“¿Si hay algo extraño, en tu vecindario, a quien llamaras? A los cazafantasmas, ¿Si hay algo extraño, y no se ve bien, a quien llamaras? A los cazafantasmas…” reza la famosísima canción de Ray Parker Jr. en alusión al film de Ivan Reitman. Muchos años después, debería agregársele una estrofa “¿Si alguien actúa y habla raro, escupe, se lastima y blasfema, a quién llamarás? A Scott Derrickson” por lo menos para que tome apuntes para su próxima película. Este joven director, con tan sólo cinco películas, se convirtió en algo así como un referente moderno en films de exorcismos y/o asuntos demoníacos; salvo la faliida remake de El día que la tierra se detuvo, en sus otras cuatro producciones intervienen demonios ancestrales que perturban la vida de ciudadanos apacibles; y viendo los resultados podríamos decir que mal no le ha ido.Basándose, según nos avisa el típico cartelito, en los relatos reales del Oficial Ralph Sarchie, Derrickson mezcla un poco de su filmografía desde Hellraiser: Inferno hasta Sinister para entregarnos un coctel entretenido que no ahorra unos cuantos sustos. Todo comienza en Irak 2010, guerra, y uno soldados de los cuales desconoceremos su futuro. Ya en la actualidad, Sarchie (Eric Bana) recorre las calles del Bronx junto a su compañero Butler (Joel McHale en plan comic relief que funciona de a ratos) buscando sobretodo casos que comprometan a personas al límite, lo que sería la escoria de la sociedad; Sarchie los “huele” con lo que Butler llama su radar. Pero se topan con un caso extraño, una mujer que arroja a su hijo al pozo de un zoológico, y anteriormente un hombre totalmente fuera de sí que ha golpeado a su mujer ¿tendrán ambos casos alguna conexión?. Paralelamente, aparece un policía jesuita Mendoza (Edgar Ramirez) que sigue de cerca el caso de la mujer… el círculo comenzará a cerrarse y Sarchie y Mendoza deberán unirse. Lo primero que uno nota en Líbranos del mal, es cierta idea de querer refrescarnos que todo está basado en hechos reales, no hay found footage, no hay falso documental, ni testimonios a cámara, pero el clima cuidadosamente busca lo verídico; que se note la visión del protagonista como narrador, sin necesidad de voz en off, más aun en los momentos en que lo veremos con su familia. En el medio del policial de barrios bajos y el film de terror, Derrickson se encarga de plagar la escena de los golpes de efecto típicos de todo film de exorcismo, una lengua malintencionada diría que no esquiva ni un solo cliché ¿pero acaso no es eso lo que esperan quienes se adentran en estas películas, que se respete una fórmula que se aplica desde El exorcista hasta ahora?. También nos cruzaremos en la escena con varios sustos falsos, lo cual, como suele suceder en acumulación, terminan jugando en contra ya que dejan de sorprender. Hay guiños, hay un buen soundtrack con canciones de The Doors en una complicidad con el satanismo, buen clima, interpretaciones que si bien no descollan convencen, y un aire de que pudo ser mejor pero funciona. Líbranos del mal no sorprende por su originalidad, se ubica cómodamente en el medio de lo que ya vimos varias veces, aun dentro de la filmografía de un director de quien su nombre ya empieza a sonar como sinónimo.
Rob Reiner fue uno de los representantes del cambio en la comedia romántica junto a sus colegas Nora Ephron y se quiere Garry Marshal allá por fines de los 80 y los ’90, personajes carismáticos que significaban al ciudadano/a estadounidense tipo que se sacaban chispa en los diálogos mientras pasaban del odio/indiferencia al amor. De ese hombre que manejaba con maestría el diálogo rápido y el humor ácido (que también demostró en joyas como Spinal Tap o la subvalorada North) ya quedan sólo las sombras. Quizás el último film de él que recuerde aquella etapa sea Nuestro amor de 1999. Pero aun así, con las sombras de lo que fue, le alcanza para demostrar una mano firme en la dirección de comedias americanas que muchos de los nuevos representantes no parecen tener. Comedia para mayores, esa es la clave de Juntos… pero no tanto. Para un público que no busca un humor contestatario, rebelde, escatológico, o vulgar, que pretende ver gente mayor actuando como lo que son aunque llenos de vitalidad, por qué no, ver una como las de antes. El protagonista es Oren (Michael Douglas en el papel que lo vemos hacer siempre y lo aceptamos), un agente de bienes raíces que está esperando una gran venta para jubilarse. Parco, ácido, malhumorado, curtido por la vida (es viudo) y por el trabajo que lo obliga a mentir, y así y todo, seductor, sino no sería Michael Douglas. Al hombre le cae una nieta del cielo (Sterling Jerings) cuando su hijo con el que está distanciado, se la presenta y la deja a su cuidado. Pero él no quiere saber nada de cuidar a un niño, y es ahí cuando interviene Leah (Diane Keaton en el mismo plan de viejita canchera conservadora que viene haciendo desde que se alejó de Woody Allen) su vecina con la que se lleva mal pero que le vendrá como anillo al dedo para que se encargue de la nena. Oren es mañoso y odioso, Leah es amable y canta en bares para escapar de la rutina (¿esto no lo vimos en Last Vegas? En fin), pero cuando empiecen a ceder (sí, Alguien tiene que ceder) nacerá lo que el público espera. Juntos… pero no tanto no escapa ni quiere a todos los lugares comunes, no busca trascender, ni menos ser original. Es producto amable, entretenido si se aceptan sus reglas, y que por lo tanto, se puede adelantar todo lo que sucederá desde el minuto uno. ¿Qué tiene situaciones traídas de los pelos? ¿Qué los actores sólo hacen lo que ya saben hacer y en menor medida que otras veces? Es cierto, así como también que con oficio se tapa algún bache y que con química se disimul alguna incongruencia. Reiner logra un film entretenido, como si el también estuviese en la misma etapa que sus protagonistas (de hecho en edad lo está), y ya no va a hacer Cuenta conmigo o Esto es Spinal Tap, es un director relajado, que trabaja con el manual, y parece lograr diversión en el set de filmación, pero con eso, con producto conscientemente menor, le alcanza para ser algo más logrado que mucha comedia impostádamente moderna.
La ópera prima como director y guionista de Hernán Roselli se ubica en ese sector tan explorado hace pocos años en la filmografía argentina, el de la eterna juventud marginal. A fines de los ’90 el llamado Nuevo Cine Argentino nació como respuesta a un cine plástico que se venía realizando, a una realidad de un país que no daba respuesta y que había abandonado a su juventud dejándola sin vistas en el futuro. Fue una primera camada de las nuevas Escuelas de cine que tenían que imponerse y mostrar su punto sobre lo que los rodeaba. Ahí se ubica Mauro, casi quince años después del nacimiento de ese movimiento que luego decantó en la madurez y profesionalidad de sus mejores exponentes. Mauro es un ya no tan joven de la Zona Sur del Conurbano bonaerense que vive inserto en un apacible caos permanente del cual no halla ninguna salida. Sin trabajo, uno de sus amigos, con la novia embarazada, lo invita a trabajar en su imprenta casera, en la que falsifican dinero que luego deberán salir a gastar para quedarse con el vuelto de dinero real. En el medio, Mauro conoce a una chica con la que comienza una relación no del todo fácil. Mauro es cocainómano, sufre de insomnio, y su madre en vez de escucharlo le da sus pastillas para dormir. Así es la vida de Mauro, esto es lo que nos muestra Roselli, un extracto de una vida en aparente ruina. Con pinceladas de comedia y pinceladas de drama, Mauro sufre de ser un film a destiempo. Su muestrario del Conurbano pareciera algo parcializado, más aún la mirada desesperanzadora frente a estas personas que tiene que recurrir a bajezas para sobrevivir, sin ser mostradas como “pobres", claramente es una clase media. Mauro no tiene grandes hallazgos estéticos, su cámara es el planteo de la tercera persona invisible. Tampoco los hay en el plano narrativo en donde carece de un ritmo fluido y un peso dramático propio. Si alguno de sus momentos se sostiene es gracias a cierto carisma natural de algunos de sus intérpretes en su mayoría no profesionales. No hablamos de un cine contemplativo, ni de silencios abstractos, no hay acá preciosismos de ningún tipo, por el contrario hay un ligero regodeo por las charlas sobre la nada, y las bajezas de una clase que no puede despegar. El NCA hace rato se fagocitó a sí mismo, la abulia que expresaban sus personajes era característica de su época. Si cuando vemos un cine que nos hace acordar a esa declamatoria de los ’80 decimos que es un film que atrasa, fácilmente, con esta ópera prima no podríamos hablar de un producto de última vanguardia. En realidad todo lo contrario, es un referente de un cine que quedó atrás, por suerte.
Cuando la imagen y la circunstancia parecen importar más que las palabras, parece exponernos el colega periodista y director Paulo Pécora con su nuevos opus, Marea Baja. Cine de miradas, silencios y sonidos ambientes para crear un clima entre extraño y ominoso que atrapa al espectador dentro de su atmósfera de rara sencillez. Lo que se cuenta es simple, un hombre llega a una zona incierta del Delta del Paraná, busca alojamiento y lo recibe una mujer. Pero de entrada sabemos que detrás de ese hombre hay otras intenciones, está buscando algo que quedó oculto en ese lugar. Se trata de un ladrón que luego de un atraca huyó de sus socios y quiere escapar al Uruguay, pero antes debe retirar dinero de un botín que quedó allí y esconder otro monto. Entre estos dos seres, mientras los días pasan se teje una relación que no sabemos a dónde conducirá, claramente se los ve como dos solitarios haciéndose compañía, caminando, sentándose en el muelle, acostándose, o mirándose. Primero irrumpirá otra mujer, hija de la otra, y la relación se turbiará cuando el hombre también tense lazos sobre ella. Luego terminarán por llegar los socios para dar fin a la calma aparente. Si la historia es sencilla el entramado no es tal. Pécora tiene claras influencias, se inscribe en la línea de realizadores de un cine reflexivo, contemplativo. Hay cosas que nos harán recordar patente a "El Aura", aquella joya incomprendida de Bielinsky, también hay mucho de la reciente "A la deriva", y esa idea de supervivencia cómo sea en un paraje desangelado y desolador. Pécora echa mano a todo tipo de recursos para contarnos un western litoraleño disfrazado de algo superior. Planos picados, extensas secuencias, una fotografía oscura y sucia, un sonido que se agiganta o se pierde para crear clima y tensión, y un duelo actoral entre todos los personajes por expresar lo que pasa en sus interiores sin remarcarlo, tan sólo con un mínimo gesto. En este sentido, Pécora encuentra en Germán Da Silva, Susana Varela, y Mónica Lairana a los intérpretes justos, con una total entrega a sus personajes. No es Marea Baja un cine para el público amplio, se la pide una cierta predisposición a un relato que avanza con un ritmo propio, que prescinde de la agilidad, y toma la parsimonia como una virtud; es más, se recomienda a quienes decidan verla, dejarla decantar, fluir sus concepciones. Algunos podrán decir que es un film festivalero (cierto es que tiene un amplio recorrido por estos lugares en donde ha cosechado premios), críptico y que desafía la paciencia de su público; pero también es dueña de una extraña belleza y un armado mucho más complejo del que parece. Para los corazones dispuestos, quizás sea un experiencia que valga la pena vivir.
Si uno ve el afiche de Making Off Sangriento: Masacre en el set de filmación se adivina claramente “influencias” en el afiche de Diablo de Nicanor Loreti. Es que es obvio, una película como esta es deudora de aquel film con Juan Palonino y Sergio Boris, no tanto en su contenido como obra que pertenecen a géneros distintos, sino en lo que aquella significó, la llegada a salas comerciales, y el reconocimiento de un público amplio a aquel cine trash, under, por años caracterizado como “de nicho”. Junto al crecimiento de esta “subespecie” (queremos tanto a Full Moon) de films nacido de jóvenes estudiantes de cine que querían ver un cine argentino distinto, de género, y que no le tema al extremo; fue naciendo otro, el de los estudiantes más “serios” aquellos que atrapan al cine contemplativo, de largas tomas, sonidos ambientes, y silencios profundos y metafóricos. Sí, se declaró la guerra de bandos, y "Making Off sangriento" es un germen salido del primer ataque del “bando” clase B. ¿Cuánto cine dentro del cine vimos? Mucho, pero poco como este; quizás podríamos nombrar una lejanía a La sombra del vampiro, o más cercana a ese deliro poco reconocido que es la australiana Cut; aun así, todas “bebé de pecho” frente a lo que aquí veremos. Un grupo de estudiantes se enfrenta a su trabajo de tesis, es de los que les gusta el cine contemplativo. Pero a la suma de nervios y estrés habituales deberán sumar otra cosa, la muerte de dos integrante del grupo. La filmación se detiene por un período, pero no indeterminadamente, el rodaje se retoma, y las muertes se suceden otra vez; a lo cual se suma un detective que intentará esclarecer la situación antes que todo el set se bañe de sangre. No esperen acá las medias tintas, los directores Hernán y Gonzalo Quintana ponen todo lo que hay que poner para que el manifiesto de principios sea claro y contundente. "Making Off Sangriento" es una parodia franca, una burla terrible a los estereotipos del estudiantado de cine que aspira ser “un artista”. Ningún personaje está delineado a la ligera, todo, hasta el más intrascendente, responde a un correlato real, lo que permitirá una inmensa identificación. No podemos adelantar demasiado de los personajes para que la gracia sea mucho mayor al descubrirla (atentos a ese director, por favor), sólo tiraremos un par de datos, presten atención a los nombres y apellidos, a las actitudes y frases, y al destino de cada uno. También podríamos hablar de un Scream lisérgica y moderna, los personajes hablan de cine, y hacen constantes enumeraciones, hasta hacen referencias en los momentos menos indicados. Un párrafo para advertir que la película puede incomodar a algún “timorato”, sepan que es cine orgullosamente B o hasta Z, con la remera bien puesta, lo que significa, tripas, litros de sangre, exageraciones de todo tipo, escenas que rozan el mal gusto de todo tipo, y una gracia incontenible. Quienes estamos en este medio leemos seguido cómo llegan las críticas de un lado hacia el otro, y "Making Off sangriento" es una muestra cabal de esto, y por ese sólo hecho, el estreno en sala comercial de este tipo de films debe ser sumamente celebrado. Hechas las salvedades del caso, cada uno sabrá a qué público pertenece, y los Quintana no engañan, hicieron la película para su público. Un producto muy divertido, descontracturado, filmado con pericia, con recursos mínimos (como debe ser), que no le teme a nada, y pega ahí donde tiene que pegar. Amantes de género, bienvenidos a esta, su fiesta.
¿Qué sucede cuando se le da a un director y guionista acostumbrado al más delirante y deliberadamente berreta Clase B/Z un mega tanque cinematográfico? Guardianes de la Galaxia quizás sea la respuesta. James Gunn se hizo de un nombre en ese terreno, es el responsable del guión de uno de los tesoros de Troma Pictures, Tromeo & Juliet, productora para la cual también dirigió algunas series de TV. Luego de firmar el guión de la lisérgica Scooby-Doo, saltó a la dirección de un largo con una Major sin “traicionar” sus principios, Slither es una suerte de remake de "Night of the Creeps", otro film clase B de productora “importante”. Luego vendría Super (superadora de Kick Ass), el corto animado de Proyecto 43 y fue captado por ese pulpo en que se convirtió Marvel desde que es propiedad de Disney. Me atajo antes de que cuestionen, el caso de Peter Jackson es diferente, no saltó “de una” a El Señor de los Anillos, hizo una lenta transición desde los tiempos de Bad Taste a esa enorme producción; ídem para Sam Raimi. Transición que aquí no se dio, y se nota en el resultado final. Guardianes comienza con una escena atípica para un film de acción y superhéroes y de inmediato nos introduce en la historia de Peter Quill, alias Starlord (Chris Pratt), una suerte de caza recompensas, proveniente de la Tierra, que vaga por diferentes planetas en busca de objetos que capturar a pedido o vender al mejor postor. El objeto de turno es un Orbe, que contiene en su interior una piedra con un poder absoluto. Claro, semejante objeto serán varios los que querrán poseerlo, y ahí entran a jugar el resto de los personajes. Como una especie de Buddy Movie coral, Peter primero se enfrentará por el Orbe con Gamora (Zoe Saldana), Rockect (voz de Bradley Cooper) y Groot (voz de Vin Diesel), y más tarde se les sumará Drax (Dave Bautista). Luego, por las circunstancias, todos deberán unir fuerzas para evitar que ese poder caiga en manos de Ronan (Lee Pace) un secuaz de Thanos (Josh Brolin, preparándonos para lo que será Los Vengadores II), y devolverlo a los pacíficos líderes de Nova Prime. Esto es a muy grandes rasgos un argumento que tiene varias vueltas, idas y venidas, y que se va complejizando más de lo necesario. "Guardianes de la Galaxia" se basa en una serie de comics de segunda línea de la factoría Marvel, el plan es que sirva como amplitud para el mundo de Los Vengadores; y si de amplitud se trata podemos decir que la tarea está cumplida, porque en el film pasa de todo. Excesivo a varios niveles, "Guardianes…" no ahorra una catarata de CGI no siempre útil, maneja un vértigo y ritmo frenético constante que da la idea de que cualquier cosa puede suceder en la película y que de algún modo tendrá sentido; todo esto estando coherencia y claridad para seguir los sucesos lineales e importantes. Hay abundancia de personajes, uno más estrafalario que el otro, como si se estuviese en una competencia similar a la del programa de TV FaceOff, haciéndonos recordar ligeramente a aquel intento de saga que fue El quinto elemento. Gunn se empalaga con todos los recursos que tiene a mano y echa toda la carne al asador, sin medir las consecuencias; logrando un film sí entretenido, pero desbordado. La falta de épica ya es un sello Marvel, que opta por el corte videoclipero (a lo que acá hay que sumar un soundtrack de antología) y las resoluciones bombásticas pero simples. Agreguemos a eso una fuerte dosis de humor grueso (que funciona a veces) y tenemos u n combo frenético que rara vez da respiro aunque caiga en varios baches narrativos. Otro dato llamativo, y aquí sí tal vez se vea la mano de un director proveniente del gore y el splatter, es la carga violenta del film sin ningún tipo de reparo, y hasta tomada a la ligera en ese permanente tono humorístico sarcástico que puede confundirse con un raro clima juguetón y hasta infantil. Hay que decirlo, los seguidores de la “escudería” no saldrán decepcionados, Marvel sabe qué entregarle a su público, cómo endulzarlo, no importa quién esté detrás de cámara. Para el resto, Guardianes de la galaxia es un film a medias tintas, que funciona de a ratos, con un buen y claro mensaje de amistad, que se contrasta con el resto de un film que se burla de todo, incluso de una violencia descarnada pero (casi) sin sangre. Quizás una mano más rígida y guiadora en conceptos claros hubiese aportado mayor firmeza a un argumento que luce más grande de lo que es innecesariamente. En esta ocasión, el caso de James Gunn pareciera ser como el de tantos otros provenientes de un ambiente mucho más creativo. Estos films parecieran ser más productos de empresas que de artistas, quedando el director, esta vez, limitado a jugar con los jueguitos tecnológicos.
¿Cómo se hace para continuar cuando pareciera que algo adentro se murió? ¿Es cierto que cuando un ser querido desaparece una parte nuestra se va con él? Estas podrían ser los interrogantes de un film como Avanti Pópolo del brasileño Michael Wahrmann. La historia a primera vista pareciera sencilla, un hijo separado recientemente se ve obligado a irse a vivir con su padre hasta que su situación se acomode. Lo que recibirá no es la típica calidad bienvenida de “la vuelta al nido”, su padre se ha librado al abandono, como si hace mucho tiempo el tiempo ya no existiese para él, y lo mismo sucede con todo lo que rodea a ese hogar. Sucede que hace unos cuantos años, este hombre mayor perdió a otro de sus hijos, y el dolor es tan enorme que no le permite avanzar, y esa negrura absorbe todo a su alrededor, como un agujero negro, y tarde o temprano, sumirá en la misma angustia al visitante. Wahrmann transmite las sensaciones de sus personajes al espectador a través de planos largos y detenidos, silencios, miradas tristes, y una fotografía opaca y nublada; todo huele a melancolía y dolor. La relación entre los dos protagonistas será fundamental en el film, y ahí, el director encuentra en André Gatti (el hijo) y Carlos Reichenbach (el padre) interpretes justos y acertados, entre ambos hay una química muy extraña, como la de un padre y un hijo que por circunstancias del destino no pueden demostrarse el amor de modo tradicional. El tercer personaje aparece a través de un recurso curioso pero bien plasmado, imágenes en Súper 8 en unos rollos encontrados que nos mostraran la vida de aquel que ya no está. Sí, adivinaron, Avanti Pópolo no se caracteriza por su ritmo, el no paso del tiempo en que se encuentran los personajes también lo sentirá el espectador, por eso, hay que advertir, no es un film para apurados. Minucioso y detallista, si nos tomamos el tiempo y la dedicación de análisis debida, podemos encontrar mucho más de lo que a primer vista para haber. En esas ruinas del hogar, en esos pequeños objetos también se expresa parte del guión, convirtiendo al hogar en un protagonista más. Avanti Pópolo se inscribe en esa tradición de cine amante de lo contemplativo, aquel que para algunos desafía la paciencia del espectador; si este es su gusto, abrásenla con los brazos tendidos en alza.
Una primera idea de lo que podemos encontrarnos al ver 12hs para sobrevivir la encontramos en uno de sus afiches originales, l bandera estadounidense formada con armas en lugar de las clásicas tiras rojas. Esto es reforzar la idea que ya se vislumbraba en la entrega anterior, La noche de la expiación, realizar uno de los films “de terror” más reaccionarios de los últimos tiempos. El año pasado James DeMonaco presentó con The Purge lo que podía haber sido un puntapié para una dura crítica a la cultura bélica, armamentista y proteccionista estadounidense. La idea de que en un futuro no muy lejano, similar a nuestro presente, se permite una vez al año, durante 12hs que los ciudadanos puedan expresar su ira libremente al no estar ningún crimen penalizado. La idea prometía, es cierto, pero ya se sabe, el terror está erigido sobre bases más bien “conservadoras” la idea de plantear el miedo externo y defendernos de esa amenaza, y que en pos de esa defensa todo esté permitido (premisa que queda mucho más evidente en el subgénero slasher o splatter). Al fin y al cabo, esa originalidad planteada en aquel film se diluía rápidamente para dar pie a otra más de una familia encerrada y amenazada por un grupo que sólo busca violencia. Sí, había algún tinte social, de diferencias de clases, pero claramente la atención no estaba allí. Un año después, debido al sorpresivo éxito, DeMonaco nos entrega otra historia dentro del mismo marco, que no funciona como secuela, sino como film independiente. La originalidad esta vez no pasa por la premisa, que es l misma que la anterior, sino por mostrar qué sucede con la gente que no consigue encerrarse en sus hogares, o sea, la población que será carne de cañón para la violencia desatada. Los protagonistas son varios, hay una pareja, Shane y Liz (Zach Gilford y Kiele Sanchez) que queda varada luego de que su auto “se averíe”, un madre Eva (Carmen Ejogo) y su hija Cali (Zoë Soul), y un líder, Leo (Fran Grillo). Todos se van a unir frente a los salvajes que quieren atacarlos, pero también surgirán sospechas entre las propias víctimas y sus verdaderas intenciones, es claramente un momento de supervivencia individual por más que se actúe en grupo. Sin recurrir a la metáfora (o por lo menos no a una delicada), con un mensaje obvio y remarcado. Rápidamente esa idea de lucha de clases muestra su falsedad volviendo a poner el acento en el golpe de efecto violento, en el gusto por el pandemónium. Si la anterior se sostenía por un puñado de buenas interpretaciones de actores reconocidos como Ethan Hawke y Lena Headey, esta no consigue lo mismo con actores que no dan la talla y a los cuales el protagonismo les queda algo holgado. La película entra rápidamente en una monotonía del vértigo constante, en donde el sobresalto constante provoca acostumbramiento, como aquel medicamento que se toma en exceso y ya no causa efecto. Personajes poco carismáticos, violencia porque sí, mensaje que se pretende crítico pero se muestra reaccionario con tan sólo ver la procedencia de sus actores/personajes, y un guión al que nuevamente le falta desarrollo, completan un combo en el que la sensación es igual a la anterior, las herramientas estaban para alguno mucho mejor que un mero panfleto ideológico.
Horror seguido de más horror parece querer decirnos Cate Shortland en su segundo opus - más un telefilm - como directora. Lore trata una temática a la cual el cine dio muchas vueltas como es el nazismo, su crueldad y su fanatismo, pero logra encontrar otra cara, mirando más allá, con una idea tan simple como el ver qué sucedió después. Lore (la novel y estupenda Saskia Rosendahl) es una adolescente hija de militar nazi y madre devota al régimen que deberá enfrentar junto a sus cuatro hermanos el duro porvenir que se les aproxima una vez que todo termina, Hitler se suicida. Como las capas de una cebolla el film comienza casi como un oscuro cuento de hadas, papá vuelve a casa y adivinamos que hay cosas que ya no están bien, los días de jugar corriendo por el campo se han terminado, hay que quemar los documentos, agarrar lo que se pueda y huir. Primero el padre, luego la madre, los chicos quedarán solos y a la manera de una trágica road movie deben emprender camino hacia el norte de Alemania para cruzar la frontera y reunirse con su abuela, pero el camino no será fácil y deberán pasar todo tipo de penurias y bajezas. Shortland creó un film lírico, hipnótico, lleno de matices y contrastes, que se toma su tiempo para plantear cada escena pero que crea un cuadro de situación penetrante. Así como las manos de su protagonista, acá nadie pareciera tener “las manos limpias”, no hay personajes puros, se advierte un momento histórico crucial, y el clima es el de sálvese quien pueda, lo cual da pie también para todo tipo de alianzas. Alianzas como la que Lore tejerá con Thomas (Kai Malina, otra revelación) un joven judío que los sigue y que también escapa del conflicto. En esta relación entre ambos habrá otro de los pilares fundamentales del film, Lore fue criada con el fanatismo al Fuhrer y se niega a abandonarlo pese a que esa estructura esté destrozada y la haya llevado a su situación actual; se alía a regañadientes con el muchacho, que le atrae, pero con quien no quiere compartir el lugar de comida, y desconfía todo el tiempo. } Ella haría cualquier cosa por sus hermanos se ve, hasta actos desesperados, pero cuesta ver que las enseñanzas con las que se crió no eran tan así. Bellamente fotografiada, con un predominio del azul y el verde para contrastar la libertad y el encierro, con exactos usos de ralentis y planos secuencias contundentes, Shortland demuestra un poderío absoluto con la cámara. No es Lore un film que baje línea directa, se avecina en una mágica escena de bandera flameante que el problema posterior vino desde el afuera, con el nuevo régimen impuesto, pero su juego es el de la metáfora, en diálogos, silencios, e imágenes. Lore es un film de una potencia increíble, que dice mucho más de lo que parece, que deja al espectador pensando y abierto a nuevas sensaciones, es sin dudas una de las mejores sorpresas del año.
Así como en el futbol sus partícipes tienen como “meca” el lograr un contrato en las grandes ligas europeas; en el cine, hay una tendencia de actores y directores que suelen pegar el “gran salto” una vez que lograron reconocimiento en su país de origen. La danesa Susanne Bier entra en ese grupo, luego de sus rigurosos films enmarcados (libremente) en el dogma de Lars Von Trier con los que se hizo reconocida mundialmente (y hasta llegó a ganar el Oscar a Mejor Película Extranjera), entró al cine “hablado en ingles” (para no limitarnos a Hollywood), y "Todo lo que necesitas es amor" es su segundo opus en esa dirección. Como suele suceder, en estos traspasos hay cosas que quedan en el camino y cabe preguntarnos ¿Qué fue de aquella instigadora de la condición humana, aquella directora intimista y desgranadora de relaciones complejas? Todo lo que necesitas es un melodrama clásico, de historia lineal y sin mayores pretensiones, que además no ahorra su importante cuota de golpes bajos gratuitos, sino no sería un melodrama ¿no? Es la historia de Tilde (Trine Dyrhorn) a quien la vida parece que disfruta pegándole, está enferma de cáncer, recién comenzando con la etapa curativa de remisión, ya de por sí eso deprime a cualquier paciente, pero si a eso le sumamos que descubre a su marido engañándola, listo, podemos cantar el bingo de la desgracia. Pero no, hay un rayito de sol allá al final del túnel, y tiene nombre: Philip (Pierce Brosnan), su consuegro, al que conoce en la boda de su hija, y ahí con los melancólicos pero reconfortantes paisajes de Italia comienza una relación que puede cambiarle la vida a ambos. Sí, Philip tampoco es un canto a la vida, viudo amargado, que desprecia a todo lo que se le acerque, en especial si es del sexo femenino. En fin, una historia simple y directa, que no ahorra en lugares comunes y moralejas directas; casi televisivo (en su argumento definitivamente es una más de las películas del cable a la tarde) de no ser porque detrás Bier se encarga de darle algún vuelo estético, y por la fuerza interpretativa de Dyrthorn y Brosnan que reman para sacar sus personajes adelante. Después del sabor extraño que nos dejó "Things We Los In The Fire" (su primera incursión hollywoodense más criticada que alabada), la directora parecía haber retomado una buena senda con "In A Better World" (sin llegar a sus mejores momentos de "Hermanos y Corazones Abiertos"), pero nuevamente tropieza aquí con la misma piedra. "Todo lo que necesitas es amor" no es un film mal film, espectadores con pocas pretensiones (sobre todo un público femenino al que abiertamente se dirige el film) podrán encontrar un rato agradable entre llantos y alguna sonrisa – sería algo así como una comedia dramática –, pero quienes entren guiados por la trayectoria de aquella dama danesa auguro que no saldrán del todo conformes. Salvo excepciones, este es el lugar que la industria destina a directores extranjeros de nivel, películas menores, de relleno, lejos de lo que pueden hacer con la libertad de estar en su propio territorio.