Ojos bien abiertos Esta nueva película del director de Tan de repente y Mientras tanto (y de los cortos La prueba y La guerra de los gimnasios) está basada en Ciencias morales, novela de Martín Kohan ganadora del Premio Herralde 2007 que describe el sistema represivo y la degradación generalizada desde el punto de vista de María Teresa (gran trabajo de Julieta Zylberberg muy alejado de sus registros habituales), una joven preceptora que ingresa al Colegio Nacional de Buenos Aires en 1982, pocos días antes de (el libro transcurre durante) la guerra de Malvinas. Con un gran rigor y austeridad en la puesta en escena, con un inteligente uso del fuera de campo para abordar la crisis final de la última dictadura militar y con una sólida dirección de actores (se destaca también Osmar Núñez), Lerman utiliza a su protagonista y a los estudiantes secundarios como metáfora y alegoría (por momentos, un poco obvia) de una época oscurantista. Lerman se concentra en los detalles, los pequeños rituales cotidianos para describir el entramado de disciplina/censura/control/represión tejido por 6 años de gobierno militar. La contradictoria, inquietante relación entre Biasutto (el manipulador jefe de preceptores interpretado por Nuñez) y María Teresa (una joven bastante contenida que calma su frustración y obsesividad controlando a toda hora si los alumnos fuman en los baños) es el eje y motor del relato, aunque por momentos el director acentúa y subraya demasiado los aspectos relacionados a la tensión y la perversión sexuales. El realizador decidió ser muy fiel a la novela original y -paradójicamente- consigue los mejores momentos (como una fiesta a la que acude la protagonista en la que se percibe cierto espíritu de época y la incipiente apertura propia de la etapa final de la ya decadente dictadura) y los peores pasajes (como un desenlace algo over the top) cuando "traiciona" a la creación de Kohan. Menos desenfadada y audaz que Tan de repente, pero mucho más lograda que Mientras tanto, La mirada invisible surge como un interesante, minucioso, cuidado acercamiento diferente a la más trágica etapa de nuestra historia reciente, concebida con elementos propios del cine; es decir, sin caer en la bajada de línea discursiva ni en la demagogia tranquilizadora. Por eso, por sus atributos técnicos, narrativos y actorales, este tercer largometraje de Lerman merece ser visto, analizado y discutido.
Entre las sombras Una intensa y lúcida mirada sobre la época más oscura de la Argentina es la que plasma Diego Lerman en su tercera experiencia cinematográfica después de Tan de Repente y Mientras tanto. Basada en la novela “Ciencias Morales”, de Martín Kohan, la acción se sitúa en el Colegio Nacional Buenos Aires (aunque en realidad no los dejaron filmar allí) durante los días previos a la Guerra de Malvinas, en 1982. El relato está narrado desde la perspectiva de la preceptora María Teresa (una muy grata sorpresa resulta Julieta Sylberberg, a quien también se la puede ver en la obra Agosto) quien vigila en secreto, casi imperceptiblemente, a los alumnos que "rompen la ley" y fuman en el baño durante los recreos. Su misión es avalada por el jeje de preceptores (Osmar Nuñez) y ejerce su función sin piedad sobre ciertas irregularidades que ocurren en el establecimiento (desde el pelo largo hasta las peleas y el color de las medias del alumnado). Pero mientras cumple sus órdenes al pie de la letra, también desarrolla una pasión secreta por uno de los chicos. La atracción física, la seducción del perfume, la mirada esquiva y la fascinación por aquello que desconoce, es registrada por una cámara que nunca se aleja de su rostro, de su mirada y de sus gestos. Ni siquiera cuando termina su tarea y la vemos en compañía de su madre enferma y de su abuela dominante. El realizador construye su propio andamiaje para retratar el horror represivo de una época: el afuera estalla (a través del bullicio y las sirenas) pero el adentro se torna oscuro y confuso. Todo lo que allí sucede le sirve al director para mostrar una parte del caos que se da en el exterior de las paredes del instituto. Su relato se acerca al suspenso, aunque no es un film de género en el sentido estricto de la palabra. El accionar de la celadora que no puede exteriorizar lo que siente; la "salida" con su superior y la relación que mantiene con los alumnos nos deja en presencia de un personaje a punto de estallar. Ella es silenciosa y sabe esperar el momento indicado, pero también forma parte de una "cadena de mando", de un rompecabezas siniestro cuya pieza principal es el señor Biasutto (Nuñez) quien aprueba desde un principio el "modus operandi" de María Teresa y le despierta las más secretas pasiones. El representa la opresión y el abuso de poder. Ninguno es un santo en el film y todo se encamina hacia la violencia. La mirada invisible es el trabajo más logrado de Lerman y se ven influencias de Leonardo Favio o de aquel film de Louis Malle, Adiós a lo niños. Los pasillos vacíos, las aulas, los recreos y el ojo puesto en el horror de una época que cierra con un fragmento documental.
El crecimiento de un cineasta. Como cinéfilo siempre he encontrado/elegido distintos caminos en la elección de ver films a través de los años. Esas búsquedas las he visto relacionadas a las etapas mismas que uno vive a lo largo de su vida, los cambios de ánimo, la necesidad del momento. Los mapas de ayuda para empezar estos recorridos a veces se vincularon a ir conociendo el cine a través de las entregas de premios como lo ha sido en mi infancia, principalmente los Oscars, la llegada a mis manos de revistas especializadas en cine, video, las críticas de los diarios en sus dias jueves (de estrenos), secciones apartadas a espectáculos en revistas, los festivales de cine, hasta llegar a mi modo de autopiloto actual y más disfrutable hasta el momento, el seguir una filmografía de directores, en forma cronológica. Estos distintos caminos y forma de recorrerlos a su vez, generan nuevos lazos, algo así como las actuales redes sociales, donde uno termina enterandose que un amigo es a su vez el amigo de la amiga de otro amigo, los seis grados de separación. A qué quiero ir con esto? En el camino de recorrer la filmografía de Diego Lerman, uno denota un crecimiento exponencial en materia cinematográfica, desde el filmar con escasos recursos y obtener resultados más que satisfactorios, así llegaron Tan de Repente al BAFICI 2002, seguida de Mientras Tanto y ahora La Mirada Invisible. Tan de Repente abordaba un tema local como un despertar lésbico latente en la protagonista, una chica gordita de carácter pasivo, frente a otra completamente opuesta, marginal, autoritaria, rebelde, junto con una amante, y con un modo violento, terminan manteniendo una relación particular. Filmada en blanco y negro, poco convencional, Indie, bizarra. Con el salto a La Mirada Invisible, Lerman crece, muestra habilidad, un trabajo sobre un estilo completamente diferente a sus anteriores incursiones cinematográficas. ¿Es aquí donde puede perfilarse como una nueva promesa en relación al cine argentino que nos representa? La Mirada…va de una chica (excelente Julieta Zylberberg) que entra al Colegio Nacional Buenos Aires bajo la categoría de preceptora, el año es 1982, ya casi abandonando la dictadura militar, con Galtieri al mando del país, casi embarcándonos en la nefasta Guerra de Malvinas. Las esquelas de la época nefasta, se hacen ver en el cotidiano de la institución, jerarquizada y de renombre, con historia propia, lugar donde mismos próceres argentinos pisaron el establecimiento, un lugar donde hacer historia. Uno de los principales (Osmar Nuñez), es de aquellos a favor del régimen que quedaron al mando de la institución, los modales y conducta impuesta hacia el alumnado es característica de un orden militar, el tomar distancia, las reglamentaciones sobre el uniforme, el pedido de documentación frente a cualquier altercado o conducta sospechosa, denotan una modalidad que tanto internamente bajo las paredes que rodean la institución eran sostenidas en su exterior tambien. María Teresa (Zylberberg) se destaca por estar viviendo reclusa de sus pasivas actitudes, ve a los hombres tomando una distancia de represión tal que su vida sexual es nula, mira, observa desde un lugar voyerista para saciar su interrogante y necesidad. No encaja con sus pares, va a una fiesta y es distante, pasa desapercibida. La Mirada...está basada en la novela Ciencias Morales de Martín Kohan, y es de esos films cuya primer mirada deja al espectador analizando y repercutiendo por días, el poder digerir los acontecimientos visualizados. La experiencia de utilización de las miradas plasmadas con los fuera de campo son efectivas, una herramienta empleada minuciosamente. El film fue presentado en la sección de la Quincena de Realizadores del reciente Festival de Cannes, representando a nuestro país.
¿Qué ves cuando no ves? Hay películas que van mucho más allá de lo que a simple vista muestran y que leyendo entrelineas es en donde radica el verdadero valor de su discurso. Dependerá de la sutileza de un director para mostrarlo y de la habilidad del espectador para encontrarlo. La mirada invisible (2010) es el metafórico título para el último film de Diego Lerman, en dónde lo esencial de la historia radica en lo que no se ve pero paradójicamente puede verse. María Teresa - magistral trabajo actoral de Julieta Zylberberg - es preceptora del Colegio Nacional Buenos Aires durante la última etapa de la dictadura militar argentina. En épocas de disciplina militar, obediencias debidas y rigor educativo, decide comenzar una investigación para descubrir si los varones fuman en los baños. María Teresa se encerrará durante horas entre el excremento y el orín. Pero no será un culpable lo que busque esta mujer, sino que en ese lugar nauseabundo será en donde encuentre el placer sexual que tiene negado y mucho más. ¿Hasta dónde llegan los límites de la perversión? Pareciera ser esta la pregunta que el tercer film de Diego Lerman (Tan de repente, Mientras tanto) se hace de manera rotunda. ¿Es María Teresa víctima o victimaria del sistema? ¿Está bien lo que hace o está mal? ¿Quién es más perverso el que mira o el que se regocija con saber lo que hace el otro? Preguntas cuyas respuestas no serán develadas facilmente pero que de manera implícita el film plantea categóricamente. Formalmente el film se plantea desde una mirada invisible de la que el espectador es participe a través del uso permanente de los fuera de campos, así como los personajes son espiados sin ser vistos, al espectador también se le niega la posibilidad de visualizar situaciones que son reemplazadas por imágenes que, a simple vista, pueden dar la sensación de no decir nada, pero que en su conjunto serán más explicitas que lo que podría haberse visto propiamente en escena. Un párrafo aparte merece la genial actuación de Julieta Zylberberg en un personaje tan puro como retorcido, causante de tanta lástima como odio a la vez, y de Osmar Núñez como un jefe de preceptores sin ningún tipo de escrúpulos y que se regodea de no tenerlos. Resulta imposible imaginar a cualquier otro actor en un personaje digno de una película de Hitchcock. La mirada invisible nos ofrece un relato simple en él que la mirada está puesta en aquello que no se ve pero que puede verse, al menos si uno quiere. No es lo mismo mirar que ver y es ahí en donde radica el eje de esta historia. Será el espectador quien descubra más de una mirada sobre un relato con muchas más aristas de las que se pueden llegar a enunciar en un sólo texto y que reconfirman a Lerman como uno de los grandes directores del cine argentino, capaz de contar una película desde lo que no puede verse.
Tan terrible como profunda. Reprimida tanto sexual como socialmente y obsesiva en su trabajo, María Teresa cumple a rajatablas la tarea que Biasutto, el jefe de preceptores, le encomendó. Si alguien rompe una regla, ella debe saberlo. Julieta Zylberbeg interpreta maravillosamente a una mujer cuya vida empieza y termina en la casa que comparte con su madre y abuela y en el Nacional Buenos Aires, en donde trabaja como preceptora. Inmersa en un sistema oscuro, siniestro y rígido, va transformándose en un personaje tan perverso como todo lo que la rodea. Con una mirada muy original y contextualizada en los últimos meses de la dictadura, Lerman –quien paradójicamente nació el 24 de marzo de 1976- centra la historia (basada en Ciencias Morales, la novela de Martín Kohan) en la perversión y el abuso de poder en lo que él mismo llama una “microcélula” de lo que pasaba en el país. El colegio Nacional Buenos Aires porta una fuerte tradición de educación liberal y erudita; de él salieron, como afirma el mismo Biasutto (una interpretación brillante de Osmar Nuñez) los padres de la patria. El punto de vista del film es la de una mujer de veintitrés años que vive totalmente ajena a la realidad política e ideológica que le son contemporáneas. Es una preceptora que no pertenece a la misma clase social de los estudiantes de la institución; sin embargo, esta situación no le impide tratarlos de manera impersonal. El personaje de María Teresa muta en el transcurso de la trama; la inocente y obsesivamente responsable trabajadora encuentra la manera de obtener el placer que la vida no le da. A través de las rendijas por las que espía surgen sus represiones y a la vez, su liberación. En sus persecuciones, todas intentos por cumplir con su deber y agradar a su superior, cae en una trampa de la que no puede salir sin una determinación radical. El jefe de preceptores encarna a un sistema que está a punto de caer, pero asimismo sostiene sus ideas a toda costa. Repite constantemente el discurso que lo sostiene en su puesto; es parte de la brutalidad que hay afuera –que no se ve, pero se trasluce- y traslada al colegio una guerra que ya está perdida. Biasutto es un personaje oscuro y siniestro desde el principio hasta el final –tremendo- de la historia. Es interesante el contraste entre planos cortos de la joven con los amplísimos que muestran el edificio del colegio, cuyas columnas, paredes y mármoles son símbolos de impenetrabilidad, rigidez, estabilidad. Los primeros dejan ver y sentir el encierro en la mente de la protagonista; los segundos en cambio, la muestran débil, pequeña, casi un elemento más del decorado. La exquisitez estética de La mirada invisible se enriquece además con los alumnos, que se confunden con el edificio mismo que los contiene, trasladándose así hacia ellos el sentido de la inflexibilidad y el autoritarismo absolutos. La originalidad del film se potencia por el tratamiento diferente de una época que es recurrente en el cine nacional. Si bien hay contextualización histórica (la película comienza con un título que explicita que lo que allí ocurre transcurre en marzo de 1982), las alusiones a lo que ocurría entonces están presentes todo el tiempo en el relato, pero sin mostrar ni hablar explícitamente de desaparecidos ni torturados; no hace falta. Con un ritmo pausado en su justa medida, La mirada invisible es una mirada diferente que vale la pena ser vista.
La sociedad disciplinaria La dictadura dentro del colegio, en un filme de Diego Lerman. El silencio y los pasos. Lo primero que llama la atención –lo que mueve al recuerdo- es el vacío de los patios del colegio. Los chicos en fila, ordenados, avanzando por los pasillos tras cantar el himno y llegando hasta la puerta de la división casi como si fuera un desfile militar. Los rituales: tomar distancia, entrar ordenadamente, saludar, pasar lista. La mirada invisible ubica enseguida al espectador en su escenario y su época. Es el Nacional Buenos Aires pero, más allá de algunas cuestiones específicas, podría ser cualquier colegio estatal durante la dictadura. Los ojos de María Teresa (Julieta Zylberberg) son nuestra entrada en el mundo que narra la película, pero “la mirada invisible” no es necesariamente la suya. Si hay algún logro especialmente destacable en el filme, que lo transforma en una transposición literaria exitosa, es poder contar mediante la puesta en escena ese juego de miradas, de poder y de vigilancia (el célebre “panóptico” de Foucault) que se sucede en ese ámbito y, por consecuencia, en el país. La mirada es de María Teresa, que decide que para hacer bien su trabajo debe espiar a los chicos hasta en el baño para ver si fuman. Pero también es la de Biasutto (Osmar Nuñez), temible jefe de preceptores que la ha elegido como discípula favorita (o al menos eso parece). Es la de los chicos, que observan la circulación de miedo, represión y participan en la del deseo, más oculta. Y la de los otros poderes que, sucesivamente, van observando, marcando y pautando las vidas de estos personajes. Esa cadena de miradas arranca en la macropolítica (Argentina, marzo de 1982, previo a Malvinas) y termina en una chica encerrada en un baño apretando su bombacha en la mano derecha. El filme de Diego Lerman adaptado de la novela Ciencias morales de Martín Kohan es la historia de la relación perversa que se establece entre todos estos seres que miran y son mirados, pero especialmente la que hay entre María Teresa y Biasutto. Ella vive con su madre y su abuela, es una chica de 23 anos en extremo tímida y reprimida (se burlan de ella hasta sus colegas preceptores) y que va despertando a cierto deseo confuso que no sabe bien cómo manejar. Por un lado, hacer bien su trabajo, ser respetada por Biasutto. Y, por otro, saber más de esas vidas sexualizadas de esos chicos de 14, 15 años, que la movilizan de una manera que ella misma no alcanza a comprender muy bien. El rol de Biasutto, si se quiere, es más clásico y prototípico, y tal vez el flanco más débil del filme: severo y rígido, capaz de repetir como mantra aquello de que “acá hay una guerra y hay que extirpar el cáncer de la subversión”, irá revelando con el correr del filme que su severidad disimula un deseo que, de alguna u otra manera, deberá canalizar. El nuevo filme del director de Tan de repente , cuyo estilo es cambiante en cada filme y difícil de predecir, propone una mirada diferente hacia esos años de la dictadura: contar desde un micromundo, el clima, la tensión y el horror de una etapa que va llegando a su fin. Que esos alumnos, acaso, sean los actuales o futuros líderes políticos (o personalidades de influencia cultural) de la Argentina podría servir para entender tanto aquella época como la que vivimos ahora.
Cuando el mal se vuelve angustiante cotidianidad El secundario en 1982, como metáfora de la sociedad Corre 1982 y la Guerra de las Malvinas está muy cerca de convertirse en una dura realidad. Los alumnos del Colegio Nacional de Buenos Aires dejan transcurrir, ajenos a la tragedia, los monótonos días entre libros de texto, exámenes y preocupaciones de adolescentes. Entre ellos se desplaza María Teresa, una preceptora que vigila con ojos escrutadores a esos muchachos que ven en ella a un ser desprovisto de calidez y de humanidad. Sexualmente reprimida, se obsesiona por aplicar a cualquier precio las reglas más severas y así, comienza a esconderse en los baños de los varones para sorprender a los que fuman y delatarlos ante Biasutto, el jefe de preceptores. Poco a poco, María Teresa hace de ello un hábito oscuramente excitante, una rigurosa vigilancia tan inflexible como cotidiana. El director Diego Lerman logró, con indudable capacidad, dejar fuera de campo las funestas persecuciones y los horrores de la dictadura militar para apuntar directamente a esos protagonistas que recorren un micromundo de delaciones y de maldades. Narrado de una manera tan minimalista como exhaustiva -elementos destacados en la novela original-, el film logra un clima casi siniestro en torno de esa mujer que, desde su soledad, se transforma en alguien dispuesto a la dictadura más atroz para conseguir algo de lo que siempre careció: la humildad y la comprensión. El realizador, que ya había dado indudables muestras de su talento en Tan de repente y en Mientras tanto , logró aquí una metáfora de los años más duros de la reciente historia argentina. Y lo hizo con enorme calidad tanto artística como técnica, ya que la labor de Julieta Zylberberg logró, sin duda, encarnar con enorme fervor a esa María Teresa deshumanizada, en tanto que Osmar Núñez, como Biasutto, logró imponer su capacidad actoral a ese preceptor digno exponente de una etapa de terror y persecuciones. La excelente fotografía y la impecable dirección de arte son otros puntos sobresalientes de este film que obliga a la reflexión por el camino de una cotidianidad tan simple y, a la vez, tan angustiante.
En la base de la pirámide represiva En su tercer largometraje, el director de Tan de repente se mete en el micromundo del Colegio Nacional de Buenos Aires en tiempos de la dictadura. Se trata de la versión cinematográfica de Ciencias morales, la premiada novela de Martín Kohan. La equivalencia, la simetría, la metonimia son las figuras que estructuran La mirada invisible, versión cinematográfica de Ciencias morales, novela de Martín Kohan, publicada por Anagrama en 2007 y ganadora del premio Herralde. Coproducción entre Argentina, España y México, el opus 3 de Diego Lerman (realizador de Tan de repente y Mientras tanto) ganó el premio al mejor guión otorgado por el Instituto Sundance y la cadena japonesa NHK, fue parte de la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes y el mes próximo competirá en la sección “Horizontes Latinos” del Festival de San Sebastián. Mientras que Ciencias morales comienza en abril de 1982 y transcurre en paralelo a la guerra de Malvinas, La mirada invisible –coescrita por Lerman junto a María Meira– se inicia un mes antes, finalizando donde la novela comenzaba. En ambos casos, el micromundo del Colegio Nacional de Buenos Aires funciona como representación a escala, confirmando que, como sostiene el prefecto, “la historia del colegio y la de la patria son una y la misma cosa”. Ingenua y de limitada formación –ignora que unos años atrás, en el país en el que vive se libró una guerra sucia–, María Teresa Cornejo (Julieta Zylberberg, consagrándose definitivamente en su primer protagónico) parece una paracaidista, caída sobre el más elitista de los colegios argentinos. Veinteañera de clase media baja, carente de intereses o atributos visibles, el rostro de Marita –como la llaman la mamá y la abuela– es como una superficie en blanco. Superficie sobre la que ella imprime un rol o representación: el de guardiana del orden. El pelo tirante, el gesto hierático, la voz de mando aplicada en el momento justo: no es raro que el señor Biasutto (Osmar Núñez), jefe de preceptores o de represores, convencido de que la “guerra” aún no terminó, la observe con atención cuasi paternal. ¿O es algo más lo que lo mueve a observarla? Posible doble de El custodio, en versión femenina, La mirada invisible narra el poder y la vigilancia desde su propia entraña, teniendo por protagonista uno de los escalones más bajos de la jerarquía. Como el guardaespaldas de Julio Chávez, la preceptora de Julieta Zylberberg es una represora reprimida (aquél sólo tenía relaciones ocasionales con prostitutas, ésta es lisa y llanamente virgen). Tan reprimida, tan poco autoconsciente del lugar que ocupa en la pirámide, que cuando lo descubra puede llegar a estallar. Como sucede con las cañerías de su casa, que de pronto se parten por la presión y sale un chorro. Al igual que la película de Rodrigo Moreno, la de Lerman luce tan autocontrolada como su personaje. Hasta el último detalle de la puesta en escena parece medido, sopesado, estudiado en función de lo que se quiere transmitir. Los planos abiertos muestran a María Teresa siempre en función del espacio que la contiene. A su turno, los primeros planos se concentran en un doble juego de miradas: el que se tiende entre ella y Biasutto y el que la lleva, aunque intente evitarlo, hasta el alumno que le hace perder la cabeza. Siguiéndolo llegará hasta el baño de varones, donde la encargada de administrar disciplina terminará dando con el verdadero disciplinador. También como en El custodio, el fuera de campo se constituye en herramienta esencial. Las formaciones estudiantiles, la rigurosa toma de distancia, los uniformes, los dos dedos entre el borde de la camisa y el cabello, la vigilancia de cada preceptor, el silencio sepulcral que impone en cada aula el ingreso de un superior recuerdan que ese colegio es parte de una sociedad militarizada. Los ventanales de las aulas, fotografiados de modo que el exterior se refleje sobre ellos, metaforizan esa relación entre el adentro y el afuera. En detalles nimios resuenan o se anticipan acciones mayores. Uno de sus alumnos comete una falta y María Teresa enrojece, como si ella hubiera sido la transgresora: ya llegará el momento en que lo sea. Con una Julieta Zylberberg dando todos los matices de un personaje que parece una bomba de acción retardada (y un Osmar Núñez inmejorablemente siniestro y relamido), el problema de La mirada invisible es que nada de lo que se dice o sugiere deja de ser obvio. Que toda institución fue, durante la dictadura, una dictadura en pequeño. Que los represores suelen ser reprimidos. Que la represión genera estallidos. Que, por más amables que quieran mostrarse, tarde o temprano los monstruos dejarán caer su careta. Difícilmente el espectador ignore alguna de esas cosas antes de entrar al cine. En ese sentido, La mirada invisible corrobora –con precisión y mesura, con elegancia y un final extemporáneo– lo que se sabía de antes. En el peor de los casos, el lugar común.
La observadora observada Aquella generación que vivió en su más temprana infancia los resabios de la última etapa del Proceso no tardarán en reconocerse, aunque más no sea por reflejo, en alguno de los estudiantes que aparecen en este tercer opus del realizador Diego Lerman, La mirada invisible. Y para el propio Lerman seguramente la dictadura militar signifique algo más que un trágico episodio de la historia contemporánea argentina, ya que el día de su nacimiento coincide con otro día que quedará para siempre en la memoria: el 24 de marzo de 1976. Pero lejos de tratarse de una autobiografía o experiencia personal, este film basado en la novela "Ciencias Morales" de Martín Kohan (ganadora del premio Herralde de novela en el 2007) utiliza como trasfondo la última etapa de la dictadura militar en los días previos a la declaración de guerra de las islas Malvinas, para bucear desde los intersticios del Colegio Nacional de Buenos Aires como microcosmos en donde se hacen visibles los mecanismos de poder y la verticalidad de la educación de aquellos años desde el punto de vista de una preceptora, sumisa, represiva y obsecuente, encarnada maravillosamente por Julieta Zylberberg. Sin embargo, esa es sólo una de las capas que atraviesan la trama compleja elaborada por Lerman bajo las coordenadas de un guión -coescrito junto a María Meira- para adaptar la novela al lenguaje cinematográfico y dotarla de sentido e identidad propia; con un punto de vista que obedece exclusivamente al personaje y otro que encuentra en la distancia justa de la cámara -para no juzgar- una descripción casi intuitiva de un modelo de pensamiento único, de cuyos tentáculos el ámbito educativo conforma la síntesis perfecta. Si hay algo que prevalece en el relato es la idea conceptual de tomar lo micro para reflejar lo macro, o mejor dicho de exponer la parte por el todo, fiel a la figura de la metonimia cinematográfica. Para ello el director de Tan de repente se vale de detalles y elementos significativos (minuciosa reconstrucción de los 80 desde el vestuario, una disqueria llamada Deja vu que tiene entre sus discos el de Argetinísima, por citar un ejemplo) que construyen acabadamente el clima, la atmósfera y el ámbito en donde se desarrolla dramáticamente una historia que bajo una aparente transparencia se tiñe de grises y oscuros en plena correspondencia con sus dos personajes centrales: María Teresa (Julieta Zylberberg) y el Sr. Biasutto (soberbia actuación de Osmar Nuñez), quedando los alumnos como simples objetos dentro del entorno del claustro académico. A eso se debe sumar el uso inteligente del fuera de campo para contextualizar de forma más concreta el período histórico en el que se precipitan los hechos. Circunspecta en su andar, con el pelo recogido e impecable vestuario, María Teresa transmite hacia afuera un aire de superioridad ante el alumnado que en realidad oculta su complejo de inferioridad al pertenecer a una clase social de menor status, más allá de la sensación de extrañamiento permanente que la asemeja –intertextualmente- con el personaje que encarnaba Julio Chávez en El Custodio. Igual que aquel hombre gris e impredecible, ella intenta ganarse la confianza de su superior, el señor Biasutto, alertándolo sobre posibles alumnos indisciplinados que fuman dentro del Colegio violando una de las normas. Así, bajo ese pretexto de la vigilancia a escondidas detrás de la puerta del baño de hombres, María Teresa experimenta la impunidad del voyeur y encuentra en ese acto que en principio la rebaja como persona el placer y la excitación provocados por los cuerpos que observa sin ser observada. Algo similar le ocurría al personaje de La profesora de piano cuando concurría a sex shops nocturnos donde proyectaban películas pornográficas, además de compartir otra particularidad con María Teresa: ambas vivían con su madre. No obstante, como parte de un engranaje de un sistema rígido y perverso; como una pieza más de una estructura de poder que es apenas el reflejo de otra mucho más grande y perniciosa, donde la sola presencia de un ojo que lo ve todo (el famoso panóptico del que hablaba Foucault) es nada más que una muestra del control, la obediencia debida que define la conducta de la protagonista se transforma en un arma de doble filo que paulatinamente la irá convirtiendo en un ser oscuro en el que se proyecta la oscuridad (valga la redundancia) de su superior, así como la de un modelo de pensamiento donde tener voluntad propia se vuelve riesgoso y perjudicial para el propio sostén de la estructura de poder. Pareciera que Diego Lerman encuentra un particular atractivo en reflejar los mundos femeninos en su intimidad, tal como ocurre con sus dos películas anteriores donde son las mujeres las que accionan y experimentan los cambios; las que buscan identidad o un lugar padeciendo esa inexorable soledad de la no pertenencia o, en su etapa terminal, las que estallan violentamente frente a una situación límite, como en el caso de la empleada doméstica de Mientras tanto que termina acuchillando al perro que ensucia la cocina. En el caso de La mirada invisible la mugre o suciedad aparece como un espejo deformante de la doble moral encarnizada en el discurso poco convincente de un siniestro jefe de preceptores, quien asocia como ejemplo para adoctrinar a su aprendiz el acto de fumar con un posible brote subversivo en las postrimerías de la decadencia del régimen militar a la que se contrapone sutilmente el espíritu de rebeldía del alumnado que no acata normas para darle un freno. La de Diego Lerman es simplemente una mirada lúcida, nueva y vigente, que se atreve a remover con contundencia el tejido más minúsculo que recubre al totalitarismo como una semilla podrida que todavía muchos insisten en seguir sembrando y riegan con retórica vacía: los mismos que seguramente tildarán a este film de subversivo por no tener la mínima capacidad intelectual para mirar por el ojo de la cerradura o por debajo de la puerta como María Teresa.
Alegoría de la represión En La mirada invisible, Diego Lerman se sumerge en la tensión de un país reprimido y opresivo. Sin vacilación, sin apartar los ojos, sin mostrar la sensibilidad agazapada, María Teresa (Julieta Zylberberg) quiere imponer su mirada invisible, pero se olvida que detrás de ella, alguien más está mirándolo todo. La nueva película de Diego Lerman, el director de la recordada Tan de repente (2003)y de Mientras tanto (2006), basada en la novela Ciencias morales de Martín Kohan, teje un juego de símbolos para dar cuenta de la dualidad entre una forma de ser represora y reprimida que oprime a la única protagonista, una preceptora del Colegio Nacional Buenos Aires durante los días previos a la guerra de Malvinas. La trama del La mirada invisible avanza a través de la vida vacía de María Teresa, la joven que pasa sus días intentando mantener el orden perfecto entre los alumnos del colegio a quienes persigue hasta el baño para descubrir si fuman a escondidas, y las noches aburridas en la vivienda que comparte junto a su madre y su abuela. De esta forma, la película se vuelve una gran alegoría de los años de la Dictadura, que tiene los mayores aciertos en el cuidado y sutil manejo de las imágenes. Hay escenas de gran belleza de los patios y pasillos del colegio, que se asemejan al panóptico que describió Michel Foucault y transforman al film en un manifiesto sobre las relaciones de poder y el control sobre los seres humanos. También se destaca la actuación de Zylberberg y la reconstrucción de una época que está por adentrarse en los primeros años de democracia. El manejo de la tensión que genera la relación entre María Teresa y el jefe de preceptores Biasutto -interpretado por Osmar Núñez- mantiene al espectador siempre expectante. La película también juega con la argentinidad a través de los himnos escolares, ciertas costumbres nacionales y algunas imágenes documentales de los años del Proceso. La historia es fiel a la novela de Kohan, pero Lerman decidió cambiar la escena final, dándole a la trama una vuelta mucho más violenta y un desenlace que no deja lugar a sutilezas y se contrapone demasiado con el tono contenido que venía desarrollando la película hasta el momento. Este cambio lleva a preguntarse por qué una gran parte del cine argentino suele tener la necesidad de no dejar finales abiertos ni dubitativos, hasta en un film lleno de matices. Pero más allá, de esta posible e innecesaria exageración final, La mirada... aborda el pasaje más oscuro de la historia argentina desde un lugar inusitado, repleto de logros estéticos.
Después de la auspiciosa Tan de repente, la fallida Mientras tanto y un par de prestigiosos cortos, Diego Lerman vuelve con esta interesante adaptación de la novela Ciencias morales, de Martín Kohan. La mirada invisible se sumerge en el micromundo del Colegio Nacional de Buenos Aires para describir, siempre a partir de simbólicos detalles cotidianos, la represión allá por ese 1982 donde estaba a punto de caer la dictadura. La gran virtud de Lerman es su atención a las pequeñas particularidades que lo llevan a evitar todo tipo de subrayados, por más que a veces se exceda al meterse con esas represiones sexuales de su gran protagonista.
A Diego Lerman, realizador de “La mirada invisible”, lo hemos conocido por “Tan de repente” (2003), su ópera prima,y un poco más para aquí, en el 2006, con “Mientras tanto”. En sendas películas la mirada política no estaba tan presente como en este filme estrenado en el 2010. “La mirada invisible” tiene muchos elementos que enganchan al espectador, pero que terminan diluyéndose a medida que transcurre el metraje. Es una lástima porque las imágenes y la reconstrucción de marzo de 1982 está muy bien ambientada, excepto en algún pasaje musical en donde suena “Lunes por la madrugada”, un tema de Los abuelos de la nada que se conoció un par de años después. En fin, un error histórico que para algunos no tendrá importancia pero para quien escribe sí. En el elenco sobresale Julieta Zylberberg, la celadora, y Osmar Nuñez, muy buena actuación para un personaje siniestro y deplorable. Contar qué pasaba entre el 30 de marzo del 82 y los primeros días de abril, comienzo de la guerra de Malvinas, es un poco la premisa de este producción que navega entre lo grotesco y lo bizarro a partir de la última media hora. Y volvemos a decir que es una lástima. Las intenciones eran buenas, pero la historia previsible (a partir del acoso sexual en el baño) y la puñalada del dolor y la muerte no hacen más que esbozar una mueca de sonrisa a los que hemos vivido esos años de terror, lucha y represión.
El Colegio Nacional de Buenos Aires, justo antes de Malvinas, es el lugar y el tiempo donde transcurre esta fábula sobre el poder y la manipulación. Una preceptora “nueva” en el lugar (Julieta Zylberberg) juega un extraño juego de seducción y repulsión con su jefe (Osmar Núñez). Diego Lerman, en su tercer largometraje después de “Tan de repente” y “Mientras tanto”, no cede a la tentación alegórica de hacer del tradicional colegio una “explicación de la Argentina”, aunque lo logra por metonimia. Lo que vemos, lo que inquieta, es la necesidad de María Teresa, la preceptora, por integrarse a un universo cerrado, por iniciarse en los mecanismos de control. Así, para ella tanto como para su jefe, los adolescentes son cosas y no personas. La perversión del personaje crece paulatinamente, a través de pequeños gestos que Zylberberg vuelve creíbles: no vemos a una actriz componiendo su criatura sino a una persona que, al mismo tiempo, nos atrae y nos repele. La dirección de arte excede la mera decoración para crear ese universo cerrado, autocontenido y finalmente asfixiante, que refleja en lo exterior el interior de los protagonistas. Aunque algo fría, de todos modos es una película precisa que, antes que dar una explicación, busca que el espectador acompañe un cuento de alucinación y locura; una reflexión sobre lo artificial e imposible de un control total, ilusión de dictadores ya sea en colegios como en estados.
Algo para ver La mirada invisible admite muchos niveles de análisis. Esta condición sólo es posible por la riqueza de la realización que abre puertas a miradas de intereses y complejidades diferentes. La mirada invisible tiene una condición esencial que por sí misma la hace atractiva: admite muchos y disimiles niveles de análisis. Esta condición sólo es posible porque la riqueza de la realización abre puertas a miradas de intereses y complejidades diferentes. Siendo una adaptación de la novela Ciencias morales de Martín Kohan, -ganadora en el año 2007 del Premio Herralde-, la película acepta el desafío de llevar a la pantalla un largo monólogo interior y lo consigue sin dudas con notables logros. La señorita María Teresa, preceptora joven que inicia el ciclo lectivo de 1982 trabajando en el colegio Nacional de Buenos Aires, es la protagonista de esta historia de control y vigilancia. Ella, que parece recién salida al mundo, directamente desde su casa al recoleto ámbito del colegio, asume el mandato de controlar a los alumnos en un marco de contenida represión. El secreto para imponer el orden en las aulas es la mirada constante, atenta, permanente, la mirada que no es notada por el observado, la mirada que pasa desapercibida. La mirada invisible, como la define el señor Biasutto, jefe de preceptores. Asumiendo una lógica de control, que bien puede ser vinculada con los análisis sobre la vigilancia de Foucault, lo que Biasutto enseña a la señorita María Teresa es que el modo extremo del control sobre la juventud, -principal sujeto de la acción subversiva-, es la observación permanente, sobre cualquier gesto, cualquier rasgo, cualquier sospecha de actividad desviada. Así un beso, el olor a cigarrillo, el pelo largo, una sonrisa, un contacto físico concreto, todo puede ser parte de una conducta castigable. Observar y castigar es el modo concreto de imponer el terror en el interior del colegio. Y aterrorizar es el modo de garantizar el orden. Estar atento a lo imperceptible y dudar hasta de lo indudable son los métodos a tener en cuenta. De alguna manera pareciera que ante nuestros ojos el panóptico foucaultiano se constituye finalmente. Todo en silencio, con gestos mínimos, con extraña austeridad vigilante. Lerman concreta una adaptación muy interesante del clima inquietante que construye Kohan en su novela. Profundizando lo borgiano, el realizador hace evidente la perversa situación en la que se encuentra el observador observado, abriendo la puerta a la sospecha de que un observador detrás del observador vigila los movimientos de un mundo que, en tiempos de dictadura, se ordenaba a propósito de la lógica del control y el castigo. La posibilidad de contar esta historia, denotando el modo en el que se ejercía ese poder silencioso, está sustentada en un muy preciso trabajo formal de Lerman. La cámara asume por momentos la perspectiva de la señorita María Teresa y por momentos el rol de observador externo del control detrás del control. La luz gris, la imagen de bajo contraste, el espacio calmo, construyen la atmósfera de represión latente. Los diálogos simples, cortantes, agudos, son parte de ese mismo clima de ejercicio policial de la vida. Lo espacial (el locus del Colegio con sus pasillos, recovecos, escaleras, sus columnas y mármoles, sus líneas siempre rectas y sus dimensiones poco humanas) se hace protagonista y empequeñece a los sujetos, los constriñe y parece surgir siempre amenazante. Todo parece sucederse mecánicamente: los preceptores saliendo casi al unísono de las aulas, los pies marchando marcialmente, cualquier movimiento se deduce coreografiado milimétricamente como respondiendo al ritmo de las canciones patrias que se entonan diariamente en las aulas. La actuación de Julieta Zylberberg es impecable. El gesto perfecto de un rostro sin gestos, sin belleza alguna, sin detalles de vida. Como si su rostro hablara de una vida que es vivida sin inquietud alguna. ¿Cuál es el lugar de esta joven que parece desconocer todo, la dictadura, el mundo sensorial, la pasión, la excitación sexual? Desde la gentileza afectada, desde el poder que se sabe suficiente, Osmar Nuñez protagoniza al perverso Biasutto, correctamente contenido. Desde la perspectiva narrativa del filme, tal vez el mayor problema esté vinculado a cuestiones rítmicas. Rápidamente, mucho más que en la novela, se presenta la acción que motoriza la trama. Desplegada la acción vigilante de la señorita María Teresa en el baño de varones, el relato se estanca, sin que ese estancamiento tenga que ver con una mirada más "morosa / morbosa" sobre aquello que presentó tan rápidamente. Esto produce un bache prolongado que permite la caída de la tensión de un relato que merece un clima de permanente angustia. Claro que, a propósito de todos estos logros, la película no puede despegarse del contexto histórico al que hace específica referencia. Marzo de 1982, es el momento en que La mirada invisible está fechada. Por lo cual la lectura desde la historia es absolutamente pertinente. Es desde esta perspectiva que la cinta puede abrirse a cuestionamientos. En la novela, Kohan ancla el relato en ese año, justificando la presencia del personaje del hermano que más que un personaje es una ausencia, un fantasma, y que bien podría ser el recluta en viaje al sur tanto como un secuestrado en regimientos de ubicación incierta. Una irrealidad que por momentos hasta pierde el nombre y la palabra. Lerman abandona esta referencia, que introduce a los otros, los de afuera, pero conserva la referencia temporal. La construcción de un hogar gineceico (original del filme) si por un lado potencia la fragilidad y el desamparo de esas mujeres solas, por otro genera relaciones que no parecen sumar demasiado en lo que se muestra pero que gana mucha fuerza cuando sostiene ambigüedades y deja asomar secretos silenciados (¿Qué pasó con los hombres de esas mujeres? ¿A qué se debe ese estar como ida de la madre y su necesidad de la licencia laboral y las pastillas?). ¿Cuál era la realidad en 1982 dentro del colegio Nacional? Lo cierto es que por entonces ya existían dentro del mismo diversos modos de impugnación al orden por parte de los alumnos. Participación de estudiantes, publicaciones de circulación masiva, preveían lo que sería la reinstalación del centro de estudiantes en ese mismo año. Es cierto que podrían concederse licencias narrativas, sin embargo el anclaje temporal es una decisión explícita del realizador. ¿No requiere acaso cierta pertinencia fáctica? Por el contrario, sería admisible considerar este 1982 como un año mítico. Un año en el que la dictadura sigue con poder, que los grupos armados y la militancia general está desaparecida, el terror aún congela toda acción contestataria, por lo que toda rebeldía se reduce a pelos, besos y un cigarrillo fumado en el baño. De todos modos, en un extraño ejercicio del anacronismo, Lerman, -fiel de algún modo más a su propia cinematografía y a su tiempo que a la novela-, propone una modificación central a la historia que, lejos de ser sencilla, introduce una disonancia que provoca cierta disrupción, una resolución que pone en presente el pasado, con lo que de algún modo quiebra la precisión histórica del relato. Sin querer develar la historia, podríamos decir que la relectura que Lerman hace de la novela hacia el final, parece que la saca del "allá" en el tiempo y la trae "acá". Esta operación dialoga con el presente y no parece ajustarse al pasado. Con lo cual se tiñe de cierta inverosimilitud. O al menos obliga al espectador a asirse de las justificaciones (que existen) para asumir el tránsito temporal y, por qué no, conseguir un cierto alivio frente a la violencia de los hechos. El trabajo de Lerman recupera la complejidad y profundidad de la novela, lo afirma como un director de una fuerte sensibilidad y un firme manejo de los recursos cinematográficos, presenta una actriz excelente en su primer protagónico y se permite una gran sutileza para hablar del terror ejercido en la totalidad de la sociedad civil durante la dictadura. Y admite, a partir de los valores mencionados, ser observado críticamente sin que eso redunde en una consideración negativa.
El joven cineasta Diego Lerman arriba a su tercer largometraje con La mirada invisible, dando un giro interesante a su filmografía. Muy lejos de su atrayente film coral Mientras tanto y también de su descontracturada y encantadora ópera prima Tan de repente, Lerman aborda aquí una trama rigurosa, oscura y alegórica. Basándose por primera vez en una novela, el realizador se ubica en el ocaso de la dictadura cívico-militar para internarse en un colegio prestigioso de esta capital focalizando en una preceptora recién salida de la adolescencia que sin embargo actúa como una mujer mayor. Una suerte de señora prejuiciosa, reprimida y represora, sometida a una suerte de obediencia debida que ejerce sobre ella el omnipresente jefe de preceptores Biasutto. Su obsesión por mantener el orden, combinada con su represión sexual, la llevan a asumir denigrantes y perversas conductas relacionadas con el baño de de varones, con el pretexto de sorprender a infractores a las reglas y llevarlos ante las autoridades del colegio. Costumbres que se vuelven rituales y van revelando fuertes tensiones sexuales con un alumno y también con su propio y amenazante preceptor jefe. La mirada invisible circunscribe casi claustrofóbicamente su semblanza a las aulas, paredes y pasillos de ese establecimiento, mientras en el afuera los estruendos y gritos hablan de una Argentina convulsionada, a punto de forzar el fin del régimen y a la vez a días del trágico retroceso que significará la toma de las Islas Malvinas. “No hay nada de qué preocuparse”, dirá Biasutto tranquilizando al personal del colegio, confiando en la continuidad del autoritarismo. Excelente en su descripción audiovisual del ámbito escolar de la época, la película empero se torna por momentos reiterativa y demasiado solemne. De todos modos los sólidos rubros técnicos y artísticos se imponen, sostenidos por las notables caracterizaciones de la talentosa Julieta Zylberberg y el camaleónico Osmar Núñez.
Marita tiene veintitrés años y es preceptora en el Colegio Nacional de Buenos Aires, su mirada es entre triste y vacía, por momentos, hasta perdida. Su cuerpo, pequeño y de apariencia frágil, y sus contenidos gestos, podrían ser, por ellos mismos, la alegoría perfecta de la represión que daba sus últimos azotes y manotazos en marzo del 82. Aun así, Lerman sitúa a Marita en dos escenarios con una puesta en escena de fuerte impronta opresiva, distintos pero entre los que se puede trazar un paralelismo: mayormente Marita transita por los pasillos y las aulas del Colegio, en la rigidez de sus movimientos se deja entrever una cierta incomodidad, como si ese lugar no le fuera del todo propio. El día se impone como marca temporal pero el clima y la luz son sombríos; las voces, murmullos apagados. Los pasos resuenan, amenazantes, persecutorios en medio del silencio ensordecedor de ese claustro con aire a mausoleo, a cárcel. También su casa se muestra asfixiante: un departamento descuidado, chico, triste. Comparte el dormitorio con su abuela y ambas se hacen cargo, como pueden, de su madre, a la que la aqueja algún tipo de enfermedad. Marita ni siquiera es dueña de un espacio personal. Marita tampoco parece (parece) consciente de su cuerpo, de lo que genera, de sus sensaciones. Cuando Biasutto (el personaje delineado con mayor trazo grueso) el adusto y violento jefe de preceptores, posa su mirada atenta y lasciva sobre la preceptora, ella acepta esa atención tímidamente, como discípula y no como mujer, sin embargo se percibe una cierta ambigüedad en lo no dicho y lo no mostrado, y cabe preguntarse si esa reacción es genuina e inocente o si, por el contrario, simplemente ella no se hace cargo de las insinuaciones de Biasutto (por ejemplo en la escena en la boca del subte). A la inversa de lo que ocurre cuando Marita observa al alumno que se convierte en su objeto de deseo, el adolescente sabe claramente de qué está cargada esa mirada, Marita se lo hace saber, hay disfrute en la incomodidad ajena ante cada cruce. El chico se regocija con ese ínfimo territorio de poder que da saberse deseado. La inocencia de Marita (siempre aparente, dado que se pone en tensión en varias oportunidades) es un disparador: Biasutto deposita su confianza en Marita ante su propuesta de investigar si los alumnos fuman en el baño. La investigación no es tal y es sólo una pobre excusa para esconderse en el baño de varones y así espiar al chico que le gusta. Si no fuera por el contexto, por la información que uno como espectador puede reponer de la época y por las consecuencias que una acción de lo más inofensiva podría traer, se trataría de algo cándido y torpe, adolescente: tan simple como ver qué hace el chico que te gusta. Marita apuesta a esa mirada invisible, atenta y vigilante para eso, envalentonada por las palabras de Biasutto. Marita juega al vigilante, pero no descubre nada, excepto su propio deseo y libido, sin dejar de lado la tensión (con solo ver su mano apretando una bombacha es suficiente). Y si por un lado, desde la aparente inocencia se vigilaba casi sin vigilar, por el otro, desde la intención más vulgar y macabra, el espía se convierte en espiado, en un juego especular velado pero que se agiganta amenazante. Así, el clima opresivo del comienzo se intensifica al tiempo que se acrecienta una amenaza latente que explota hacia el final, en la escena quizá más discutible de la película. Y no es una escena discutible por lo que muestra sino por su pertinencia, por su excesiva duración, porque con el solo plano de la mano de Biasutto, denodadamente gigante, que tapa la boca (la cara completa) de Marita basta. Es cuestionable porque no es propia de la narración previa y parece una escena puesta para exacerbar la violencia que antes se mostraba contenida, en el clima generado y no en la imagen explícita. Porque a la luz de los resultados, no es necesaria para llegar al objetivo final de ver a Marita de alguna manera liberada, una liberación que, por otro lado, es efímera. Como lo es la multitud en Plaza de Mayo que viva el famoso y tristísimo discurso de Galtieri del 2 de abril del 82 con el que termina la película. La mirada invisible logra sortear, en casi toda su extensión, los simbolismos y las interpretaciones groseras. Esa escena solo cimienta alegorías gruesas.
Lo que me inquieta de la tercera película que mencionaré, La mirada invisible de Diego Lerman, estrenada hace dos semanas, es la casi unánime recepción positiva que tuvo en la crítica. A mí me parece una película muy mala, con algunos de los peores vicios del cine argentino de los ochenta y otros vicios de las coproducciones de estos años, aptas –por su aparente “rigor”, su nivel de cálculo y su falta de riesgo– para circular de un festival a otro. Sobre la película escribí una nota larga para El Amante de septiembre, que sale la semana que viene. Estos son algunos fragmentos del artículo: “Apertura de película con ruidos de pasos, de esos pasos duros, sonoros, demasiado marcados, como si provinieran de zapatos llamativamente ruidosos. Un sonido amplificado, típico del cine argentino de los ochenta. Así empieza La mirada invisible, con pasos resonantes y música altisonante. Acá vamos a ver algo grave, qué tanto: algo que ocurre en marzo de 1982, durante la última dictadura, en un colegio que dice ser el Nacional Buenos Aires. (...) “Los actores hablan como si estuvieran mirando hacia atrás desde este presente, poniendo en evidencia que están actuando según los dictados de concepciones actuales bien correctas –y vaciadas de complejidad– sobre la dictadura. (...) “No se camina con naturalidad, no se tiene una Tab con naturalidad: nada se hace con naturalidad, no se hace pis con naturalidad (y la película lo muestra una buena cantidad de veces), estamos en dictadura. La mirada invisible es una película con costuras demasiado visibles, es una película obvia (el plano de la preceptora cuando intenta tocar la mano del chico que le gusta se ve venir a lo lejos; el Colbert se ve demasiado de cerca), inútil, ardua, nada gratificante y a la vez nada desafiante, nada perturbadora.”
LA DICTADURA, ENTRE LOS MUROS La historia narra el mundo del Colegio Nacional de Buenos Aires durante los días previos a la guerra de Malvinas en 1982, desde el punto de vista de una preceptora de secundaria. La mirada invisible es aquélla que la celadora debía poner en práctica para descubrir a los subversivos al sistema dictatorial reinante. Y es lo que le ordena su superior, el jefe de preceptores, el Sr. Biasutto: le solicita que mire sin ser vista, que custodie en silencio que las reglas se cumplan, desde no traicionar al color azul que debía llevarse en las medias, hasta que los botones de las camisas estén todos prendidos. A partir de allí, María Teresa (o Marita) pone en práctica la orden recibida y, en el afán de descubrir a alumnos fumadores, comienza a esconderse en los baños de los varones para sorprenderlos y llevarlos ante el prefecto, y poco a poco hace de ello un hábito oscuramente excitante, que la enfrenta con sus placeres más ocultos. Basada en la novela “Ciencias Morales”, de Martín Kohan, y rodada en tres colegios diferentes y en el Congreso Nacional (ante la negativa del verdadero colegio Nacional Buenos Aires de filmar allí), la tercera película de Diego Lerman es más descriptiva que narrativa y, si bien de puede tildar como “pecado” el hecho de que un filme se preocupe más por describir que por narrar, la historia resulta de lo más impactante. A través de una trama muy sencilla y singular aparece en toda su dimensión el sistema autoritario de la época. Todo lo referente a la represión, la militancia, las desapariciones están fuera de campo; la realidad se circunscribe, en un altísimo porcentaje, dentro de las paredes de la escuela: en sus pasillos, sus aulas, su sala de preceptores, sus baños. El guión gira alrededor de su protagonista, en torno a su vida, a su trabajo y a sus deseos íntimos. Como la pianista de “La profesora de piano” de Haneke (en la que veíamos al personaje protagónico cumpliendo sus clandestinos deseos sexuales, cercanos a la perversión), Marita merodea los baños de varones, se oculta en uno de los lockers y hace pis o se masturba en silencio en el preciso momento en que alguien entra y se para en el mingitorio para hacer sus necesidades. Es un personaje muy reprimido, en el sentido de que no puede sacar afuera nada de lo que siente, lo que le pasa hormonalmente. En su afán por cumplir con esas reglas y esa obsesión, aflora algo que no controla. La labor de Julieta Zylberberg es lo más destacado: le suministra a su personaje la perfecta ambigüedad de ser victimaria (por el rol vigilador que desarrolla constantemente) y víctima (por encontrarse muy sola en un mundo al que parece no pertenecer). El plano-secuencia de la violación en el baño es el momento de mayor tensión y le permite (finalmente) explotar y tomar una decisión propia, de ella. Osmar Nuñez, como su jefe, la secunda excelentemente, dotando a su Sr. Biasutto de cinismo y violencia. También resulta atrayente la inclusión del papel de la abuela de Marita, a cargo de la gran Marta Lubos, poniendo un poco de blandura a tanta rigidez que exuda el guión. El último plano del filme, una panorámica del patio del colegio irrumpida lentamente por un sonido de disturbios callejeros lejanos (el pueblo argentino vitoreando al Presidente Galtieri), es el cierre perfecto para coronar “La mirada invisible”. A propósito: Diego Lerman nació en Buenos Aires el exacto día en que el golpe militar derrocaba al gobierno nacional: el 24 de Marzo de 1976. Curioso…
El festejo por el Día de la Bandera fue la excusa y el marco para el preestreno en Argentina de La mirada invisible (2010), de Diego Lerman, luego de ser presentada en la Quincena de Realizadores del 63° Festival de Cannes. El contexto de la proyección, uno de los salones del Centro Cultural Bicentenario (Sarmiento 151, esq. Leandro N. Alem), recientemente remodelado y reabierto para el 25 de Mayo, acompañó el clima frío presentado por la película, que está basada en la novela “Ciencias Morales” de Martín Kohan, producida por Campo Cine y que cuenta los días previos a la guerra de Malvinas en 1982 desde el punto de vista de una oscura preceptora del Colegio Nacional de Buenos Aires. Con un comienzo que bien remite a Crónicas de un niño sólo de Leonardo Favio, se presenta el colegio en cuestión y el modo en que se trata a los alumnos -todo un modelo de la época- que marchan por los pasillos como si fuera un servicio militar y toman distancia antes de entrar al aula, siempre con la vestimenta prolija y sin hacer el menor ruido; caso contrario son reprimidos y castigados. Julieta Zylberberg desarrolla un papel más que destacable y de manera soberbia representa a María Teresa, una preceptora que nueva en su cargo se esmera por la aplicación de las normas, la corrección de las conductas y la vigilancia obsesiva; llegando a esconderse en el baño de hombres para descubrir a un alumno que supone fumador. El señor Biasutto (Osmar Núñez, de muy buena actuación también) es el Jefe de Preceptores, que aprueba desde un principio este modus operandi y encarna la opresión, la vigilancia y los abusos de poder propios de la época. Técnicamente impecable, el film está muy trabajado fotográficamente, su director de fotografía Álvaro Gutiérrez decidió impregnar de tonos pálidos y fríos a las escenas del interior de la escuela e inclinarse hacia los tonos cálidos o pasteles al mostrar el mundo exterior: subte, disquería o la casa de María Teresa. En cuanto a la música, si bien se escuchan varias canciones patrias, tiene precisas y bellas apariciones la música elaborada por José Villalobos. Suele suceder que al ver una adaptación ésta nos decepcione rotundamente, nos guste menos que el libro, o no llegue a abarcarlo en su totalidad pero tampoco satisfactoriamente en su parcialidad. No obstante, este caso es una excepción. Tuve el placer de leer “Ciencias morales” y no sabría decir cual me gustó más. El guión fue realizado por el propio Lerman y María Meira, con el total apoyo de Kohan, quienes no se quedaron sólo con la historia (y escenas) que cuenta la novela sino que se tomaron la libertad de hacer muchas modificaciones, y hasta cambiarle el final, aunque siempre manteniendo las sutilezas, el esqueleto y la esencia de la obra original. Como había contado Diego Lerman durante la entrevista previo al viaje a Cannes, la película -respecto de la novela- tiene otra composición familiar: el personaje del hermano de María Teresa no está y la familia está compuesta por la madre enferma y una abuela. Pero estos cambios no restan dramatismo o contexto socio-político, sino que aportan nuevas capas para estos personajes protagonistas, totalmente ricos tanto en su caracterización como en sus diálogos. Su estreno comercial en Argentina está previsto para el 26 de Agosto de 2010. Si bien aún falta algo de tiempo, no quería dejar de hacer un comentario sobre una película que no sólo es muy buena desde sus puntos de vista técnico y artístico, sino que aporta desde la sutileza y desde un costado poco visto en la pantalla con respecto a una temática más que vista -pero nunca agotada- en cuanto a lo que hace a la memoria de nuestro país y a la conciencia histórico social.
La paranoia autoritaria. Adaptado del libro “Ciencias morales” de Martín Kohan, decidido a construir un clima tan sofocante como represivo, afirmado sobre actuaciones sobresalientes y llevado con un tempo repetitivo propio de las rutinas más desalentadoras, el filme de Lerman halla un terreno más que fértil en el Colegio Nacional de Buenos Aires en marzo de 1982 para garabatear una cruel metáfora de la última dictadura militar. Marita es una preceptora coptada por su jefe en pos de seguir en la escuela “la guerra contra la suberversión”. Es así como esta joven de vida anodina se convierte en una espía de alumnos con vigilancia hasta dentro del baño de varones, poniéndole explícitamente el cuerpo a la paranoia autoritaria de encontrar en cualquier actitud juvenil el germen del mal. Un filme que termina como Malvinas.
Una mirada reprimida Las primeras imágenes de La historia oficial (1984, Luis Puenzo) transcurrían en el interior de un colegio secundario, con alumnos y profesores entonando el Himno Nacional. La mirada invisible, tercer largometraje de Diego Lerman (1976, Buenos Aires), no sólo comienza de la misma manera, sino que sugiere, igualmente, que lo que se vivía dentro de un claustro educativo en las postrimerías de la última dictadura militar argentina –la represión, el miedo, las delaciones– era una muestra representativa de lo que ocurría afuera. A pesar de que en el film de Lerman hay una concentración dramática, una atmósfera inquietante y una adustez que La historia oficial no tenía, sorprende que, 25 años después, se siga recurriendo a las mismas analogías para hablar de la Argentina de ese tiempo, sin aportar una mirada nueva. Lerman acierta al nunca apartarse del punto de vista de María Teresa (impecable Jimena Zylberberg), una joven preceptora para quien la vigilancia de los alumnos termina confundiéndose con sus pulsiones y convirtiéndose en una perversa válvula de escape. Austera y anticuada, sin amigos a la vista, María Teresa es presentada como un ícono de la represión. Pero sus miradas con algún alumno, sus conversaciones con una abuela que parece haber tenido una vida menos prejuiciosa, su incomodidad en una fiesta y su sensación de liberación ante una canción (así como los ominosos comentarios del jefe de preceptores, al que Osmar Núñez sabe imprimirle una simpatía sinuosa), asoman como lugares comunes, y, como la profesora que interpretaba Norma Aleandro en el film de Puenzo, también se suelta el pelo en una escena y, sobre el final, es víctima de un imprevisto ataque, demostrativo de la violencia latente en los defensores de la dictadura. La mirada invisible parece ignorar que, desde los tiempos de La historia oficial hasta hoy, mucha agua ha pasado bajo el puente: no sólo la mirada histórica sobre esos años se ha ido complejizando (aunque falta indagar en muchos matices todavía), sino que el mismo cine ha cambiado. Es elogiable el profesionalismo que exhibe en todos sus rubros técnicos, pero –salvo el refinado empleo del fuera de foco en algunos momentos– evita todo rasgo creativo. Ciertas escenas y diálogos de Tan de repente (2002, primer film de Lerman, también co-escrito con María Meira) tenían una frescura y una acidez que aquí se extrañan; es cierto que era una película más cáustica, más marginal incluso, pero el hecho de que los personajes de La mirada invisible sean reprimidos no significa que sus encuadres y movimientos de cámara también deban serlo. A esto se suma un tramo final más que discutible. Como en la recientemente estrenada El hombre de al lado, el desenlace parece más un capricho de los guionistas (con significados que se disparan para cualquier parte) que consecuencia de las características de los personajes y del devenir del relato. También El custodio, con la que La mirada invisible tiene puntos de contacto, finalizaba con una reacción intempestiva de su pasivo protagonista, elemento que su director, Rodrigo Moreno, defendía aduciendo que “una película es una excepción, por más cotidiana y realista que sea”. Pero en este caso hay un subrayado marco histórico, por lo que esa conducta lleva a confusas interpretaciones alegóricas. Por último, el epílogo con imágenes del general Galtieri ante una Plaza de Mayo colmada de argentinos –sin referencia alguna a la causa de Malvinas– resulta una provocación desatinada.
Cuando la opresión toma la pantalla Ambientada en el Colegio Nacional de Buenos Aires, en 1982, la película basada en la novela Ciencias Morales, de Martín Kohan, se centra en una joven preceptora, reprimida, que entablará intrincadas relaciones con su superior y los alumnos. La mirada invisible no pudo, y esto merece más de una reflexión, rodarse en el propio interior, entre las paredes del mismo Colegio Nacional Buenos Aires. Una decisión oficial, emanada de las propias autoridades, llevó a que el pedido de filmación que se hiciera oportunamente fuera rechazado. Tal es lo que relatan las notas de producción sobre este bienvenido film que hoy, en este espacio de protestas estudiantiles, sale al cruce de ese intento por parte del gobierno macrista de identificar a los alumnos que algunos funcionarios vuelven a considerar como alteradores del orden público. El tercer largometraje de Diego Lerman escenifica esas conductas que tanto identifican a los espacios totalitarios. Ambientada en el año 1982, en esa fecha en la que tuvo la ofensiva fascista de Malvinas, el film, desde ese microcosmos que es la institución del Nacional Buenos Aires, que tantas páginas ha merecido por parte de literatos, describe y sigue de cerca los actos atentos y vigilantes, los indicios de sospecha, el control y el orden, impuestos de manera autoritaria. Las primeras imágenes del film ya nos ubican en este ámbito. En un espacio cerrado, en el que los alumnos guardan la llamada distancia entre uno y el otro, en ese silencio cortante que hiere inquietudes y lastima sueños, allí, el film elige ubicarnos frente a la mirada atenta y que acecha de una joven preceptora que amordaza desde su nombre hasta sus emociones, y encuentra en ese espacio la posibilidad de actuar sus propias represiones internas. Criada en un ambiente de mujeres, con ausencia de figura masculina, María Teresa, la joven preceptora, sobrevive en un mundo en el que se repiten los mandatos. Su longilinea figura, su silueta recta, su camisa abotonada que impide que un atisbo de exterioridad la acaricie. Sin embargo, ella, ligada cómplicemente al jefe de preceptores comenzará a experimentar algunas conductas que ponen de manifiesto la fuerza contenida de lo reprimido. Desde una cuidada y por momentos simétrica puesta en escena, que transmite el frío rigor de las órdenes institucionales que se multiplican en cada rincón, el film transita por una zona glacial conforme a la ausencia de sentimientos. En tal caso, allí están el acecho y la perversión, el contacto de María Teresa con su superior, Biasutto, que someterá a la joven de cabello recogido a un compulsivo acto violatorio. Al Nacional Buenos Aires se lo llama "El Colegio" y sin embargo, más allá de que por sus aulas pasaron nombres de las ciencias, de las letras, de la política, hay algo que el film de Diego Lerman se atreve a desocultar. Y es que portar cierto nombre es algo que se sostiene a través de un normativo sistema férreo de actitudes. Por lo general, aquellas escuelas que plantearon algo diferente, que tuvieron vocación experimental y decididamente formadora, como lo registra Mario Piazza en su sublime film "La escuela de la Señorita Olga", a través de sus mentoras Olga y Leticia Cossetini, un día desde un nefasto decreto vieron cerrar sus puertas. El film de Lerman, desde una reconstrucción de aquel ámbito, se instala en un juego pendular de conductas representado por un montaje pautado y milimétrico, a partir de la novela Ciencias Morales de Martín Kohan. Y ahora, frente a nosotros, un jefe de preceptores, que llegó allí para identificar a los alumnos "subversivos" y esa joven preceptora, que como sus colegas, trabajan bajo una mirada sancionadora. Ante este film surgen algunas reflexiones e inquietudes acerca del funcionamiento de las estrategias del poder. La figura del poder encuentra en el film de Diego Lerman toda una serie de representaciones según la manera en que este se va manifestando. La mirada invisible, ya desde su título nos lleva a pensar en la figura del Panóptico, conforme a las numerosas interpretaciones que se ha realizado sobre el mismo. Ese ojo que controla y que vigila, sin que pueda ser visto de manera directa, se percibe, se experimenta y se padece en un constante estado de tensión y de zozobra, de exclusión y de miedo. En La mirada invisible el gran actor es el Acto de Espiar, subrayado y con mayúscula: pero, al mismo tiempo, modulado en voz baja. En este mandato que se asume para ser reconocido y por lo tanto aceptado, la protagonista comienza a experimentar los latidos de una sexualidad oculta y negada. En el acto de vigilar, dominando la escena desde espacios cerrados, como lo es el baño de varones, va siendo sorprendida por una oleada confusa de deseo y control. A María Teresa la invade aquello que no pudo ser asumido y es por ello tal vez, que ha encontrado allí, entre las filas de los celadores, un lugar preferencial. Lerman relató que el film se rodó no en un espacio, sino en varios: El Don Bosco de Ramos Mejía, El Bernasconi y el San José. Tal vez esta fusión de espacios en uno, a través de ese montaje que se asume como un continuo, desde una mirada que no cesa, nos permita reflexionar aún más sobre algunos comportamientos institucionales, en un contexto que se rige por una jerárquica omnipresencia. Desde un espacio reglado por el arbitrario orden, que sólo permite escuchar voces de mando, el film va descendiendo por una espiral de perversión y violencia que deja al descubierto, a partir de una notable caracterización actoral, los límites, y el más allá de ellos, de las reacciones humanas.
Severa Vigilancia Basada en la novela de Martín Kohan: "Ciencias Morales", uno de los autores más estimulantes de la reciente literatura argentina, llega a la pantalla este filme de Diego Lerman, quien retrata una parte de la educación en tiempos de los últimos coletazos de la dictadura, con acción desarrollada en 1982. Dentro de un gran colegio, la juventud estudiante es sometida a una inquisidora, rigurosa, mecánica vigilancia, algo ciertamente inolvidable para quienes habitábamos las aulas por entonces. En ese ámbito, está insertada laboralmente como preceptora, la muy insignificante y simplista -en lo cotidiano- María Teresa, que tiene 23 años pero aparenta más por su gris vestimenta (una excepcional actuación de Julieta Zylberberg), que aprovecha sus viajes en subte para limarse sus uñas, y que aborrece convivir con su tonta madre y una abuela, quienes la llaman "Marita". Para ella eso es mucho, pero nada al desconocer lo que le espera al intimar con su jefe de celadores Biasutto (otra gran labor de Osmar Núñez), que es un declarado caza-subversivos como se rotula a si mismo, ejerze su cargo desde 1976, y sugiere a la chica permanecer en atenta vigilancia siempre, ser ese ojo invisible que puede detactar y delatar. La metafóra fílmica está dada, este personaje masculino representa lo peor. La preceptora se oculta en el baño masculino intentando ver quien fuma a escondidas pero en su refugio descubre otras cosas, que no serán reveladas en esta mera crítica. Cine detallista, no apto para cualquiera, que habla muy claramente de nuestro pasado oscuro y siniestro, de las formas de lo degradante y de las aristas de la represión. Y a uno lo peor que le puede suceder es olvidar aquél pasado imperfecto. Un filme que vale algo más que la pena. Digamos necesario.
Perversiones nacionales El escenario es el Colegio Nacional Buenos Aires; el contexto histórico, marzo de 1982. El rector da la bienvenida y propone una perspectiva: “La historia del país y la historia del colegio están entrelazadas”. Se cita a Belgrano, a Mitre, padres fundadores de la Patria y el colegio. Son historias casi indistinguibles: el colegio es la nación por otros medios. Así, Lerman demostrará dicha tesis plano tras plano, y pondrá atención particular en mostrar cómo puede afectar la Historia a la historia íntima de cualquier sujeto, en este caso, una preceptora (Julieta Zylberberg en un papel consagratorio) que experimenta una lacerante represión sexual, que viene acompañada por el cortejo de un superior, un simpatizante del gobierno de facto y un fiel practicante inconsciente de la teoría de los dos demonios. Es una guerra ganada, pero los rebrotes y los retoños hay que atenderlos y eliminarlos. La mirada invisible parece un título inspirado en Foucault. Todo debe ser inspeccionado por el gran Ojo; la vigilancia y el castigo son una política pedagógica, partes indiscutibles de una práctica a la que le corresponde una ciencia moral. La risa y el romance son una interdicción. Una caricatura en un papel es sinónimo de expulsión; tomarse la mano en un pasillo es un argumento suficiente de amonestación. La pureza se inscribe y se escribe con sangre. La perversión acecha y aquí conoce su versión micropolítica. En efecto, la bedel introyecta una política de Estado, y más allá de su (des) conocida historia familiar, su acatamiento respecto de un modelo de conducta cívico y hegemónico tiene efectos precisos aunque también no deseados: detectar jóvenes fumando en el baño es una obsesión; desearlos secretamente es una compulsión. Finalmente, la libido se canalizará de un modo siniestro, lógico para el tiempo histórico en el que vive su personaje. El último plano del filme, una soberbia panorámica del patio del colegio invadido paulatinamente por un sonido exterior que denota disturbios callejeros, es sencillamente formidable. Después, vendrán los créditos, aunque una interrupción repentina y pertinente permite descubrir que ese bullicio lejano pertenece al gran pueblo argentino que festeja en Plaza de Mayo una nueva aventura castrense. La perversión no tiene límites.
Alegoría de la historia argentina, basada en la novela de Martín Kohan "Ciencias morales", La mirada invisible es el nuevo film de Diego Lerman que nos propone acercarnos al período de la dictadura militar durante los últimos momentos de su existencia, en el año 1982, en la vida dentro del Colegio Nacional Buenos Aires. Las analogías son, en principio, fácilmente identificables: la institución educativa, el Estado; el jefe de preceptores, los funcionarios de la dictadura; los estudiantes, las víctimas; la preceptora, la ingenua que es funcional al régimen. Aunque esta presentación parezca simplista, cabe decir que, en la primera parte de la película, las referencias si bien obvias no resultan perturbadoras, y todo da a entender de que finalmente puede arribarse a un producto de considerable interés. Pero, por desgracia, tanto la alegoría -que estaba preestablecida con el espectador como un "pacto"-, como el argumento mismo y su credibilidad caen barranca abajo, lo que no puede rescatar ni la buena labor de fotografía, ni las actuaciones destacables de los protagonistas. María Teresa (Julieta Zylberberg) es una joven y casi insulsa preceptora del "Buenos Aires", que pretende investigar un supuesto olor a cigarrillo proveniente del baño de varones. Con el aval del Sr. Biasutto (Osmar Núñez), el jefe de preceptores, ella pondrá el empeño en la sutil tarea detectivesca de ubicar in fraganti a los estudiantes transgresores (o, para el gusto de Biasutto, subvertidos). Pero rápidamente María Teresa es cautivada por ese mundo que le abre "la mirada invisible", primero situada en el ámbito de la vigilancia constante y luego derivada hacia múltiples variantes sensoriales. Este mundo opresivo -en el que se incluye su propia interioridad enclaustrada- dará lugar a una explosión cuyas consecuencias son tremendas. En el plano político: la Guerra de Malvinas. Martín Kohan, autor de la novela, sin duda ha sido fiel a su raigambre filosófica y empleó la tan querida tradición fenomenológica que reivindica la ligazón entre los sentidos, la verdad y la realidad, aquí puesta por Diego Lerman al servicio, inicialmente, de "la mirada invisible" y luego, empleada ésta en un erotismo pleno. Es aquí donde los excesos son notorios. Si al principio se pretendía relacionar la vigilancia imperceptible del colegio con aquella del Estado militar, es cuestionable cómo se mantiene el vínculo entre el erotismo sensorial de María Teresa y el citado aparato represivo, del que Lerman no intenta desprenderse, puesto que la escena final, ya casi en los créditos, remarca la alegoría histórica de la que el film se precia. El vuelco hacia un marcado subjetivismo produce, a la sazón, un efecto del tipo "bola de nieve", por el cual, si la conexión alegórica se hubiera mantenido firme, los excesos tendrían sentido, pero como aquella es inexistente, cobran un tono rayano en lo ridículo. De todas maneras, Julieta Zylberberg lleva muy bien su papel, y la trama tiene buena dosis de suspenso, respecto del cual la musicalización le es muy beneficiosa. Por otra parte, Los Abuelos de la Nada y Virus, que suenan en un par de escenas, dan un tono de época agradable, rompiendo con cierto tedio del que la protagonista -y lamentablemente por momentos también la película- adolece. En suma, La mirada invisible se presenta, junto con la publicidad de la que fue acompañada, como un film "histórico", extraido de una novela exitosa (ahora sin duda más), y con posibilidad de suscitar gran interés en los ex alumnos del Buenos Aires y los que tienen curiosidad en las instituciones educativas de la época negra. Pero varios elementos hacen que esta particular idea se desdibuje con el correr de los fotogramas, incluyendo entre ellos la dudosa fidelidad histórica de algunas situaciones (es más, no se permitió firmar dentro del Buenos Aires) y el desparpajo que rompe con la coherencia de una obra injustificadamente apañada por los medios. No toda buena producción, innegable en este film, tiene resultados positivos. De todos modos, cada espectador podrá extraer de la maraña de escenas varias ocasiones memorables, valiosas quizá para el goce sensorial y, con suerte, agradables para la memoria: los escorzos de un objeto que, por fragmentario, pierde su unidad y su sentido.
Alguien acecha entre los muros del Nacional Diego Lerman cuenta la historia de una celadora que, en plena dictadura militar, vela por hacer cumplir las estrictas reglas del colegio. El film fue calurosamente recibido en Cannes y participará en el Festival de San Sebastián. Los siete años que duró la última dictadura militar fueron abordados en varias oportunidades por el cine argentino pero, casi tres décadas después, el lúgubre legado del conocido como Proceso de Reorganización Nacional todavía ofrece infinitas aristas para analizar. En ese sentido Ciencias morales, de Martín Kohan, se interna de manera colateral en la cuestión de la represión a partir del clima que se vivía por aquellos años en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Y Diego Lerman adapta la historia para el cine, con la finaldidad de hablar sobre los años de plomo, en tanto la institución “es un selecto resumen de la nación entera”, como bien describe con ironía el autor del libro. Si cada película es un universo cerrado con sus propias características, el film de Lerman busca en la escuela-nación la representación, las marcas de un micromundo que replica lo que está pasando afuera, un fuera de campo convulsionado que incluye una dictadura agonizante pero todavía feroz y el comienzo de la Guerra de Malvinas, su última aventura sangrienta. La mirada invisible muestra a María Teresa (Julieta Zylberberg), una preceptora que impone la absurda disciplina de un sistema opresivo con la convicción de los meticulosos, una burócrata obsesiva, necesariamente gris y convenientemente eficaz, que tiene como guía y modelo al señor Biasutto (Osmar Nuñez), el jefe convencido de las directrices del Proceso que dispara frases como “fumar en el colegio es el cáncer de la subversión que todavía nos amenaza”. Porque María Teresa está obsesionada con que algunos alumnos fumen en el colegio y después de conseguir el permiso del siniestro Biasutto, cada vez que puede se encierra en el baño de hombres para pescar a los infractores. Diego Lerman demostró en Mientras tanto (2006) y Tan de repente (2002), que su interés pasa por los procesos de cambio de los personajes y su tercer film no es la excepción. La pulsión de un personaje obsesionado con el orden, los planos detalle de los dedos midiendo el largo del cabello de los alumnos, la tensión sexual reprimida, los amplios pasillos vacíos, el ruido apagado de las manifestaciones en la calle, confirman la gigantesca oscuridad de aquellos años y a la vez, preanuncian el fin de una época y del futuro incierto de María Teresa, una criatura tan dañada por la dictadura como el resto de la sociedad.
La mirada impasible Entrar por “otro lugar” a la última dictadura argentina; usar el “Proceso” militar como “contexto”, fue lo que hizo el director Diego Lerman, aprovechando que el escritor Martín Kohan (Dos veces Junio, Museo de la revolución, Cuentas pendientes 1) lo hizo primero en la novela Ciencias morales 2. “Siento que todavía hay mucho discurso por generar. Desde las instituciones, los sistemas, los lugares, los engranajes que armaron el sistema represivo”, explicó el director 3. Así tenemos la historia del Colegio Nacional Buenos Aires, en 1982, donde María Teresa, una joven preceptora de 23 años, debe vigilar (y castigar) a los estudiantes. Modales, vestimenta, apariencia (el largo del pelo), son las tareas que cumple “Marita” –llamada así en su casa, y luego por el jefe de preceptores, el “señor Biasutto”-. ¿Quién es este personaje? La novela lo explica: El señor Biasutto (…) cuenta con gran prestigio en el colegio porque es sabido que, hace unos años, fue el responsable principal de la confección de listas. (…) es una especie de héroe entre las autoridades del colegio; él hizo listas y ese mérito, aunque rumoreado, a nadie se le escapa” 4. Marita tratará de congraciarse cuando, a la búsqueda de “efectividad” en su “trabajo”, decida ir a fondo en su pesquisa: ingresa al baño de varones, para tratar de descubrir a los que (supuestamente) fuman. El clima cerrado, monacal, oscuro, queda claramente marcado, muy bien logrado. Sin embargo la riqueza expresiva, en cuanto a la ideología que contienen los pocos personajes de la novela, se pierde, (tal vez) al confiarse mucho en las imágenes. La instrumentalización, el dominio sobre la juventud, queda mejor expresada en algunas líneas de la novela que el guión no contempla 5. La película de tan cerrado clima obtura la posibilidad de entender los “engranajes” del mecanismo: nos muestra algo del mecanismo mismo en funcionamiento. Por ello la escena donde se anuncia a los preceptores que los alumnos a la salida de una jornada se retirarán por otra puerta, por “disturbios” en Plaza de Mayo, pierde discursos como este: “Tengan presente, señores preceptores, que el adolescente es un ser humano curioso por naturaleza y rebelde por naturaleza. Adviertan a los alumnos que no pueden acercarse a la Plaza de Mayo de ninguna manera, pero tengan cuidado y no vayan a dejarlos intrigados por eso. Lo que tienen que transmitirles no es curiosidad, sino miedo. Háganles saber que es peligroso acercarse a la Plaza de Mayo en estos momentos” 6. Lo mismo ocurre con un encuentro fuera del colegio entre Biasutto y Marita: “Biasutto ha concebido una comparación: la subversión, le explica, a ella que es novata, es como un cáncer, un cáncer que primero toma un órgano, supongamos la juventud, y la infecta de violencia y de ideas extrañas; pero luego ese cáncer hace además sus ramificaciones, que se llaman metástasis, y a esas ramificaciones, que parecen menos graves, hay que combatirlas de todas maneras, porque en ellas el germen del cáncer late todavía, y un cáncer no se acaba hasta tanto se lo extirpa por completo. El señor Biasutto desliza un dedo lento por su bigote oscuro, en actitud de recuerdo. Ya pasó la etapa, dice, en que teníamos que perseguir actividades ilegales y secuestrar materiales de alta peligrosidad (algún día, le dice confidente, bajando el tono y hablando al oído de María Teresa, le haré ver esos materiales, que conservo en un archivo de penetración ideológica). El colegio, y el país, han podido salir airosos de ese período, pero de qué serviría haber atacado el cáncer si vamos a despreocuparnos de sus ramificaciones”. “Otra comparación nace al instante de la inspiración del señor Biasutto: la subversión es un cuerpo, pero también es un espíritu. Porque el espíritu sobrevive y alguna vez bien puede reencarnar en un nuevo cuerpo” 7. Para Biasutto, que los chicos fumen “es el espíritu de la subversión que nos amenaza”. Mientras que en la película dice simplemente que fumar en el colegio es el cáncer mismo… Sutilezas de guión aparte, Lerman (Tan de repente, Mientras tanto) ya llevó otras obras literarias a la pantalla, como La guerra de los gimnasios de César Aira, en un corto homónimo de media hora. Con La mirada invisible caso el resultado ha sido dispar, al igual que la crítica. Hay quien dijo que la película es mejor que la novela 8. Se dijo –más “equilibradamente”- que el hecho de “traicionar” la novela logró cosas destacables y otras malas 9. El final, que es completamente diferente al de la novela, fue justificado así por Lerman: “Necesitaba que María Teresa reaccionara, no que sólo padeciera. Que fuera capaz de tomar una decisión y ponerla en acción. (…) tenía que empezar la película siendo una y terminarla siendo otra” 10. Y esto es justamente lo peor de la película: a la correcta actuación de Osmar Nuñez como Biasutto (“el lado carismático del demonio”, en palabras de la protagonista) se suma la de una demasiado bucólica Julieta Zylberberg. El personaje “original” de la preceptora tiene más “acción”, cambios repentinos, decisiones que tomar. Se puede decir entonces que, La mirada invisible, no sirve mucho como puente, acercamiento, a (la mejor) Ciencias morales.
El año es 1982, faltan apenas unas semanas para que comience la Guerra de las Malvinas y la dictadura argentina ya se viene cobrando cerca de 30 mil víctimas. También atraviesa sus últimos estertores, pero mientras aún se mantiene, la rigidez, la solemnidad vacía, el control y la vigilancia –ya fuese real o una mera ilusión reproducida en el imaginario colectivo- son la constante. Prácticamente no hay espacio para la creatividad, para las pulsiones vitales, para la risa. Es así que un universo marcial, de dominación vertical y en el cual el mayor valor reconocido es la disciplina, también significa un sinfín de micro-infiernos institucionales. Ciencias Morales es el nombre de la novela de Martín Kohan en la que se basa esta película; Ciencias Morales es también el nombre que tenía el prestigioso colegio conocido hoy como “Nacional Buenos Aires”, que se ubica a una cuadra y media de la Plaza de Mayo. De la mano de Foucault y con una diabólica impronta hanekiana –una mirada austera y distante, con personajes parcos, hieráticos y de retorcidos contornos psicológicos- el oscuro y sofocante colegio es presentado como un exponente de dominación social, un ámbito regido por un sistema implacable de faltas y sanciones, en el cual un botón desabrochado, el pelo crecido un centímetro de más o tomar mal la distancia en la fila deriva en una retahíla de broncas y reprimendas. Marita (la brillantísima Julieta Sylberberg, que ya se había lucido en La niña santa de Lucrecia Martel) es el último eslabón de una nefasta cadena represiva. También el más débil, el más expuesto y, quizá, el más maleable. Es la preceptora –en la jerga normal y ajena a tanta majadería militar, bedel, o adscripta- encargada de vigilar, de imponer su “mirada invisible” en dirección a cualquier falta que pudiera acontecer en sus inmediaciones. Así, besos encubiertos, comentarios fuera de lugar, una pelea entre estudiantes son inmediatamente denunciadas a sus superiores. Fumar en los baños puede ser un atrevimiento intolerable, el germen de la sedición inoculado en una juventud descarriada; como tal, debe ser amputado de raíz y corregido inmediatamente. Como la Isabelle Huppert de La profesora de piano de Haneke, Marita -aún virgen a los veintitrés años- comienza a desarrollar un morbo que la lleva a esconderse en los baños –con la excusa de la vigilancia- para fisgonear a los adolescentes entre olores nauseabundos. La mirada invisible, así, se ve subvertida en una actitud de control abusivo, producto de una sexualidad mutilada. La atmósfera es perfecta. Rígidas y opacas estructuras arquitectónicas se condicen con el miedo febril y el aburrimiento establecido. Una banda sonora eventual, sutil e in crescendo acentúa con fuerza las superficies dramáticas. El final, despegado del que había en la novela original, inesperado y catártico, es perfectamente coherente con el universo presentado, y funciona como una suerte de alivio para el espectador. Es parte de esas agradables licencias que se puede permitir el cine, pero que, sabemos, difícilmente podrían haber tenido lugar en un momento histórico en el cual el miedo paralizaba a casi todos. Y unas últimas imágenes de archivo, con el militar Galtieri en un balcón y una multitud enardecida festejando la recuperación de las Islas Malvinas es inmensamente elocuente sobre ese nacionalismo y ese fascismo cotidiano que supo avalar tanto horror, y que aún sabe estar presente en algunas capas de la sociedad argentina.
Deseo y represión El cine argentino viene teniendo un año extraño: empezó llevándose el Oscar a la Mejor Película Extranjera con El Secreto de sus ojos, y sobre todo se destacó en el Festival de Cannes, con la performance de Carancho en la Competencia Oficial y de Los Labios (del cordobés Santiago Loza) premiada en la Sección Un Certain Regard. Pero a pocos meses de que éste agitado 2010 llegue a su fin, en realidad no puede decirse que haya sido un año destacado para el cine nacional (como sí lo fue a nivel mundial), al menos si lo comparamos con los inmediatamente precedentes: hasta ahora no hubo grandes sorpresas, ni tampoco alguna revelación que maraville a los críticos; aunque sí existieron películas que confirmaron el talento de ciertos autores ya consagrados (Israel Adrián Caetano con Francia, el citado Pablo Trapero con Carancho, y sobre todo Loza, que acaso se terminó de consagrar con el estreno de dos películas más: Rosa Patria y La invención de la carne), y algunas (pocas) novedades que ratificaron la vitalidad de la juventud argentina (La Tigra, Chaco, Por tu culpa, Rompecabezas, entre otras). Tal vez, la incomodidad se deba a un viejo vicio de los críticos, que nos lleva a esperar siempre grandes descubrimientos: 2010 no será seguramente el año de las sorpresas, pero sí hubo buen cine, con algunas películas que seguramente quedarán en las listas del recuerdo. Una de ellas puede ser La mirada invisible, tercer opus del ecléctico Diego Lerman (autor de las muy diferentes Tan de repente y Mientras tanto), basado libremente en la novela Ciencias Morales, de Martín Kohan, y que acaba de estrenarse en diferentes salas de nuestra ciudad. Clásica y política, la película es una inteligente reconstrucción del imaginario cultural que dominó a la sociedad argentina en la última dictadura militar, a partir de un caso particular que funciona como ejemplo micropolítico de un orden mayor, aquél que emanaba de los mandos militares. Es, también, un estudio indirecto del poder, tanto en su funcionamiento institucional como en un su asimilación por parte de los sujetos que componen ésa institución (que además es emblemática: la escuela), y de los comportamientos perversos que genera su ejercicio despótico. Su eje absoluto es la actriz Julieta Zylberberg (en una actuación consagratoria), que interpreta a un personaje que hace carne las contradicciones de época: su mente y su cuerpo están disociados en una lucha descarnada entre la represión impuesta por un orden que tiene naturalizado, que ha asimilado acríticamente, y el deseo que siente surgir de adentro de su ser. No se trata, por cierto, de cualquier época ni de cualquier escuela: es marzo de 1982, un mes antes del inicio de la Guerra de Malvinas, en el Colegio Nacional Buenos Aires, asimilado naturalmente por su máxima autoridad a la Nación entera (“de aquí salió el fundador de la Patria: Bartolomé Mitre”, afirma al inicio del filme). La preceptora María Teresa (Zylberberg) intenta acatar fervientemente las instrucciones de su superior, el señor Biasutto (Osmar Núñez), un convencido de que la “guerra” contra la izquierda aún no terminó, ya que falta eliminar al “germen de la subversión” en la juventud (las alegorías biológicas para describir a la sociedad fueron una constante del discurso dictatorial, algo respetado mucho por Lerman desde el guión, a pesar de que a veces suene como sobre explicativo). Su tesis es simple: los preceptores deben convertirse en una suerte de vigilantes permanentes (emulando el Panóptico de Foucault), capaces de ver todo en todo momento, ya que la mínima transgresión puede despertar la amenaza dormida en los estudiantes. Semejante idea llevará a María Teresa a obsesionarse con una sospecha: que hay alumnos que fuman en el baño. Y emprenderá una investigación que la llevará a esconderse en los gabinetes de los baños masculinos para descubrir a los infractores, aunque en el fondo la mueve otra razón, pues María Teresa siente una creciente atracción por un estudiante en particular. Profundamente reprimida, nuestra protagonista comenzará a desarrollar en estricto secreto una fuerte fijación con el objeto de su deseo, mientras el señor Biasutto intentará al mismo tiempo cortejarla. La irrupción de la realidad en este orden ficticio, absolutamente hipócrita, será por supuesto catastrófico. El oficio de Lerman se encuentra en los detalles: miradas furtivas que revelan los deseos reprimidos, una reconstrucción de época precisa, enfatizada en los objetos y los escenarios (pese a que no le permitieron filmar en el Colegio Nacional, la locación es un personaje central en la película), y sobre todo una utilización virtuosa del fuera de campo (que tendrá su clímax al final, con los títulos de crédito, cuando aparezca una siniestra Plaza de Mayo colmada de gente vivando a la dictadura, documentos reales que muestran a Leopoldo Galtieri desafiando a los ingleses y a los argentinos respaldando su locura). Gran parte del mérito se debe también a Zylberberg, cuyo rostro es inspeccionado insistentemente por una cámara que además no desdeña la elegancia, y consigue reflejar en planos generales y planos secuencia el espacio existencial de los protagonistas, ése colegio que parece una manifestación material del orden represivo que los subyuga. Un orden despótico y asesino que aún hoy sigue encontrando ecos en la sociedad argentina (pues ¿cuánta diferencia hay entre esa visión demencial de la juventud y las reacciones que hoy se ven en los medios y los políticos ante las protestas de los estudiantes?). Vale la pena resaltar, al fin, otro estreno de la semana: Las hierbas salvajes, del gran Alain Resnais, filme que seguramente estará entre lo mejor del año, y que nos comprometemos a comentar la próxima semana si logra la odisea de continuar en cartelera. Por Martín Ipa