nombre de Genndy Tartakovsky, pero desde ya le aseguramos que es un autor importante de las últimas dos décadas. Es dibujante y ha desarrollado para Cartoon Network series como El laboratorio de Dexter, Samurai Jack y la primera Guerra de los Clones. El hombre tiene temas personales (siempre es la integración de las diferencias y la distancia cómica respecto de ese conflicto, que tiene como núcleo la familia) y un estilo de humor que combina los trazos grandes con la explosión repentina de lo absurdo, a veces sin transiciones. La historia aquí es la de Drácula lidiando con su pequeño nieto, vástago de su hija vampira y su yerno humano, lo que lo lleva a una aventura cómica con sus amigos Frankenstein, el Hombre-Lobo y hasta una masa verdosa de voz indefinida. El choque de lo absurdo con lo cotidiano aquí rinde en muy buenos gags, que funcionan mejor (qué pena...) con las voces originales de Adam Sandler, Selena Gómez, Andy Samberg, Mel Brooks y un gran etcétera de comediantes. Sí es una película “para chicos” en la medida en que es amable y lúdica. Y también es una película “para grandes” en cuanto nos confronta, a los creciditos, con esas aventuras complicadas que son la paternidad y la familia. El cine de animación, especialmente la comedia, hoy parece mucho más “verdadera” a la hora de hablar de emociones y sentimientos que el drama de acción real. Suena, curiosamente, menos artificial.
Un señor de mucha plata se está muriendo. Le trasladan su conciencia al cuerpo de un tipo joven pero claro, hay problemas porque los que hacen el cambiazo no son precisamente las personas más buenas y honestas del mundo. Y entonces, la película se transforma en un constante tiroteo de balas y vueltas de tuerca que uno no termina de comprender por qué están ahí. Trabajan el actor de Gandhi y el de Linterna Verde, y las diferencias se notan demasiado.
Ana Katz cuenta la historia de dos mujeres, madres primerizas, que se encuentran por casualidad y conviven en ese período fantasmagórico del puerperio. Sin dejar de lado la comedia (humana siempre) Katz y Julieta Zylberberg desgranan un mundo que suele permanecer íntimo, pero que revela mucho de nuestra propia naturaleza. Bello trabajo de ambas como actriz y de la primera como sensible directora.
Ganadora en el último Bafici (con total justicia) este es un film simple y directo que, cuando el espectador sale de la sala, se transforma en complejo y lo deja recordando lo que ha visto. Ya lograr tal cosa es muchísimo cuando el cine que nos inunda es una pura sensación que se apaga antes de tomar un café a la salida. Aquí hay un chico de cinco años que tiene un talento increíble para la poesía. Su maestra lo descubre y quiere proteger ese don, lo que no va a ser precisamente fácil. El realizador israelí Nadav Lapid es especialista en cuestionar los lugares comunes de las instituciones (lo vimos en la perfecta y tensa Policeman) y aquí lo hace a través de un cuento que siempre corre el riesgo de caer en lo alegórico y siempre -porque el realizador comprende que lo que más importa es lo que le sucede a los personajes y no qué enseñar con ello- logra eludirlo. Cuando emociona (y lo hace), lo logra sin golpes bajos, todo un mérito en sí mismo.
A veces decimos que no, que el 3D y la cámara que sumerge al espectador en la historia en realidad no suman nada. Cuando lo decimos es porque es cierto: son chiches que no suman nada. Pero cada tanto aparece una película que parece darle a esos artilugios un estatuto expresivo. Es el caso de Everest, ni más ni menos la historia de dos equipos que tratan de conquistar la montaña más alta del mundo y se enfrentan a los peligros -tormenta de nieve incluida- que tal desafío implica. Cosas buenas del film: uno, los actores parecen seres humanos y uno está preocupado por ellos todo el tiempo. Dos, cuenta la historia sin irse demasiado por las ramas, consciente de que ya de por sí se trata de un relato poderoso. Tres, no aburre nunca. Hay algo de documental, incluso, en cómo se muestra el peligro, algo que ata la película a las primeras experiencias del cine primitivo, ese que solo deseaba llevarnos donde no podríamos estar. El realizador Baltasar Kormákur (que, hace muchos años, supo narrar historias de puros personajes, como la comedia independiente Rejkiavik bajo cero) simplemente se dedica a acompañar la historia y a los protagonistas, aunque a veces caiga en la tentación de querer “decir algo más”. De todas formas, el solo juego del film alcanza para que tales enseñanzas de vida pasen más bien inadvertidas. Una de las pocas películas que justifican absolutamente la tecnología que les permite existir.