Tan fuerte y tan cerca

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Lo manipulador no quita lo emocionante

Según John Updike, Harry Siegel y otros prestigiosos cerebros, la novela que inspira a este film es francamente falsa, manejadora, esquemática y empalagosa. Puede ser. Al mismo tiempo, le reconocen «momentos de emoción aplastante», un «virtuosismo impresionante» y otros méritos. Como fiel adaptación, resulta coherente que la película también tenga similares méritos y defectos. No a todo lo largo, pero los tiene.

Jonathan Safran Foer, se llama el novelista, nieto de sobrevivientes del Holocausto y seguidor de Philip Roth. Entre sus libros se destacan «Todo está iluminado» (Liev Schreiber hizo una buena versión cinematográfica con Elijah Wood, «Una vida iluminada») y, menos elogiado pero más vendido, «Tan fuerte y tan cerca». Quienes lo llevaron al cine son el director Stephen Daltry («Billy Elliot») y el guionista Eric Roth («Forrest Gump»), que para ello simplificaron el relato, redujeron prácticamente a uno sus varios narradores, aportaron sus variantes manteniendo el espíritu original, y, cosa de agradecer, eligieron muy bien al compositor Alexandre Desplat y a los dos intérpretes principales: el chico Thomas Horn, sin experiencia actoral pero que venía de ganar un certamen nacional de preguntas y respuestas, lo que daba muy bien para su personaje de niño inteligente, imaginativo y sensible, y el venerable Max von Sidow, con una experiencia enorme en variedad de papeles y una voz imponente de la que en esta ocasión nos vemos privados.

Es que el chico de la historia sufre la pérdida de su padre, muerto en el atentado de las Torres Gemelas. Ese hombre era también su compañero de juegos creativos, su mejor guía. Ahora el niño tiene la ilusión de haber encontrado un último juego que, quién sabe, su padre estaría preparando. Para resolver la incógnita y sentir más cercano al ausente, recorre New York, que guarda las heridas de aquel atentado pero sigue andando. De ese modo él va aprendiendo ciertas cosas. Más adelante aparece otro compañero de camino: un viejo silencioso, que sufre otras pérdidas. Es un sobreviviente del bombardeo a la ciudad de Dresde, durante la II Guerra Mundial, un tema tratado por Kurt Vonnegut en «Matadero 5». Ahí la historia empieza a interesar mucho más, se enriquece en varios sentidos y alcanza sus mejores momentos.

En resumen: la película es inflada, retórica, lacrimógena, se alarga demasiado, lo que digan. Pero tiene lo suyo: lecciones de vida, comprensión del propio sentimiento de culpa, del dolor ajeno y la necesidad de redención, o reconciliación, aprendizaje de crecimiento. Por ese lado vale la pena.