Sergei Dovlatov fue un famoso escritor, considerado por muchos especialistas como el padre de la narrativa rusa contemporánea. Pero lo que muestra el film de Aleksey German Jr, son seis días en la vida del escritor en Leningrado, en noviembre de l971, en un crudo invierno. Y con sus planos largos, sus momentos oníricos y reales, no solo muestra la rebeldía del protagonista. Dovlatov por ser disidente con el gobierno de Breznev, no es admitido en el sindicado de escritores y por no pertenecer al mismo no puede publicar en ningún lado. Pero a su lado vemos reflejada a toda una generación joven e inconformista, reunidos para hablar y discutir, para mantenerse informados y vivos. Escritores y artistas pasados y presentes, en un amplio espectro, ofician o son evocados como testigos de una situación que los asfixia. Se sabe que finalmente el escritor emigró a Nueva York, que su mayor éxito llegó después de su muerte, y que en su presente era reconocido pero su inconformismo y su integridad irrenunciables. Irónico, melancólico, el protagonista escribe para un periódico de fábricas y debe entrevistar a trabajadores para exaltar la política de turno. En un momento asiste a una filmación con actores disfrazados de Tolstoi, Puskin y Dostoievsky y cuando les habla solo obtiene respuestas políticamente correctas. En esos pocos días deambula con su hija, discute con su madre, con su ex esposa y se conmueve con sus colegas y amigos. Y aun para aquellos que no están familiarizados con la obra del escritor, lo que logra la película, de manera talentosa y bella, es mostrar esos sentimientos de rechazo continuo, esa frustración constante que las mordazas imperantes provocan, esa necesidad de ser a pesar de todo: íntegro hasta las últimas consecuencias. Un tiempo difícil de sobrellevar cuando la honestidad es la única moneda.
Es un film inspirado en los famosos libros infantiles de Alan Alexander Milne, publicados en l924 y adaptadas en animaciones por Disney. Pero en esta película con el famoso osito Winnie the Pooh se comienza con la despedida del niño del título, que se juramente seguir fiel al ocio pero que se separa de su juguete de peluche y el resto de sus muñecos en el “bosque de los 100 acres” para comenzar su vida de adulto en un internado. Luego le tocará la guerra y finalmente se convertirá en un obsesivo del trabajo que descuida a su familia. Para el argumento se reunieron tres guionistas Alex Ross Perry, Tom McCarthy y Allison Schroeder que cumplen con la filosofía Disney, donde ese padre que no se ocupa de los seres más importantes de su vida recibe una lección que le brindan sus juguetes abandonados, que vuelven a cobrar vida para darle una lección. El director, Marc Forster, el mismo de la inspirada “Buscando a Neverland”, no encuentra aquí la manera de sostener una magia que solo es efectiva hacia la segunda mitad de la película. No lo ayuda que el protagonista sea un adulto que encarna Ewan McGregor con exasperación y nervio sin encanto, y lo mismo ocurre con los juguetes animados cuya principal atracción está en las voces, más que en efectos de animación, y solo lo apreciaran quienes se criaron con Pooh y la vean sin doblaje. La película toma brío de viejas películas cómicas en la última parte, cuando los animales irrumpen en la ciudad, el osito hace de las suyas y obliga a su antiguo dueño a redescubrir lo que perdió cuando creció: jugar, divertirse, y hasta encontrar una solución para no tener que despedir gente en su trabajo. Toda la ideología de respetar los tiempos de juego y ocio son mas que valiosas para un entretenimiento módico.
Si sera bonito y buen actor Tom Hardy que un alienigena parecido a un alga negra que se desarrolla dientudo y monstruoso, decide por él traicionar a su raza. Bromas aparte el guion para esta “criaturita” de Marvel, escrito por todo un equipo, nunca levanta mucho vuelo, es así de ingenuo y los implacables simbiontes pueden ser letales o tan amigables como el que se metió en el cuerpo de Tom. Un rico hipermillonario que quiere poblar el universo provocando simbiosis con humanos y extraterrestres, y que no tiene una pizca de ética y mucha maldad. Hardy es un periodista que pretende desenmascararlo y pierde su empleo en el intento, hasta que se le mete el bicho. Lo demás, efectos especiales que no llegan a ser espectaculares y un tono demasiado escuro en toda la película que hasta provoca confusiones visuales. Tom Hardy es un buen actor con pocas posibilidades de lucimiento pero cuando alguna escena le da un margen le saca el jugo a la situación y pone a relucir lo que vale en presencia y capacidad. A la talentosa Michelle Willams no le terminaron de armar con profundidad su personaje. En suma un entreteniento con el sello Marvel que ya prepara su segunda entrega.
Rowan Atkinson es famoso especialmente por “Mr. Bean”, y Johnny English, una sátira de James Bond tuvo dos entregas anteriores pasables y esta tercera, luego de siete años de silencio, que hace que uno se pregunte el porque de la insistencia con tomar en broma a un espía famoso, con un guión pobre y pocas ironías para el género. Solo el rescate de un viejo agente retirado que no entiende de celulares y autos híbridos y que pretende hacer de lo “old fashion” un atractivo especial y funcional. En la trama un ataque cibernético de parte de un multimillonario de Silicon Valley, hambriento de poder, solo puede resolverse con los agentes jubilados, porque los demás activos son puestos en descubierto. Así aparece Johnny que con un desastre elimina la competencia y queda con su viejo ayudante como única salvación. Hay que reconocer que algunas escenas están muy logradas con humor físico y otras con recursos burdos. Posiblemente divierta a los niños y esa sea la intención de los productores. Por lo demás, en un largo argumento donde aparece Emma Thompson como primera ministra y Olga Kurylenko, un ex chica Bond, no alcanza para soslayar el tedio y para pensar que Atkinson merece un mejor soporte o quedarse para siempre con su otro personaje.
Después de su carrera como productora y documentalista, y especialmente, luego de “Gilda, no me arrepiento de esto amor”, casi al calor de ese éxito, comenzó el rumor del siguiente trabajo de la directora Lorena Muñoz, que profundiza esa mezcla de ficción y documental que caracteriza su estilo, su impronta como creadora. En esa ocasión la directora contó con el motor de Natalia Oreiro, obsesionada con hacer la vida de la cantante. Aquí los productores se jugaron por un desconocido que paso a paso, entrenado especialmente por Muñoz, logra lo que parecía imposible, a base de frescura y construcción llega el momento que los fans agradecerán: “ver” a Rodrigo Bueno. La historia de su vida, primero como cantante pop, y luego asumido definitivamente como cuartetero, el ascenso y la muerte prematura, el éxito de la mano de un irrefrenable carisma, acompañado por los excesos, mostrados sin concesiones, aun dejando de lado un ambiente de manejos mafiosos, de gran explotación de sus figuras. Y aunque las canciones y el recorrido a la enorme repercusión están, también se transitan las zonas oscuras, las drogas, el sexo fácil, los amores pasionales y la relación intermitente con la madre de su hijo. Es una biopic bien realizada con el pulso de una directora que no pierde su carácter de autora, con no pocos homenajes a Leonardo Favio (“Gatica el mono”, “Soñar, soñar”) y actuaciones para recordar, entrañable Florencia Peña con su Beatriz Olave y su fuerza de cariño acaparador y excesivo, Daniel Aaraoz en la figura paterna y Fernán Mirás como el Oso, creaciones para recordar. Jimena Barón tiene el fuego necesario para la pasión y Malena Sánchez se luce interpretando a Patricia. Una película destinada a la repercusión popular.
Es un trabajo minucioso de la documentalista premiada y reconocida María Augusta Ramos, holandesa brasileña, donde sin narraciones, pero con un claro punto de vista ideológico muestra el detrás de escena del “impeachment” a Dilma Rousseff, el juicio en la Casa de Representantes, y luego en el Senado. Focaliza especialmente en el equipo que conforma la defensa de la presidenta, su abogado, José Eduardo Cardozo y dos senadores que luchan para probar su inocencia, contra un voto mayoritario del congreso, poblado de acuerdos políticos con muchos que fueron ex aliados de la mandataria. Además la película cuenta la historia personal de Dilma, su encarcelamiento y la tortura que padeció. Y se muestra como principal arquitecto de este juicio a Michel Temer. La directora se ubica como observadora, sin entrevistas ni voces en off, con captura de conversaciones y material periodístico conocido.
Tres mujeres con relaciones enredadas entre si quedan atrapadas en una situación limite que con delirio y humor, construye una comedia con frescura, con especial lucimiento de sus protagonistas y algunos pasos en falso que no son graves. Los directores Matías Tapia y Carlos Piwowarski, autores también del guión con Malena Fainsod, se meten en la intimidad de estas tres mujeres, con ingredientes de locura, secretos mal guardados, egoísmos varios y no pocos descubrimientos. El soporte de la situación alocada que padecen sirve para muchas vueltas de tuerca entre un terapeuta, su paciente que no quiere “sistematizarse” y una supuesta “mejor amiga” con muchos arranques de grandilocuencia emotiva, que viene a refugiarse luego de ser abandonada por su pareja. Las talentosas Coral Cabaglio (reciente ganadora como mejor actriz en UNCIPAR), Sofía Bertoloto (“La ciénaga”, “Diarios de motocicleta”) y Azul Fernández (“La leona”) son lo mejor de una película que divierte sin grandes pretensiones y con frescura.
El director, por primera vez en solitario, y guionista Walter Becker se mete en un tema muy dificultoso que une el drama con la ciencia ficción. Una difícil relación de un hombre con su familia, con una comunicación especial con su hijo, y sus creencias de la existencia de mundo de paralelos a los que finalmente accede. Y la repetición de la historia de parte de su hijo, ya no como un supuesto investigador, sino como respuesta una dolorosa perdida afectiva. Lo que el guión tiene de pretencioso, por lo peliagudo del tema tantas veces tratado en el cine y por una realización que repite tomas en recuerdo y con un también usado efecto de un más allá no visible, no termina de convencer. Todo queda en el enunciado y en las buenas intenciones que no redondea una visión que involucre de alguna manera al espectador, desde lo intelectual o lo emotivo.
Una curiosa película que indaga si es posible una relación entre dos hijos de la guerra, uno cuyo padre fue un alto oficial nazi y otro cuyos padres fueron asesinados por ese jerarca. Una situación puntual los confronta y luego, caprichosamente terminan juntos en un viaje de averiguación, de autoconocimiento, de verdades ocultas y reveladas. El realizador Martín Sulik, también guionista junto a Marek Lescák, en esta producción de capitales de Eslovaquia, Checoslovaquia y Austria, contó con dos grandes actores, Jiri Menzel (quien fuera director de “Trenes rigurosamente vigilados”) y Peter Simonischek (“Toni Erdmann”). El film pretende un delicado equilibrio entre los temas morales y las heridas que dejo el nazismo, el colaboracionismo, las culpas y la necesidad de justicia tan vivas muchos años después, y la necesidad de vivir a pesar de todo. Por un lado contrastan los personajes, el hijo del nazi, con un buen pasar, disfruta de los placeres de la vida. El intérprete es un hombre solitario, que amasó un propósito de venganza y que se encierra en sus costumbres rígidas. Lo que descubren ambos es una realidad que se comprueba todavía está impune: la colaboración local de civiles muchas veces feroz, que actuaban por interés porque se quedaban con los bienes de sus víctimas. Y los nazis que nunca se arrepintieron como el padre de uno de los protagonistas. Pero el paso del tiempo los protege. El compañerismo imposible se logra. Con un ritmo un poco lento, esa mezcla de situaciones triviales con verdades desgarradores esta bastante bien realizada aunque un giro final es definitivamente un paso en falso. Sin embargo la calidad del film no puede ponerse en duda por ese desliz.
Esta escrita y dirigida por José Militano que en su opera prima demuestra que tiene un especial sentido del ritmo para la comedia, que le escapa a los lugares comunes y que es capaz de mostrar los rituales y costumbres de la vida provinciana sin ridiculizar ni estereotipar. Todas cualidades para remarcar, aunque en su film en apretados 95 minutos aparecen tantos personajes ricos que uno se queda con las ganas de saber un poco mas de ellos, conocerlos con mayor profundidad. El protagonista es un tímido que llega al límite doloroso de no poder expresar sus sentimientos, ni frente a una chica que le gusta, ni con conocidos detestables, ni con su mejor amigo gay que lo acompaña a su regreso a Vera, en Corrientes, para cantar en el casamiento de su hermana. Es que tanto Pedro (un acierto de actuación de Diego Vegezzi) como su amigo (Mariano Saborido un dotado para el humor y la ironía) son grandes cantantes. Pedro se fue de su pueblo para estudiar canto y esta es la prueba de fuego y afectiva de su retorno a las fuentes. Bien filmada, con recursos originales y buenos remates a situaciones delirantes, algunos cabos sueltos, y una muy lograda resolución llena de encanto y ternura para los tiernos “perdedores” y protagonistas. Una afinada comedia.