La fe y el pecado coalicionan Alejandro Hidalgo, director de La casa del fin de los tiempos (2013), abre tantas puertas con su nueva película, El exorcismo de Dios, y no justamente al infierno (aunque se acerca a ello), que es imposible luego seguirle el tren y poder alimentar el encuentro entre historia, personajes y, al fin y al cabo, unas de las partes tan importantes como el resto en la llegada a la exhibición, como es el del espectador. El mismo que se ve sorprendido por algunos de los sustos que con el correr de los minutos son unos iguales a los otros, como una onda en el agua provocada por una piedra. Los golpes de efecto que el miedo provoca se van desarmando en su grandilocuencia, dado la creciente ambición algo desmedida del relato; no porque no sea posible teóricamente, más bien es que la cantidad de ideas adquieren una magnitud tal que sobrepasan a la historia misma, y los personajes se desinflan frente ante los elementos y el contexto que deben enfrentar. Los momentos de impacto se vuelven redundantes y el punto cúlmine, que al principio da miedo y luego se vuelve un poco risueño una vez que el ojo se acostumbra, es una especie de “Jesús Zombie” que, es justo decir, es una apuesta mayúscula en lo que a films de posesiones demoníacas se refiere; para pronto tornarse un cuento inverosímil como un mal episodio de The Walking Dead. Que los hay. Como las brujas.
Uno creería que es un lugar común -e incluso perezoso- trazar paralelismos entre El exorcista, de William Friedkin, y cualquier película que aborde una historia similar. Sin embargo, en el caso de El exorcismo de Dios, la nueva producción de Alejandro Hidalgo, las referencias al clásico basado en la novela de William Peter Blatty son más que explícitas y no dejan margen de duda. Como ejemplo tenemos la secuencia inicial, que busca emular determinados planos del film de Friedkin en un intento de homenaje que se prolonga por demasiado tiempo como para que Hidalgo pueda entregar una obra escindida de inspiraciones. Pero ese reposo en las influencias es tan solo el primero de varios inconvenientes que tiene su largometraje, centrado en Peter Williams (Will Beinbrink), un exorcista estadounidense que viaja a un pueblo de México para ayudar a un grupo de niños, 18 años después de experimentar un episodio traumático. El exorcismo de Dios fluctúa entre ese pasado que atormenta al sacerdote (un malogrado exorcismo que lo obligó a cometer un sacrilegio por el que nunca pudo perdonarse a sí mismo) y un presente en el que el demonio regresa y lo pone de cara a una realidad: para subsanar el trauma, tendrá que enfrentarlo. Si bien Beinbrink brinda una actuación interesante, la construcción de su personaje es demasiado lineal como para que nos interese su derrotero. Lo mismo sucede con una secuencia en la que Hildago retrata una especie de exorcismo todoterreno, con abundantes golpes de efecto, un uso del sonido que deja en evidencia la falta de ideas para generar pavor, y una persecución frenética que responde más al cine de zombis. Si el cineasta se hubiese adentrado más en lo que implican las prácticas de exorcismo (a fin de cuentas, el protagonista se dedica exclusivamente a esto), otro hubiese sido el panorama. Lamentablemente, Hildago se queda con el “más es más” y tampoco se resiste a una vuelta de tuerca final previsible para cualquier espectador familiarizado con estas narrativas.
La temática de exorcismo y posesiones sobrenaturales es muy compleja de trabajar por el peso de los antecedentes históricos, imposibles de superar, y la saturación de las mismas propuestas que encontramos habitualmente en una temporada anual de estrenos. Salvo que este subgénero sea abordado por algún director inspirado que consigue evadir los clichés y homenajes burdos a películas famosas, en general el resultado de lo que se ofrece tiende a ser pobre o directamente olvidable. En esta cuestión no tienen nada que ver los presupuestos que se manejan. El mismo problema lo encontramos en producciones rusas o hollywoodenses. Lamentablemente la obra del cineasta venezolano Alejandro Hidalgo cae en esta categoría con un film previsible y genérico que ya vimos en otras propuestas malas del mismo estilo. Pese a contar con un buen reparto y una cuidada puesta en escena desde la estética, el cuento que propone Hidalgo es más de lo mismo y como ocurrió con tantos otros realizadores en el pasado, su relato se apega demasiado al inevitable homenaje de El exorcista. Salvo por aquellos espectadores más chicos que recién empiezan a incursionar en el género, el film como propuesta de terror es completamente fallido. Los momentos de tensión nunca terminan de funcionar a debido a que se siente un refrito de cosas que vemos habitualmente en este tipo de relatos. Al margen de las películas de James Wan, la única producción reciente que consiguió aportar algo diferente a la temática de posesiones fue la española Verónica (estrenada en el 2017), con dirección de Paco Plaza (REC) que tenía momentos estupendos. Al margen que la trama estaba inspirada en un hecho real, un condimento que la hacía más interesante. Por el contrario, en El exorcismo de Dios encontramos la típica película clase B sin recursos creativos que busca emular las glorias del pasado. Una debilidad que complica su recomendación para una salida al cine.
Al igual que los menús de los grandes restaurantes, las carteleras de cine deben tener variedad en su propuesta, por más que poco a poco se esté perdiendo esta idea. Rellenando la sección de terror de esta semana encontramos “El exorcismo de Dios” de Alejandro Hidalgo. Una película que se suma a este género de posesiones demoníacas y rituales, que ya hace mucho tiempo tiene como máximo exponente a la obra maestra de William Friedkin, “El exorcista”. Los jóvenes de un pueblo perdido en algún lugar de México comienzan a enfermar mortalmente. Todo parecía relacionarse con una interna de la prisión femenina, que se encuentra poseída. Solo un cura estadounidense podría salvar a la población de caer en las manos de los demonios. Teniendo además la oportunidad de remendar un grave error realizado muchos años atrás.
El director y co-guionista Alejandro Hidalgo se cebó con el tema de los exorcismos y las posesiones demoníacas. Comienza la película con un ritual que se cumple pero con un detalle, el cura en cuestión, invadido por un demonio muy particular, sucumbe al deseo y tiene relaciones con la chica liberada. Dieciocho años después, ya instalado en México ejerce la caridad en un hogar de niños y es tratado con respeto y casi como un hombre santo. Pero el demonio vuelve y multiplicado, así que arremete por doquier, tanto que por momentos parece una película de zombies al ataque, pero no. Es ese demonio insaciable que se sirve de presas, niñas, monjas, guardias y por supuesto del cura en cuestión y un veterano ayudante que tiene sus secretos pero también la clave para que se realice el título de la película.
Dentro del género de películas de terror existe un sub-género dedicado al exorcismo. En la cima se encuentra la imbatible “El Exorcista” de 1973, y a pesar de que se ha intentado emular dicho film, ninguno lo ha conseguido. “El Exorcismo de Dios” es casi un homenaje. La historia comienza con una joven y atractiva mujer que está poseída. Su familia busca al Padre Peter Williams (Will Beinbrink), para sacar el demonio de su cuerpo y aunque Peter no estaba listo y no contaba con la autorización de la autoridad máxima, el rito se llevó a cabo. En ese cuarto, el diablo lo seduce arrastrándolo a cometer el peor de los pecados. Peter carga con la culpa durante 20 años, mientras el pueblo mexicano lo venera como a un Santo porque se desvive por sus habitantes consiguiendo comida y remedios. De ese encuentro nace una hija, que también es poseída y necesita ayuda. Lo que sigue es la preparación y el exorcismo, esta vez en una cárcel, con sorpresas que el título adelanta y que no conviene revelar. Los efectos visuales y diseño de maquillaje son muy buenos. Queda flotando en el aire, sin tener el desarrollo que estos temas ameritan, el celibato y el quiebre de la fe, entre otros asuntos que la Iglesia prefiere callar. La coproducción mexicana-estadounidense está dirigida por Alejandro Hidalgo, co-autor del guión junto a Santiago Fernández Calvete y consigue una buena dosis y tensión que se mantiene durante 1 hora y 38 minutos. A los protagonistas se suman María Gabriela de Faría, Raquel Rojas, Irán Castillo y Hector Kotsifakis. Entretiene.
El exorcismo de Dios es una película de terror escrita y dirigida por el cineasta venezolano Alejandro Hidalgo, que vuelve a abordar el tema de las posesiones demoníacas en una coproducción entre México y Estados Unidos. Y se encuentra protagonizada por Will Beinbrink, acompañado de Maria Gabriela de Faria, Raquel Rojas, Hector Kotsifakis y Joseph Marcell, entre otros. La historia se centra en el padre Williams (Beinbrik), un sacerdote que comete un crimen estando poseído por un demonio llamado Balban, luego de realizar un exorcismo. Y que dieciocho años después debe volver a enfrentarlo, cuando posee a una joven vinculada a estos hechos, encontrando la forma de redimirse de su pecado en este nuevo enfrentamiento. En primer lugar, es imposible dejar de comparar esta película con El exorcista, clásico de William Friedklin, que aborda el mismo tema de la redención mediante el enfrentamiento con un demonio. Para lo que también recurre a una serie de efectos efectivos para generar sustos en los espectadores, pero cometen el serio error de explicar todo en las primeras escenas, que anulan la generación de suspenso en el espectador, y por lo tanto el interés del mismo en lo que ocurre. Las actuaciones merecen un párrafo aparte, porque no funcionan por la inexpresividad de su protagonista, que no refleja las consecuencias terribles de la crisis moral que atraviesa, siendo atormentado por imágenes surrealistas en las que Balban se manifiesta, y que recuerdan a la franquicia de Pesadilla en lo profundo de la noche. Y ocurre todo lo contrario con su mentor, el padre Michael Lewis (Marcell), que demuestra su carácter irascible gritando enfurecido, lo que lo convierte en un personaje insoportable. En conclusión, El exorcismo de Dios tiene el encanto de las películas de terror de bajo presupuesto, ya que entretiene a fuerza de golpes de efecto. Aunque lamentablemente su interesante potencial se desaprovecha por las malas actuaciones y una puesta en escena que ubica en un lugar pasivo al público.
El director de La casa del fin de los tiempos (película venezolana que exploraba varios tópicos propios del cine de terror con una vuelta original), dirige su primera película en inglés y que, como el título indica, se adentra dentro de esa especie de subgénero que son las películas de exorcismos que tienen como padre a William Friedkin. El exorcismo de Dios, menos modesta que su antecesora y escrita por Hidalgo junto a Santiago Fernández Calvete, se muestra influenciada por El exorcista desde el primer momento, con plano homenaje casi calcado. En su interesante prólogo vemos al protagonista, un cura norteamericano instalado en México, intentando llevar a cabo un exorcismo que no está autorizado a realizar porque no está preparado para tal, todo para poder salvar la vida de la joven poseída que, bajo los efectos del demonio, se le presenta provocadora, seductora de la manera menos sutil. Un poco después entenderemos que el exorcismo salió «bien», que la mujer pudo expulsar a su demonio pero también que este cura oculta un secreto al respecto. Admirado y querido por el pueblo que lo ve como a un santo, teme confesar el pecado que cometió, bajo el influjo del demonio, y cuyas consecuencias está a punto de enfrentarse dieciocho años después. Aquí sí contará con la ayuda de otro cura que viaja especialmente para que los errores no se repitan. El plan es salvar a la joven ahora poseída, que tiene una conexión muy personal con aquel primer exorcismo, en el escenario de una cárcel de mujeres. Hay algo de telenovela en ciertos aspectos de la trama a la que las interpretaciones acentúan; interpretaciones que además arman un licuado de acentos entre el inglés y el español. Eso le da un tono extraño que a veces la aleja de las buenas escenas de terror, algunas más logradas que otras, que Hidalgo consigue construir con un presupuesto ajustado pero bien utilizado. Los efectos visuales y de maquillaje, el diseño de producción son para destacar; no suman los constantes golpes de efecto y sonido, la manera más fácil y aburrida de crear un sobresalto. Pero detrás de toda esta parafernalia en la que incluso aparece un Jesús poseído, hay una idea atractiva. Hacia el final, en el que se apuesta por el más es más, es que todo se siente un poco forzado en su afán de llegar al momento al que el título refiere y presenta una especie de vuelta al subgénero que amenaza con gastarse pronto. En el medio, una crítica esbozada a la institución. Un poco más de profundidad a la situación del pecado que comete ese padre en lugar de simplemente justificarlo con la posesión demoníac podrían haber dado lugar a un abanico de matices, sobre todo en un terreno tan amplio y lleno de grises como lo es el religioso, mucho más ricos y complejos en los que no termina de ahondar. Más allá de la trama, El exorcismo de Dios apunta a un terror de efectos, que va creciendo hasta llegar casi al desborde y esos golpes a veces le juegan en contra a los climas logrados de tensión. Hay algunos personajes interesantes y otros más desaprovechados. El concepto está, la ejecución se queda a medio camino pero de todos modos es una película que tiene sus buenos momentos y que nunca aburre.
Existe un subgénero que ha llegado a la perfección en 1973 y es el género de la posesión diabólica, aun así desde el estreno de El Exorcista (The Exorcist, William Friedkin, 1973) no han parado de salir obras que de alguna manera la homenajean y que, en otros casos, como el que nos toca hoy, le faltan el respeto. «El exorcismo de Dios» de Alejandro Hidalgo. Se suma a este género tomando elementos de la obra maestra de William Friedkin, pero sin siquiera rozar en lo más mínimo a la película que inspiro al director. La historia nos sitúa en un exótico pueblo de México en el cual un extraño fenómeno esta matando a los jóvenes. La presunta causante de los decesos al parecer es una interna de la prisión local que se encuentra poseída por un ente diabólico. Como suele suceder en este tipo de películas una entidad cosmopolita como la iglesia católica solo puede enviar como salvador a un sacerdote estadounidense, Peter Williams (referencia más que obvia a William Peter Blatty autor de la novela El Exorcista), quien cumple con su rol de héroe al mismo tiempo que intenta enmendar un error del pasado ya que hace dieciocho años al intentar exorcizar a un demonio termino poseído por este y cometiendo sacrilegio. La película intenta jugar con la lucha interna entre el bien y el mal que sucede en la psiquis del protagonista, pero es tan torpe que termina siendo bochornosa. En el subgénero de la posesión diabólica se entiende que debe ser muy difícil llegar a la originalidad y que muchas veces a pesar de los intentos es imposible no emular a las obras exitosas, pero se suele apreciar el esfuerzo que suelen hacer algunos directores como Scott Derrickson en «El exorcismo de Emily Rose» (2005) y «Líbranos de mal» (Deliver us from evil, 2014) , en el caso de Hidalgo se nota esta dificultad pero por sobre todas las cosas nos queda claro que ni siquiera hizo el intento de aportar algo de originalidad. Nos encontramos con ciertos planos que emulan a la obra de Friedkin junto a la utilización de jumpscares forzados para generar susto que ni siquiera son efectivos y pecan de innecesarios. La película básicamente muestra a personas de un país católico como incapaces de comprender la propia liturgia y mística de la religión que practican dejando la defensa de sus creencias a un representante de un país que principalmente es protestante, según el argumento de la película el estadounidense es mejor para comprender las costumbres de los propios mexicanos y darles una solución. Es decir, la vieja lógica colonial que comprende que la salvación viene de fuera, específicamente de EEUU, inclusive la salvación espiritual. El argumento peca de ridículo e inverosímil aun dentro de la inverosimilitud de lo que es la religión y la idea de la posesión. En el rubro técnico hay poco o casi nada que destacar ya que el guion, la edición, el montaje y hasta los efectos visuales nos muestran una mediocridad que parece propia de una producción amateur o, para no ser tan elocuente, una chatura que excede lo pretendido por la obra, ni siquiera las actuaciones o la construcción de personajes destaca en esta historia que pretende ser de terror, pero no lo logra. El director Alejandro Hidalgo quiso hacer una apuesta ambiciosa en esta producción al incursionar en un subgénero que tiene sus propias vacas sagradas, pero en este solo logro evidenciar su poco manejo a la hora de construir una narración y nos entrega un pastiche lleno de obviedades.
Extraña coproducción entre Estados Unidos, México y Venezuela. Película de exorcismo que intenta, con mucho esfuerzo, darle una vuelta de tuerca al tema de los exorcismos en el cine. Una tarea difícil porque si hay un tópico que no puede hacerse con éxito es justamente ese. Cuando en 1973 se estrenó El exorcista, dirigida por William Friedkin, la vara quedó tan alta que todas las siguientes películas parten con una desventaja insalvable. Cuando los niños de un pequeño pueblo mexicano comienzan a morir de posesión demoníaca, los habitantes buscan la ayuda de Peter Williams, un sacerdote norteamericano marcado por un exorcismo que salió mal. Si bien Williams es considerado un santo entre sus feligreses, su primer encuentro con el diablo le ha dejado una marca para siempre. Su desafío es entonces doble, ya que no sabe si podrá estar a la altura del desafío mientras lo acosan los traumas de su pasado. Hay, como mencionamos, búsquedas, intentos de que las escenas no sean la clásica rutina ya conocida. Esto no es suficiente de ningún modo, sólo marca que hubo una intención. Es hora de pensar seriamente en no hacer más películas de exorcistas si no se tiene una obra maestra entre manos.