La crítica norteamericana, en un alarde de cinismo y estupidez, condenó esta película como una de las peores del año. Pero incluso si es ciertamente insatisactoria, es fácil ver que una película hecha por Angelina Jolie y protagonizada por ella misma y su marido, con mucho despliegue melodramático y poco diálogo, con imágenes preciosistas y trama más bien basada en una situación que en una historia (una pareja de escritores en vacaciones en Francia, una pareja que se aburre, una pareja que busca sanar heridas, especialmente la del tedio) estaba condenada de antemano. Pero hay virtudes: la primera, que Jolie se la juega escribiendo, filmando y actuando, y no le teme al ridículo. La segunda: dirige muy bien a Pitt; no solo lo conoce como persona sino, lo más raro del mundo, como actor. En muchas ocasiones es él el encargado de balancear la intensidad, a veces artidicial, de la propuesta. Tercero, “hace la suya” y no le importa nada más. En los contra, la duración resulta excesiva, como sila directora no supiera cómo ser precisa, demasiado enamorada del material. Luego, algunas resoluciones que parecen puro lugar común (es más: lugar común estropeado por la publicidad). Pero a pesar de todo eso, e incluso a pesar de la calificación que puede ver arriba, tiene más riesgo esta obra fallida (o fallada) que el 80% del cine que nos toca en suerte cada semana.
Una mujer madura que se queda sin casa y opta por el suicidio y un joven en fuga porque es víctima de cierta enfermedad se encuentran y, entre ambos, construyen una relación que se sobrepone a diferencias de edad y de experiencia. Sí, de esas “lecciones de vida” o films de autoayuda, pero al menos bien trabajado como para que la vida de sus protagonistas nos interese más allá del problema que tienen.
No está Jason Statham. No solo eso: hay una superabundancia de chicas sexy que diluyen el raro pero existente romanticismo del querido pelado en los tres films anteriores. Antes una demostración de lo que puede hoy la tecnología para conseguir imágenes -o un buen prospecto para que al realizador le encarguen propagansde autos, perfumes y centros turísticos- que una historia que nos entusiasme. Encima el transportador tiene un papá. Por favor, devulevannos a Jason Statham, un actor como la gente.
Arnaud Desplechin es uno de los grandes nombres del cine francés, y su filmografía lo justifica. Esta película, que narra un amor adolescente desde la mirada de un adulto -pero también un paisaje humano complejo, a veces triste y a veces humorístico- tiene todas las bondades artesanales del cine del realizador -el filo en el diálogo, el montaje justo, etcétera- pero también cierto aire académico, como si surgiera de la necesidad de ser fiel a los elogios. Aún así, por encima de la media de estrenos.
Todo lo contrario de Secretos... Una mitología nacida en los Estados Unidos -la de los superhéroes de DC, Superman, Batman, etcétera-, trasladada al Conurbano profundo, historia basada en la novela homónima de Leonardo Oyola, se trata con respeto y con cariño no solo por el texto sino por el mundo al que refiere. El film tiene ripios, soluciones un poco apresuradas, fallas en el ritmo. Pero también tiene ganas de contar algo más allá del simple homenaje del fanático y comunicar una idea. Como estrategia, elude definitivamente la parodia y se toma lo que narra en serio. Un ejemplo es la secuencia con Diego Capusotto: no es cómica sino inquietante; su Corona -que es el Joker, tal es el tipo de trasposición- es un personaje de terror. Ese clima de un mal opresivo (que proviene directamente del cine de John Carpenter, el gran “homenajeado” aquí) tiene un solo problema: que el suspenso, ese “crescendo” necesario a la confrontación final, se diluye en gran parte del film. Pero vale el intento de comprender lo que se narra.
Aclara el autor de esta nota que, contra todo consenso, no es fan de El secreto de sus ojos, pero es absolutamente claro que es una película buena, mucho mejor que esta. La adaptación estadounidense del film de Juan José Campanella tiene un elenco lujoso (Julia Roberts, Nicole Kidman y Chiwetel Ejiofor en los roles de Francella, Villamil y Darín respectivamente) y está narrado con practicidad televisiva. Eso no sería lo “malo”. Hay varias “traiciones” al original, por cierto, algunas algo demasiado groseras. Pero tampoco sería “lo malo” (grandes films que son grandes remakes “traicionan” con talento el original para lograr algo nuevo). Lo malo es que el film es sencillamente inverosímil. El hilo político es casi vergonzoso, Chiwetel Ejiofor, que es un grande -a pesar de Doce años de esclavitud- tiene todo el tiempo cara de “oh, qué terrible” sin comprender qué sucede a su alrededor, y todo resulta moroso y poco interesante. Una prueba: la condensación de dos personajes en uno aniquila uno de los resortes sorpresivos del original, y al deshacerlo, las cosas pierden todo el interés. Cuando un film depende exclusivamente de una sorpresa, es apenas un truco desanimado, no una obra con peso propio (vuelva a ver Sexto Sentido y verá cómo, sabiendo el final, se vuelve otra cosa muy melancólica y atractiva por la relación entre sus protagonistas, por ejemplo). Una película hecha con un desgano absoluto.
No es mejor este “policial de denuncia” ambientado en Sudáfrica y con varios trasfondos políticos porque, justamente, la “denuncia” se lleva demasiado tiempo (a estos realizadores hay que recomendarles El tercer hombre). Pero a pesar de ello mantiene el pulso narrativo con bastante precisión y logra que la intriga mantenga su interés y el relato no de deshilache en efectos melodramáticos (que no es lo mismo que melodrama).
Hacía tiempo que no se estrenaba comercialmente algo de Zhang Yimou, el realizador chino internacional. Este melodrama ambientado en plena Revolución Cultural gira alrededor de cómo la Historia se introduce en la vida privada y la modifica irremediablemente. Más que el contexto social o político, lo que importa es esa traza universal. Y, obviamente, que Gong Li es la Meryl Streep de Asia, claro (con lo bueno y lo malo que ello implica, sepa el lector comprender).
Lo peor que el cine de superhéroes le hizo al resto fue obligar a que todo género, mito, historia deba, por decreto, “superheorizarse”. O transformarse en una aventura luminosa y rampante, incluso cuando no puede serlo de ninguna manera. Víctor Frankenstein es el segundo intento de darle una vuelta aventurera y fantástica al viejo monstruo: la primera fue Yo, Frankenstein que quería ser origen de una serie y por suerte se quedó en eso. Pues bien, aquí lo más probable es que suceda lo mismo. No puede dejar de admirarse la ironía de que, formalmente, la película sea una criatura formada de recortes de otras. Quizás sea intencional: lo que no es intencional es que esas partes están definitivamente muertas. Víctor e Igor (James MacAvoy y Daniel Radcliffe supliendo con vértigo una dirección de actores ausente) son Sherlock y Watson, y también Batman y Robin. Ojalá: la trama rocambolesca llena de alusiones “modernas” los vuelve más bien Monty Burns y Smithers. En fin, es lo que hay.
Después de la decepción de Intensa Mente (un film sobreexplicado, con una narración trabada), Un gran dinosaurio, segunda “película Pixar” del año -parece que tal cantidad será la norma de aquí en más-, recupera el viejo “contar un cuento”, un cuento sencillo pero no simple. Sencillo porque narra una sola cosa: la historia de un dinosaurio joven que se pierde y que, gracias a la amistad con un niño humano (se explica en el principio por qué este mundo es como es, con dinosaurios y humanos juntos), vence sus temores y madura. Pero no simple porque, con algunas grandes invenciones visuales, logra transmitir emociones complejas (la pérdida, el temor ante la muerte, la melancolía, la alegría del descubrimiento) y todas esas emociones surgen específicamente de las imágenes y de las acciones. No es, por cierto, la “mejor” película de Pixar: en algunos casos hay cierta morosidad o redundancia, pero se nota muy poco porque es, además, un film de enorme belleza plástica. El mayor hallazgo -el espectador no lo notará porque está hecho para que no lo note- es cómo combina un registro caricaturesco en los personajes con uno hiperrealista en el paisaje y la diferencia no chirria. En el fondo (y no tanto, se escucha en la banda sonora) un western clásico y emotivo, de esas cosas nobles que constituyen el gran legado de Hollywood.