La mirada invisible

Crítica de Javier Porta Fouz - HiperCrítico

Lo que me inquieta de la tercera película que mencionaré, La mirada invisible de Diego Lerman, estrenada hace dos semanas, es la casi unánime recepción positiva que tuvo en la crítica. A mí me parece una película muy mala, con algunos de los peores vicios del cine argentino de los ochenta y otros vicios de las coproducciones de estos años, aptas –por su aparente “rigor”, su nivel de cálculo y su falta de riesgo– para circular de un festival a otro. Sobre la película escribí una nota larga para El Amante de septiembre, que sale la semana que viene. Estos son algunos fragmentos del artículo: “Apertura de película con ruidos de pasos, de esos pasos duros, sonoros, demasiado marcados, como si provinieran de zapatos llamativamente ruidosos. Un sonido amplificado, típico del cine argentino de los ochenta. Así empieza La mirada invisible, con pasos resonantes y música altisonante. Acá vamos a ver algo grave, qué tanto: algo que ocurre en marzo de 1982, durante la última dictadura, en un colegio que dice ser el Nacional Buenos Aires. (...) “Los actores hablan como si estuvieran mirando hacia atrás desde este presente, poniendo en evidencia que están actuando según los dictados de concepciones actuales bien correctas –y vaciadas de complejidad– sobre la dictadura. (...) “No se camina con naturalidad, no se tiene una Tab con naturalidad: nada se hace con naturalidad, no se hace pis con naturalidad (y la película lo muestra una buena cantidad de veces), estamos en dictadura. La mirada invisible es una película con costuras demasiado visibles, es una película obvia (el plano de la preceptora cuando intenta tocar la mano del chico que le gusta se ve venir a lo lejos; el Colbert se ve demasiado de cerca), inútil, ardua, nada gratificante y a la vez nada desafiante, nada perturbadora.”