En lo más íntimo La ganadora del Oscar extranjero es un drama humano, con muchos puntos altos en su realización. La sorpresa al término de La separación no es una. Son varias. Por un lado, el final, cómo el realizador Asghar Farhadi decide rematar su película. Mucho antes, cómo la historia, que parecía centrada en la separación del título entre Nader y Simin, se abre en otra disputa, la que el hombre tiene con una mujer que iba a cuidar a su padre con Alzheimer, y termina en un juicio. Otro juicio. El término juicio engloba toda la película, que ganó primero el Oso de Oro en el Festival de Berlín, y en marzo se alzó con el Oscar a la mejor película hablada en idioma extranjero. Porque se trata de un relato cuyos temas troncales se enmarcan en sendos juicios, pero el director jamás juzga a sus personajes. Simin quiere emigrar “por la situación” en la que se encuentra su país, Irán, junto a su esposo y su hija. Como Nader no quiere abandonar a su padre enfermo, el divorcio pareciera inevitable. El único camino. ¿Tiene razón Simin? ¿Quién es más egoísta en esta situación? Pero cuando un hecho totalmente desgraciado suceda, la unión, más que de la pareja, de hecho separada, de la familia, se pondrá en juego. El cine de Farhadi está más cercano al del Mohsen Makhmalbaf que al de Abbas Kiarostami, a la hora de hablar de los referentes del cine iraní. No debe llamar la atención el premio de la Academia de Hollywood, ya que el relato no es meramente contemplativo, sino que tiene varios rasgos occidentales en su manera de narrar, de expresarse. Al fin de cuentas, de lo que trata La separación es de verdades. Tal vez no absolutas, pero sí sinceras. Qué es capaz de admitir un ser humano cuando se ve apremiado en lo que más le duele. Cuánto peso tiene la hidalguía, el ser fiel a sí mismo, ante la posible pérdida de un vínculo, de una relación. De un afecto. Farhadi deja planteados varios problemas existenciales en su filme. La mirada de Termeh (Sarina Farhadi, hija del realizador), la niña que prefiere quedarse con su padre antes que ir con su madre cuando ésta deja el hogar, es fundamental. ¿Qué es lo que quiere ella? ¿Alguien se lo preguntó? La película está contada desde esos momentos de decisiones imprescindibles, que nos forjan. Pero aquí cuenta, y pesa, el género, la religión, la clase social. El nivel de las interpretaciones también es otro punto alto de la realización. No se puede quedar impasible ante el alegato de Simin, al que Leila Hatami le confiere todas sus entrañas. Y los vaivenes de Nader (Peyman Noadi), ante esa mirada de los otros, y de los suyos. Cómo lo íntimo se vuelve universal, cómo es imposible esconder lo que se lleva adentro. Todo eso hace de La separación una película inolvidable.
¡Pero qué casualidad! Un amor (casi) imposible. Zac Efron se hizo un nombre jugando al básquet y cantando -en el orden que prefieran- en High School Musical . Pero demostró que es un muy buen actor en Me & Orson Welles , no estrenada aquí, y en Hairspray al lado de John Travolta no desentonaba. Aquí, como un (joven) veterano de guerra que regresa sano y salvo de milagro de Medio Oriente, no canta ni juega al básquet. Y aunque vuelve a mostrar que es un buen intérprete, su papel, el guión y la dirección de Scott Hicks (el de Claroscuro ) más que ayudarlo, lo empujan hacia el descrédito. Zac es Logan, quien busca a una chica. Munido de la clásica fotito 4x4 que los soldados siempre llevan en la billetera de sus seres amados, con la leyenda Cuidate , que fue la que le salvó la vida a él, pero no al portador de la misma (¡la encontró!), quiere hallar a esa joven. Y la encuentra en un pueblito rural. Pero no le dice que la buscaba. Ni le muestra la foto. Ni le aclara que era de su hermano, por el que ella llora desde hace tiempo. Y consigue trabajo con ella, que tiene un ex marido golpeador. Y que tiene un hijo comprador. ¿Cuánto tiempo podrá Logan ocultar la fotito? Mejor: ¿por qué cuernos no le dice a Beth (Taylor Schilling) la verdad de una buena vez, y sanseacabó? Las respuestas a ambas preguntas están enumeradas en el primer párrafo: la construcción de su papel, el guión y la dirección, que no deja de acumular lugares comunes, clisés y vueltas de tuercas de lo más inverosímiles. En el elenco está Blythe Danner ( La familia de mi novia ) como la mamá de Beth, pero poco importa. Schilling tiene un carisma extraño, no es bella pero sí llamativa como actriz. Zac Efron espera por otra mejor oportunidad. Tranquilos: como en este filme, todo llega.
Esta vez el dolor va a terminar ¿Un obsesivo sexual, o incapaz de sentir? Shame: sin reservas es una película provocadora, sí, pero no porque el protagonista se exhiba desnudo, de frente, de perfil y de espalda mucho tiempo. Lo que provoca no es el físico, lo externo, sino todo lo que pasa por el interior de Brandon, a quien tipificar como un adicto al sexo sería, mínimo, banalizar el filme del inglés Steve McQueen. Brandon padece de adicción sexual, es claro y cierto, y no puede mantener un vínculo serio. No es curioso: cuando cree que puede cambiar, no logra mantener la relación sexual con su ocasional pareja, ni siquiera una erección. Brandon parece incapaz de tener una emoción. McQueen ( Hunger ) lo hace llorar dos veces al personaje: cuando escucha una lenta versión de New York, New York , cantada por su hermana Sissy (Carey Mulligan) y en otro momento que conviene no develar. Mientras tiene relaciones o se autosatisface no parece disfrutarlo. Si hay algo que el rostro de Michael Fassbender magnifica es dolor. Como si Brandon siguiera un patrón, o una necesidad que no puede o no sabe cómo manejar. Parece encadenado a hacerlo, como un esclavo de su adicción. El calor del contacto humano no es algo que pueda observarse en él. La caracterización del personaje (lo externo) es tan pulcra y esterilizada como el departamento que habita en Manhattan. Brandon no sonríe. Cuando viaja en subte, las mujeres lo miran fijo, en clásica situación de levante. Pero su rostro es impávido. Suponemos -sabemos- por cómo lo conocemos que él también está buscando ese contacto. Qué lo lleva a aceptar el convite es otro asunto. Brandon ama tener orgasmos. Los puede tener con una pareja o masturbándose ante la notebook, en la ducha de su departamento neoyorquino o también en el baño de su oficina. No sabemos en qué trabaja. A él tampoco parece modificarlo o importarle demasiado, salvo que le avisan que se llevaron su computadora porque estaba infectada de virus. El disco rígido estará con virus, pero también la cabeza de Brandon. Al personaje de Steve McQueen no le interesa nadie. Sólo momentáneamente si ese alguien/algo le puede dar acceso al orgasmo. Sissy, su hermana, la que le dice “no somos malas personas, sólo venimos de un lugar malo” como única referencia a su pasado en común que se adivina difícil (¿incesto? ¿abuso?) es un detonante. Es su antítesis. Ella no tiene dónde vivir e irrumpe en su departamento. ¿Por qué tanta ira? Shame: sin reservas no es un filme acerca de una adicción. Verla de ese modo sería la manera más fácil. Es sobre un hombre que si sufre una disfunción no es meramente sexual, sino que se siente incapaz de entablar relaciones. Como en su opera prima, Hunger , sobre el irlandés Bobby Sands, el preso político que realizó una huelga de hambre, McQueen volvió a confiar en Fassbender. Treintaypico, alto, delgado, en su personificación está la clave del relato. No hay escena en la que no esté, escondiendo esa vergüenza de la que habla el título original, con o sin reservas.
Piña va, piña viene ésta sí entretiene Los superhéroes se pelean por entrar en cuadro. El viejo truco de los personajes superhéroes de doble personalidad tiene en Los vengadores su apoteosis. Los insignes defensores del Bien que provienen de los cómics de Marvel están, todos juntos, por espacio de casi dos horas y media, y en 3D, combatiendo contra Loki, el hermano malo de Thor y sus secuaces alienígenas. Pero reunir a tantos superhéroes y estrellas tiene sus riesgos. Como si se tratara de una película coral, hay que saber manejar y balancear no sólo egos, sino también los tiempos de exposición de cada uno, darles escenas en solitario para no defraudar a ningún fan de ningún personaje y, cuando comparten secuencia, exprimirlos (¿explotarlos?) lo mejor que se pueda. Y el director Joss Whedon (coguionista de Toy Story y creador de Buffy, la cazavampiros ) vaya que lo ha logrado. Son al menos ocho personajes centrales, y hay que saber qué darles para hacer. La excusa es Tesseract, una sustancia superpoderosa que está encerrada en un cubo que otorga energía y también sirve de portal hacia el espacio exterior -que, como ya sabemos, nunca trae nada bueno de ahí afuera-, y así llega Loki (Tom Hiddleston). Con su extraño poder, copta a Ojo de halcón (Jeremy Renner, que es tan ducho con el arco y la flecha que lo podrían llamar para la secuela de Los juegos del hambre ). Hay que defender a la Tierra del ataque exterior, y allí van nuestros héroes, reunidos por Nick Fury (Samuel Jackson) en una embarcación que puede surcar mares y elevarse por los aires hasta parecer invisible. Así como varios personajes tienen esa doble personalidad, el guión casi que los emparenta en pareja. La de Tony Stark/Iron Man (Robert Downey Jr.) con Steve Rogers/Capitán América (Chris Evans) es la clásica: se celan, se encaran y terminan ayudándose. Y están Natasha Romanoff/Viuda negra (Scarlett Johansson) y Bruce Banner/Hulk (Mark Ruffalo), y Thor (Chris Mesworth), que tiene mucho por qué pelearse con su hermano Loki (“es adoptado”, dice el rubión del martillo). Igual, el guión le depara las mejores líneas de humor (¿será por contrato?) al personaje de Downey Jr. La película tiene espectacularidad desde que arranca hasta que termina, con el ataque de Loki y sus guerreros alienígenas, capaces de destruir medio Manhattan, desde la Grand Central Station hasta cualquier edificio. Entretenida, divertida y con ritmo sostenido, por más que tantos personajes se peleen por aparecer en cuadro, Los vengadores tiene todo para convertirse en un gran éxito, que disfrutarán los fans y hasta aquellos que crean que Los vengadores son los sempiternos John Steed y Emma Peel, de aquella serie de TV de los ‘60.
Me quieren volver loca Amanda Seyfried busca a su hermana secuestrada. Si usted anda de paseo por Portland, Oregon, sepa que allí la gente es muy amable. En extremo. Porque aunque sea la primera vez que la vean, a Jill, la protagonista de 12 horas , le cuentan en detalle todo cuando la joven se los cruza averiguando datos del posible criminal que la secuestró a ella hace un tiempo, y que cree que hizo lo mismo con su hermana hace apenas unas horas. Porque Jill tiene una capacidad y una facilidad para la mentira elogiables. No les dice la verdad. Se inventa relaciones y les saca claves para rastrear al secuestrador. Desde aquel secuestro -en el que nadie cree- aprende defensa personal, tiene un revólver en la cartera de la dama y desconfía de todo. Y de todos. Bueno, Jill tiene antecedentes psiquiátricos. Dice que un hombre la sacó de su cama y la metió en un pozo en un parque, donde luego fue encontrada llena de lodo. Nunca lo vio, y cuando la revisaron no encontraron rastros de ataque sexual, ni lesiones, ni adn de un extraño en su cuerpo. Nada. Ella dice que escapó y que el hombre ha vuelto, que intentó secuestrarla, pero se llevó a su hermana al no hallarla en su casa a ella, que es moza por las noches. Por eso no durmió en toda la noche. “¿Por qué no vas a dormir?”, le preguntan. “Dormiré cuando (el secuestrador) esté muerto”, responde. Para los policías todo está y estuvo en su imaginación. Peor: la policía está tras ella porque saben que está armada. Ellos no le creen, pero el espectador, sí. Y eso es lo que cuenta. Pero el mayor enigma de 12 horas -el tiempo que Jill cree que tiene para encontrar con vida a su hermana- es ¿cómo hace el director Heitor Dhalia para, pese a todo, generar tensión a lo largo de todo el relato? Amanda Seyfried, bien lejos de Mamma mia! , está el 95% del tiempo en pantalla. Esa pueder ser una respuesta. La otra hay que buscarla en la construcción del relato, que con agujeros y todo no deja de intrigar, con y sin pistas falsas. Y hasta hay algo de El silencio de los inocentes (el pozo en el que tiraron a Jill, las pistas en la casa de un sospechoso)... Entre los investigadores están Wes Bentley, como un recién llegado a Homicidios -sólo él dice creerle, a espaldas de sus compañeros- y Michael Pare, sí, el de Calles de fuego . Paranoia, ansiedad, sed de venganza... Ingredientes de un cóctel inflamable. Ya verán por qué.
Una de piratas, como las de antes Diversión de la mano de los creadores de “Pollitos en fuga”. El Pirata Capitán está algo preocupado. Desde hace veinte años que no puede ganar en el concurso del Pirata del año. Se entiende viendo lo ingenuo que es, la poca suerte que tiene y la clase de gente que tienen en la tripulación de su buque. Pero la máxima que asegura persevera y triunfarás es la que mejor le calzará. Casi, casi como a Peter Lord, codirector de esta ¡Piratas! Una loca aventura , y creador de Pollitos en fuga , desde la productora Aardman ( Lo que el agua se llevó ). La animación con muñequitos, en la que Wallace & Gromit fue buena precursora moderna, tiene sus bemoles. Es a la vez encantadora, pero poco realista. La historia de un pirata que ataca a un barco en el que viaja el mismísimo Charles Darwin y a quien está punto de lanzar por la borda, pero éste descubre que el “perico” que el Capitán lleva sobre su hombro es en realidad una especie que se creía extinguida... Y que con ella el Capitán puede ganar suficiente fortuna como para poder empardar al pirata Pata de Palo, entre otros, y lo llena de ambición. Lo curioso -o no tanto, viniendo de estos ingleses que saben cómo reírse de sus, cómo diríamos, próceres- es que el malvado de la historia es el propio Darwin, que planea robar el pajarito para quedar bien con la otra villana del relato, la reina Victoria, quien -esto sí que es curioso- odia a los piratas. Realizada para ver tanto en proyecciones comunes como en 3D, el humor simple y con guiños para el público adulto es lo que la convierte, por momentos, irresistible. Claro que a veces el ritmo no se sostiene, y cuando los más pequeños en la sala empiezan a inquietarse, es termómetro de que no todo funciona lo bien que debería. La solidaridad es uno de los muchos valores que la película ofrece a los chicos. El equivocarse, que es humano y no sólo condición de los piratas, y el poder dar vuelta la hoja, el saber descubrir dónde está la bondad, el sentido de pertenencia, sea a lo que fuera... Así como en Wallace & Gromit el ladero del protagonista era más inteligente que él, el esquema se reitera. Con una animación que ha mejorado a pasos agigantados, no tiene catarata de gags ni la genialidad de Pollitos en fuga , pero es un buen aliciente: qué chico no querrá ver otra peli como ésta...
Liam Neeson comanda un grupo de accidentados en una desolada Alaska. Para aquellos que sienten ternura hacia los animales, salvajes o no, El líder no es la película que querrán ver. Para aquellos a quienes les gustan las películas en que los protagonistas sacan valor, coraje y entereza aún en las condiciones menos promisorias, El líder es el non plus ultra . Es como ganar un partido de tenis estando 0-6, 0-5 y 0-40... Esto es: revertiendo absolutamente todo. John Ottway es un cazador nato. Trabaja en Alaska, cuidando que los lobos no ataquen a los operarios de una empresa buscadora de petróleo. Hombre de pocas palabras -mejor, porque cada vez que abra la boca será para poner en claro lo mal que están, y lo peor que estarán-, cuando el avión en el que regresa con los obreros ingrese en una tormenta y termine estrellándose en medio de la nada, todos sus conocimientos se pondrán a prueba. La cuestión, claro, es sobrevivir. No sólo por el frío helado, la falta de alimentación, la seguridad de que nadie podrá rastrearlos. Es que los siete sobrevivientes -hay algunos más, pero mueren inmediatamente- están siendo acosados por una jauría de lobos. Ottway lo tiene claro. Sin llegar a dar un aclase de psicología animal, si no abandonan los restos del avión, se los van a devorar. El título original - The Grey - hace referencia al rebaño (humano) del que se hace autocargo Ottway -de ahí El líder -. El tipo es como un guía espiritual en medio de la catástrofe, aunque más de uno se le rebele. Y entre tanto blanco que los rodea, ojitos que brillan en la oscuridad acechando, aullidos y dentaduras que meten miedo, mejor seguir a uno que dice saber lo que hace. Sin ser un tratado sobre la democracia, El líder plantea cuestiones inherentes a una estructura de poder, y también a la solidaridad. Todos sabemos que los siete no van a llegar con vida al final de la película. Pasó siempre, con La aventura del Poseidón y R escatando al soldado Ryan en el medio. El director Joe Carnahan venía de Brigada A , otra película grupal, pero en tono de comedia. Bien no le había ido, y eso que el tagline era No hay Plan B . Bueno, aquí tampoco lo hay, con Liam Neeson fantaseando entre el suicidio y la esposa que lo dejó, y los lobos que se reproducen como gremlins. La película está llena de agujeros negros de ésos que, si uno se pone exigente, lo vuelven incrédulo. Y, si no le tienen fe..
Una lavada de cara Esta versión de Blancanieves. Ofrece algunos cambios con respecto al clásico cuento de hadas. Estamos en una época de revisionismo. Y si a Caperucita Roja ya le había llegado la hora de su lavada de cara, en filme con actores y también animado, este año tendremos dos películas con Blancanieves como protagonista. El primero en llegar es Espejito, espejito y, para ser honestos, debemos decir que el rol protagónico se lo van pasando entre la joven doncella y la reina malvada. No es éste el único gran cambio en la historia. La reina y bruja, madrastra de Blancanieves, es también quien inicia el relato. La película está contada desde su punto de vista, y es una nueva vuelta de tuerca en la que el feminismo gana buena parte de la batalla. Igualmente orientada para el público infantil, los pequeños que hayan leído el cuento de hadas o visto la película de Disney se encontrarán con que los hechos, básicamente, son los mismos, sólo que están narrados de distinta manera. A saber: los siete enanitos prefieren robar en los caminos del bosque antes que ser mineros (“es más redituable y menos cansador”, argumentan con cierto grado de razón). Y hasta se “transforman” en gigantes. Blancanieves es mujer de pelea, de armas tomar, literalmente. El príncipe que se enamora de Blancanieves (Armie Hammer, que está rodando El llanero solitario , con Johnny Depp) está a punto de casarse con la reina. El pueblo está duramente castigado por la crisis y los impuestos que cobra la reina. El leal súbdito que lleva a la joven al bosque para asesinarla (interpretado por Nathan Lane) es el personaje con más líneas humorísticas en todo el guión. Y así. El director de origen indio Tarsem Singh, el mismo de La celda (2000), con Jennifer López, e Inmortales , del año pasado, trata de que el trámite sea divertido los 106 minutos que dura el asunto. Y lo consigue. Espejito, espejito no es que reinventa la historia popularizada por los hermanos Grimm, ni tampoco es una sátira a la película producida por el viejo Walt Disney. Tiene sus propios códigos, a partir del impacto visual que ofrece a los chicos –pareciera rodada completamente en interiores, bosque de abedules incluido-, con el interior del castillo que parece de torta de cumpleaños, y el de la casita de los enanos que es directamente una cueva. Obviamente la dirección de arte, la fotografía y el vestuario tienen un rol primordial. Y eso que no hablamos aún de las protagonistas. Lilly Collins – la hija de Phil Collins- no sólo es bella, sino que da perfecto en el rol de la nueva Blancanieves. Conjuga candidez, bondad y energía. Y quien se lleva la película por delante, previsiblemente, es Julia Roberts. Logra que su personaje malvado no sea odiado ni cuando manda a matar a su hijastra. En la copia doblada tal vez se pierdan un tanto los giros idiomáticos y el tono socarrón de su personaje, pero es la gran ganadora de la película.
Volverte a ver es todo lo que quiero hacer La segunda oportunidad para una ex pareja. Daniel Burman ha construido sus últimas películas sobre personajes que ante un momento específico de sus vidas, deben pegar un volantazo para no claudicar o ver cómo sus existencias se pierden sin remedio. En su filmografía también hay un claro quiebre entre sus primeras películas y las más recientes. Algunos le endilgan que se ha vuelto más comercial, como si eso fuera un pecado. Otros extrañamos la credibilidad casi ciega que teníamos en sus protagonistas y lo redondas que eran sus pequeñas historias. De El abrazo partido a esta La suerte en tus manos han pasado dos títulos ( El nido vacío y Dos hermanos ) por cierto dispares entre sí y con su filmografía anterior, y no sólo por la edad de sus protagonistas. Como si con La suerte... Burman volviera a su primera época, a insistir con el judaísmo, paródico o no, pero no pudiera hacer que la trama -ingeniosa en el caso, prometedora en su primera hora- despegue, levante vuelo. Como si correteara todo el tiempo por una pista bien mantenida, cuidada, lustrosa. Agradable. Pero a Burman sabemos que podemos pedirle más. Uriel (Jorge Drexler, como un primo no muy lejano de los personajes que hacía Daniel Hendler, también uruguayo) llega a los 40 separado y con hijos, y desea hacerse una vasectomía como para arrancar una vida distinta. Gloria (Valeria Bertuccelli, impecable como suele estar) viene de enterrar a su padre en Francia y en Buenos Aires se cruza con Uriel. Han sido novios hace añares, pero cuando ella se cansó de “los telos” y que no la tratara como a una novia y la sacara a la luz, lo dejó. Se entiende. Uriel tiene sus bemoles: es un mentiroso casi compulsivo, y con tal de agradar a Gloria no le dice que trabaja en la financiera que heredó de su papá, y le miente que está preparando un show de regreso de la Trova rosarina. Otro guiño a las segundas oportunidades. Los personajes secundarios, que siempre han rendido bien en el cine de Burman, aquí tienen a Luis Brandoni repitiendo -como el médico de Uriel-, su personaje de cura en El hombre de tu vida . Entre un irresponsable, que le compra una pecera, pero no los pececitos a sus hijos, y que se esconde para jugar al póker en un casino, y una mujer que siente que su pareja no lo acompaña ni la atiende como debería, los protagonistas de La suerte en tus manos aspiran a más. La sensibilidad y la ternura con que Burman trata a sus criaturas sigue siendo su marca de fábrica.
Inconsciente colectivo Freud, Carl Jung y una paciente, luego colega: cóctel de sexo, psicoanálisis y abusos. A veces tenés que hacer algo imperdonable para poder seguir viviendo.” La frase, dicha con más dolor y arrepentimiento que con regodeo o deleite, sale de la boca del Carl Jung que crearon Christopher Hampton (autor de la obra teatral en la que se basa el filme) y el director David Cronenberg, cuando al atribulado Jung ya no le queda espacio para la dialéctica analista/paciente. Teniendo a Sigmund Freud como mentor -no está de más recordar aquello de la figura paterna-, Jung es uno de los tres vértices del triángulo entre ideológico y perverso de Un método peligroso . Otro es Freud, y el tercero y responsable de que el padre del psicoanálisis y el eminente psiquiatra se conozcan, dialoguen, se envidien y separen a comienzos del siglo pasado es Sabina Spielrein. El asunto es que la palabra por sí misma no había sido hasta ahora el vínculo más directo de Cronenberg con su público. Realizador de buen pulso para el relato sugerente, aquí Freud, Jung y Sabina son lo más antiperonistas que se pueda imaginar: hechos y no palabras. Hay marcas en el relato que son propias a cualquier Cronenberg: el sexo, la relación de poder, el abuso, el amor/odio, y -si se bucea más profundo- el tema del doble, y el querer ser y el ser. Y no hay que ser un experto en neurosis o histeria, ni reconocer la influencia de los impulsos sexuales o las meras pulsiones eróticas para entrarle al asunto. Que no es un tratado ni una aproximación histórica al psicoanálisis. Saber quiénes fueron los personajes, ayuda, pero no limita. Algo maníaca y perturbada, Sabina ingresa a la clínica donde Jung la atenderá de acuerdo a las lecturas que ha hecho de don Sigmund, y su método. De a poco la cuestión empieza a enturbiarse, no por la enfermedad de la paciente, sino por el amor que se despierta entre ambos. Como para analizar es que la relación entre el analista casado y la enferma comienza mucho antes de que la mente de ella empiece a liberarse, y a sanar, y pueda ser muchos años después, más que discípula, colega. La contraposición entre los personajes, por distintas raíces, sea de pensamiento, de experiencia vivida o de religión -Cronenberg remarca que Freud y Sabina son judíos, y Jung, protestante- es riquísima, tanto en los diálogos como en las actitudes -la media sonrisa de Viggo Mortensen como Freud, mascando su cigarro; los ataques de Sabina, que se excita recordando cómo la castigaba su padre (Keira Knightley); y el triste y consternado Jung de Michael Fassbender. La relación cuerpo mente, cóm o el sexo interviene y predomina en las conductas lleva aquí a pensar aquello de que si se actúa como se piensa en vez de como se siente, pasan cosas raras. Como le pasa a Jung.