Es una película realizada íntegramente en Mar del Plata, dirigida por Mariano Laguyas que se desliza en dos líneas temporales. El presente de una mujer española que llega con su hija adolescente y los recuerdos de lo ocurrido en 1995, cuando la ciudad se preparaba para los Juegos Panamericanos y se multiplicaban los negocios en torno a ese acontecimiento. Lo que propone el director es retacear la información al espectador, para que los hechos que se insinúan trágicos y traumáticos, se conozcan a cuentagotas como las piezas pequeñas de un rompecabezas gigante. El resultado al comienzo es muy promisorio, pero luego para seguir las reglas del género, las situaciones más dramáticas se demoran en diálogos estirados, en situaciones que no se resuelven, en parlamentos que no conducen a nada. Y cuando por fin todo se acomoda con el paso del tiempo, los últimos datos son simplemente contados y forzados. El empeño del director es encomioso, en la puesta y la complicación y aunque sus ambiciones no se redondeen, la apuesta arriesgada vale.
Es un documental tan excepcional como su protagonista Esther Díaz. Es lo que logra el joven director Martín Farina con un grado de complicidad y profundidad sorprendente. Es el retrato de esta filosofa, investigadora de la sexualidad y el placer en la represora cultura patriarcal, autora de libros, conferencista de éxito. Una mujer que permite que la cámara la recorra y se desnuda ante ella, desde sus confesiones y tragedias personales, a sus placeres concretos con hombres jóvenes, a sus dolores más profundos, pasando por su obra reconocida y admirada y el brillo de su inteligencia Farina la acompaña en sus rituales de belleza crueles e íntimos, en la importancia de su obra, en sus conceptos fundamentales, en un juego sexual, en sus conferencias, entre multitudes y soledades. El resultado es fascinante, imperdible. Por la protagonista tan enorme. Por el realizador talentoso.
Del mismo autor que escribió “Alta fidelidad” donde se inspiró la película inolvidable, llega ahora este “Julia, Naked” en su titulo original, donde Nick Hornby vuelve sobre los fans obsesivos, con el guión de Jim Taylor, Tamara Jenkins y Eugenia Peretz y la dirección de Jesse Peretz (Glow, Girls y muchos capítulos de series famosas). Con todos estos ingredientes se redondea una comedia encantadora. Se trata de la historia de un profesor que junto a otras 200 personas profesan un amor de culto por un rockero alternativo que solo grabó un larga duración y desapareció para siempre. Entre ese hombre y una curadora de museo existe una relación estable y aburrida. Él tiene, además, una habitación dedicada al culto para su admirado rockero. Hasta que alguien le acerca un demo con la grabación de su tema más conocido “en crudo”, de ahí el titulo, que provoca una enorme emoción en el fan y una critica ácida de su compañera que publica en el sitio de marras. Los suficiente para que la pareja se separe, con el agregado de una infidelidad de él, y la comunicación del rockero con su critica que da pie a una relación con interrogantes. Con ese material, con grandes actores como Rose Bryne, Chris O´Dowd y Ethan Hawke, el resultado es una comedia agridulce, hecha con mucha química, con emoción verdadera y destinada a un merecido éxito de público. El tema de las segundas oportunidades para los adultos que no se atrevieron a vivir, o que cometieron horribles errores en su pasado. Siempre hay tiempo para exprimirle lo mejor a la vida. Por lo menos esta película nos lo hace creer por un rato más que agradable.
Nace una estrella, y otra comienza a apagarse. ¿Una pareja puede sobrevivir a eso sin pagar el precio siempre alto de la fama, y las presiones omnipresentes de una industria despiadada que antepone ese éxito a todo? Ya sabemos la respuesta. La vimos en otras tres ocasiones, el tema es como se cuenta, como se pone piel y huesos, alma y latidos furibundos, verdad y dolores profundos a ese cuento que nunca muere. Y porque Bradley Cooper para debutar como director tomo muchas decisiones inteligentes como para transformar otra vez en un éxito la anécdota de “Nace una estrella” sin temor a los fantasmas de Judy Garland y especialmente las actuaciones de Bárbara Streissand con Kris Kristofferson. Enumeremos: agiornó la historia a nuestros días, aprovechó la puerta abierta que le dejo Clint Eastwood para dirigirla con todo. Eligió con convicción a Lady Gaga (la primera opción de Clint fue Beyoncé). Escribió hermosas canciones con su co-estrella. Decidió grabarlas en vivo para otorgarles verdad y alma. Entrenó durante meses para lograr esa voz cascada increíble. Se inspiró para su personaje en muchos músicos desde Bono a Lenny Kravitz. Le sumó los elementos psicológicos de la trama que pueden dejar intuir alguna explicación de comportamientos del protagonista. Tener un casting excepcional para todos los roles. Y, por supuesto, el talento y la sensibilidad. Esa mirada al detrás de escena, desde la escena al público, desde la intimidad a la explosión pública. Y por supuesto la química perfecta entre Bradley Cooper y Stefani Joanne Angelina Germanota, en su debut en un protagónico. Y esa historia de amor y tragedia que hace llorar hasta las piedras. El enorme negocio de la música y la fragilidad a flor de piel. Nadie puede jugar a ser indiferente a lo que ocurre en la pantalla, a la emoción verdadera que le esquiva al golpe bajo. (G.M.)
Es una secuela de la exitosa película del 2015, que se basa en una historia de Robert Lawrence Stine, conocido comercialmente como el Stephen King de los niños, vendedor de 400 millones de copias en el mundo. Claro que comparada con la anterior película, ya no esta el factor sorpresa y aparece poco un actor imprescindible como Jack Black que no figura en los títulos y encarna al autor. También, para quienes vean el filme subtitulado, hace la voz de Slappy el muñeco de ventrílocuo que unos niños regresan a la vida, y que planea tomar el poder desde el laboratorio abandonado de Tesla, después de haberle dado movimiento y maldad a todas los esperpentos y calabazas de Halloween del lugar. La acción gira en torno de dos amigos y la hermana mayor de uno de ellos que deberán combatir y vencer al muñeco. La primera parte del film, con el descubrimiento del personaje malévolo y las desventuras de los chicos está mas logrado. Luego ingresa en una realización estándar, de lenguaje televisivo que entretiene moderadamente a grandes y chicos.
Una historia de amor atravesada por los aspectos secretos y ocultos de una sexualidad mezclada con excesos y perversiones. Tamae Garateguy se muestra dúctil y talentosa en un género que oscila entre el thriller y la indagación psicológica en las pulsiones de vida y de muerte. Ella muestra con elegancia situaciones que tienen en común terrenos transitados, por Pedro Almodovar en “La piel que habito”. La relaciones entre un cirujano plástico exitoso y una bailarina. El profesional en las escenas iniciales se le muere un paciente en plena cirugía, un hombre con esposa, hijas, y un buen pasar que no sostiene la fachada de familia perfecta. Ella por un accidente automovilístico ha perdido a su familia, quedó con su rostro y cuerpos deformados y acude a ese médico pidiendo la reparación inmediata de su cuerpo, pero con el ferviente deseo de morir en la operación. Por algo al cirujano, los medios, le pusieron el mote de “doctor muerte”. Pero entre ellos nace una pasión irrefrenable. Y un recorrido obsesivo y perverso por encuentros grupales, sadomasoquismo, contratación de sicarios, necrofilia. Los dos son buscadores atrapados en la insatisfacción permanente, que corren tras la quimera de amores fatales y condenados.
Los responsables de este film Andrés Tamborino y Alejandro Gruz, que también escribió el guión, solo se propusieron divertir. Para ello tomaron como eje a una dupla cómica formada por Darío Lopilato y Grego Rosello, de estilos muy disímiles, pero que logran una química aceptable. Y la trama, una sucesión de enredos que incluyen fiesta desaforada, rubia infartante, chicas bonitas y desenfadadas, pérdidas y encuentros de dinero, casualidades, clima de delirio, especialmente en lo físico. Alcanza para un divertimento que sigue lo lineamientos de la comedia desaforada norteamericana de moda con sus excesos pero sin su gracia. Participan actores como Mirtha Busnelli, Osvaldo Santoro, la ultima aparición de Emilio Disi, Luciana Salazar, Luis Ziembrosky, Chan Sum King y siguen los nombres, al servicio de un delirio que divierte módicamente.
Una película conmovedora sobre un caso real de extrema represión que vive un joven homosexual en un ambiente rural. Se basa en un hecho real de trágicas consecuencias. Sin embargo en la opera prima de Marcos Rodríguez Redondo no se profundiza en el hecho policial que tanta repercusión tuvo en los medios. La mirada del realizador está sobre Marcos, el hijo menor de unos puesteros, de vida dura. Cuando el padre muere toma el mando la mama, la formidable actriz chilena Catalina Saavedra. Ella y su hijo mayor, mas el entorno social, encarnan la total represión, para eso chico que solo es feliz con ropa de mujer o cuando llega el carnaval y puede bailar disfrazado. Todos los intentos del protagonista (el premiado Walter Rodríguez) son cortados de cuajo, el despertar al amor, la relación violenta con sus vecinos, la quema de sus pocas pertenencias más preciadas, vestidos coloridos y maquillaje. Lo que ocurre en su vida solo alimenta una presión, que cuando estalla, no tiene retorno. Una visión austera de la construcción de la frustración y el deseo reprimido hasta lo imposible.
Lejos del naturalismo, siempre de la mano del absurdo, con ironías a flor de piel el estilo del director Matias Szulansky, en este caso con guión de Damian Leibovich, se empeña en mostrar una realidad distinta y personal, surrealista e hiperbólica. En este film donde se acumulan cadáveres de todo tipo, con una protagonista que se desplaza con muletas, que no se conmueve ante tanta sangre derramada y sigue imperturbable su sobrevivencia. También se plantea, “contemplar” como define el director, el desarrollo de un thriller con lógica y suspenso pero donde nadie se espanta ante tanto crimen, violencia e intentos de abuso. El policía que interviene más que investigar, abandona por cansancio. Y todo languidece como el cine con el soporte de celuloide, en una sala donde faltan espectadores y sobra el pochocho. Nai Awada es la protagonista, su elección es un hallazgo. Y ocurre lo mismo con Alberto Suárez y Flor Benitez, en un elenco entusiasta y comprometido con la visión del director. Fresca comedia excesiva y original, con personajes fríos y desorbitados.
Una mujer enfrentada nada menos que la densidad de piedra de la muerte en una lucha desigual, predecible, donde las armas pueden ser los recuerdos, las presencias menos esperadas, el material sutil de los sueños, y sobre todo una lejanía, un extrañamiento que puede salvarla por momentos de las garras del dolor inevitable. Nada menos que de ese tema se ocupa en su opera prima en largometraje la talentosa María Alché en su “Familia sumergida”. Comienza con una mirada naturalista y luego se interna en un mundo, el de la protagonista, donde nada escapa a su cámara, la presencia del pasado, las visitas construidas con hilachas de otros tiempos, los fragmentos de juegos infantiles, lo imaginado y lo vivido, lo adivinado y lo secreto. Cada toma tiene la construcción del misterio, de lo sutil, con la ayuda invalorable de la fotógrafa Mia Hansen-Love. Mercedes Moran es la protagonista de este film que le exige recurrir a todos los matices sutiles, las capas de profundidad de su talento. Ella es la hermana de la muerta, la madre de tres hijos entre adolescentes y adultos que ya están en sus mundos propios, la esposa de un marido que se percibe lejano y no solo por sus viajes, la compañera de un hombre que quedó “flotando” entre una despedida y un viaje que finalmente no pudo hacer. Ese tiempo suspendido, de esta familia “metida en una pecera” como imaginó la creadora del film, deriva en una película hipnótica, con humor, con abismos, con mucha seducción para el espectador. Muy buenos los trabajos de Marcelo Subiotto y Esteban Bigliardi.