Guerreros en problemas El director de La muerte en directo, Un domingo en la campiña, Cerca de la medianoche y La carnada adaptó la clásica novela corta escrita en 1662 por Madame de Lafayette para construir una épica histórica ambientada durante las conflictos religiosos que arreciaron en la segunda mitad del siglo XVI, que combina una historia de amor imposible (impedido por los matrimonios por conveniencia arreglados por los padres) con los estragos de la guerra civil (sobre todo en el arranque del film). Del género de capa y espada al melodrama, del cine intimista (la relación entre la princesa del título que encarna Thierry y el conde de Chabannes que interpreta Wilson) a los códigos del western a-lo-Anthony Mann o las ínfulas de Akira Kurosawa. El problema es que, más allá de las referencias, de la elegante y estilizada puesta en escena o de las bellas imágenes (¿se apreciarán en toda su dimensión en la proyección digital en los cines porteños?), el film resulta demasiado académico, solemne, sin la tensión ni la dinámica que este tipo de historias exige a los gritos. No es una mala película, pero deja con gusto a poco.
Nadie me quiere Juan Minujín debuta en la dirección con un despiadado retrato sobre el mundillo de los actores (léase rodajes, castings, representantes, fiestas y cócteles de la farándula) a partir de la "doble" vida (aparentemente normal en lo exterior, turbulenta y angustiante en su interior) de un intérprete de cierto renombre en el ambiente del teatro off que intenta impulsar su carrera en las grandes ligas del cine industrial (la posibilidad de participar en un western de un realizador estadounidense a filmarse en la Argentina). El propio Minujín -gran actor- interpreta a Julián Lamar, un cúmulo de frustraciones, resentimientos y envidias que vive bajo la sombra de un colega mucho más exitoso (Leonardo Sbaraglia) y de un padre despreciativo y psicopático (Daniel Fanego), mientras es incapaz de conectar en serio desde lo afectivo con una sensible vestuarista que lo quiere (Pilar Gamboa). El film maneja un tono tragicómico que provoca muchas risas (por momentos nerviosas), pero para mi gusto derrapa un poco con un off (funciona como la voz interior del antihéroe) que resulta demasiado altisonante, artificial y pretencioso. Un ejemplo: "No paro de pensar en todos estos artistas que me rodean, que se quieren expresar a sí mismos, artistas vanguardistas juntando millas, iPods, memorias, píxeles, megapíxeles, zapatillas blancas, remeras antisistema, hablando del desmonte, del recalentamiento global, de la basura electrónica…" Ideas que pueden funcionar bien por escrito, pero no tanto cuando las aporta un voz omnipresente que agobia y abruma. Así, la música y ciertos momentos de la puesta terminan remitiendo al ego-trip del cine de Gaspar Noé y a un clásico como Taxi Driver. De todas maneras, se trata de una comedia negra audaz y políticamente incorrecta (que juega a incomodar) con muy buenos pasajes, situaciones ingeniosas y observaciones impiadosas que ubican a Minujín como un talento a tener en cuenta también del otro lado de la cámara.
2011, odisea del cine En El árbol de la vida se combinan la radicalidad de un director con estatus de mito viviente y reverenciado por la cinefilia más exigente como Terrence Malick con el glamour de dos estrellas de Hollywood en su elenco: Brad Pitt (también coproductor del film) y Sean Penn. La mixtura tuvo efectos benéficos en el último Festival de Cannes (el director ganó la Palma de Oro y los fotógrafos disfrutaron de Pitt -acompañado por Angelina Jolie- en la alfombra roja, pero habrá qué ver si el público "pochoclero" no la ve como un "bodoque pretencioso" y los apuntados cinéfilos/fans del realizador, como una "concesión" al star-system. ¿Cómo explicar El árbol de la vida sin caer en simplificaciones? Se trata, en principio, de un melodrama familiar ambientado en los años ’50 (e inspirado en los recuerdos de infancia del propio Malick) sobre un matrimonio (Pitt y Jessica Chastain: recuerden este nombre, es la actriz del momento) que sufre la muerte de uno de sus tres hijos. Pero eso es sólo uno de los aspectos -el más "clásico"- que aborda el creador de Días de gloria, Malas tierras, La delgada línea roja y El Nuevo Mundo. Con El árbol de la vida, Malick se propone una de las películas más ambiciosas de la historia del cine, una empresa artística que -en la comparación- deja a 2001, odisea del espacio, de Stanley Kubrick, como una película intimista. Con una búsqueda sensorial y una narración fragmentaria (se parece a un caleidoscopio y a un rompecabezas), el film ofrece desde un ballet cósmico sobre el polvo de estrellas, un documental sobre las maravillas naturales del planeta, un ensayo prehistórico (hay un par de dinosaurios que Steven Spielberg envidiaría) y una épica sobre el amor, la muerte, la culpa, el duelo y la redención. El trabajo visual y sonoro -en colaboración con el fotógrafo mexicano Emmanuel Lubezki, el diseñador Jack Fisk y el músico Alexandre Desplat- es de una belleza subyugante, apabullante (algunos críticos le cuestionaron un excesivo regodeo con ciertas imágenes), mientras que las distintas voces en off tienen no pocas búsquedas espirituales (hay algo de new-age en la propuesta), filosóficas y religiosas que oscilan entre lo genial y lo pueril. Así de desconcertante es esta película que fascina, conmueve, irrita y abruma. Entre los múltiples aspectos que llaman la atención es que en los 139 minutos de El árbol de la vida una figura como Sean Penn tenga tan poca participación, ya que interpreta en un puñado de escenas a uno de los hijos del matrimonio en la actualidad (un arquitecto que trabaja en una importante firma). Quizás por eso, no participó de la promoción del film y hasta admitió de manera pública que no la había entendido. A no pocos espectadores les pasará algo similar. De todas maneras, más allá de sus altibajos, se trata de un trabajo de indudables valores. Bien vale arriesgarse para disfrutarla y/o discutirla.
Inventando una estrella Para quienes no sepan quién es Taylor Lautner, se trata de un morocho de físico muy trabajado que interpreta al licántropo Jacob Black, tercero en discordia de la saga Crepúsculo. Tan inexpresivo y duro como Robert Pattinson, se ha convertido en un sex symbol de adolescentes y, aquí, los productores intentan usufructuar su popularidad y él, despegarse de aquel papel que lo lanzó a la fama. No voy a ser muy técnico si digo que Lautner es un "paquete", un actor "de madera", pero es tan así que no hay mejor manera de definirlo. OK, es fotogénico, atlético y lo han entrenado para pelear, pero a sus 19 años resulta mucho menos que la inmensa mayoría de los actores de su generación. El problema, de todas maneras, no es sólo suyo. El guión es menos que mediocre (arranca como película de escuela secundaria, sigue como drama familiar y deriva en thriller de persecución-escape tipo gato-ratón con elementos románticos). En este cocoliche hay un joven que descubre que los supuestos padres con los que convive en realidad son agentes del FBI y luego deberá escaparse -acompañado por la bella vecinita de enfrente (Lily Collins)- tanto de los investigadores del gobierno como de unos mercenarios de Europa del Este. Hay vertiginosas secuencias en camionetas, trenes y un final en un estadio de béisbol pero el film nunca trasciende una medianía alarmante que tiene que ver, sobre todo, con la falta de ideas. En este contexto poco propicio (previsibilidad y protagonista insulso), alcanzan a destacarse los muy buenos intérpretes contratados para "sostener" el film desde sus papeles secundarios: los falsos padres (Maria Bello y Jason Isaacs), el jerarca del FBI (Alfred Molina), la agente que protege al héroe (la gran Sigourney Weaver) y el malvado de turno (Michael Nyqvist, visto en la saga Millennium) le aportan algo de solvencia y convicción a un film bastante anodino. Un último párrafo para el director. John Singleton fue, a principios de los años '90, la gran esperanza del por entonces arriesgado, provocador y prometedor nuevo cine afroamericano con su ópera prima Los dueños de la calle. Hoy se ha convertido en un fantasma, un profesional sumiso al servicio de los productos más elementales.
Nueve cortometrajes de diez minutos y un solo tema, los derechos fundamentales A 63 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y con motivo de celebrarse el Día Internacional de la Paz, se estrena esta propuesta conformada por 9 cortometrajes que -desde muy distintas ópticas, ideas narrativas y apuestas estéticas- reivindican derechos fundamentales como la vida, el trabajo, la igualdad de oportunidades, la salud, la educación y la libertad de expresión. Ante la diversidad de temas y estilos, resulta imposible analizar D-Humanos como un todo (más allá de su bienvenida intención de concientización), pero este trabajo colectivo -aún con sus inevitables desniveles- tiene más logros que traspiés. Mariana Arruti ( Trelew ) apela en Mate o leche al punto de vista infantil y a un montaje vertiginoso a ritmo de murga para mostrar los pequeños gestos de solidaridad y disfrute durante un día en la vida de los habitantes de la villa 31 de Retiro. En el otro extremo, Carmen Guarini ( Tinta roja ) registra en el emotivo episodio Baldosas en Buenos Aires el homenaje que amigos y familiares de desaparecidos realizan con un recuerdo que queda impregnado en las propias veredas porteñas. El final -con anónimos transeúntes mirando y descubriendo los nombres- resulta una forma cinematográfica (y poética) de resistir el olvido y reivindicar la memoria. También hay espacio para personajes (como Lidia López, una mujer misionera que dirige un comedor comunitario y tiene un programa en una radio comunitaria, en Dial , de Andrés Habegger); para temas controvertidos (la educación a los actuales cadetes del Colegio Militar, en La formación , de Andrea Schellemberg); para exponer la problemática del sistema penitenciario ( La tumba , de Lucia Rey y Rodrigo Paz); para denunciar el envenenamiento con plomo y el olvido al que es sometido el pueblo jujeño de Abra Pampa ( Sangre en el plomo , de Miguel Pereira); para retratar las formas de subsistencia ligadas al contrabando en pequeña escala en una zona fronteriza entre Paraguay y la Argentina ( Pasarela La Fraternidad , de Ulises Rosell); para analizar las marcadas diferencias sociales ( Informe sobre la inequidad , de Pablo Nisenson); y para regalar múltiples imágenes de la ciudad de Buenos Aires ( Objetos humanos , de Javier De Silvio) que funcionan a modo de separadores entre los distintos cortos. Diferentes aproximaciones a un tema común y necesario: la defensa de los derechos humanos
Secretos y mentiras Luego de su más que interesante ópera prima, Otra vuelta (2004), Santiago Palavecino regresa con un segundo largometraje que tiene unos cuantos logros y hallazgos, pero que al mismo tiempo deja una sensación agridulce: es que conociendo el talento de su director, la solvencia del equipo de guionistas que lo acompañó (Alejandro Fadel, Martín Mauregui y Santiago Mitre) y los recursos técnicos y artísticos que puso a su disposición Matanza, la productora de Pablo Trapero, se podía (se debía) esperar más de La vida nueva. El film tiene como protagonistas a Laura (Martina Gusman), una profesora de piano que ha relegado su carrera musical, y a su marido Juan (Alan Pauls), un veterinario parco y ausente. En medio de una profunda crisis de pareja, ella queda embarazada y tiene muchas dudas respecto de tener o no al bebé. El, por su parte, es testigo de un violento ataque a un adolescente que queda agonizando, pero cede a las presiones (y favores) de los poderosos del lugar y no cuenta toda la verdad. Allí entra en escena Germán Palacios, el tercer vértice del triángulo sentimental que construye Palavecino, en el papel de un viejo amor de Laura y tío de la víctima. La vida nueva retrata con agudeza la dinámica pueblerina (con su apariencia tranquila que esconde secretos, mentiras y miserias humanas, con su amable superficie que es sólo una cáscara de la rutina opresiva que ahoga, agobia a los personajes) y también propone unos interesantes dilemas éticos y morales que confrontan el individualismo con la solidaridad. El principal problema de la película pasa por los desniveles interpretativos. Gusman y Palacios, sin alcanzar la excelencia de sus mejores trabajos, aportan todo su profesionalismo y su prestancia para exponer las frustraciones y contradicciones de sus personajes. En cambio, Alan Pauls (brillante escritor, crítico de cine y muchas cosas más) resulta una decepción en su debut actoral. Y no se trata de un detalle menor: su personaje es el más importante de la historia, el motor de la narración, el que debe tomar (o dejar de tomar) las decisiones más importantes y expresar en toda su dimensión el estado de confusión y extrañamiento. Lacónico, cada vez que abre la boca su línea de diálogo surge falsa, impostada, forzada, poco creíble. Palavecino rehúye de la narración clásica (del crescendo dramático) y apuesta por una dispersión y por un distanciamiento que generan cierta frialdad. Pero la película, en los términos en que está planteada, termina funcionando, especialmente gracias a los climas sugerentes, al entramado visual que Palavecino y su excelente director de fotografía Fernando Lockett construyen como atmósfera de la crisis existencial de unos protagonistas desesperados que necesitan y sueñan con una vida nueva.
Vivitos y rockeando Pearl Jam estuvo por unas horas en Toronto para acompañar el estreno mundial de Twenty, trabajo de Cameron Crowe (Vida de solteros, Casi famosos, Jerry Maguire: amor y desafío) que recorre en 120 minutos las dos décadas de trayectoria de la banda liderada por Eddie Vedder y, de paso, para tocar en el Air Canada Center durante dos noches (también acompañaron a su amigo Neil Young en la proyección del documental de Jonathan Demme Neil Young Life). De Pearl Jam se sabe (casi) todo, pero Crowe tuvo acceso a 30.000 horas de música e imágenes, a más de 1.200 horas de material de archivo inédito (incluido muchos VHS de los primeros tiempos), y a largas entrevistas con sus integrantes para, así, conocer detalles de la larga, fecunda y contradictoria historia del grupo y sumergirse en la intimidad del proceso creativo y de las relaciones humanas entre estos cuatro amigos para los que el tiempo parece no pasar nunca. De Crowe se podía esperar una narración cuidada y potente, así como un know-how y un respeto (casi reverencial) por el grupo, pero Twenty está por encima de la media de los rockumentales de tributo / celebración como es en este caso. El film arranca reconstruyendo la historia de las bandas que antecedieron a Pearl Jam (Mother Love Bone, Temple of the Dog) y luego describe la escena social y nocturna de Seattle que derivaría en el movimiento grunge (con PJ, Nirvana, Soundgarden, Stone Temple Pilots, Alice in Chains, Blind Melon y Mudhoney a la cabeza). Crowe (quien fue firma estrella de la revista Rolling Stone y se radicó en Seattle durante aquella explosiva época para filmar allí Vida de solteros, "la" película grunge y retrato de la Generación X) recorre en distintos momentos las influencias musicales (el punk, The Who, los Clash) y de las otras (David Lynch, el surf, el skate, el básquet); el unplugged de MTV que los hizo masivos y su posterior distanciamiento con esa cadena; su explosión que los llevó de clubes a arenas y de arenas a estadios; sus shows en el festival Lollapalooza; el golpe por la muerte de Cobain en 1994; la famosa tapa en la revista Time; las adicciones varias y la rebeldía; el conflicto legal con Ticketmaster; sus ataques al "circo" del rock y su mala relación con los medios, las corporaciones y las discográficas; su admiración y trabajo conjunto con el "profeta" Neil Young; su desaire en los premios Grammy ("no significa nada", dijo Vedder sobre el escenario) hasta llegar a la crisis de fines de los '90 y la catástrofe (9 muertos durante un concierto en el festival danés de Roskille) que en 2000 casi termina con la banda. La segunda mitad tiene que ver con la caída en la popularidad (casi buscada por ellos con la idea de "controlar el límite de tu propio negocio"), su independentismo a ultranza (dejaron de lado a las discográficas), sus ataques a la administración Bush, sus conciertos benéficos por causas nobles (desde la liberación del Tíbet hasta la campaña pro-voto) y su vigencia, ya instalados en el lugar de clásicos. El final, claro, no podía ser con otro tema que con Alive. Porque los Pearl Jam están más vivos que nunca. Para ellos -a pesar de todo- 20 años no es nada.
Actriz sin rumbo Cuesta entender cómo actrices que juegan hace años en primera (Hilary Swank es una de las pocas en el mundo que ganaron dos premios Oscar, por Los muchachos no lloran y Million Dollar Baby) terminan trabajando en subproductos como esta opera prima de Antti Jokinen (cotizado director de videoclips que bien podría regresar a las oficinas de MTV). Thriller psicológico hiperestilizado y ambientado en Nueva York, Invasión a la privacidad narra las tortuosas experiencias de una médica que se ha divorciado y encuentra un viejo departamento insólitamente grande e insólitamente barato en Brooklyn. Por supuesto, ni el dueño ni el lugar serán precisamente acogedores. Jokinen citó como fuentes de inspiración a El inquilino, de Roman Polanski; y a Atracción fatal, de Adrian Lyne, pero el resultado -en la comparación- no lo favorece en absoluto. Previsible, obvio (berreta y grasa son adjetivos que también le calzan a la perfección), se trata de un largometraje que ni siquiera llegaría a la categoría de telefilm de la semana y que desmerece por completo a una estrella como Swank. A levantar la puntería, Hilary.
Tiempos modernos Inmenso éxito comercial en Francia y ganadora de dos premios Cesar (mejor actriz para Sara Forestier y mejor guión original), El significado del amor es una comedia satírica que -evidentemente- ha tocado fibras íntimas de la sociedad gala a la hora de trabajar con humor conflictos como los raciales y políticos. Lo mejor del film es su incorrección política (se ríe tanto del renaciente fascismo como de los lugares comunes de la izquierda) y el trabajo de Forrestier, quien se muestra en todo su esplendor y sortea con gran soltura el desafío de interpretar a una joven de origen árabe, extrovertida y desinhibida, que utiliza el sexo como arma de combate. La película, en cambio, cae por momentos en los estereotipos y los clisés cuando confronta y contrasta ese mundo desfachatado de la chica con el del contenido, organizado, reprimido de su contraparte (Jacques Gamblin), que representaría al francés medio, bienintencionado y lleno de prejuicios. Un film simpático, disfrutable y ligero.
Sintonía de amor "Es la historia de un amor como no hay otro igual…", dice el bolero. Y eso es lo que se propone Juan y Eva, una épica histórica, política y romántica sobre Juan y Eva Perón, desde que ambos se conocen y hasta que llegan al poder luego del levantamiento popular del 17 de octubre de 1945. Paula de Luque (Cielo azul, cielo negro y El vestido), más afecta a la experimentación visual y narrativa, sostiene aquí un relato más clásico (aunque de vez en cuando irrumpen elementos ligados al video-arte) para describir en clave de thriller el ascenso de Perón en turbulentos tiempos tanto en el frente interno (su relación con los militares más conservadores) como en el externo (el derrumbe nazi) y la relación que se va estableciendo con esa ascendente actriz (e hija ilegítima) que tanto inquietó a sus detractores. No es la primera vez que las figuras de Juan y Eva son reflejadas en la pantalla y -más allá de la corrección formal y de la más que digna producción (que supo disimular las carencias, por ejemplo a la hora de evitar las costosas escenas de masas)- se podía esperar algo más de audacia, de riesgo. Por momentos, el film luce demasiado temeroso, didáctico, solemne, esquemático y previsible, como si tuviera miedo de incomodar, de dar una nota falsa. Se trata, de todas maneras, de un film correcto, que no agobia y que en varios pasajes logra atrapar al espectador. Y que recupera -desde una postura más glorificadora que cuestionadora- uno de los amores más importantes de la historia argentina. Tan influyente que aún hoy -más de medio siglo después- se lo sigue reivindicando o cuestionando con la misma pasión desde bandos muchas veces antagónicos.