Intento de policial negro basado en un triángulo amoroso peculiar (dos hermanos, una mujer, una muerte) con los elementos clásicos del género. Pero con muchos problemas de construcción, especialmente a la hora de plantear con efectividad el suspenso. Ahí, en ese punto capital para un film que incluye de índole criminal, y en cierto descuido a la hora de marcar a los actores, se disuelve el conflicto.
Una pareja de militantes en la selva del noreste argentino. Ella está embarazada: ambos huyen de los militares y el parto sobreviene en pleno bosque. El film auna la intensidad de la aventura trágica con la ideología y el panorama de época, y lo que tiene atrae al espectador es mucho menos la pintura de época o el discurso que la situación de gente en peligro. Algunas actuaciones muy estereotipadas conspiran contra el resultado final.
Hortensia es una persona a la que le pasan, de golpe y sin aviso, muchas cosas malas. La acumulación está manejada con la distancia justa para que, en lugar de enfrentarnos a la tragedia, tengamos en su lugar una comedia que incluye cierto tono de caricatura amable. Lo que vale de esta película chica pero en ocasiones intensa es la pintura de época y de cierta gente entre los veintipico y treinta y pico, que aquí aparece retratada con una mirada precisa y cariñosa. Es cierto: hay algo quizás “new age” (incluso hay algo un poco “Amélie”, con perdón de la palabra) en cómo se va desenvolviendo la trama con ciertos recuerdos infantiles y el desarrollo de una amistad, pero al mismo tiempo eso es lo que produce la curiosidad permanente. Los intérpretes logran algo bastante difícil en el cine: parecer personas de verdad. El máximo problema, en última instancia, es que se notan los hilos del guión. Por lo demás, una experiencia agradable, más para la sonrisa que para la risa.
Fin de ciclo para Jennifer Lawrence como heroína cuasi trágica de esta saga de ciencia ficción antiutópica (o no) con excusa política. Las primeras dos películas siguen siendo ejemplares en cuanto a cómo el nivel de metáfora política y la pura aventura se combinan en una sola cosa. Pero este demasiado largo epílogo recortado en dos películas hace que toda la intensidad de la historia se disuelva. Así, si este final-final cuenta con, probablemente, las dos secuencias de acción mejor resueltas de la serie (la de la sustancia negra y la del ataque de los mutantes blanquecinos, que recuerda muchísimo una similar de Aliens, de James Cameron), aparecen como aditamentos al drama, como si el film se avergonzara de ser divertido (una idiotez, convengamos). Jennifer Lawrence es una gran actriz, pero la única instrucción que le dieron es que ponga cara de seria o mohín conmovido de acuerdo con lo que mande el guión: la sutileza de trabajos como El lado luminoso de la vida o de la primera Los juegos del hambre (sin ir más lejos), ausente sin aviso. Y luego tenemos una sobreactuación increíble de Julianne Moore, un triángulo amoroso bastante irreal y cinco o seis escenas finales felices que se acercan a la propaganda de shampoo. Así y todo, la película por momentos acierta, aunque uno se pregunta si puede durar dos horas y media largas. Si vio las anteriores, seguro va a ir a verla. Si no las vio, le recomendamos ver la uno y la dos y ahorrar tiempo con una lecturita diagonal del último tomo de la novela. A usted elegir.
Hay una chica que tiene un trabajo solitario: una casilla de peaje perdida. Hay un padre que muere, hay la venta de enciclopedis, hay el sueño de un viaje a Italia, hay la necesidad de un reencuentro. Pero sobre todo hay un mundo consistente y personajes en los que uno cree y a quienes sigue con interés durante todo el metraje. Y hay, también una cierta, bienvenida, melancolía que no impide la aparición del humor.
El rosarino Gustavo Postiglione ama el cine, ama los géneros, y busca en cada película “hacer la suya” sin por eso renegar de tradiciones varias. Aquí, con un registro libre, a veces adecuadamente teatral, pasa de la comedia al policial trágico en la historia de dos hermanos que se encuentran cuando no deben. La combinación de elementos y climas de género con la observación sobre el mundo cotidiano produce algo infrecuente e interesante.
Sobreproducida, sobre escrita, por momentos sobreactuada, este film pertenece al raro género llamado “europudding”: el romance cuasi épico en coproducción multinacional que intenta copiar a Hollywood pero “con mensaje”. Basado en una novela de éxito, tiene algunas secuencias bien resueltas, pero en términos generales es apenas la ilustración (superflua) de un texto adocenado. Ella tiene marido prisionero y se enamora de soldado enemigo. Bajón, pero lujoso.
Otro realizador del que uno no sabe bien qué pensar: Andrew Niccol. Responsable de un clásico menor como Gattacca, sus películas giran alrededor de guiones siempre ingeniosos donde un elemento extraño nos obliga a sentir que el mundo es totalmente inestable. Su problema suele ser la rémora didáctica, explicar de más, tratar de predicar alguna verdad política o social que lastra el relato. Aquí narra la historia de un piloto de drones (Ethan Hawke) que, seguro desde un comando en Las Vegas, se dedica a bombardear a control remoto al Talibán. A quién bombardee es lo de menos: aquí el relato pasa por la relación entre la tecnología y la moral, y el campo de batalla, la conciencia del protagonista. Aunque Niccol no deja de lado sus taras habituales, tiene un actor que comprende a la perfección a su criatura, y provee al film de uns profundidad moral menos literal de lo que el director habría querido. Es decir, no nos toman como nenes de escuela sino como adultos, y eso otorga al film un espesor poco habitual.
M. Night Shyamalan fue un director capaz de hacer films de género fantástico con originalidad y un tono humano único. Su cuarteto Sexto sentido, El protegido, Signos y La Aldea muestra momentos de invención cinematografica notables. Después vaya uno a saber qué pasó: sus films siguientes van de lo insatisfactorio a lo invisible. Esta película pequeña, realizada alrededor del truco de las imágenes registradas en cámaras de video, computadoras, celulares, etcétera (sí, Actividad paranormal, etcétera) carece de las pretensiones de películas como El último maestro del aire o Después de la Tierra -que adolecían de simbolismo vacuo y espectacularidad gratuita- y solo cuenta un cuento de terror con momentos de comedia sobre dos chicos que van de visita unos días a casa de sus primero adorables pero luego perturbadores abuelos. Shyamalan cree una cosa: que el relato fantástico es uno solo (y en esto se incluye la religión, el cuento de hadas y el terror) y que es posible comunicar ese abanico de emociones con el cine. Dirige actores muy bien: lo que implica no que les haga hacer monerías histriónicas sino que sus personas del cine parecen personas del mundo real (una hazaña). Y con eso más un manejo diestro del suspenso le alcanza para que uno pase un rato divertido con sustos y con verdadero miedo. No sabemos si volvió “aquel” Shyamalan, solo que este film sí vale la pena.
Sí, bueno, Vin Diesel (lo queremos) no es un gran actor aunque está bien cuando se da cuenta y no se toma las cosas en serio. En otra variante del género “agarramos el terror y lo hacemos cine de superhéroes y aventuras”, aquí el pelado es el último avatar de un grupo de cazadores de brujas (sí, el título no miente). Cuando empieza a moverse y no habla, la película sube puntos. Mientras tanto, todo es esperar el siguiente trompis.