La amistad entre el hombre y la mujer, los amigos que son los únicos que no se dan cuenta que hay algo más entre ellos. Uno de los tópicos más transitados de la comedia romántica desde los tiempos de Doris Day y Rock Hudson pasando por las preferencias clásicas de Nora Ephrom. "Los imprevistos del amor" vuelve sobre ello sin buscar demasiada originalidad, pero sin embargo, pese a todos los pronósticos, logra destacarse. Adaptando el best seller de Cecelia Ahern “Donde termin el Arco iris” – el cual no puedo analizar la fidelidad respecto al original, pues no lo he leído -, el film dirigido por Christian Ditter (con experiencia en TV y films de tono infantil) nos cuenta la historia de Rosie y Alex. Ellos son mejores amigos desde la infancia, tienen una barrera negadora para dar el próximo paso aunque la atracción mutua es obvia. Cuando llegan a los 18 años, ambos acudirán al baile de fin de curso, pero cada uno con parejas diferentes por razones que el film irá desentrañando. Esa noche, mientras Alex prueba con “la linda del colegio”, Rosie termina en la cama con el tonto galán… que accidentalmente la embaraza (y lo de accidentalmente, créanme, es cierto). De ahí en más, el curso de ambas vidas tomará rumbos distintos, Rosie ya no podrá acompañar a Alex de Londres a Boston, pero tampoco le notificará en un principio de la gran noticia; mientras estudia medicina en Harvard, ella tendrá que decidir qué hacer con lo surgido. Al modo de "Cuando Harry conoció a Sall"y, "Los Imprevistos del amor" se irá narrando a través de distintos encuentros y desencuentros a lo largo de doce años, siempre con la comunicación por distintos medios en el eje central. Por supuesto, "Los imprevistos…" no destaca su gran originalidad, su guión cae en varios clichés, lugares comunes, y es más, la historia pega un par de vuelta de más que parecieran servir solo para alargar la cuestión. Aun así, varias cuestiones, fundamentales son las que suman a su favor. En primer lugar, estamos frente a una comedia inglesa, esto resignifica toda la cuestión. Como lo comprobamos con la reciente y similar "¿Sólo Amigos?", el país de Mr. Bean tiene una sensibilidad especial para este tipo de historias, un humor permanente, que roza lo zafado sin volverse jamás grotesco, una levedad absoluta que la vuelve cálida, y una capacidad increíble para mantener los pies sobre la tierra y hacer creíble todo lo que pueda pasar por más traído de los pelos que suene. Por momentos nos recuerda al mejor Richard Curtis, sobre todo en los tonos elegidos en la fotografía que resaltan la calidez, y en el valor primordial que se le da a los afectos familiares. Por otro lado, el soundtrack nos acompaña durante toda la película presentando canciones de Ralf Wengenmayr, Elton John, Kate Nash, Iba, Beyonce, y Lilly Allen entre muchos otros. Con varios aciertos que enfatizan los diferentes momentos de la película y ayudan a remarcar el permanente tono positivo. Deje para lo último el factor principal, Rosie y Alex son interpretados por Sam Claflin ("Los Juegos del Hambre") y Lilly Collins ("Cazadores de sombras") y la química entre ellos lo es todo. Claflin tiene ese encanto ingles que gana por simpatía, su Sam es atribuládamente creíble. Mientras que Collins es definitivamente la que se roba todas Las miradas, no sólo por mayor presencia en la pantalla (la película es su punto de vista) simplemente porque es adorable. Collins sonríe y el film se ilumina, Rosie tiene bríos, pasan los años y su rol va madurando y presentando distintos matices, sin dudarlo este puede ser el rol definitivo para una prominente actriz que hasta ahora no había elegido papeles de tantos matices. "Los imprevistos del amor" se presenta como una comedia romántica más, con sus idas y venidas, con todas sus vueltas y mohines ya conocidos, pero a fuerza de simpleza, gracia y dulzura se posiciona unos escalones arriba de tantos productos anodinos provenientes de la meca hollywoodense. Merece darle una oportunidad.
A los dos minutos de iniciada la proyección de "El séptimo hijo" uno ya puede ir advirtiendo por qué carriles se manejará la historia. Cuando aparezca en escena, Gregory, el ancestral guardián interpretado por Jeff Bridges, se sabrá que a la historia le costará mucho mantener su seriedad. Tendremos entonces una historia típica de hechicerías, brujas, magia, y protectores de la humanidad en un tiempo remoto. Género que a Hollywood le ha encantado, y que brilló allá hace aproximadamente treinta años, durante los ’80. "El séptimo hijo" pareciera tomar la vara de esa herencia, por supuesto, adaptándola. Tiempos lejanos, los "Espectro", guardianes de la humanidad frente a la hechicería, se encargan generación tras generación de protegernos del arribo de seres que abrazaron el mal y quieren dominarnos. El anciano Gregory es uno de ellos, durante años ha librado una batalla con Madre Malick (Julianne Moore con una curiosa incapacidad para salir mal en pantalla, brilla aun en los roles más indignos) a la que ha logrado encerrar en un calabozo subterráneo. Pero la malvada bruja escapa de su letargo como un dragón y la batalla comienza otra vez. Mientras tanto, Gregory va en busca de su sucesor, que debe ser el séptimo hijo de un séptimo hijo, y encuentra al joven Tom Ward (Ben Barnes) al que tratará de instruir en el arte de la batalla. Pero Malick tiene varios ases debajo de sus infinitas uñas, su lacaya Bony (Antje Traute) es madre de la joven Alice (Alicia Vikander), a quien Tom salva de ser ajusticiada públicamente por bruja (cosa que en efecto es) provocando que se enamoren y predestinados por el fuego azul. Así, Alice se convertirá en una tentación para Tom, y por más que ambos se resistan, ella deberá luchar contra su destino de bruja y él intentará frenar sus instintos para no caer frente al poderío de Malick. Las comparaciones con "Star Wars", son muchas y obvias; hay un joven tentado por el amor, que descubre un destino de guardián, un anciano que intenta dejar su legado y enseña a su aprendiz en una cueva, hasta se habla de lado oscuro; es más, Bridges se tomó tan al pie de la letra estas similitudes que su Gregory habla y construye frases igual que el gran Yoda. Sin embargo, esto no es lo que más ruido hace en esta adaptación cinematográfica de la saga literaria de Joseph Delaney “El último aprendiz”. A primera vista uno advierte que "El séptimo hijo" no fue pensada como un gran tanque que rompa todas las taquillas, sus ambiciones son más bien escasas; pero por otro lado hay en su producción un intento permanente de parecer más grande de lo que es. Las películas de hechicerías han hecho las delicias del bajo presupuesto en la década antes mencionada, films que guardaban cierto encanto y carisma resolviendo todo de modo artesanal, sin necesidad de preocuparse porque se vieran los hilos. Esto es lo que se extraña en el film de Sergey Bodrov, director de la recordada "Prisionero" en la montaña. En un tono medio permanente, hay abundantes efectos especiales que no logran destacarse (al igual que el uso del 3D) en medio de una historia que pedía más libertad. Así, Bridges y Moore al no tomarse muy en serio sus roles resultan lo mejor de la película, en contraposición de Barnes y Vikander que no transmiten emoción a la pantalla. "El séptimo hijo" no llega a ser un total despropósito porque hay en ella cierto juego que nos recuerda a películas mejores, ahí, cuando deja de intentar ser actual gana espacio y se hace más convincente. Cuando todo lo que vemos es “magia” digital, lo construido se desmorona.
Capítulo final para una trilogía que supo traer a la pantalla grande un género que cada vez abunda menos, el de la comedia familiar, apta para todo público, sin dobles sentidos y que puede entretener tanto a grandes como a chicos. Shawn Levy, de quien hace poco vimos la curiosa Hasta que la muerte nos unió, vuelve a ponerse al frente de la dirección al igual que las dos anteriores para otorgar un film que se debe ver con varias licencias y pretensiones medidas. Esta vez Larry (Ben Stiller) es toda una estrella en el Museo de Historia de Nueva York, no sólo es el guardia sereno, sino que aprovecha el secreto que se guarda en el interior de esas paredes para otorgar un espectáculo fastuoso de reapertura al que todos tomarán como de “efectos especiales”. Pero ese espectáculo no sale bien, las figuras vivientes comienzan a comportarse extraño, creando un caos que pone en peligro su continuidad, la de su jefe y la del museo en sí. ¿La razón? La misma tabla egipcia que da vida a todo el museo parece contener una maldición que acaba con su hechizo luego de un determinado tiempo. Todo esto, dará lugar a que Larry y los suyos deban mudarse a Londres a encontrar al faraón responsable de la tabla que les explique cómo revertir la maldición antes que sea demasiado tarde. Lo primero que se advierte en esta tercera entrega, es el hecho de que todo luzca a excusa para trasladar rápidamente la acción a la capital inglesa para mostrar un nuevo museo y nuevos personajes Faraón y esposa, Sir Lancelot, dragones, figuras de la cultura china, nuevos dinosaurios, y un largo etcétera incluido. Por otro lado, si en el guión se notan varios baches, y puntos que cierran con la lógica debida, todo se disimula a fuerza de gags efectivos y el talento humorístico de todos los presentes (Stiller, más Robin Williams en su último papel, Ricky Gervais, Owen Wilson, Steve Coogan, y las nuevas incorporaciones de Rebel Wilson y Dan Stevens) en un conjunto convincente. Una noche en el museo 3 es un producto convincente que a esta altura no pretende innovar ni mucho menos, todo lo contrario, respira clasicismo, el espíritu de la comedia típica estadounidense. Cuenta a su favor que a esta altura ya no es necesario hacer una introducción a los personajes, que el espectador ya debería saber a qué abstenerse y cuál es el juego. Sin demasiadas vueltas puede darse el lujo de ser coherente y entregar una sucesión de gags y cameos interesantes, sin dejar de lado el mensaje edificante ni la cuidada factura técnica. Quienes la analicen profundamente podrán decir que estamos frente a una comedia menor, pero Una noche museo sabe a qué público está dirigida, y ellos son los que saldrán satisfechos sabiendo que se les dio lo que se les prometió, y de regalo, un cierre de toda la historia sin fisuras.
Hace una semana atrás, en ocasión del estreno de La familia Belier, hablábamos de las distintas maneras en que el cine ha abordado la problemática de las personas que padecen de sordera. El documentalista Marcos Martinez encuentra en Sordo la manera en sean las propias personas las que muestren sus experiencias. El foco está puesto en el grupo de teatro “El Extranjero”, conformado por cinco chicos y chicas a los que se suma una intérprete. Martinez posa su cámara para mostrarnos a los cinco en diferentes facetas, los veremos en su vida diaria, y principalmente en el ámbito del grupo de teatro. Cada uno de ellos tiene una “experiencia diferente” para con la sordera, sin embargo, parecen confluir en una misma idea que es la que intenta demostrar el documental, que existe la posibilidad de una comunicación, de una expresión, prescindiendo del habla, de los sonidos. Los jóvenes son Lisandro, Florencia, Nelson, Iris y Damián; y veremos cómo la sordera no los determina, hay modelos, actores con experiencia previa, estudiantes, padres, e hijos. Hay algunos datos que resaltan, El extranjero rechaza un premio otorgado porque dicen recibirlo “de lástima”, prefieren seguir adelante e incursionar en nuevos proyectos. Se le da una importancia primaria al uso del lenguaje de señas como modo de comunicación, El Extranjero debería funcionar como modo de imposición de este “método”, y están convencidos que con la expresión corporal el espectador de las obras comprenderá aunque no escuche palabras. La intérprete, Marisa, es claramente dejada en un segundo plano, es obvio que el foco no está puesto en ella, se la ve cumpliendo su función, nada más, no hay una interpelación. Pareciera que tanto Sordo como El Extranjero avanzan hacia una prescindencia de esa traducción de los gestos en palabras. Martínez creó el típico documental observacional, la cámara se acerca o se aleja, es más personal o panorámica, dependiendo. Su estructura es la de plasmar una idea y centrar todo en demostrarla. Por momentos, algunas opiniones se contraponen a lo que demuestran las imágenes. Sin grandes aportes técnicos ni estéticos, Sordos es un documental para indagar en un mundo distinto, que quiere dejar de ser considerado como tal. Ser sordo puede traer otras “ventajas” de expresión, y a veces, ante la posibilidad de la opción, puede ser una elección.
Hay actores a los que cuesta definir su calidad interpretativa, no se caracterizan por poseer varios matices, difícilmente sean galardonados en su rubro… pero en lo suyo no se puede negar que son efectivos. Keanu Reeves es uno de esos actores, posee un extraño carisma con la cámara, su rostro es pétreo, es lento para hablar (tanto que a veces sospechamos que está leyendo carteles detrás de cámara), y tampoco posee grandes movimientos. Pero de vez en cuando encuentra roles que caen como anillo al dedo a su forma de ser, forma a la que se le debe sumar una mirada con cierta tristeza, dato no menor. John Wick (que acá titularon genéricamente como Sin Control, de modo muy errado) es uno de esos roles. La película sería otra sin él. Un ex asesino a sueldo, por supuesto el mejor en lo suyo (¿si sumamos todas las películas cuántos asesinos a sueldo insuperablemente mejores contaremos?), sufre una serie de desgracias que lo llevan al límite. El hombre está enamorado, pero el destino le juega una mala pasada, su mujer se enferma y muere, no sin antes hacerle una verdadera ofrenda de amor, le regala un perro y le hace prometer que lo cuidará. John pena, sufre, por todos lados, y apenas lo calma un poco de esa única lágrima que cae sobre su mejilla el recorrer la ciudad a bordo de su Shelby, y por supuesto, cuidar al perrito. Pero el pasado regresa, el hijo de un mafioso ruso lo asalta, le roba el auto y ¡le mata al perro!. ¡¡¡Para qué!!! Wick dirá basta a su penar y haciendo hervir su sangre y con el temperamento más frío que nunca saldrá a cobrar venganza contra todos, contra la vida. Por supuesto, el argumento de John Wick está a un paso (un paso más adelante) de aquel argumento satírico que Alberto Olmedo narraba en el sketch de Borges y Álverez; es un cliché seguido de otro, un manual de cómo hacer una película de venganza exagerada y desatada típica… y aun así, funciona. Los directores Chad Stahelski y David Leitch son conocidos por diseñar atractivas coreografías de acción en varios films taquilleros; pero a diferencia de lo que podríamos suponer, en Sin Control manejan un estilo clásico y sin pretensiones estéticas que la favorece. Estamos frente a un film que busca una excusa, para poner a su héroe en acción y entregar un resto de metraje cargado de acción sin concesión, tradicional y salvaje. No hablemos de verosímil, no hablemos de personajes complejos, Wick es un asesino, pero lo queremos igual porque Keanu nos da lástima, se le murió la esposa, el perro y le robaron el auto, punto. Disfrutable sin demasiado análisis, se nos guarda un plus con la intervención de Willem Dafoe en otro de esos roles típicos suyos que demuestran estar de vuelta de todo, el asesino de la sabiduría. Si la acción es lo suyo, no hay que pensarlo demasiado.
En la tradición de films como "Battleship" o "Clue", el dato “más interesante” de "Ouija" es que está producida por la juguetera Hasbro como una adaptación de su juego de mesa. No deja de ser llamativo, estamos acostumbrados a films basados en videojuegos, pero estos poseen una historia previa a ser adaptada (con excepción de cosas como Street Fighter, y así les fue), lo contrario a un juego de mesa que se reduce a un tablero y fichas – en este caso una lupa con rueditas utilizada como oráculo -, no hay un bagaje previo, ahí radica el desafío, crear un contexto. El director y guionista Stiles White y la guionista Juliet Snowden tomaron el camino fácil, narrar la primera historia que se nos vendría a la cabeza si hablamos de un tablero que sirve para supuestamente contactar fantasmas; es decir colocar a un grupo de personas que invocan un fantasma “equivocado”, malévolo, ¿el problema? Está película ya se contó muchísimas veces. Desde la ochentosa "Witchboard" hasta la subvalorada "Long Time Dead", el cine de terror se nutrió de los tableros de "Ouija" o el juego de la copa para mostrarnos a inocentes que terminan siendo perseguidos por espíritus vengativos," Ouija" es una más de ellas. Todo comienza con dos niñas amigas jugando con el mentado tablero en una suerte de pacto de hermandad. Inmediátamente nos trasladamos al presente, con las chicas ya adolescentes a punto de ingresar a la universidad, que han mantenido su amistad intacta. Pero una de ellas, Debbie (Shelley Henning) muere, aparentemente por suicidio; aunque la otra, Laine (Olivia Cooke) sospecha que hay algo más detrás. Mientras el grupo de amigas (y los novios de ellas) sigue conmocionado por el hecho, Laine descubre lo que el espectador ya sabía, Debbie estuvo jugando con el tablero de Ouija y en la noche en que murió intentó quemarlo en la chimenea infructuosamente. ¿Qué haría cualquier ser humano racional? Dejar las cosas como están ¿qué haría cualquier personaje de un film de terror amante de los clichés? Laine convence a los otros tres que la acompañen a una sesión con el tablero para poder invocar a Debbie y les cuente por qué se suicidó. Por supuesto, las cosas no saldrán exactamente bien. Primero los sustos falsos, luego comienzan las muertes. Estamos frente a un film que en su país de origen fue catalogado como PG-13, lo cual significa, no esperen hectolitros de sangre ni imágenes cruentas. Todo lo contrario, "Ouija" podría ser un capítulo d esas series de terror destinadas a los canales infantiles. Para enfatizar más esta circunstancia, los sustos falsos están mejor logrados que las muertes, sin ningún tipo de inspiración. "Ouija" resultará un film aburrido para quienes estén acostumbrados al terror duro, o a los films ingeniosos de terror que juegan con lo psicológico. Para quienes quieran pasar un rato viendo una historia cómoda y conocida, no les moleste la acumulación de clichés y lugares comunes, no busquen un susto fuerte, y también obvien los varios arcos argumentales abiertos sin resolver, pueden encontrar un producto aceptable.
El “universo” propio de las personas que sufren sordera ha sido abordado repetidas veces en el cine. Podría nombrar las poco recordadas Querido Maestro y El Silencio de Oliver. En" La Familia Belier", el director Éric Lartigau vuelve sobre el tema, pero apuntando acertadamente a un tono aparentemente liviano, inserto en la comedia, lo cual le permite abrir el abanico hacia cuestiones profundas. Hablamos de un film, proveniente de Francia, de veta comercial, con el protagónico de una cantante salida del famoso concurso televisivo La Voz; pero se demuestra que, el ser comercial y publicitario no necesariamente significa una baja de calidad. Paula (Louane Emera) es una adolescente que vive con su familia en una granja alejada de la sociedad. Esta autoexclusión de la familia, quizás se deba a que, salvo ella, sus padres y su hermano menor son sordos, y el vivir alejados les permite cierta libertad Sin embargo, Paula es el puente entre los Belier y la sociedad, ella vende las cosechas en la feria, ella arregla con los comerciantes, y traduce en palabras todo lo que su familia quiere expresarle al mundo. Cada uno de ellos tiene sus asuntos, pero cuando Paula poco a poco empiece a mostrar vetas de alas propias, la situación comenzará a preocuparles… aún más que la candidatura a Intendente del padre. Paula ingresa a las clases de coro en la escuela siguiendo al chico que le gusta, no hay la más mínima intención de expresarse, sabe que su función es servirle de nexo a su familia. Pero una vez ahí, el profesor descubre que ella tiene un don especial para el canto, y le insistirá para que se inscriba en un concurso. ¿Cómo van a tomar los Belier esta noticia? Será cuestión de verla. Lartigau creó una comedia fresca y divertida, que tiene mucho para decir. No se limita a hablar de la sordera, se expande hacia los mandatos familiares, hacia el destino que cada uno tiene marcado desde que nacemos, y hacia la relación de la sociedad para con el distinto. François Damiens y Karin Viard, quienes componen a los padres dan verdadera carnadura a sus personajes, tienen sobrada experiencia en la comedia, y logran llenarlos de matices, a través de ellos se vive una emoción gratificante. Emera y Luca Gelberg (el hermano menor y único actor sordo del film) se muestran espontáneos, frescos, aportan dulzura. Con una bella fotografía que exuda libertad, La Familia Belier es un grato momento dentro de una sala cinematográfica. Sencilla, entretenida, entradora y más profunda de lo que aparenta. Para comenzar el año bien arriba.
Todo concluye al fin, nada puede escapar… siempre hay una sensación extraña cuando llegamos al último capítulo de estas sagas cinematográficas que nos acompañan durante varios años. Aun basándose en libros reconocidos y que uno podría presuponer cómo culminará todo, hay una mezcla de expectativas y desazón porque esos personajes, que ya se hicieron parte nuestra, no podremos seguir sabiendo qué es de la vida de ellos. Esta nueva trilogía del mundo de Tolkien dirigida por Peter Jackson despertó tantos amores como odios. Los que la criticaron se centraron en el hecho de haber extendido sobremanera un libro corto y destinado al público infantil, el haber hecho todo tipo de incorporaciones por ende. Pero como este redactor se encuentra dentro de los fieles seguidores de los films, rebato, esta tercera entrega viene a comprobar, aún más que la segunda, que las incorporaciones y los hechos relatados a un ritmo más alargado que en el libro funcionan perfectamente de modo armonioso amalgamándose con lo creado por Tolkien. ¿Se puede contar mucho de su argumento? Nos esperan varias sorpresas más allá de que todo lo esperado ahí está. El comienzo nos ubica justo donde nos habían dejado, Smaug ha sido liberado y se encuentra en pleno ataque. Prepárense para una seguidilla de escenas a puro vértigo y ritmo que merecen ser vistas en el mejor formato posible. Nuestros héroes se encuentran en la guarida del dragón topándose con las grandes riquezas que ahí aguardaban; y cada uno reaccionará dependiendo su temperamento. La codicia, avaricia, el poder, el engaño, la lealtad, la amistad, serán puestos a prueba cómo cuando se encontraban/encontrarán frente al anillo. En especial Thorin (Richard Armitage) que deberá enfrentar su destino de rey acomplejado con la avaricia de esa riqueza que podría ayudarlo a restaurar a los suyos. En otro frente, los Orcos se avecinan por lo suyo y por más intentos para impedirlo (que desatarán fuerzas futuras), llegarán, y todos se deberán preparar para la gran batalla final. Jackson no desperdicia ningún personaje, a todos les da su momento. Hay emoción, hay romance, hay aventura, hay acción, y un sentido de lo épico más grande que en las entregas anteriores (como sucedía con El retorno del Rey). Si tanto en Un Viaje Inesperado como La desolación de Smaug, se nos dedicaba unos minutos a recordarnos que estábamos en un universo previo a El Señor de los Anillos, prepárense, se nos prepara un plato fuerte en donde el mentado anillo cobrará una importancia fundamental, una escena de batalla que será la delicia de fanático con el momento clave que todos queríamos ver, y un preciso y cuidado detallismo en cerrar todo sin que nada quede suelto para la próxima historia que deberá vivir ese mundo, esa que ya nos contaron. Por supuesto, La Batalla de los Cinco Ejércitos entra por los ojos, el espectáculo visual es perplejo, impresionante, pro también hace uso de los otros sentidos; se manipula inteligentemente al espectador desde la banda sonora, a la que ya nos tienen acostumbrado de su sublime calidad, y un in crescendo dramático justo para lograr la emoción. Sí, algunos dirán que ya no queda nada del Peter Jackson de Bad Taste, Meet the Feebles y Braindead, pero si hilan fino verán que eso es lo que hace diferente a esta saga (así como El Señor…) de otros tanques hollywoodense. Por más FX’s, CGI, y ruidos bombásticos (considerablemente menos que en otras similares), se nota la mano del artesano, de aquel que está en los detalles, que cuida su obra como una gema preciosa a la que sabe ponerle su sello. Saber cómo alucinar sin aturdir. NO hay más que palabras de elogios para un film como “El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos”, es de que demuestran lo mejor que Hollywood sabe hacer, nutriéndose de otras latitudes. Todo llega a su fin, el cierre es perfecto, y al final, mientras corren los créditos finales a uno se le ocurre… bueno, aún hay alguna esperanza de que finalmente se adapte El Silmarillión.
Como un granito de arena más para aumentar el morbo, llega a las salas cinematográficas, "Escobar: Paraíso Perdido", ópera prima como director y guionista del actor italiano Andrea Di Stefano. Oportunismo o mera casualidad, la película llega en medio de un “boom” de lo que ya se conoce como un subgénero en sí mismo “las narconovelas”; telenovelas realizadas en Colombia (u otra parte de América Latina), con la mirada puesta en Miami, centradas en la figura de algún “zar del narcotráfico”. Nuestro local Canal 9 se encuentra haciendo la comidilla hace ya dos años con ellas, introduciendo también programas periféricos que analizan los hechos reales y hacen investigaciones periodísticas de un rigor periodístico cercano a la revista Esto. La más conocida, "Escobar: El Patrón del mal". Lo que se esperaba aquí es un verdadero salto a la pantalla grande, algo que adopte un grandilocuente estilo de narración cinematográfico, más aun teniendo a una figura de primer nivel como Benicio del Toro haciendo de la famosa figura. Sin embargo, desde los primeros minutos lo podemos advertir, "Escobar: Paraíso Perdido" será el capítulo de larga duración de una telenovela, con todos los clichés y reglas del género establecidas. Podríamos decir que Pablo Escobar/Benicio del Toro no es el verdadero protagonista de la película; pero como en una buena telenovela, el villano termina siendo más seductor que la parejita protagónica. El muchacho es Nick (Josh Hutcherson, que sigue y sigue perdiendo expresividad desde que dejó su buena etapa de actor infantil) un surfista canadiense que junto a un grupo tan libertino como inocente, se instala en Colombia con la idea de realizar un negocio playero que les permita vivir. Ahí, dónde el sol calienta, el agua salpica fuerte y las pieles se broncean, Nick conoce a María (Claudia Traisac), y el flechazo de la pasión es inmediato. Pero hay un problema, María tiene una familia muy tradicionalista, y Nick debe ser presentado ante ella, sobre todo frente a su tío que parece ser quien maneja los hilos del clan. Por supuesto, el tío es Pablo Escobar. Si hasta ese momento, el argumento se aferra a la fórmula del amor inocente y el tercero que irrumpirá en la relación de una u otra manera, lo que sigue será aún más previsible. Escobar vive en la opulencia, es una suerte de Bon vivant del cual la familia, o por lo menos su sobrina, parece desconocer los orígenes del dinero; Nick poco a poco entrará en ese mundo, vivirá el poder del tío (es la etapa en la que Pablo Escobar pretende obtener poder político y terminará entregándose a la justicia) y cuando quiera salir ya será tarde. Hay algunos apuntes sobre la situación política y los sucios entramados entre el narcotráfico y el poder establecido de Colombia, pero todo tratado muy superficialmente y con la clara ideología de dejar en limpio a otros países en los que uno podría encontrar cierta complicidad en los hechos reales (aquí casi ni mencionados). "Escobar; Paraíso Perdido", producción franco/belga/española/panameña, adolece de los mismos inconvenientes que otras tantas películas extranjeras sobre la política latina, anteponen su ideología y creencia sobre el film en sí. Podríamos compararla con las versiones de El Che hachas por Mar Shariff o por el propio del Toro, con el musical basado en la figura de Evita, o la historia de narcotráfico latino de Oliver Stone Salvajes. Hay un preconcepto de que en el ser latino se aguarda cierto espíritu corrupto encarnado, a diferencia del anglosajón más inocente o pragmático. Pero aun dejando de lado un análisis sobre sus ideas, Paraíso Perdido pareciera un film de vuelo corto, si bien durante el segundo tramo hay algo de nervio y tensión, Di Stefano maneja todo a la altura de un telefilm, planos cortos y cercanos, ambiente altisonante, frases espetadas como si buscase expectativa antes de ir al corte. Entre todo esto, la cinta se rescata por cierto ritmo que no decae, y por la actuación del actor de "Traffic" que se devora todo a su paso en una interpretación mimética aunque por momentos rayana también en cierta caricatura de villano (más responsabilidad de sus parlamentos que del actor). "Paraíso perdido" será del gusto de quienes hace dos años se vienen sentado todas las noches a ver el nuevo capítulo de la narconovela y no se pierden ni un paso de la pseudo investigación de Marco. Más allá del ambiente cinematográfico, se ofrece el mismo material.
Tanto va el cántaro a la fuente… durante el último período este redactor se cansó de reseñar estrenos referidos a películas de género que “escondían” detrás de su (pobre)producción fuertes mensajes cristianos en forma de descarada bajada de línea. Cada vez que cae uno de ellos decimos lo mismo, son películas desprolijas, insulsas, que tienen como único fin la moralina religiosa, lo cual afecta severamente el resultado final. Pero tanto insistieron con el asunto que finalmente lograron una película (para algunos)aceptable. ¿El secreto? Haber hecho recaer en el protagónico a un actor como Nicholas Cage. El actor de Adios a Las Vegas y El Culto Siniestro vine ¿la última década? cimentando una carrera propicia a films de calidad dudosa, exagerados, lo que comúnmente se llamaría berretas, pero altamente divertidos como para formar una especie de culto alrededor de ellos. Digamos que, lo único que le faltaba a su currículum era hacer un film cristiano, y gracias al pedido de su hermano pastor, ahora puede cantar bingo. Pasemos rápidamente sobre qué trata El Apocalipsis, al igual que la estrenada hace unos meses El Remanente y una trilogía directo a video que lleva el mismo título que esta película, estamos frente a la llegada del fin del mundo, por lo menos tal cual lo conocemos; en el sentido más bíblico del término. Nic es Rayford Steele, piloto de avión, casado con Irene (Lea “Sra. McFly” Thompson) con dos hijos. La pareja se maneja en las antípodas, mientras que Irene es lo que el vulgo diría una “chupa sirios”, una fanática religiosa a ultranza, Rayford cansado de que su mujer lo relegue frente a Jesús se dedica a engañarla con una azafata. Los hijos también son polos opuestos, la hija adolescente es atea, el varoncito, un nene medio insulso y santurrón. De pronto, sin mediar demasiado, un grupo de gente empieza a desvanecerse así como así, desaparecen materialmente dejando sólo la ropa. Es la gente que tiene “permitida” el ingreso al Paraíso, los que queden en la Tierra, deberán afrontar El día final. ¿Y adivinen en la familia quién se queda y quién se va?. El apocalipsis irá intercalando varias historias de quienes son llevados al Paraíso, pero sobre todo, de los pecadores que deberán pagar sus culpas. Para colmo de males, a Rayford, el apocalipsis lo agarra en pleno vuelo. Para que quede claro, este film dirigido por Vic Armstrong (cuyo antecedente inmediato es haber sido doble de riesgo) es igual que los otros cristianos estrenados en los últimos meses. La bajada de línea es burda, hay cuestiones muy debatibles sobre quienes se salvan y quienes serán el remanente (aunque seas religioso, sino sos cristiano, fuiste), técnicamente es imposible de analizar con seriedad, y el argumento y ritmo y desarrollo del mismo es de pobre y bajando. Pero está Nicholas Cage, y eso sólo ya hace que se justifique cualquier punto débil. El actor le pone toda la garra posible a las escenas, él sólo le otorga dinámica al relato y termina por convertirlo, sí, en algo muy gracioso. El apocalipsis puede ser un film muy divertido, sino se hace el más mínimo intento en tomársela en serio. Se debe entrar a la sala sabiendo que veremos un film del estilo Clase B o Z, deliberado, y estar dispuesto a reírse de cualquier desborde. El mismo film es consciente de esto y, a diferencia del resto, no intenta ser algo profundo; sabe que muchos de quienes la vean se sentirán atraídos por su protagonista y su carrera actual. Casi como si estuviésemos viendo La vida de Brian, o cualquier otra sátira de tintes religiosos, El apocalipsis, adrede o no, se convierte en un film entretenido, aunque quizás su función principal, la de convencer adeptos religiosos, nunca llegue a cumplirse ni de lejos.