Estamos frente a la octava revisión de una de las sagas más respetables que ha sabido dar el cine de Ciencia-Ficción. Una historia que a lo largo de cuarenta y seis años desde la primera adaptación de la novela de original de Pierre Boulle ha ido alejándose de sus preceptos (ya la original se alejaba casi completamente) pero siempre manteniendo la esencia de la misma, los paralelismos con la evolución e involución de la raza humana. La acción a raudales y el despliegue de efectos fastuosos nunca fue el elemento principal pese a que en casi todas las entregas se fue cambiando de manos y equipos; importó más la complejidad argumentativa y el arrojamiento de teorías relativistas. Entonces, lo primero, y fundamental, que hay que decir sobre El Planeta de los Simios: Confrontación es eso, que es una nueva entrega cumplidora con los lineamientos de toda la saga y con los guiños suficientes para toda la legión fanática. La mano en la dirección vuelve a cambiar otra vez, esta vez recae en el ecléctico Matt Reeves que ha pasado de la comedia romántica, al cine catástrofe y al terror manteniendo siempre una línea correcta, y esta vez se adapta fluidamente a un producto preconcebido sin alterar drásticamente los resultados. Nos ubicamos años después de los hechos ocurridos en la anterior entrega que significó un reinicio (reboot para el lenguaje actual) de la historia en plan más “realista”. El virus desarrollado en el laboratorio ha diezmado a casi toda la humanidad y los simios, en plena evolución, coparon el territorio que se ha transformado en una inmensa zona selvática. Viven en comunidad organizada, creyendo que el hombre se ha extinguido en su totalidad, por eso, la aparición sorpresiva de un grupo humano reducido los pone en alerta; y ahí los acontecimientos vuelven a arrancar. Confrontación intenta demostrar, explicar, que tanto de un lado como del otro la lucha de poderes y la supremacía por sobre el distinto es lo que lleva a la comunidad a la ruina. Ahí está César (Andy Serkis) líder y guía de los simios queriendo fraternizar con los humanos y enfrentándose a la traición latente de Koba (Toby Kebell) que desconfía del hombre y tiene ansias de gobernación. Por el lado humano, Malcolm (Jason Clarke), Ellie (Keri Russell) y Alexander (Kodi Smit-McPhee) representan la unión, contraria a los deseos de venganza y superioridad de Dreyfus (Gary Oldman) y Carver (Kirk Acevedo). Contar los pormenores del argumento sería contraproducente, solamente aclarar que aquí impera un mensaje de unión de los pueblos enfrentados (llévenlo al plano que quieran), y que los inevitables sucesos futuros, serán eso, inevitables. Con una duración algo extensa, la historia se desarrolla en dos tramos en donde el primero tendrá un ritmo más tranquilo y armonioso dedicado a mostrarnos la vida simia en comunidad con la interrupción de los hombres como si fuesen documentalistas. Más tarde comenzará el enfrentamiento “entre bandos” y “en los bandos” y ahí el asunto ganará ritmo e interés por un peso dramático mucho mayor que hasta lo acercará a una suerte de tragedia griega (o intriga palaciega) moderna. A diferencia de otros tanques, el avance del CGI resulta aquí totalmente funcional y coherente no llegando a abrumar visualmente, casi lo contrario, la técnica de captura de movimiento se ensambla con total armonía a la actuación real logrando un todo homogéneo e indivisible. No es tan logrado el uso del 3D que como en otras oportunidades pareciera ser sólo una excusa antipiratería. Si El Planeta de los Simios: Confrontación no llega a ser la mejor entrega de la saga no se le puede negar una total coherencia con el resto de la franquicia, y si bien no resulta tan sorpresiva como la anterior (R)Evolución, sí es un salto en lo narrativo tornándose un relato con muchos más ribetes y metamensajes. Quizás algunos personas (Como el Dreyfus de Oldman, o el Alex de McPhee) necesitasen de un mayor desarrollo; pero se cumple con el principal objetivo, estar a la altura y dejar ganas de más. Después de más de cuarenta años, tenemos una saga que no ha perdido fuerza, que entrega lo que sus seguidores pueden esperar de un producto actual ¿se puede pedir más?.
El cine nacional sigue buscando exponentes de productos que lleven a la familia a sala, hecho que se repite ante cada período vacacional rigurosamente. En este caso, llega “Socios por accidente”, y el primer hecho curioso que observamos es el curioso ensamble para su realización: gente de prestigio en el cine independiente y figuras populares nacidas en el clásico programa de Marcelo Tinelli. A priori, parecía un desafío interesante para abordar. Lo cierto es que Fabian Forte y Nicanor Loreti son dos tipos fogueados en hacer buen cine con poco presupuesto. El primero viene de hacer "La Corporación" (estrenada hace poco) y también de codirigir "Malditos Sean", aquella producción clase B de cine de terror local. En cambio Loreti, aparece aquí luego de la fantástica "Diablo", aquella joyita del 2011 con Juan Palomino en una de las más divertidas actuaciones de su carrera (premiada en Mar del Plata). Podemos decir que “Socios…” intenta recuperar el espíritu del viejo local cine familiar, de aventuras ( al estilo la tradicional saga que rompiera taquillas a fines de los 70 y 80',"Los Superagentes", se acuerdan? ), con humor y cierto despliegue de acción. El resultado es positivo, sin hacer un film brillante, el tándem Forte-Loreti cumple en ofrecer un producto simpático, chiquito pero ideal para la temporada donde los cines se atiborran de chicos. La historia comienza con un traductor de ruso, Matías (José María Listorti), separado y listo para pasar un entretenido fin de semana con su hija. Digamos que la relación con su ex, Sabrina (Anita Martínez) no es de lo mejor y nadie cree que sea ni buen padre (gana poco dinero y además, está poco tiempo con su niña) ni tampoco alguien copado a la hora de pasar el tiempo. Pero la vida te da sorpresas y golpean a su puerta agentes de Interpol, que necesitan sus servicios profesionales. Detrás de la operación se encuentra Rody (Peter Alfonso) agente encubierto de la agencia, y… nueva pareja de Sabrina. Para demostrar que él también puede ser un héroe ante su familia, Matías se embarcará entonces en una misión para la cual no tiene experiencia ni recursos , sólo su voluntad de estar a la altura de la nueva figura masculina que tiene su hija en su vida. Sí, es una “buddy movie” convencional. Eso es innegable. Forte y Loreti escribieron un guión que tiene sus mejores momentos en los contrapuntos familiares entre los “dos papás” quienes juegan una competencia divertida para ver quien se queda con el afecto de la nena. Como buen comediante que es, Listorti está un paso (o dos) delante de Alfonso, y lleva los mejores momentos de la cinta. Peter se muestra eficiente al principio pero termina contenido y eso le resta química a la pareja protagónica. Hay contrapunto, pero no es tan parejo. La producción es prolija, cuidada y fotografía bien atractivos lugares de Puerto Iguazú. El resto del elenco acompaña con oficio y brinda el soporte justo para algunos pasos de comedia divertidos. Se percibe una búsqueda por hacer un producto comercial con todas las de la ley, cuidando detalles que suman a la hora del balance final. Quizás nos hubiese gustado que estos talentosos cineastas arriesgaran un poco más en algunos tramos de la cinta (el final, por ejemplo, demasiado simple y no tan ingenioso) pero sin dudas, “Socios por accidente” es una aceptable propuesta para entretener a la familia.
Ya el hecho de que se estrene en nuestro país un film de un país tan inusual como lo es Paraguay es un mérito interesante y debería llamar la atención. Sucede que nuestro vecino del norte no tiene una producción cinematográfica muy extensa (se realizan muchos telefilms), y lo poco que estrenan rara vez traspasa la frontera. Si además, ese estreno posee la calidad de "7 Cajas", definitivamente no es un hecho para pasar por alto. La película co-dirigida por Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori intenta representar el “ser” paraguayo en todo sentido, con todo lo bueno y lo malo que eso puede acarrear. Estamos frente a un típico film de género por lo cual no conviene adelantar mucho de su argumento. Se centra en la actividad y vida de los carretilleros, personas que trasladan mercadería en una enorme feria comercial ubicada en los alrededores de la capital, Asunción. A Victor (Celso Franco), cuya única aspiración es salir en TV cómo gran escalafón de vida, le encargan transportar las siete cajas del título de un punto al otro; por supuesto, el contenido de esas cajas no será del todo regular y terminará involucrado con mafias y otras personas peligrosas. También está Nelson (Víctor Sosa) en el centro de la escena, otro carretillero acuciado por problemas económicos acrecentados desde que es padre de una bebé enferma. Alrededor de ellos, aparecerán otros personajes secundarios que terminarán de conformar un micromundo bien propio. Maneglia y Schémboli (que colaboraron en el guión junto a Tito Chamorro) realizan un trabajo de cámaras y fotografía atento, ágil, y sorprendentemente vertiginoso. Se nota en ellos alguna deuda al primer cine de Tykwer, Boyle o Ritchie; pero a diferencia de ellos, todo, hasta el más mínimo detalle despierta sentido de pertenencia. Casi como si estuviésemos en aquellos films del NCA, o en el primer Gonzales Iñarritu, "7 Cajas" se impregna de idiosincrasia paraguaya; ya sea al ser hablada en una mezcla de guaraní y español (propia del lugar en el que se sitúa la acción), y en la actitud y decisiones de cada uno de sus personajes. El argumento no teme en mostrar todo tipo de miserias, no hay personajes del todo limpios, y hasta se desconfía de la pura inocencia; hay un aire de "sálvese quien pueda", de sociedad quebrada y en crisis. Esto será funcional para la historia de lúmpenes que se cuenta, pero también da una imagen del país algo contradictoria. Haciendo esa salvedad estamos frente a un producto más que correcto, que nada tiene que envidiarle a proyectos mayores, realizada con solvencia en todos los rubros, y con un ritmo que se sostiene de principio a fin sin decaer ni tampoco confundir; "7 cajas" es una cinta de la que cualquier filmografía podría estar orgulloso. Es auspicioso que este tipo de propuestas comiencen a llegar a nuestras carteleras (aun siendo con un retraso importante de dos años), síntoma de una producción creciente en la región; auguramos que esta tendencia no se convierta en excepción.
Sergio Wolf, periodista y teórico del cine, había demostrado ser capaz de crear un relato atrapante a través de un documental con la celebrada Yo no sé qué me han hecho tus ojos (Co-dirigida por Lorena Muñoz) sobre el mito alrededor de la figura de Ada Falcón. Luego, no volvió a ubicarse detrás de cámaras hasta este momento; y ratifica aquellas mismas inquietudes aunque en un plano totalmente distinto, la creación y desgrano de mitos. El color que cayó del cielo, presentada en la última edición del BAFICI, se basa en la leyenda que circula la zona de Campo del Cielo, Gancedo, Chaco; lugar de cráteres y por lo tanto meteoritos que atrajeron todo tipo de visitantes a lo largo de la historia, y eso es lo que aquí queda demostrado; que en un lugar mágico, pueden acontecerse todo tipo de sucesos. Como una cebolla que se va abriendo por capas, Wolf nos introduce en el centro de a poco, en un principio veremos la leyenda propia de la zona, un mito mocoví que nos habla de “lluvia de fuego”; para luego pasar de la mano del propio Wolf en off al devenir del monolito “Mesón de Fierro”, una figura hallada en el Siglo XVIII e inmediatamente desaparecida, lo cual despertó un abanico de teorías en manos de diferentes personas, es más hasta vemos al propio director dn una expedición actual en busca del objeto. Pero todo esto será una simple – y extensa – presentación para la contraposición de dos personajes que al aparecer en escena copan toda la atención, por lo menos del realizador. Ellos son William Cassidy y Robert Haag. Cassidy es un investigador y profesor universitario, reconocido en varios ámbitos, que ocasionalmente realizó una expedición a Campo del Cielo, y lo rememora de diferentes maneras, especialmente exhibiendo su archivo en diapositivas, y filmaciones de diferentes formatos (16 y 8 milímetros). También se mostrará al equipo chaqueño que ayudó a Cassidy en aquella oportunidad. Por su lado, Haag es un “coleccionista” de meteoritos, o mejor dicho un revendedor, o mejor dicho un chanta simpático, o no. Un hombre que lo que tiene para contar es que estuvo a punto de capturar el segundo mayor meteorito de la historia en Campo del Cielo, y aunque no lo logró se conformó con otra captura que significó una buena suma de dinero. A partir de ahí, todo dependerá de lo bien o mal que nos caigan estos personajes. A Cassidy se lo ve cansado, ¿aburrido?, él mismo reconoce que Campo del Cielo no fue su mayor proeza, que es reconocido por otras travesías. Recuerda los hechos con un dejo de nostalgia, y simpatía por aquellos chaqueños (simpatía que también demuestra cierta condescendencia de superioridad latente e ineludible). Haag sólo sabe hablar de dinero, muestra sus colecciones, o lo que el dinero le permitió comprar con la venta de ellas, y se ufana de las cosas que consiguió. Parece salido de esos programas de revendedores de memorabilia al mejor postor. Uno adivina que no conviene hacer negocios con él, no obstante, cae simpático, visto de lejos y sin analizarlo. Cassidy y Haag son ¿opuestos? Parece que sí, y más opuestos ambos a los chaqueños y lugareños entrevistados, quizás ahí, en esa contraposición esté el mayor hallazgo de este documental de Wolf que se toma su tiempo para presentarnos algo que no termina siendo del todo lo que en un primer momento parecía. Hay mito, hay leyenda, y hay intriga, como en Yo no sé… quizás lo que falte aquí sea el propio peso real de lo que se cuenta, eso que despierte el mayor interés más allá del cómo; punto este último en el que su realizador vuelve a demostrar mano firme para salir airoso de la circunstancia.
Para quienes no lo conozcan Rogelio García Lupo es una de las figuras más emblemáticas del periodismo de investigación en Argentina; un hombre que ha sabido vivir dejando huella, que no ha pasado por la profesión en vano; un testigo fiel de buena parte de los hechos del Siglo XX; referencia ineludible; y sí, la figura central de este documental que se estrena en el MALBA. A vuelo de pajarito tiene un elemento importantísimo y que lo diferencia de otros retratos de personalidades. Así como Mario Sábato habló de su padre en "Ernesto Sábato, mi padre”; en esta oportunidad Santiago García Isler documenta las vivencia de su padre Rogelio, otorgándonos un fresco en igual medida intimista pero no subjetivo, con la suficiente distancia como para observar la figura en su complejidad. “Pajarito” (tal el apodo otorgado por los suyos) a sus 82 años, decide desprenderse de su preciado archivo personal y entregarlo para la posteridad; el uso para la futura generación de investigadores que podrán acceder a él a través de la Biblioteca Nacional. Pero antes, le damos una última revisada. Las voces que se escuchan son las de Rogelio y Santiago, padre e hijo, que se pierden en esas fotos, recortes, anotaciones, y demás tesoros que sirven para imprimir una muestra de lo que este periodista pudo documentar a lo largo de toda su profesión. Son varios los aciertos de A Vuelo de Pajarito, un ritmo ágil en una estructura compleja pero amena que despierta constantemente el interés del espectador, no sólo por el descubrimiento de tamaña personalidad sino por el repaso de buena parte de nuestra historia reciente. Mientras asistimos a una clase de historia con mucho de postura ideológica, también veremos a un hombre hablando de su vida, que no teme plantarse frente a ciertas posturas actuales, que prefiere seguir con la vieja escuela y rehúsa de (casi) toda tecnología sospechosa. Pero no se crea confusión, el diagrama en viñetas separadas por animaciones simpáticas, y la finalización de segmentos con frases del propio Rogelio fundidas en vuelos de pájaro le otorgan ternura a la vez que cierta poética. Rogelio fue fundador del Semanario de CGT en los años ’60 y ’70, de Prensa Latina la mítica agencia de noticias cubana, fue colega y colaborador de Rodolfo Walsh, Director de EUDEBA, y demás placas que lo dejan parado como una figura trascendental. Su hijo nos abre una puerta a su vida, quizás pensando en un testamento profesional. Hay una mezcla de melancolía, de pasión, gracia, y rigor cuando se retratan los distintos hechos periodísticos; y en el conjunto, esa mezcla de sensaciones reconforta. A Vuelo de Pajarito es un documental simple y entrañable, amplio y riguroso; es difícil creer que otro documentalista hubiese logrado un mejor acercamiento; estamos ante todo frente a una declaración de cariño de un hijo a un padre, también frente al debido reconocimiento de una de esas figuras que enaltecen la profesión; y en el medio, en el todo conjunto, estamos frente a un hallazgo de documental hecho con total profesionalismo y buena mano para el relato. Probablemente, uno de los mejores exponentes del género en lo que va del año.
Virgil es de esos personajes que nacieron para ser plasmados por el ojo de una cámara aguda. Tasador, rematador, oculto coleccionista de arte y por lo tanto refinado timador, obsesivo hasta lo maníaco, osco, y sobre todo solitario; la típica persona que vuelca la razón de su vida al objeto de su trabajo. Virgil es el protagonista de La Mejor Oferta, nuevo gran trabajo de uno de los realizadores italianos, vivos, más reconocidos, Giuseppe Tornatore; director (y guionistas) que mantiene la impronta clásica del cine, como si el tiempo no pasase y no arribaran nuevas tendencias… y viendo los resultados en general del cine italiano actual en paralelo con la obra de este noble señor; bienvenida sea su postura. No obstante, La Mejor Oferta (que se verá afectada por un retraso importantísimo en su estreno local) podría ser un film atípico en la carrera del director de Cinema Paradiso o La Leyenda del novecientos. Quizás su película más cosmopolita, ¿Impersonal? – muy discutible – , for export; y aun así una obra en la cual la mirada atenta podrá localizar varios de los tics que vienen siguiendo a este gran hacedor desde sus comienzos. Antes que grandes historias, Tornatore sabe delinear grandes personajes, y ahí lo tenemos a Virgil (un exquisito Geoffrey Rush) que está al pie de su última subasta para luego retirarse a disfrutar de aquel cuarto secreto en su gélida mansión en donde guarda todas las pinturas que ha sabido conseguir a precio mucho menor que el real, gracias a ciertas argucias con su socio pintor y ¿único amigo? Billy (Donald Sutherland) al que trata con cierto menosprecio. Pero una nueva oferta plagada de misterio llama su atención, el llamado de la heredera Claire Ibbetson (la enigmática Sylvia Hoeks) que lo convoca para realizar un inventario sobre todo artículo que se encuentre en la casa familiar. Extraños sucesos, coincidencias, comienzan a ocurrir y Claire parece no dar la cara, nadie parece haberla visto nunca, ni siquiera su propio mayordomo… pero para esta altura Virgil estará demasiado vinculado como para abandonar el proyecto. Este planteo será sólo el inicio para algo mucho más profundo y cada vez más misterioso que nos irá contando Tornatore y que, por supuesto, acá no adelantaremos. La Mejor Oferta es un cruce de géneros, un film de intriga y suspenso, y un drama profundo y pasional. Si por momentos parece que lo principal es develar el misterio detrás de los Ibbetson, en realidad todo el tiempo estamos haciendo un viaje por la psiquis de Virgil y aventurarnos en ver cómo ambos personajes van saliendo de sus encierros. Hay otra subtrama relacionada con la mansión Ibbetson y unas extrañas piezas mecánicas que Virgil irá encontrando sueltas, las cuales se irán armando gracias a la ayuda de otro personaje importante, Robert (Jim Sturgess con el suficiente carisma) que funcionará como una suerte de voz consejera. Como esas piezas, el giuión funciona como un gran mecanismo en el cual varios detalles sueltos y todas sus subtramas se hilarán finalmente en algo inmenso e impensado, o no; lo que es seguro es que invitará al espectador a sumergirse en un juego detectivesco. Magníficamente fotografiada como si fuese una cuidada obra de arte, con esplendorosos planos secuencias y travellings increíbles. Con un uso formidable de la envolvente banda sonora compuesto por, cuándo no, Ennio Morricone; y una dirección de arte para aplaudir de pie. La Mejor oferta también es técnicamente irreprochable. Algunos quizás noten una duración algo extensa, pero que nunca se siente en el ritmo qwue no decae en ningún momento. Estamos frente a un gran trabajo de un artesano, frente a una de esas películas que nos hacen acordar por qué amamos el cine; mi humilde consejo, por más que el tiempo haya pasado, no la dejen escapar de una sala de cine; es una de las mejores propuestas de este año.
Hace una semana decíamos frente al estreno de El rostro, de Gustavo Fontán que hay directores dispuestos a desafiar al espectador, a llevarlos cada vez más al borde de lo subjetivo, de lo puramente personal y abstracto. Las mismas exactas palabras podrían usarse para el prolífico Iván Fund quien en tan solo seis años se da el lujo de realizar una película por año a la altura de grandes y consagrados; cada una con su sello grabado a fuego. AB es un film co-dirigido por el danés Andreas Koedfoed, casi un ensayo cinematográfico. Su cerrado título tiene varias acepciones, desde la más básica y literal de ser la primer letra del nombre de sus dos protagonistas; cada uno de los dos segmentos en que se divide este largometraje; o más interpretativamente los puntos en dos líneas que juegan a cruzarse o seguir su camino paralelo, puro juego matemático. Las dos mujeres son Arita ( o Araceli Castellanos Gotte) y Belencha (o Belén Werbach), que viven en el interior de Entre Ríos, ahí en un no tiempo permanente en el que su amistad parece permanente y eterna. Ellas son marcadamente distintas lo cual no parece modificar en nada su amistad, aunque se nota que la B pareciera seguir a la A. Ellas son jóvenes y se nota, actúan como si eso fuese a perdurar toda la vida, pero en cada uno de los dos fragmentos de esta ¿historia? ¿documental? (qué importa) veremos que no es así. En la parte A la acción se rige por el simple hecho de que la perra de B tuvo cría y las chicas caminan el pueblo esperando encontrar adoptantes para los cachorros; mientras A planea migrar a la ciudad y B la mira desde atrás parece apoyarla pero no acompañarla, o quién sabe. Esta primera entrega, primer corto, o cómo sea, expresa el mayor naturalismo, la veta documental y real de AB. Cuando comience B nos sorprendemos con la voz en off de B contándonos su búsqueda espiritual, el recorrido por conventos quizás en busca de un futuro, y ahí las dudas que había en A se cerraran, los caminos serán más paralelos que perpendiculares. Sus métodos narrativos también son diferentes, B no apuesta a un relato tradicional; lo primero que sorprenderá es el uso del 3D para ganar campo visual y profundidad. La estructura no es regular como lo fue en A, se apuesta a la lírica para que acompañe aquel camino místico y de autodescubrimiento de B. Así, diferentes como son, A y B los dos segmentos, las dos amigas se complementan y forman un todo raramente homogéneo. Pero claramente no estamos frente a un film para un público que busque un mero entretenimiento, por momentos, ambas partes parecieran no avanzar hacia ningún lado, como si fuese una sóla premisa que se acaba rápido (pese a la escaza duración del conjunto). Fund y Koedfoed supieron “disfrazar” bien lo que sería una historia sencilla y sin grandes ribetes con un aura magnética y a la vez confusa. Si se logra penetrar la coraza que los directores armaron para su pequeña obra puede resultar un film onírico e interesante, mayoritariamente, en su juego emotivo de una amistad que juega a perdurar pese a que sus dos partes parecieran tomar caminos diferentes.
Hay determinados factores que representan todo lo que uno repele del llamado tanque bombástico hollywoodense; el corte videoclipero, el vacío argumental; el patrioterismo barato sumado a la reducción de todo el mundo en “ese” único país, la presentación de personajes chatos, el sinsentido del efecto que noquea porque sí, y principalmente la acumulación de escenas de acción mal resueltas y disimuladas por un desconcierto general en el que poco importa qué es lo que vemos sólo vemos que está rompiendo todo a su paso. Todo esto en los últimos años encontró su mejor/peor forma en Michael Bay y su saga mimada Transformers, que luego de acumular varias críticas (sin que se vean afectadas las recaudaciones, claro está) en sus entregas anteriores planea reinventarse en esta cuarta parte que suma varios actores de renombre a su panel. Desgraciadamente, tal reinvención no es tal, el germen del mal sigue estando ahí, ya que por otro lado, pareciera ser la receta de su éxito en las boleterías, en definitiva, lo único que importa. Quiso el Dios casualidad que en la misma semana en nuestro país se estrenen esta nueva megaproducción estadounidense, que viene arrasando en su país y seguro lo hará aquí también, y probablemente el producto comercial nacional más criticado (en el sentido negativo del término) del año. Como siempre, las razones para atacar aquel film son las mismas de hace rato, que atrasa en sus conceptos, que recurre a un humor chabacano y ramplón, que cosifica a sus personajes femeninos, que se gasta un dinero que no se ve reflejado en la pantalla, y que pareciera un producto destinado a un formato televisivo por sus escasos valores técnicos y actorales. Sin embargo, haciendo una rápida comparación, en este film de Bay podremos ver conceptos e ideologías que pertenecen a aquel nunca desterrado cine apocalíptico propio de la Guerra Fría y el miedo nuclear de los ’50 y los ’60. Se intenta amenizar el asunto con algo de humor entre humanos y robots, asunto que nunca despega y no despierta ninguna gracia simplemente porque los autobots ya no tienen carisma y menos los seres de carne y hueso. Se destinan largas e incomprensibles escenas en mostrar las beldades semidesnudas de sus personajes femeninos, todos del tono modelo de pecho grande y labio carnoso, escenas de cámara lenta y pelo al viento como una publicidad de shampoo o maquillaje; y mejor no analizar las características de estos personajes fememinos, cuya única incursión en el guión se justifica únicamente con los amontonados minutos de esas escenas en las que son tratadas como un muestrario de bronceador y brillo corporal. Tampoco el exceso de CGI encuentra vinculado, cada vez más parecido a la presentación previa a un videojuego. Por supuesto, tapado por ruido ensordecedor que más de una vez no refleja lo que vemos en pantalla; y presentaciones en 3D y pantallas gigantes como el IMAX que poco aportarán a la claridad del asunto. Por último, ante tanto barullo, es casi imposible darse cuenta si Mark Wahlberg, Stanley Tucci, o Kelsey Gramer actúan bien o mal, y mejor que así sea, porque no lo hacen. Detrás del guión se encuentra el experimentado Ehren Kruger quien se encargó de "Scream 3", "La Llamada", y las dos entregas anteriores de esto; porque sí, detrás de "Transformers 4" hay una historia, o algo que se le parece. Hay una familia que vive en el campo, el padre, Cade (Mark Wahlberg en plan hagamos el mayor ridículo posible) que es mecánico compra un camión viejo que resulta ser Optimus Prime, el cual pretendía mantenerse oculto (¿?). Tal parece ser que Optimus decidió esconderse porque hay un grupo de científicos, agentes y empresarios desquiciados (Gramer y Tucci a la cabeza) que quieren capturarlo para utilizar su tecnología, o la que lo creo a él y a los suyos, para crear otros robots y usarlos como soldados, o algo así. El asunto es que Cade, y su familia (entre la que contamos a Nicola Peltz, la carne del asunto) van a ayudar a Optimus y su banda a enfrentar la cuestión y en poco tiempo ya estamos en persecuciones por Asia, sumando a los Dinobots y los Decepticons (con Galvatron como líder)en una lucha por la supervivencia de nuestro planeta… porque de algún modo hay que justificar el título de esta entrega apocalíptica. La saga de Transformers ha conseguido una suma de adeptos incondicionales y par ellos quizás el nivel de esta nueva entrega, cada vez más alejado de los primeros y entretenidos 40 minutos de la original, puede ser aceptable. Para el resto sepan que, de la serie animada de los ’80 ya no hay nada. Un producto destinado a la confusión y al cansancio visual, uno sale después de verla como si hubiese corrido una maratón, cuando en realidad lo que ha visto es poco y nada.
Amar u odiar, entre esos dos vertientes se puede manejar la sensación que el cine de Gustavo Fontán despierta en el espectador. Sucede con los grandes artistas, se los abraza o se los rechaza de plano. "El rostro" es el sexto film de Fontán, y como en los anteriores hablamos de un cine personalísimo, único. Personal por el modo en que el director decide presentarnos sus historias, personal porque de algún modo todas sus películas hablan de él. El personaje, humano, principal es Gustavo (Gustavo Hennekens) que llega a una isla en el Río Paraná, un lugar en el que quedan “escombros” de algo que en el pasado fue una vida. Gustavo aborda el lugar, en todo sentido, lo recorre, y algo se va haciendo presente, vuelve desde algún lugar perdido, quizás sea ese rostro que creía perdido. Decíamos que Gustavo es el personaje principal humano (luego arriban otros a la isla), porque en realidad, desde la postura de la cámara ubicada a la altura de los ojos de él, el río y el ambiente, el paisaje, el clima, serán los verdaderos protagonistas, los artífices de la magia que envuelve este asunto. En el correr permanente del Paraná, en ese paisaje derruido que se reconstruye, en ese sonido que envuelve y se vuelve inescindible, hay más de lo que se cuenta a través de la personas, quizás sea por eso que se prescinde del diálogo tradicional. "El rostro" nos presenta un ciclo cerrado de vida, como aquel río que nunca descansa su cauce; es un film que llama a la inspiración, a la introspección del propio espectador. Ganador como mejor director en el último BAFICI, Fontán sabe lo que su cine representa y juega el juego de su público; El Rostro es lo que un sector llama “film festivalero”. Aquel público que no esté abierto a experiencias nuevas, a contemplar en lugar de ver, a tomarse el tiempo que las cosas necesitan tomarse, deberá optar por otros rumbos. Su realizador no pretendió nunca narrar un relato tradicional, a lo largo de su carrera ha apostado siempre por dejar que las imágenes hablen por sobre las palabras, como un lenguaje poético en donde los hechos se adivinan más que subrayarse. En este sentido, Fontán empuja película tras película hacia un desafío subyugante, en un círculo que quizás cada vez se cierre más, pero que, en el mientras tanto, quienes queden adentro, se mantendrán fascinados. La apuesta aquí es a la fotografía en blanco y negro, ascética, llena de matices, que varía de formatos, que pasa de 8 a 16 milímetros, que usa y abusa de los picados y de los planos secuencia para crear su entorno. Hay una demarcación bien fuerte entre ese paraje desolado y acuoso y la “civilización”. Otra vez, el director utiliza no actores para sus películas, pero más allá de esto, no son sólo no actores, son personas cercanas a su entorno, lo cual le aporta la calidez de la confianza. "El rostro" se nota libre, abierta, y sin embargo, meticulosa. Una experiencia única, bien vale adentrarse de estos universos, no más no sea para escaparse de la rutina a la que la cartelera nos somete semanalmente. Puede que no sea el film más logrado de su director, pero alcanzan unos cuantos trazos de poesía para lograr no despegar los ojos de la pantalla.
Hay realizadores preocupados por contar una buena historia, atrapante, fresca y original; y hay otros que ponen el argumento en segundo plano para centrarse en la estética de sus films, hacen una búsqueda y hallazgo de planos e imágenes cautivantes, diferentes a lo que se ve normalmente. Este último parece ser el camino de Rodrigo Guerrero, quien tras El invierno de los raros, vuelve a entregarnos un film diferente a lo habitual, aun diferente a aquella ópera prima. No importa aquí el argumento, al que podríamos catalogar simplemente como la típica historia de film de LGBTIQ. Un joven se conecta por chat, en donde puede expresar su sexualidad abiertamente, conoce a una pareja gay mayor que él; luego de varios juegos de cámara concretan un encuentro en casa de la pareja, cada uno cuenta sus historias, se conectan, y terminan cumpliendo al sueño del trío o más sensualmente llamado ménage à trois; poco más es lo que hay para contar. No habrá posteriores consecuencias que puedan pensar en la peligrosidad de estos juegos en donde impera más la carne que el amor; no habrá una historia de amor o seducción con demasiado desarrollo (salvo los detalles durante la cena y los juegos previos vía webcam); hasta un ojo prejuicioso podría decir que su argumento podría dar pie tranquilamente a un film porno, sin más… y viendo los resultados no estaría tan alejado. "El Tercero" se maneja como una pieza de reloj, todo está estructurado, para nada librado al azar pese a la simpleza de su propuesta. Esto se debe al esquema narrativo que presenta en base a la impronta de diferentes planos en cada acto. En un principio seremos espectadores en primera persona de los chat, la cámara de Guerrero es la de la webcam y por lo tanto, la pantalla es el monitor, vemos lo que ven los personajes; por lo tanto, tendríamos que sentir lo que van sintiendo los personajes (aun desde el alejamiento de la tercer persona, el voyeurista al que se le permite un acercamiento especial). Más tarde, el segundo acto se desarrollará durante la cena en el que la visión se dividirá en dos. Primero, acompañaremos al Joven en su visión de escuchar a la pareja hablar y contar su historia (y por qué no, hacer sus avances en el juego previo). Luego, sí, adivinaron, la visión nuestra será la de la pareja que observa al joven hablando, contando, y haciendo “lo suyo”, “su parte y movimientos” del juego. Finalmente, la acción se desarrollará en el plano sexual en donde los juegos del chichoneo darán lugar a la pura concreción explícita que ubicará a la película a un paso de la reciente El hombre del lago; y al igual que sucedía en aquella habrá una sensación de provocación excesiva, de cierto maniqueísmo para ver hasta dónde soporta el espectador. Ahí, el voyeurismo quedará bien expuesto. Planos secuencias (con más cortes de los que parece), planos contraplanos, estáticos, acercados, alejados, todo nos invita a un juego en el que la cámara más que el ojo del personajes es un tercero que lo acompaña desde al lado, un invitado especial. El trío formado por Emiliano Dionisi, Carlos Echevarría (de la superadora Ausente), y Nicolás Armengol se nota sólido y ahí también influye otra pata fuerte de Guerrero, la dirección de actores, precisa, marcada, aun durante la tercera parte. "El Tercero" gana en naturalismo, su argumento es extremadamente simple pero real (aquí es donde decimos, no es una porno); pero también se demarca desde este costado el público al que va dirigida; la linealidad del asunto lleva al interés de quienes quieran observar de cerca esta “relación”. Austera, correcta, estéticamente formal, este es un film distinto a otros de la cartelera, pero igual a muchos sucesos que ocurren en la vida corriente, depende quién sea el protagonista de la historia.