Wolverine: inmortal

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Probablemente cuando se estudie la historia del cine dentro de muchos años, en lo correspondiente al cine norteamericano se podrá trazar un paralelismo entre los viejos seriales de las décadas del ‘30 y ‘40 con el Capitán Marvel a la cabeza, y la era de las grandes sagas en el comienzo del siglo XXI. Se buscarán antecedentes en los años ‘70 y ’80, pero innegablemente el auge total y marcado será emplazado en estos (¿últimos?) años. ¿Qué tienen en común? La empatía natural por lo héroes, el deseo de que salgan ilesos y defiendan ciertos valores, y por supuesto la necesidad imperiosa de saber qué sucede con ellos en el siguiente capítulo.

Podría ser anecdótico sino fuera porque las secuelas, en especial las basadas en historietas, son una pata fundamental para sostener la industria. Es difícil saber en qué estado la encontraríamos sin los miles de millones generados por Marvel, DC Comics y Star Wars. Por supuesto que hay muchas más, pero estas tres en particular son de las pocas que todavía se siguen escribiendo y editando. En la bolilla correspondiente a X-Men no podemos vaticinar exactamente cuántas habrá, pero con las cuatro ya realizadas (más una quinta en camino) y las que se ocuparán de cada personaje en particular, pensar que hay material para al menos 20 entregas no suena muy descabellado.

Para empezar, con el desarrollo de cada uno eligieron al mutante más enigmático en contenido pero menos expresivo en su impronta, Logan / Wolverine (Hugh Jackman). Su pasado conflictivo, sumado a su espíritu rebelde y pendenciero (más el poder de auto-curarse las heridas), lo convierten en “el personaje a seguir” por los fans. Para los que esperamos una lógica dentro de lo ilógico del género la deuda está pendiente y, como sucedía en los seriales, a veces había trampa.

Hugh Jackman ya demostró ser un muy buen actor, sin embargo habría que juntar todas las X-Men para ver si los diálogos, reflexiones y demás llegan a completar una página de Word tamaño A4. Además es indestructible, y a la vez una máquina de matar. ¿No pierde un poco de interés entonces?

A ver, Terminator (por poner un ejemplo) también era invulnerable, hasta el momento en que tenía que serlo porque de lo contrario, ¿por qué habría de involucrarse el espectador, con personajes que de todos modos serán destruidos? Wolverine avanza. Le tiran tiros, bombas, cañonazos, espadazos, gases… hasta la bomba de Nagasaki explota casi en sus narices. Pero nada.

Por otro lado en “X-Men Orígenes: Wolverine” (2009) nos contaban que nació en Canadá en 1840. No existía Canadá en esa época, pero él nació igual ahí. A Marvel no le interesa mucho el rigor geográfico. Ya lo había demostrado poniendo una montaña gigante en Villa Gesell ¿Se acuerda? Sigo. El mutante peleó en toda guerra que se le cruzó por delante y después se olvidaba (convenientemente) de todo (trampita). Así llegamos a “Wolverine: Inmortal”.

Empezamos unos minutos antes de la bomba atómica. El héroe salva a uno de los oficiales por partida doble: del harakiri que el soldado estaba a punto de ejecutar y de la bomba que cae a 200 metros, tirándose ambos a un pozo y tapándolo con una chapa (¿perdón?). Sobreviven ambos. Creer o reventar, pero es lo único que se les ocurrió a los guionistas para instalar el conflicto interno y contrapuesto de ambos personajes. La elipsis nos trae a nuestros días. Ahora vive como un eremita tratando de evitar cualquier contacto con el mundo y la gente.

Logan está acosado por las pesadillas. En especial aquellas en las que vuelve a encontrarse con Jean (a quién mató en “X-Men III”). Ella lo incita, lo psicopatea con “soltar” y aceptar que algún día la vida debe terminar y dar paso a lo que sigue. Tal vez encontrarse. Todas estas pesadillas y recuerdos son las que sirven para alimentar y construir el conflicto del personaje. Y viene de perillas porque aparecerá alguien que le ofrece, precisamente, volver a ser mortal. Si es por esto, apenas aparece el ofrecimiento la película debería culminar a los 40 minutos, pero no es tan sencilla la cosa. Habrá que ver, por qué deseando tanto morirse no lo hace.

James Mangold, quien ya había trabajado con Hugh Jackman en “Kate & Leopold” (2001), está a cargo de una dirección sólida, en especial las secuencias de acción (toda la escena de la lucha en el tren en Japón es de colección). Esa solvencia es la clave para sostener un guión que a veces decae en ritmo narrativo, por no mencionar alguna redundancia. ¡Ah!, aparece Viper (Svetlana Khodchenkova) como para agregar un mutante más aunque no aporte demasiado.

De todos modos, “Wolverine: Inmortal” es lo suficientemente entretenida como para no defraudar a los seguidores. En la historia global de los X-men, será poco lo que quede para completar los eslabones de su universo, y hablando de eso, a quedarse en los títulos para el anticipo de lo que viene.