Escribiendo de amor

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Tribulaciones de un guionista

Cuatro películas tiene como director el prolífico guionista Marc Lawrence y todas fueron protagonizadas por Hugh Grant. Tras Amor a segunda vista, Letra y música e ¿Y... dónde están los Morgan?, llega Escribiendo de amor, una comedia romántica, amable y efímera, que va de mayor a menor y deja cierta sensación de decepción, aunque jamás llega al extremo de irritar.

Grant -ya con 54 años y cada vez más parecido a Robert Redford- es Keith Michaels, un guionista en plena crisis afectiva (divorciado), profesional (ganó el premio Oscar en 1999 por un film llamado Paradise Misplaced, pero desde entonces no ha escrito otro éxito) y económica.

Las penurias financieras obligan a este cínico, arrogante, mujeriego y algo desubicado intelectual a aceptar a regañadientes un cargo de profesor de la cátedra de escritura de guiones en una universidad ubicada en Binghamton, una pequeña ciudad del norte del estado de Nueva York.

Lo que en principio es resistencia, aires de superioridad y desidia en Keith se irá convirtiendo con el transcurso del relato en sentimientos bastante más nobles y sensibles. Allí están una rígida profesora con ascendencia en ese ámbito académico (Allison Janney), que no tardará en ponerlo en caja, y sobre todo Holly (Marisa Tomei), una madre soltera que sostiene dos trabajos para tratar de conseguir su título universitario.

Película sobre segundas oportunidades algo obvia y previsible, Escribiendo de amor se sostiene gracias a unas simpáticas observaciones durante la primera mitad y al carisma (aunque también con un poco de piloto automático) de Grant, mientras que los personajes secundarios (además de Janney y Tomei aparecen desde J. K. Simmons hasta Chris Elliott) no están del todo aprovechados. Pudo ser mucho mejor, está claro, pero tampoco está mal.