Wolverine: inmortal

Crítica de Jonathan Santucho - Loco x el Cine

Entre dos mundos.

Cuesta creer que hayan pasado trece años desde que un grupo de mutantes dirigido por Bryan Singer revivió a un subgénero casi muerto, estropeado por el Batman en neón de Joel Schumacher. Es que, desde el estreno de X-Men en 2000, los superhéroes dieron sus vueltas en el celuloide, pasando de la lucha clásica entre el bien y el mal al combate con el mundo que quedó tras los atentados del 11 de septiembre. Eso sí, la popularidad de los justicieros sigue en aumento. En un 2013 en el que las audiencias del mundo ya corrieron a ver las ocurrencias de Iron Man y los lamentos de Superman, Hugh Jackman sale del musical y vuelve a la acción en Wolverine: Inmortal (The Wolverine, 2013), un testamento a lo mejor y lo peor que puede ofrecer el género.

Basada en una aclamada serie limitada de comics por Chris Claremont y Frank Miller de 1982, la película arranca con un interesante prólogo ubicado en Nagasaki. ¿El día? 9 de agosto de 1945. Los que sepan algo de historia ya conocerán por qué esa jornada es fatídica, así como lo hará Logan (Jackman) cuando cubra a uno de los oficiales japoneses que lo tienen prisionero, rescatándolo de la destrucción atómica. En minutos, la destrucción da oportunidad para la redención, y un hombre queda en deuda.

Décadas después, Logan está en el otro lado del mundo, aún culpándose por haber matado a su último amor para salvar al mundo. Mientras lleva una vida de ermitaño, en la que su única compañía es el tormento de las visiones de Jean Grey (Famke Janssen), él es contactado por la mortal Yukio (Rila Fukushima), quien lo lleva a Tokio para hablar con el ya moribundo ex-captor que salvó en la Segunda Guerra Mundial. Pero cuando la bestia con garras de adamantio sea tentada con la oportunidad de perder su indestructibilidad, se iniciará una lucha entre varias facciones en busca de Mariko (Tao Okamoto), una mujer que heredará el poder para dominar el país, y que dependerá de Wolverine para sobrevivir.

Desde ahí, el director James Mangold (responsable por trabajos respetables como Johnny & June - Pasión y locura y la remake El tren de las 3:10 a Yuma, así como fiascos al estilo de Encuentro explosivo y Kate & Leopold) usará la tierra del sol naciente como escenario de una historia centrada en ser la versión definitiva del antihéroe de Marvel, aspirando más arriba que el casi no mencionado desastre de X-Men Orígenes – Wolverine. En un presente donde la mayoría de los films sobre superhumanos parecen seguir el modelo de sufrimiento y destrucción masiva sin importancia patentado por Christopher Nolan, es bueno ver una producción que se distancie y vuelva a darle ánimo a las cosas, dejando que la performance dispuesta de Jackman exprese las capas de su sufrimiento perpetuo, sin necesitar pasar al territorio hueco del estereotipo depresivo. Pero por supuesto, el verdadero coprotagonista de la producción es Japón, que muestra con estilo de western (en su hermoso paralelo al subgénero de espadachines) a los ninjas, yakuzas, trenes balas, sushi, y muchas influencias, pasando de los honorables duelos entre samuráis de Akira Kurosawa hasta las sangrientas luchas de los yakuzas de Takeshi Kitano, y metiendo elementos de manga y animé. De esta manera, los primeros dos tercios del film son atractivos y refrescantes, para lo que es la norma habitual hollywoodense.

Eso es, hasta que el temido modelo se hace fuerte y claro. Hay que pensar que esta película no se hubiera hecho si no fuera por las recientes bondades de la taquilla internacional; si no, fijense como más estrenos, como Looper – Asesinos del futuro y Iron Man 3, apelan a hacer escenas extra para las ediciones del creciente mercado chino. Con la demanda internacional por productos que normalmente fracasan en Estados Unidos, se está generando un giro en la fabricación de películas. De todas formas, los estudios también tienen que cuidar el ámbito local, y en la búsqueda por satisfacer a todos los cuadrantes, quedan víctimas como esta película, que tiene cambios tan abruptos que hacen sentir a uno como si hubieran reemplazado los rollos por los de otro film, y eso se nota particularmente durante el final: una catarata de giros innecesarios, revelaciones apuradas, villanos incomprensibles y luchas rutinarias que vimos demasiadas veces en el pasado. Sumémosle un 3D que está de más y altos niveles de efectos especiales sin terminar, y queda una muestra del daño del comercialismo de los estudios.

Por eso, Wolverine: Inmortal es una pelea a mitad de camino entre lo mejor de Oriente y lo peor de Occidente. Igualmente, Logan sobrevivirá; si esperan un poco durante los créditos, verán un adelanto de lo que se vendrá para el regreso de los mutantes en X-Men: Days of Future Past, para mayo de 2014. El equipo está; esperemos que, la próxima, aparezca el valor por hacer algo más que un producto olvidable.