Una película coral y múltiple, conformada por unos cuantos sketches (18) cuyo hilo común es gente que se sienta a comer. A veces a desayunar, a veces a cenar. Hay de todo: desde señoras casadas que quizás sean infieles hasta actores en competencia con otros o músicos callejeros que vuelven a encontrar el amor. Y, como toda historia coral, es despareja. Prima la comedia y a veces funciona. Y, a veces deja sabor a poco.
Danny Boyle es un experto en vértigo. Puede incluso hacer una película vertiginosa con un señor atrapado entre dos piedras que se corta un brazo para salir (¿recuerdan?). Aquí, además, tiene la vida de un hombre que le puso velocidad a la vida cotidiana. Y además, los diálogos de Aaron Sorkin, quizás el máximo cronista americano del último cuarto de siglo -de su pluma vienen la serie The West Wing y películas como Cuestión de honor o La red social. Todo es brillante y cargado de fuerza: Boyle intenta que la pantalla refleje en contraste lo que sucede en un cerebro que no se detiene, interpretado entre la frialdad y el estallido por Michael Fassbender. La película marcha y nos convence de que tuvimos la suerte de convivir con un genio. Y también que el genio, muchas veces, se coloca por encima de la moral o la empatía para lograr algo glorioso. El excelente reparto parece convencido de tal idea, y el realizador, sin subrayarla, deja que fluya y nos mantenga en suspenso no hasta el último plano sino hasta después de dejar el cine. Nada más interesante que el misterio del genio.
Esta película es una ficción dentro de otra ficción: se inicia con Herman Melville pidiéndole al sobreviviente de un naufragio legendario que le cuente su historia, esa que involucra una ballena gigante, que se convertirá luego en Moby Dick. Lo que vemos es, pues, esa “historia real” detrás de la historia no real que todos conocemos. Y lo que vemos, también, es una especie de historieta que recupera la textura y los colores de viejos grabados e ilustraciones de los libros de aventuras. En los momentos de mar, de tormentas, de cacerías, de ataque, todo es casi perfecto, con Chris Hemsworth como la personificación exacta del héroe clásico. Claro que una parte importante de la película implica ver gente a la deriva muriendo de hambre o de sed, y esa parte del film, sin ballena y con el único peligro de la Naturaleza avanzando sobre el cuerpo, resulta larga en extremo. Se notan, de paso, algunas inconsistencias en el guión y en el montaje. Pero hay también un apólogo moral en la película, otra condena a la acumulación de capital (y esto es importante: las grandes películas americanas están en contra del mercantilismo mecánico) y la idea casi religiosa de la confesión como camino de redención. Que la redención sea la escritura de un libro -o el rodaje de un film- es también parte de esa declaración de clacisismo que define esta un poco fallida pero muy bella película.
Película de sustos. Por una de esas cosas que el destino tiene, un señor que viaja desde los EE.UU. a Colombia a buscar a su novia tiene que pasar una noche en un lugar donde otro señor tiene encerrada a una chica en el sótano. Como el comedido sale como ya sabemos, la chica es en realidad algo malísimo. Y a correr y asustarse en la oscuridad sangrosa por un rato. Eso, eh... no espere mucho más.
Uno de los cines más dinámicos -y en crecimiento- de América Latina es el chileno. Este drama de suspenso narra la historia de una joven a la que le exigen el pago de ciertas deudas de otra persona. El conflicto -en un momento de crisis- pasa tanto por la lucha contra un sistema que se sobrepone a las personas como una especie de amenaza como por la cuestión de la identidad. Conciso y preciso film que no deja momento sin tensión.
Las películas de la familia unida en Navidad que pretenden demostrar que las fiestas son en realidad un horror necesario podrían conformar un género en sí mismo. Aquí la gran virtud es la cantidad de buenos comediantes por metro cuadrado (Diane Keaton, John Goodman, Ed Helms, incluso la diletante Amanda Seyfried). Y el gran defecto, como siempre, no es tanto la previsibilidad de la trama -por supuesto que la familia tiene sus resentimientos, por supuesto que hay elementos que hacen inviable en principio la convivencia, por supuesto que habrá peleas, discusiones y momentos incómodos de todo tipo- sino la necesidad de que todo cierre, de que todo se encamine a una reivindicación de la familia más allá de que, en principio, se la ponga en cuestión. Así las cosas, esta película, que no carece de buenos momentos, queda como una más de las tradiciones navideñas: el espejo de lo que nos pasa en las fiestas interpretado por gente famosa.
La obra original es uno de esos textos que cualquiera debería leer alguna vez. No hay muchos textos así, aunque Shakespeare tiene varios en ese selecto conjunto. Pero que la gloria del Bardo no nos impida ver lo que hay en esta estilizadísima, sangrienta e hiperactuada versión de la obra. El tono de la película se acerca mucho más a un experimento pop: “Ey -parece decirnos con sus neblinas y contraluces el director Justin Kurzel-, ¿cómo sería Macbeth en la era de Game of Thrones?” Y ahí vamos, recordando mucho más el triste destino de Jon Snow que el terrible conflicto del usurpador y su venenosa esposa. Fassbender y Cotillard, sin embargo y a pesar del respeto al texto, parecen divertirse, jugar una especie de concurso de consagración actoral y hay momentos en que les sale todo bien (otros, en cambio, donde les sale todo mal). El resultado final no es aburrido, no es feo y no es memorable. Paradójicamente dada la historia del general que acaba con el buen rey Duncan, la falta de traición al original es lo que lo hace apenas una ilustración aggiornada del texto clásico, trabajado con la intención de que el espectador no sienta que se le está imponiendo la “alta cultura”, sino al revés: demostrar que la “alta cultura” alguna vez fue cultura pop. Consejo: la versión de Orson Welles rodada en cinco días es mejor, vale la pena comparar ambas pare entender dónde el alto diseño disuelve la gloria.
Ni tanto ni tan poco. Para empezar, el que quiera aventuras muy bien filmadas y con buen pulso narrativo, las tendrá. Claro que en cierto sentido es necesario ser un fan de Star Wars para que todo funcione emocionalmente como se pretende. Abrams genera en realidad una remake de la primera de las películas, la fundacional de 1977, y da su propia versión: nos cuenta por qué, para él, Star Wars ha sido tan importante. Por cierto, esta versión está mejor “hecha” que la primigenia, aunque tiene varios problemas. El primero, que el peso de una mitología que se ha vuelto rápidamente universal lo obliga a juntar elementos que no funcionand del todo bien. Y eso le quita vuelo y libertad. En otros, la necesidad del vértigo quita peso a las relaciones entre los personajes -quizás lo mejor sea la que se desarrolla entre los nuevos héroes Rey (Daisy Ridley) y Finn (John Boyega), más el nuevo robot BB-8, muy parecido a un Wall-e redondo). A la hora de la acción, hay planos virtuosos y llenos de invención. Pero en otros momentos -el encuentro entre Carrie Fisher y Harrison Ford- parece que todo se concentrara más en la memoria emotiva del espectador que en la construcción de una verdadera tensión emocional. El espectáculo, de todas maneras, llena al fan y convence al neófito. Más que una gran película, una buena película con sus virtudes y sus defectos, eso sí, muy personal.
Otro documental para esta semana, esta vez centrada en la relación amorosa y tensa entre Juan Carlos Copes y María Nieves, una larga historia signada por el propio tango. Hay algo interesante en este film: mostrar que esta historia real es, en sí misma, un tango, y subrayar sin declamar esa simetría entre la vida real y el arte que unió a los protagonistas. Un rasgo de inteligencia que se agradece para un género a veces demasiado expositivo.
Este documental narra la historia de Malala Youzafai, la chica de quince años atacada por el Talibán en Pakistán y que, además, se convirtió en portavoz de lo que sucede con la educación de las mujeres (y no solo la educación) en ese país bajo aquel régimen. Como el universo sabe, Malala terminó recibiendo por su activismo el premio Nobel de la Paz. Pues bien: el documental es preciso en cuanto a la descripción de situaciones y mantiene al personaje en el centro de la escena. Por otro lado, logra eludir en gran medida -no siempre, todo hay que reconocerlo- el patetismo o la declamación para permitir que el paisaje humano surja solo. En algunos momentos, cede a la tentación de la bajada de línea y esto, aún cuando es justísimo desde lo político, no lo es tanto desde lo cinematográfico. Pero el personaje es por sí solo tan interesante que estas pequeñas fallas pasan a veces inadvertidas, y el peso emocional de lo que se cuenta permite que sigamos con interés -aún cuando al film le sobran algunos minutos- su derrotero. Más aun, y esta es la mayor virtud de la película, logramos comprenderla y también a su entorno.