Sobreviviendo Niños y jóvenes combatiendo a muerte en una crítica al autoritarismo de la TV y el Gobierno. Orwell tenía razón. Tan cierto como que el dominio de la televisión y el del poder político se consustancian y anidan en Los juegos del hambre , primer libro de una trilogía que amenaza en convertirse en el cine en la prima dilecta de la saga Crepúsculo . Es que no sólo los protagonistas son adolescentes. Con -al menos en Los juegos... - escaso romanticismo y más ferocidad que en Crepúsculo , la película es en lo básico una batalla campal en la que 24 participantes, niños y jóvenes, deben luchar entre sí en medio de un bosque, y en la que sólo puede haber un ganador. Es decir: un sobreviviente. El resto, debe morir. Si Andrew Niccol había imaginado las nefastas consecuencias de un ser común, que vivía en un reality show sin saberlo en The Truman Show (Peter Weir, 1998), el filme que se adelantó a Gran hermano , es esperable que lo que cuenta Los juegos... no llegue a ninguna realidad. Nunca se sabe. La trama nos sitúa en un futuro en el que se especula que los Estados Unidos ya no serán lo que son hoy, después de una guerra, sino un conjunto de doce distritos. Y el poder -que uno imagina no es de turno, sino que planea quedarse allí instalado- viene celebrando (literalmente) desde hace añares los Juegos del título. En cada distrito se elige, por sorteo, un joven y una joven para que los represente. Y la previa de los Juegos y la competencia misma es televisada en vivo y en directo, con el agregado de que, como en The Truman Show , la “realidad” puede ser manipulada por el “Gran hermano”. Como, por ejemplo, arrojar bolas de fuego para forzar a Katniss Everdeen (Jennifer Lawrence) a no desviarse del camino... Katniss es una cazadora, que se anota como voluntaria cuando el papelito que sacan es el de su hermana menor. Katniss es buenaza, y hasta parece incapaz de matar a nada o nadie si no es por necesidad de comida. Pero no le den un arco y una flecha, y un motivo para sobrevivir... El marcado interés romántico -su novio, que queda en el distrito, Liam Hemsworth; su compañero en el sorteo, Josh Hutcherson- están aquí en un lejano segundo plano. El director Gary Ross ( Amor a colores , guionista de Quisiera ser grande ) opta por sobrecargar los apuntes en contra de los mandamás de la televisión, que desean mejorar el programa forzando las cosas y complaciendo al Presidente (Donald Sutherland), que no resiste ni un signo de rebelión en la granja, perdón, los distritos. Por una cuestión de tiempos cinematográficos algunas cosas han cambiado. Las matanzas son menos gráficas, y el carácter de Katniss está más esbozado que remarcado. Pero sin Jennifer Lawrence, la actriz de Lazos de sangre , otra sería la historia. La película se centra en ella, en su sufrimiento por lo que ve y también lo que debe hacer. Filme sobre innumerables temas, entre ellos el despotismo, la solidaridad, el amor y la traición, sólo le falta ser real. Porque a Los juegos... habría que entenderla como de ciencia ficción. ¿No? «
Gerry, un tipo genial Un policía irlandés, entre racista y borrachín, es el personaje con que Brendan Gleeson logra meterse al público en el bolsillo. El paisaje es el campo irlandés. Cerca de la costa. Unos jóvenes vienen a toda velocidad por la ruta, cambiando de carril, cuando pasan donde está, escondido, un patrullero. El automóvil vuelca. El policía se acerca, los revisa, encuentra droga. La prueba. Gerry Boyle es el sargento al que hace mención el título ( El guardia ), una película que, en su apariencia, sus tonos, su buen humor, la integridad de sus personajes, recuerda a otra gran película, Un tipo genial (1983). En aquella película que transcurría en Escocia, con Burt Lancaster y música de Mark Knopfler, todo era más altruista, si se quiere. Aquí, Gerry recibe la visita de un agente del FBI, ante el inminente arribo de unos narcotraficantes. Difícil de estimar con precisión cuál es el mayor atractivo de Gerry. Es un tipo simple. También, de ideales. Inclaudicable. Pero cuando hace comentarios de tinte racista no se sabe si es en broma u ocupan en serio su pensamiento. O directamente dice y actúa sin pensar. Gerry siente que puede llamar a unas prostitutas en su día libre, y no cambiar su determinación aún si con eso pone en riesgo la misión de detener a los narcos. Es que Gerry es un hombre libre dentro de un pueblito en el que la corrupción es tan amplia como el paisaje. Y tan abundante como las pintas que se bebe una detrás de otra. El guardia tampoco es fácil de definir. Es un thriller, pero también comedia. Y si se quiere hilar más fino, un drama sobre un hombre solitario enmarcado en una sociedad rural, empequeñecida y –él- sin futuro aparente. Los diálogos –cáusticos, socarrones, de inesperados remates- le confieren al relato un tono apenas disimulado de obra teatral, todo desmentido a partir del ágil manejo de las situaciones y de la cámara del novel director John Michael McDonaugh. La paleta de color que utiliza para re tratar y caracterizar los interiores y los paisajes son también muestras de un talento a seguir. Pero lo fundamental en El guardia es el casting realizado. El elenco es soberbio. Comenzando por Brendan Gleeson, el grandote rubio que ha pasado en general como actor de reparto (en otra novedad de este jueves, Protegiendo al enemigo , y en infinidad de títulos, con muy pocos protagónicos como éste). Gleeson hace que Gerry sea imprevisible y querible. Ya sea robándole a un niño algo que éste ya robó, como manteniendo esos filosos diálogos con el agente del FBI que compone Don Cheadle, un actor (y un personaje) que están en las antípodas, excepto por su integridad. Entre los narcotraficantes, Liam Cunningham (otro irlandés que también está en Protegiendo... ), Mark Strong y David Wilmot son por momentos como Los tres chiflados , cuando no se vuelven personajes de un film noir de la mejor cepa. Refrescante en todos los sentidos, El guardia es un título, si a usted le gustan los thrillers y los personajes con más de un perfil, como para no perdérselo.
Acción y tensión Buen thriller Con Denzel Washington y Ryan Reynolds. Matt está algo aburrido. Está a cargo de una casa segura en Ciudad del Cabo, un eufemismo para denominar lugares hiperrecontra seguros en los que alguna agencia del gobierno de los EE.UU. lleva a prisioneros para, ejem, interrogarlos. Matt no le cuenta nada de su trabajo a su novia francesa, y habla a la distancia con su superior (Brendan Gleeson), porque necesita un cambio. Quiere más acción. Y vaya que va a tenerla. Protegiendo al enemigo cambia drásticamente apenas cinco minutos de comenzado el relato. Un renegado de la CIA, Denzel Washington -que de Día de entrenamiento al presente demuestra que los roles de maldito le caen mejor que los de héroe-, consigue una información comprometedora para sus ex jefes. Y, siendo acosado, termina ingresando a la embajada estadounidense en Sudáfrica. Deciden trasladarlo a la bendita casa segura donde Matt lo recibe. De allí no podría escapar, ni tampoco los malos de turno secuestrarlo. ¿O sí? La acción trepidante y las vueltas de tuerca son el plato que mejor sirve el director chileno Daniel Espinosa. Para tener al espectador al borde de cada situación extrema que plantea el filme, es necesaria una edición, un montaje rápido y efectivo, y un manejo de cámaras acorde. Sobre esos dos pilares se asienta la narración de Espinosa. Que ambos personajes puedan pasarse 72 horas sin dormir y continuar peleando como si salieran del banco de suplentes es sólo un dato menor. Lo que cuenta es el entretenimiento, los choques de automóviles, las balaceras, las peleas cuerpo a cuerpo, ese ritmo del que hablábamos antes y la atención y tensión que se genera desde la pantalla. Acompañado en el elenco por Sam Shepard, Vera Farmiga y Liam Cunningham, Ryan Reynolds es el carilindo con buenas intenciones que nunca falla en un producto de Hollywood, como contraposición o sobrepeso del personaje de Washington. Uno experimentado, otro un aprendiz -como en D
Perdidos en Tokio Gaspar Noé y un alucinante viaje entre drogas y dolor por la noche. Gaspar Noé hace de la provocación una manera de filmar. O, si se quiere, su manera de filmar es provocativa. Alejándose del esquema narrativo de Solo contra todos , su opera prima, y del relato contado desde el final hacia el comienzo en Irreversible , ahora en Enter the Void vuelve con su cámara giratoria, grúas increíbles y tomas supinas (con la cámara encuadrando desde lo más alto) para contar una historia pequeña en cuanto a la trama, que demanda 160 minutos de la atención del espectador.Como siempre, las relaciones familiares son troncales, sean padre e hija, pareja o, como aquí, hermano y hermana. En una Tokio nocturna, Oscar es un joven dealer, que consigue una cantidad de dinero como para invitar a su hermana, bailarina de caño, a Japón. La cosa no empieza bien, ya que en una entrega frustrada Oscar termina con un balazo en un baño de un nightclub.Y como de niños, cuando sobrevivieron un terrible accidente automovilístico en el que sí murieron sus padres, se prometieron “nunca dejarnos”, “nunca jamás”, el alma de Oscar deambulará y sobrevolará la ciudad, siguiendo a Linda.Lo de la provocación y el efectismo vienen no tanto del despliegue técnico (un soberbio manejo de cámaras e iluminación, extensos planos secuencia, todo creando un ambiente entre ominoso y opresivo) sino de las escenas de sexo ¿real?, la práctica de un aborto con el cuerpito luego en primer plano y el plano de un pene ingresando en una vagina visto “desde adentro”.Entre viajes alucinógenos, producidos por ácidos, DMT y otros químicos, la película es como un tour por el Planetario. Algunos verán un filme visionario; otros, una reflexión sentida sobre un (sub)mundo real, contado sin tapujos en un ritmo trepidante. Y otros huirán despavoridos.Personajes en posición fetal, mucha oscuridad, sexo sin placer y un gusto por lo circular que se aproxima a la obsesión: un cóctel explosivo, pero para pocos.
Qué vida de perros La novela de Bioy Casares tiene un cuidado correlato en la mirada de Alejandro Chomski. El universo de Bioy Casares es más o menos difícil de trasladar a la pantalla -recordar El sueño de los héroes , de Sergio Renán-, en particular el de Dormir al sol . Es el tipo de relato en el que las sutilezas enmarcan una trama con sorpresas, más que vueltas de tuerca. De esas narraciones que se disfrutan más y mejor a medida que se van desarrollando y abriendo los ojos al lector/espectador.Por ejemplo, ¿qué es esa cámara subjetiva de un perro, casi al comienzo? Lucio Bordenave -una de las mejores composiciones de Luis Machín en el cine, pareja con la de Felicidades , de Lucho Bender-, huérfano desde chico, trabajaba en un banco, pero ahora desempleado, es un relojero. Casado con Diana (Esther Goris, irreconocible estando tan contenida), escucha la siguiente pregunta de otro personaje: “¿De vuelta mal de los nervios?”, le dicen en referencia a su esposa. Es que Diana -¿quién no conoció a una perra con ese nombre?- tiene la teoría de que los perros hablan.Y como hay gente que no entiende, no comparte esa filosofía, Diana termina internada en el Instituto Frenopático, contra la voluntad de Lucio. Ya la tuvo internada en otros lugares y bajo otras circunstancias. Pero accede: él también advierte que Diana no está del todo bien de la cabeza.De a poco, Lucio notará que loque sucede a su alrededor tampoco condice con lo que algunos denominaría normal. ¿Qué es normal? Su cuñada (Florencia Peña) no hace otra cosa que intentar seducirlo. El doctor Samaniego (un Carlos Belloso que el cine debería aprovechar más) le responde con ambivalencias cuando él quiere saber cómo está su esposa. ¿Qué está pasando? La riqueza del filme de Alejandro Chomski radica en la creación de atmósferas y la (re)creación de época -Parque Chas, sin tiempo especificado, serían los ‘50-. En pocas películas la ambientación cobra la fuerza necesaria para acompañar y no reforzar lo que se está contando.El relato tiene un momento, un clic, en el que como solía decirse hay que creer o reventar. Optamos por lo primero, no sólo por una cuestión de supervivencia, sino porque a la sonrisa que acompaña la comprobación de lo que se intuía, le sigue un desenlace acorde con lo que venía pasando.“No confundas tristeza con locura” es una de las pocas frases que, tras la visión del filme, perdura en el recuerdo. No interesa quién la pronuncia, pero está allí el centro de la cuestión. Como toda buena película, Dormir al sol permite más de un interpretación, más de una mirada.Cada cual con lo suyo, cada loco con su tema.
Esa rubia debilidad Dos agentes de la CIA se enamoran de la misma mujer. Hay mucho del cine que Hollywood producía por los años ‘70 en ¡Esto es guerra! Combinación de comedia y acción, con dos galanes detrás de la chica, confusiones y engaños propios de las obras teatrales en las que los personajes entran y salen por distintas puertas al escenario, es una película sin otra pretensión que la de divertir, una buena excusa como para salir, compartir un buen momento y listo.Claro que los tiempos han pasado, y lo que hubiera sido una película apta para todo público para llevar a los chicos, hoy tiene unos gags más subidos de tono y un toque sexual como para que los chicos hagan preguntas inconvenientes.Dos amigos, agentes de la CIA, terminan “castigados”, alejados de la escena de acción y confinados a dos escritorios cuando debían apresar a dos hermanos en una fiesta en Hong Kong, uno muere al caer desde un alto edificio y el otro juramenta venganza. Claro, ellos no lo saben.Y da la casualidad que cuando Tuck (Tom Hardy, el próximo villano de Batman) conoce vía un sitio de citas a Lauren (Reese Witherspoon), su amigo FDR (Chris Pine) se la cruza en un ¡videoclub! (esto es para los que piratean las películas), sin saber que es la mujer por la que Tuck ha quedado perdidamente enamorado.Y cuando cada uno descubra que la chica que quiere conquistar está en la mira del otro, tras elegantemente decidir hacerse a un costado, terminarán entablando una guerra sin cuartel, estableciendo reglas. la primera: no tendrán sexo con Lauren...Witherspoon, la actriz de Legalmente rubia , muestra todos los dientes blancos de su boca tamaño buzón y sus morisquetas. Mucho más compenetrados, si cabe el término, están Hardy -un primo lejano de Daniel Craig-, que no es lo que se dice un comediante nato, pero sí un actor visceral, al que el papel por momentos pareciera quedarle chico, y Pine, en el rol del egocéntrico.Pero la cuestión no pasa por saber quién se queda con la chica, o mejor, a quién elige la chica, ya que sale con los dos. El director McG -el mismo de las dos Los ángeles de Charlie - sabe cómo sazonar la acción en la comedia y la comicidad en las escenas de tiros. O sea: está todo bien cocinado para comer rapidito, sin tener que eructar, pero tampoco como para repetir.
Discusiones de (y entre) parejas A sus 78 años, a Roman Polanski le sientan bien, muy bien, los ambientes de encierro. Cómo le gusta, le sienta bien a Roman Polanski moverse en ambientes opresivos. Sean reducidos por espacio ( La última puerta ) o como en El inquilino , o por momentos en Repulsión , cuando las paredes forman parte del acoso que sienten los protagonistas. No había por qué imaginar que al trasladar Un Dios salvaje , la pieza de Yasmina Reza, no iban a quedarse él, con sus cuatro personajes (y el espectador) encerrados en un cuarto. Tal vez al estilo de su La muerte y la doncella , sobre la obra de Ariel Dorfman, la adaptación de Un Dios salvaje es terribemente fiel al orginal. De hecho, la hicieron Polanski y Reza... Alguna que otra línea de diálogo, un paso por el baño en suite de los Longsteet, la pareja que recibe al matrimonio Cowan, o el pasillo del edificio, rumbo a los ascensores, son los únicos atajos con que el director de Barrio chino planea airear la trama. Por el resto, queda todo igual, excepto la apertura y el cierre: el filme abre en un parque y se ve, de lejos, la agresión de un chico hacia otro, que es la base en la que se sustenta la obra y el motivo por el que ambas parejas se encuentran. Allí y en el desenlace –para ser estrictos, el final “cambia”- son los únicos momentos en que se escucha la música de Alexandre Desplat. Lo que parece ser una mera reunión para conciliar posiciones entre los padres del niño agredido y los del agresor, que son los visitantes, da lugar a un campo de batalla. Contradicciones, autoritarismos, irritación, egoísmos, ánimos conciliadores, apoyos, provocaciones: todo sucede en la continuidad de los 75 minutos reales y corridos en ese living del departamento. Cuando la dueña de casa, Penelope (Jodie Foster), sienta que alguien amenaza su orden o principios, mostrará las uñas. Las mismas que tiene bien ocultas su esposo (John C. Reilly), mientras Nancy (Kate Winslet) parece componer las cosas y su esposo (Christoph Waltz) no deja de habla por el celular. Y allí hay una diferencia notoria, ya que Polanski elige recortar con primeros planos a Waltz, cuando en el teatro sus conversaciones eran siempre a un costado de la escena. La escenografía es cargada. “¿Por qué sos agresivo?” tiene por respuesta “Soy sincero”. Entre momentos de absurdo (ayudados, no sostenidos, por el consumo de alcohol) y complicidades de género, la obra llega a su fin y nos quedamos pensando en la sinrazón de tanta pelea, y el póker de grandes actuaciones que han quedado allí, encerradas entre cuatro paredes.
Peligro al volante Con Steve McQueen en el retrovisor, Ryan Gosling compone a un conductor de temer, por más de un motivo. El de Drive es un caso testigo de cómo un relato que, por su trama, puede pasar tranquilamente desapercibido, y a partir de una puesta en escena entre seca y vibrante termina siendo atrapante. Negocios sucios en una película bien clase B, pero con el brillo de un equipó de Primera A. El protagonista es un tipo sin nombre, ni pasado, pero con el rostro del canadiense Ryan Gosling. El conductor -llamémoslo así- se gana la vida manejando automóviles en escenas de riesgo en Hollywood. Es “un trabajo de medio tiempo”, como dirá las pocas veces que quiera abrir la boca. El resto, lo pasa en un taller o hace otros trabajitos detrás de un volante. Como llevar malhechores en plena huida tras un robo. Pero el conductor no planea los robos y ni siquiera lleva un revólver. El sólo abre la puerta del auto, y maneja en las fugas. Los primeros 9 minutos de la película ya valen el precio de la entrada. El personaje es otro dentro del auto, pero no como si se transformara, sino como si sentado al volante fuese él, y afuera, no. Y afuera es donde conoce a Irene (la inglesa Carey Mulligan, de Enseñanza de vida y Nunca me abandones ), vecina con hijito del hotelucho donde vive, y a cuyo esposo ayudará cuando éste salga de prisión. Adivinen en qué consistirá la ayuda. Originalmente, Drive -que le valió exageradamente a Nicolas Winding Refn el premio al mejor director en Cannes 2011- iba a tener otro protagonista (el australiano Hugh Jackman) e inclusive otro realizador. Por fortuna el danés se hizo cargo del proyecto -como antecedente, en su filme anterior, Valhalla Risng , Mads Mikkelsen era un luchador... mudo- y siguió adelante con esta producción hollywoodense, pero sin restarle su rasgo de cine de autor, alejándose de lo que pudo ser un émulo de Rápido y furioso . Las cámaras lentas, los decorados de los cuartos del hotel, los juegos de luces y sombras proyectadas, el escarbadiente en la boca y la campera con un escorpión dorado, todo está teñido de un mismo tono y paleta. El color que pasará a predominar -el rojo- llegará cuando comience el baño de sangre, aquello que aleja a Drive del producto exquisito o pasteurizado con que algún productor habrá soñado, para ganar en carne y bravura. Por más que trate de disimularlo, Gosling se fijó en Steve McQueen y le agregó algo de locura salvaje. El actor de Diario de una pasión y Secretos de Estado se luce y gana en cada confrontación, sea con Albert Brooks, Ron Perlman o Bryan Cranston. Porque da la idea -e infunde miedo- de que, en cualquier momento, ese taciturno y silencioso personaje, aunque cruzado de brazos, está por explotar.
De éstas, ya no se hacen más Thriller como se hacían en la época de la Guerra Fría, con un elenco excepcional. Películas como El topo ya no se hacen más. Ambientada en 1973, parece rodada en ese año. Y entiéndase lo antedicho como un elogio, no una crítica. Basada en el best seller de John Le Carré, la trama es una intriga de precisiones milimétricas, intrincada, que necesita de la atención del espectador, que no podrá distraerse, claro, con el balde de pochoclo. En el Servicio de Inteligencia británico hay una manzana podrida, como grafica Control (John Hurt). Hay que encontrar a quien los rusos (estamos mucho antes de la caída del Muro) han infiltrado, y tienen como aliado en el Circo, como se denomina al Servicio. Control, que era quien llevaba adelante la búsqueda de manera clandestina, es despedido junto a George Smiley (Gary Oldman), pero la muerte del primero lleva a una investigación. Que le encargan al segundo, y en la que hay cinco sospechosos. Y uno de ellos es Smiley. Lo primero que hay que advertir es que el actor del Drácula de Coppola, el malvado de El perfecto asesino , está a kilómetros de esos personajes que, con gestos grandilocuentes, se apoderaban de la pantalla cuando el actor inglés aparecía en ella. Aquí Oldman está como detrás del personaje. Ni un grito, un exabrupto, nunca altisonante: maquillado como un tipo mayor a lo que es (tiene 53 años), y con anteojos y casi siempre de corbata, Oldman es el corazón del relato, siguiendo (y despistando) al espectador en cada tramo de los vericuetos, los viajes por Europa y los saltos temporales. Lo segundo es la presencia del director sueco Tomas Alfredson (la muy elogiada Criatura de la noche , que no era una mera película de vampiros, por cierto). Evidentemente, el realizador puede saltar del cine de género a lo que le plazca, adaptar la novela como le convenga y manejar las intrigas y los datos relevantes sin remarcarlos, con sutileza. Es un ejercicio bárbaro para el público habituado a que le sirvan todo previamente digerido y hasta regurgitado. Aquí, el que no presta atención, pierde. Alfredson vuelve a una misma secuencia para revelarnos (ahí, sí) lo que sucede desde diferentes ángulos, y utiliza una paleta cromática, con grises y ocres que le calza perfecto al relato. Y a diferencia de la miniserie de 1979, de John Irvin, con sir Alec Guinness, no se queda en los detalles: va a las entrañas. Y lo tercero es el elenco que acompaña a Oldman, cuyos silencios son tan imprescindibles como sus comentarios con cinismo. Entre los miembros del Circo están Colin Firth, Ciaran Hinds, Toby Jones, David Dencyk. Y en papeles no menores, Benedict Cumber- batch, Mark Strong y Tom Hardy. En definitiva, lo que plantea El topo (o Tinker Tailor Soldier Spy como es el libro original) es advertir qué importa más, si la caza en sí misma o saber si se aprehende a la presa. La respuesta queda en cada uno.
Habla, mudito Homenaje al cine de Hollywood, con una historia de amor tragicómica. Ya en la proyección para la prensa, en Cannes, un domingo a la mañana, llamó la atención la sala Lumière colmada. ¿Pero si los cronistas franceses suelen ver antes que nadie las películas de su país, por qué tanta conmoción? El artista llegó en puntitas de pie, y se fue ganando críticos y público, y cuando los Weistein le echaron el ojo para su distribución en los Estados Unidos, el moño del paquete se terminó de anudar. Y hoy El artista no sólo es la película que hay que ver, sino la muy probable ganadora del Oscar. Pero ¿qué tiene esta película en blanco y negro, muda pero sonora, para generar tamaña expectativa? Una excelente campaña de marketing, eso es seguro, y también cierto homenaje al Hollywood de antaño en particular y al cine en general. No a la manera de La invención de Hugo Cabret : allí donde Scorsese hace lagrimear en buena ley, apelando al sentimiento, Michel Hazanavicius prefiere el tic, el gag, guiño cuando no la parodia. Y no está nada mal: ¿o acaso hoy no sorprende, viendo los resultados, que una estrella como el protagonista del filme se haya negado a trabajar en las películas “habladas”, porque “Yo soy al que vienen a ver; nunca necesitaron escucharme”? George Valentine (un Jean Dujardin con el carisma que tenía un Douglas Fairbanks, bigotito precoz, sonrisa compradora, un prodigio de la gesticulación, un Oscar posible) triunfaba sin problemas en el Hollywood de los años ‘20, hasta que la Gran Depresión asomó, y el nacimiento del cine sonoro le restó aquel público que le era fiel. La fidelidad es uno de los temas de El artista . Peppy Miller (la argentina Bérénice Bejo, también brillante) era nadie hasta que se topó con George. Y de la nada empezó a escalar en los créditos de las películas, hasta ser toda una estrella. George le dijo qué tenía que hacer para ser una actriz, y no ser nadie. Uno baja, la otra sube. Es la historia tragicómica de un amor. El artista es también otra historia, la de un amor no consumado; la de un matrimonio que no funciona; la de la relación de George con su mucamo y chofer -símbolo de lealtad y confianza-; y la de la tozudez de un hombre, que Hazanavicius remarca con trazos más gruesos que los que pintaría una brocha. El director es hábil, tiene lo necesario para activar los mecanismos de sentimiento en cualquier corazón cinéfilo y lo explota bien. Si algo le falta a la historia es, precisamente, historia. Como gag, como chiste, El artista funciona a las mil maravillas. Uno lo ve, se divierte, pasa un rato entretenido y ya está. Hay gags muy pero muy efectivos (George se sorprende al comenzar a escuchar sonidos en su vida real en cuanto le dicen que el cine silente está por morir), y una veneración por el género a la que es fácil adherir. De ahí el éxito sorpresivo del filme francés que homenajea a Hollywood, quien probablemente termine homenajeando al cine francés. Todo queda en casa.