Wolverine: inmortal

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Con la excepción de Robert Downey Jr. como Tony Stark/Iron Man, nadie ha estado tanto en pantalla en el papel de un personaje de Marvel como Hugh Jackman. Mientras se espera el regreso de los X-Men para el año próximo con Days of Future Past , el personaje de Logan /Wolverine tiene un nuevo film en solitario que -sin ser una maravilla- constituye una suerte de revancha y de reivindicación frente a la decepcionante X-Men: Orígenes - Wolverine (2009).

El director James Mangold, un sólido artesano de la industria que ha realizado dignos films como Tierra de policías, Johnny & June: Pasión y locura; El tren de las 3:10 a Yuma y Encuentro explosivo , prescinde bastante de las explosiones y de la habitual ametralladora de efectos visuales para narrar una película "japonesa" en muchos sentidos. Más allá de haber citado al cine de Akira Kurosawa y Yasujiro Ozu como fuentes de inspiración y de estar casi íntegramente ambientada en Tokio, Nagasaki y alrededores, Wolverine: Inmortal tiene más de ninjas, samuráis y yakuzas, de artes marciales, de mitología y rituales nipones, que de monstruos o acumulación de imágenes espectaculares generadas por computadora.

Tras un prólogo que transcurre justo cuando la bomba atómica explota en Nagasaki, el film salta a la actualidad. Vemos que Logan se ha convertido en un alma en pena, una suerte de vagabundo de aspecto descuidado que reniega por completo de su pasado. Mientras se pelea con unos cazadores en un bar de pueblo, aparece en escena una extrañísima joven llamada Yukio (Rila Fukushima), que lo convence de viajar a Tokio para ver a un anciano moribundo, a quien conoció durante la Segunda Guerra Mundial y que ahora es el empresario más poderoso de Japón.

Ya en su nuevo destino, Logan descubrirá que las cosas no son tan sencillas como parecían y quedará en medio de una lucha entre gángsteres, con políticos e industriales involucrados, y, por supuesto, con una despiadada mutante como rival: Viper (Svetlana Khodchenkova). Pero el motivo principal para volver a las fuentes de Wolverine será, claro, el amor, ya que mientras tiene que cuidar a Mariko (Tao Okamoto), joven y bella heredera del imperio de su abuelo, se irá enamorando de ella.

Basado en el cómic A Ronin's Story (1982), de Chris Claremont y Frank Miller, Wolverine: Inmortal trabaja una veta existencialista (que tiene que ver con la "condena" de la inmortalidad a la que alude el título), pero que está lejos de la complejidad y las ambiciones de, por ejemplo las Batman, de Christopher Nolan. Más allá de sus picos de solemnidad y de humor, las comparaciones van por el lado del cine de yakuzas de Takeshi Kitano, de la saga de Kill Bill (aunque le falta más desparpajo, estilización y referencias pop para "dialogar" con Quentin Tarantino) y de una tensión que remite al William Friedkin de Contacto en Francia .

Jackman convence tanto en las peleas cuerpo a cuerpo (incluso cuando debe enfrentar a un gigantesco samurái plateado) como cuando tiene que sostener las escenas dramáticas (que no son particularmente inspiradas). Tampoco se destaca demasiado el trabajo con el 3D, a todas luces innecesario y hasta distractivo. No estamos, por lo tanto, ante una película revolucionaria (ni siquiera del todo redonda), pero que sí surge como una bienvenida rareza dentro del universo Marvel.

Nota: Fiel al espíritu de las películas de superhéroes, tras los créditos finales hay una larga (y buena) escena sobre... el inminente regreso de los X-Men. Los fans de la saga quedan avisados para no abandonar raudamente la sala.