Wolverine: inmortal

Crítica de Diego Curubeto - Ámbito Financiero

Aunque con altibajos, Wolverine entretiene

El más famoso mutante de la Marvel Comics se mezcla con yakuzas, samurais y ninjas, más la bomba atómica de Nagasaki en una ensalada tan poco natural como el protagonista, y si bien tiene sus momentos divertidos y espectaculares, también incluye demasiados tiempos muertos, escenas confusas y bastante soporíferas.

El mutante de las garras metálicas que hizo famoso a Hugh Jackman empieza la película al final de la Segunda Guerra Mundfial, en un impactante prólogo en Nagasaki, justo en el momento que está por explotar la bomba. Lo que sucede en esa escena entre él y un joven soldado japonés a punto de hacerse el harakiri es lo que lo mete en este complicado entuerto nipón muchas décadas más tarde.

Cuando nos reencontramos con Wolverine tanto tiempo después, está harto de todo, y vive en una caverna en el bosque con un gigantesco oso como único vecino. Eso hasta que empieza la temporada de caza y el salvaje solitario debe salir a la luz, lo que permite que lo encuentre una extraña joven japonesa que lo invita a viajar a Tokio para cumplir la última voluntad de su viejo amigo. El anciano es ahora el millonario dueño de un imperio tecnológico, que tiene una oferta para quitarle sus dones mutantes y brindarle una vida común con una muerte normal al final de muchos años de existencia feliz.

Pero obviamente las cosas no son tan fáciles ni bien intencionadas, y pronto el héroe se encuentra recorriendo Japón en un tren bala, salvándole la vida a la nieta de su viejo amigo, perseguida a muerte por incansables bandas de yakuzas y metida en una complicada trama que hasta incluye al disoluto ministro de Justicia japonés haciendo festicholas..

Hay un momento en que James Mangold, director de grandes títulos de acción como la remake de "El tren de las 3 y 10 a Yuma" y de la biografía de Johnny Cash, parece estar a punto de lograr otra muy buena película capaz de mezclar los violentos iconos japoneses con la fantasía de la Marvel. Por ejemplo toda la escena del tren tiene un vértigo increíble, y dado que el guión aporta el toque de que el mutante esté perdiendo sus poderes de autocuración e inmortalidad, estas luchas asombrosas le dan un nuevo perfil humano al personaje.

Lamentablemente esta vuelta de tuerca se termina diluyendo en una sucesión de escenas de sufrimientos insoportables del pobre Wolverine, que parece metido en una de esas películas llenas de torturas sadomasoquistas que tanto le gustaban a Marlon Brando. Por supuesto, en un momento determinado de las más de dos horas que dura el film todo vuelve a la normalidad, y todos los malos reciben su merecido, lo que no era difícil de adivinar.

No hay mucho más que decir salvo que las escenas con ninjas y samurais aportan lo suyo, y la música de Marco Beltrami y el uso del 3D no brillan por su imaginación. Eso sí, hay un epílogo sorprendente que aparece en medio de los créditos y que ningún fan de Marvel debería perderse por apurado.