El cine por asalto La figura del cineasta experimental Claudio Caldini es recuperada por Andrés Di Tella en Hachazos, un documental que reconstruye a un hombre, una época y una sociedad sin la necesidad de abarcar un todo, permitiéndose desde la utilización de la primera persona tomar una posición de ecuanimidad. Andrés Di Tella es uno de los referentes nacionales de un género que podríamos denominar documental subjetivo, ese que instala su mirada sin pretender que su modo de mostrar sea el único posible y que, continuando el encuadre del cine ensayo, toma esta calificación en su doble acepción: es ensayo porque se completa con los significados que atribuye el espectador a la obra, y porque puede ir acompañado de un error y aprender de este intento fallido. En Hachazos, tal como sucede en trabajos anteriores como La televisión y yo (2003) o Fotografías (2007), el realizador se evidencia como un enunciador. Escuchamos su voz hilvanando el testimonio de Caldini y su imagen se hace presente; no se esconde. Otro rasgo característico es la inclusión de una puesta en escena y la búsqueda de cierta idea de verdad a través de las contradicciones que van surgiendo a medida que la historia avanza. Elementos presentes dentro de un estilo en el que a partir de una historia cualquiera, este casoClaudio Caldini y su cine, desemboca en otra mucho más profunda y abarcativa. Es posible advertir en Hachazos una estructura narrativa fragmentada de la que se van desprendiendo diversos hilos conductores. En la primera parte podemos encontrar la historia del vínculo entre el realizador y el objeto de estudio (Claudio Caldini). En la segunda se hace presente la historia del exilio y el no reconocimiento popular. Mientras que la tercera focaliza sobre el vinculo de Caldini con el cine y la experimentación. Pero todas desembocan en un todo mucho más amplio que la figura del objeto de estudio. La película cuenta, además, con un núcleo de fracaso que se manifiesta recurrentemente y que es el de la imposibilidad de recuperar una memoria completa. Los baches en la memoria de Caldini y la imposibilidad de completar sus recuerdos van ligados directamente a la desmemoria colectiva de la sociedad. Hachazos, ya desde su título nos indica que estamos frente a una ruptura, un cine fraccionado sobre vivencias privadas que pueden compartirse con las del espectador y, a su vez, vincularse con cuestiones políticas, a modo de ensayo autobiográfico. Ensayo que desde lo individual se entrama en lo nacional, que desde una historia doméstica cuenta la historia de todos, con la certeza de que se trata de una composición a través de una memoria frágil, incompleta, sin pretensiones de historia total y que cada uno completará a partir de sus propias vivencias. De la misma manera que lo hace Di Tella.
Familia (no) tipo ¿Diferente de quién? (Diverso da chi?, 2010) es la comedia “seria” más impolíticamente correcta que ha llegado a las carteleras cinematográficas en los últimos años. Temas como la homosexualidad, la política, la familia, la discriminación y la corrupción son tratados con una naturalidad como muy pocas veces el cine se animó a mostrar. Piero (Luca Argentero) es joven, atractivo, mantiene una relación gay estable desde hace catorce años con Remo (Filippo Nigro) y es una de las promesas políticas con más futuro de su generación. Pese a su homosexualidad asumida y a las reticencias de su partido Piero logra el segundo puesto en las elecciones primarias. Pero ante la súbita muerte del ganador será él quien ocupe la postulación para alcalde. Su compañera de fórmula, Adele, (Claudia Gerini) es bastante conservadora y opositora a que un gay sea el candidato a tan preciado puesto. Será ella la encargada de limar asperezas entre los sectores más tradicionalistas de la política y la sociedad. Entre copas, campañas electorales y cenas íntimas ambos terminarán en un idilio amoroso sin retorno. A partir de ese momento el caos reinará y lo que ya era una transgresión para la mesurada derecha italiana se transformará en una crisis que reformulará los más preciados valores éticos de la sociedad actual. Está claro que esta historia llega a la Argentina a destiempo. Su efecto, un año atrás, cuando el debate del matrimonio igualitario se encontraba en pleno auge hubiera sido otro y por ende su impacto también. Hoy, al menos para esta parte del mundo, cuando el matrimonio entre personas del mismo sexo pasó a ser habitual y hace semanas asumió el primer senador casado legalmente con otro hombre, el tema expuesto puede llegar a resultar añejo. Para la mayoría de los argentinos estas cuestiones ya no pertenecen a la agenda diaria. Más allá esta apreciación, ¿Diferente de quién? no sólo se mete con la homosexualidad y la política sino que va más allá para reformular el término de familia, creando un nuevo concepto en él que lo tradicional es reemplazado por una nueva estructura que ya no estará conformada por el modelo clásico madre-padre-hijo sino por uno nuevo integrado, en este caso, por padre-madre-padre-hijo. Es en este punto en donde la película sirve para debatir sobre un tema del que aún no se ha discutido con inteligencia y seriedad. Uno de los méritos de la ópera prima de Umberto Riccioni Carteni es tratar en tono de comedia temas que pueden ser ásperos e irritantes para ciertos sectores sociales y así evitar "molestar". El film se corre de toda solemnidad y se toma la libertad de abrir un abanico de lugares políticamente incorrectos sin herir susceptibilidades a quienes tengan un pensamiento contrario. Nadie va a salir indignado del cine por lo que acaba de ver si realiza una lectura superficial, aunque si se va más allá y se profundiza llegará a la conclusión de que todo es mucho más complejo y mordaz. Sin ser una gran película ¿Diferente de quién? logra el cometido de saber contar una historia en la que se pone en crisis una institución como la familia clásica sin por eso”faltarle el respeto” a aquellos que aún no están preparados para afrontar un cambio necesario en la sociedad actual. Una película para abrir cabezas.
Distante cercanía El director panameño Abner Benaim a (Chance, 2010) ofrece con Empleadas y Patrones (2011) un mirada irónica y reflexiva sobre esa extraña distante cercanía que existe entre las empleadas domésticas y sus patrones en Panamá y por ende extendida hacia casi toda Latinoamérica. Diferentes testimonios se funden dentro de una historia cuyo fin es bosquejar las relaciones que se dan entre las empleadas y sus patrones. Relaciones que muchas veces tienen una cotidianidad mayor a la ejercida con otros familiares o amigos pero que la diferencia social hace que a pesar del paso del tiempo no se profundice sobre ella y en mucho de los caso se desconozca al otro, a pesar de haber convivido toda una vida. Empleadas y Patrones es un documental distinto a lo que muchas veces puede verse dentro del género y unos de sus aciertos es el ritmo narrativo que su director procuró brindarle. Imágenes entremezcladas de personas hablando frente a una cámara sobre sus empleadas y sus patrones como si se tratara de un spot publicitario nos indican que estamos ante la presencia de algo diferente, en el que hay un acabado minucioso de la investigación pero sin por eso descuidar lo cinematográfico. Evitar que la historia decaiga y que el espectador se aburra pareciera ser la premisa que mantuvo Abner Benaim y que sin duda dio sus frutos. Narrativamente la construcción se da básicamente a través de testimonios y la observación de algunos personajes que sirven más que nada para ilustrar y dejar bien en claro la línea ideológica que se quiere marcar. Más allá de las diferencias sociales, culturales y económicas que separan un sector y del otro, el documental muestra esa distancia implícita que ambos sectores se ponen y que crea un vacío que nunca podrá llenarse. Empleadas y Patrones gana en la síntesis para contar lo que se propuso, son menos de sesenta minutos de pequeñas historias, anécdotas, testimonios, hechos que marcan las contrastes y similitudes entre dos clases sociales que en el fondo no son otra cosa que personas que algún día acabarán en el mismo lugar. A pesar de haber convivido todo una vida comiendo unos en el comedor y otros en la cocina.
Adorables criaturas Reciclar el pasado parece ser el lema de los grandes estudios hollywoodenses ante la falta de ideas y, en cierta forma, para evitar todo tipos de riesgo económico y estético. Los Pitufos (The Smurfs, 2011) es parte de ese pasado que vuelve, que se recicla, pero que además asume el riesgo de combinar animación con realidad con un resultado altamente positivo. Papá Pitufo y sus cien hijos habitan tranquilos la pitufo aldea. Ante un hecho casual, que no develaremos para mantener el suspenso de la trama, seis de ellos culminarán, sin proponérselo, en la ciudad de New York. De la misma manera también lo hará el malvado Gargamel y su gato Azrrael, archienemigos de las criaturas azules. En la gran manzana Los Pitufos conocerán un mundo diferente, el real. Por más fascinante y maravilloso que les parezca ese no es su habitad y tendrán que ingeniárselas para volver a la fantasía de la que provienen. La historia de Los Pitufos está basada en los clásicos personajes creados por el célebre Peyo, al que la película en algún momento se encargará de homenajear. Pero que la división animación de los estudios Sony junto al realizador Raja Gosnell se encargaron de trasladar al 2011 dotándola de una serie de elementos que entretendrá a los más pequeños casi de la misma manera que lo hará con los adultos, siendo ese uno de los aciertos que el film posee. Mientras los chicos “comprarán” la historia propiamente dicha, los adultos lo harán a través de una línea de acción paralela plasmada de guiños y segundas lecturas. Desde lo técnico hay una utilización del 3D para la creación de cada una de estas criaturitas azules que deambulan por el mundo verdadero de la misma manera que lo haría un humano. Hay una interacción permanente con el mundo real que de hecho es el verdadero protagonista de la historia. Son los personajes reales que interpretan Neil Patrick Harris y Jayma Mays (Glee) quienes llevarán adelante un relato que mantiene una estructura similar a la de E.T. El extraterrestre (Steven Spielberg,1982). Los Pitufos podría haber sido una película muy menor, de esas a las que estamos acostumbrados a ver una y otra vez como si salieran en serie de una máquina de hacer chorizos. Pero para satisfacción de muchos resultó ser todo lo contrario. Un espectáculo para nada grandilocuente que combina todos los ingredientes necesarios para entretener a niños y adultos de la mejor manera posible. Una grata sorpresa post vacaciones de invierno.
Desearte duele Ausente (2011) es una película tan ambigua como su título. Lo que empieza siendo un thriller erótico entre un profesor acosado sexualmente por un alumno menor de edad se transforma en una tragedia shakesperiana con un desenlace inesperado. Contar detalles de Ausente sería casi una falta de respeto hacia el espectador y a quienes concibieron con suma maestría una de las obras más interesantes y complejas que dio el cine argentino en los últimos años. Vale simplemente decir que Martín (Javier De Pietro) manipulará a su profesor de gimnasia (Carlos Echevarría) para terminar pasando una noche en su casa. De ahí en más los roles se invertirán y será Martín quien pase a tener el poder, desestabilizando la vida emocional de un personaje que parece inmutable ante cualquier estímulo. Marco Berger ya había demostrado en Plan B (2009) un interesante manejo de la tensión dramática a partir de situaciones simples y de generar erotismo sin necesidad de mostrar demasiado, o mejor dicho casi nada. Ambos elementos vuelven a ser dos de las puntas fundamentales en la construcción de Ausente, permitiéndole a Berger definir un estilo personal a su cine. Durante los primeros minutos del film, la cámara se posa sobre las diferentes partes del cuerpo de un muchacho semidesnudo. Pero no encuadra sobre lo que podría considerarse obvio, sino sobre algunas partes del cuerpo que en la cotidianidad resultarían invisibles. La forma con la que Berger crea tensión sexual en los primeros minutos de Ausente definirá el tramo inicial de una obra que respira a sexo sin la necesidad de que lo haya. Con una fuerte presencia protagónica de Javier De Pietro –un actor a tener en cuenta-, como el gran titiritero capaz de mover los hilos de su profesor cuan si fuera una marioneta, se redefinirá la pedofilia ante la inversión de los roles, provocando un debate cuasi sociológico. Durante el segundo tramo, el film vira hacia otro ángulo y convierte en figura casi excluyente al profesor interpretado por un solvente Carlos Echevarría. La apatía e inexpresividad de ese hombre confundido en sus sentimientos, al que se lo ve agonizar por dentro sin poder expresar el dolor, es sin duda la columna vertebral de Ausente. Nivelando la balanza entre ambos personajes vemos a una Antonella Costa interpretando a la novia del profesor, personaje que sirve para romper la tensión que ocupa la mayor parte de la trama. Un rol importante es el que juega la música compuesta por Pedro Irusta. Resulta interesante cómo cada uno de los temas elegidos lleva por diferentes estados, creando suspenso y una tensión dramática incrementada por el fuera del campo y los primeros planos. El mismo recurso que Berger había utilizado en Plan B , pero ahora lo hace más eficazmente. Ausente es ambigua. Uno puede asociar el título a la relación alumno-profesor, pero va mucho más allá. Habla de las ausencias y las pérdidas, de lo que no volverá, de aquello que no es posible vivir, habla del amor, del deseo, de la confusión, de los mandatos, de la amistad, de la vida que de repente nos da sorpresas. Ausente es una película díficil que habla del presente. Un obra con mayúsculas.
Un tropiezo llamado Güelcom La comedia romántica, muchas veces injustamente considerada un género menor, dio en los últimos tiempos algunos títulos nacionales al menos interesantes. Juan Taratuto, Pablo Solarz, Hernán Goldfrid y Mariano Mucci son sólo algunos de los autores que supieron combinar masividad con calidad. Güelcom (2010) de Yago Blanco no cumple esa hipótesis, provocando un retroceso en el género. Mariano Martínez interpreta a Leo, un poco creíble psicólogo que rompió con Ana (Eugenia Tobal), su novia, quien decidió irse a España en busca de nuevas oportunidades. Han pasado algunos años y él aún no ha podido olvidarla. Pero Ana retorna al país con pareja amiga que vuelve al país para casarse. Ambos se reencontrarán y tendrán que lidiar por más de cien minutos con el pasado, el presente y el futuro para descubrir que el amor todavía existe y que están tan enamorados como el primer día. Los problemas en la ópera prima de Yago Blanco radican principalmente en lo narrativo y en la falta de habilidad para resolver los gags. Si bien el guión posee una historia principal y varias líneas paralelas, es cuando se profundiza sobre la subtrama cuando alcanza su pico más elevado. Peto Menahem, Maju Lozano y Eugenia Guerty hacen uso de la habilidad innata que poseen para la comedia, evitando un naufragio preanunciado tras el monólogo inicial de la impasible composición de Mariano Martínez. A pesar de que el texto es tan básico como previsible, la sola aparición en escena del terceto secundario eleva la historia de forma notoria. El hilo conductor en Güelcom está constituido por las diez frases (hechas) que todo argentino dice cuando se va del país. Es cierto que ese tema está presente en la historia, pero está casi soslayado, siendo injustificado el protagonismo que los autores decidieron otorgarle. De la misma manera que la escena que mantiene Leo con una paciente acosadora interpretada por Agustina Córdova. Ambos agregados, y otros tantos, sin duda atentan contra el resultado final. Güelcom falla en muchos aspectos aunque desde lo cinematográfico sale airosa. Hay una cuidada producción, algunos recursos estéticos bien resueltos, una banda de sonido y un montaje vertiginoso que le proveen el ritmo que el guión no tiene y alguna que otra escena divertida (aunque para nada creíble y fuera de contexto). Eugenia Tobal no desentona en la construcción de su personaje a pesar de que la química con Mariano Martínez es tan nula que resulta imposible creer que conforman una pareja. Si el género de la comedia romántica en el cine argentino había manifestado un crecimiento interesante queda claro que Güelcom provoca un retroceso. Aunque un tropezón no es caída, hay que esperar que sólo sea eso, un simple tropezón que pronto se olvide.
Noticias del Este Un grupo de pescadores rusos quedan anclados en la costa marplatense tras la disolución de la Unión Soviética. Veinte años después Misael Bustos reconstruye en forma de documental la historia pasada y presente de VíKtor, el hombre que nunca más regresó a su país. El fin del Potemkin (2011) tiene varias aristas que lo vuelven interesante. La primera es la historia en sí misma. Un pesquero encallado en un país extraño que tras la caída de un régimen gubernamental nadie reclama. Steven Spielberg recreó un hecho similar cuando en La terminal (The terminal, 2004) el personaje que interpretaba Tom Hanks –también de nombre Viktor- queda varado en un aeropuerto tras la disolución del país que provenía. La segunda faceta llamativa de la trama es la investigación de cómo se manejó el caso desde lo político en ese momento, y la clara desición de no hacerse cargo de nada. ni de nadie Mientras que la tercera es analizar las razones que llevaron a uno de esos hombres a no querer volver más a su tierra natal y radicarse definidamente en Argentina. Desde lo formal el documental, que cuenta con la producción de Luis Puenzo (La historia oficial, 1985), se construye en base al testimonio de Viktor y la fusión con material de archivo. Pero es básicamente él quien lleva el hilo conductor de la trama narrada en su primera parte como si se tratará de un thriller político. Es ahí en donde la historia alcanza su punto más alto. Durante el segundo trama vira hacia el drama familiar, entrevistando a aquellos seres queridos que quedaron en su tierra natal y que él parece querer olvidar. Una serie de reproches que no suman demasiado hacen que el final se vuelque más al formato del reality show, elemento innecesario que resta en lugar de sumar. A pesar de esta apreciación personal El fin del Potemkin es un documental atractivo desde lo visual -se nota un cuidado trabajo a la hora de encuadrar, seleccionar cada plano y fotografiar cada escena- que cuenta una historia por demás de atrapante, que a pesar de la disparidad narrativa sale airoso en su totalidad.
La aventuras de Topa, Muni y La Pandilla de Sol Aquellos que pasan la barrera de los treinta y pico crecieron fanatizados con películas como La gran aventura de Los Parchis (1982) y sus secuelas. Épocas en que lo único que importaba era ir al cine y ver en la pantalla grande a los ídolos infantiles dentro de una historia que cumpliera con un mínimo requisito: entretener con algo tan simple como un cuento. Hermanitos del fin del mundo (2011) cumple con ese objetivo y lo hace de la mejor manera posible. En la austral ciudad de Ushuaia un grupo de chicos habitan en el orfanato Hermanitos del fin del mundo. Todos los días a la hora de la merienda junto a Pato (Topa) y Piru (Muni), dos de los instructores, ven por la tele La Pandilla de Sol –emulación de los TeenAngels-, uno de los programas infantiles de mayor éxito del momento. Pato quiere ser como ellos pero sus inseguridades no se lo permiten. A su vez, el orfanato atraviesa una disputa económica y su continuidad corre peligro ya que puede caer en manos de la resentida Malva Dalton (Norma Pons). Pero gracias a La Pandilla de Sol, Pato, Piru y los chicos que habitan el lugar todo seguirá por sus cauces normales. Julio Midú (Crisálidas, 2010), uno de los hacedores de la fundación Cine con Vecinos, concibió esta obra junto a su coequiper Fabio Junco de forma amateur. Las vueltas de la vida quisieron que lo que había sido una austera película rodada a pulmón tuviera su remake con los protagónicos de los ídolos infantiles Topa y Muni, conductores del ciclo televisivo La casa de Disney Junior. Así es como Hermanitos del fin del mundo se convierte en remake y llega al gran público infantil seguidor de estos histriónicos y carismáticos animadores. Esta producción distribuida por Disney posee todo lo que los chicos esperan, sobre todo aquellos que rondan los cuatro o cinco años. Hay un cuento clásico habitado por malos muy malos y buenos muy buenos, hay aventura, acción, un mundo mágico, valores un tanto subrayados y canciones acompañadas de grandes musicales, que sin poseer un gran despliegue coreográfico le dan al film el toque de frescura y colorido que necesita. Sin duda va a existir la odiosa comparación con el programa televisivo Chiquitita. El tema de la orfandad, los musicales, los buenos contra los malos, entre otros tópicos similares hacen que sea inevitable caer en ese lugar. Pero a pesar de lo obvio, la comparación se disuelve a minutos da haber comenzado la historia ya que Hermanitos del fin del mundo no convierte ese mundo onírico en una perfecta ensoñación irreal en donde el orfanato es un palacio y los niños los príncipes que habitan dentro de una mentira. Uno de los grandes aciertos de la trama es el de recurrir a una construcción estética simple en donde la ambientación y el vestuario no crean falsas expectativas sobre ese universo y que, a pesar de lo “cinematográfico”, no se aleja de lo real. Hermanitos del fin del mundo no tiene grandes pretensiones más que la de contar un cuento visualmente atractivo. Si esa es la meta, bienvenida sea. Por los menos la diversión para los más chiquitos está asegurada. Y eso hoy en día alcanza y sobra.
Todo sobre mi madre y yo Xavier Dolan es considerado el nuevo “L´ enfant terrible” del cine canadiense actual. Con sólo 19 años dirige, escribe y protagoniza una de las óperas primas más arriesgadas y controvertidas de los últimos años. En Yo maté a mi madre (J'ai tué ma mère, 2009) se combinan en la medida exacta todos los ingredientes que hacen que una película transite por el humor y el drama al unísono, de la misma manera que la vida misma. Yo maté a mi madre, describe la enfermiza relación entre una madre y un hijo adolescente. Un padre ausente, una relación homosexual y el fanatismo por el cine serán elementos que acompañarán al nudo central de esta historia que se cuenta como un melodrama y que por esta serie de motivos –y otros- recuerdan a la primera época de Pedro Almodóvar y a películas como La ley del deseo (1987), Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988) o ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984). Dolan, a pesar de su excesiva juventud e inmadurez construye una obra focalizada en la relación madre-hijo pero llevada al extremo. Así irá sometiendo al espectador a situaciones de un realismo extremo para de repente cruzar la barrera del humor absurdo y desembocar en el delirante surrealismo. Con la diferencia que todo es contado desde una naturalidad absoluta que hace que cada situación resulte creíble y hasta identificable en el espectador. Para plasmar la historia en la pantalla grande, el joven realizador elige una puesta en escena simplista. No hay grandes decorados, ni música cool, ni actores de renombre, ni ningún tópico estético que remita a la cultura pop. Todo es más bien despojado pero no por eso anticinematográfico. Hay una cuidada elección en la composición de los planos, en la elección de cada encuadre, en la utilización de los sonidos ambientes y en el uso del fuera de campo que sin duda son fruto de una metódica y cuidada construcción visual. En Yo maté a mi madre Xavier Dolan demuestra que una misma historia se puede contar de las más diversas formas, sólo que hay que tener la inteligencia y el desparpajo para hacerlo. Una película que, sin duda, marca un quiebre tanto en lo narrativo como en lo visual, consolidando a este director como una de las grandes promesas del cine actual.
Cada cual a su juego De la misma forma que la dictadura argentina usó el mundial de fútbol de 1978 para tapar lo que en realidad pasaba durante esos años atroces, Uruguay tuvo lo propio con el olvidado Mundialito de 1980. Torneo que se realizó en conmemoración de los 50 años del primer campeonato mundial mientras la dictadura buscaba perpetuarse en el poder eternamente. El film documental de Sebastián Bednarik rearma a través de diferentes testimonios la olvidada historia del Mundialito, campeonato organizado conjuntamente entre la FIFA y el gobierno dictatorial uruguayo con motivo de la conmemoración del primer campeonato mundial realizado en 1930 y que coronó a Uruguay como campeón del mundo. En el Mundialito fueron invitados a jugar todos los equipos ganadores de los diferentes mundiales de fútbol. Al unísono el gobierno organizó un plebiscito para legitimarse en el poder. Mientras el primero es aceptado fervientemente por la población el segundo es rechazado por una amplia mayoría. Dicotomías que el film expone e intenta aclarar Mundialito (2010) se estructura a partir de un relato documental clásico con formato periodístico en donde diferentes entrevistados van dando testimonio para armar un especie de rompecabezas político-deportivo para dejar muy en claro las responsabilidades dentro de ambos sectores y a su vez se diferenciarlas. Así vemos alegatos de quienes a pesar de sufrir las consecuencias de la dictadura ven con buenos ojos su realización y viceversa. Bednarik refleja de manera explícita esa disyuntiva que 30 años después pareciera ser que la mejor explicación que encuentra es el olvido o la negación de que existió. ¿Por qué el Mundialito no es parte del inconsciente colectivo? Es la pregunta que carece de respuestas y que la película trata de responder desde el lugar que puede. En Mundialito se deja bien en claro que fútbol y política casi siempre van de la mano y que nada mejor que un deporte de masas para calmar a las fieras cuando parece que todo va a sucumbir. En este mundo las cosas parecen ser así. O alguien opina lo contrario. En los títulos finales aparece una leyenda en donde se deja constancia que Julio Grondona y Trabaré Vázquez no quisieron dar testimonio para el film. ¿Por qué será?