Con el diablo adentro

Crítica de Miguel Frías - Clarín

Antipatía por el demonio

Una película displicente, que copia fragmentos de otras.

Cuántas películas más sobre exorcismos -sin ideas nuevas- estaremos condenados a ver? ¿Y falsos documentales de terror, sucedáneos de El proyecto Blair Witch ? Y sin embargo, lo peor de Con el diablo adentro no es su condición de copia de lo mil veces copiado, sino su displicencia argumental extrema, su desdén a la hora de construir personajes. ¿Construir? Un verbo indulgente para este filme, en el que todo es unidimensional, chato, olvidable.

Algún fanático del subgénero podría decir que el “chiste” es que el material que uno ve corresponde, supuestamente, a filmaciones encontradas ( foundfootage ), entre ellas las de cámaras de seguridad de, por ejemplo, un hospital psiquiátrico. Respuesta: Con el diablo...

ni siquiera se toma el trabajo de fingir algo así. Indolencia pura.

Lo que vemos en pantalla pretende ser un documental sobre una chica cuya madre mató a dos sacerdotes y a una monja en 1989, mientras le practicaban un exorcismo. Veinte años después, acompañada por un camarógrafo, la chica viaja hasta Roma, donde su madre está internada en un neuropsiquiátrico. De paso, se mete como si nada en cursos que dictan en el Vaticano sobre exorcismos y entabla vínculo con dos curas: uno de ellos reniega de varios preceptos católicos; el otro... también, pero con culpa. Los dos aceptan ser filmados mientras intentan arrancar al diablo de cuerpos de mujeres que no paran de contorsionarse, poner los ojos en blanco y hablar con la voz de Alfio Basile antes de la cirugía de garganta.

Aunque -tal como lo resalta la película en su inicio- el Vaticano prohibe expresamente que los exorcismos sean filmados, estos sacerdotes no tienen problemas en que la cámara los siga en cada round contra el demonio. Por momentos, vemos lo que filma el camarógrafo amigo de la chica. Hasta ahí, un mínimo de verosimilitud. Pero, más adelante, veremos al camarógrafo también en cuadro, como un personaje más, en planos generales fijos. ¿Quién filmó eso? En algún momento, Satanás empieza a saltar, cual pelotita de un flipper, de un cuerpo a otro. La lógica ya no importa ni va a importar, si es que alguna vez importó. No queda mucho más. Salvo, un buen chiste. Un sobreimpreso que aclara: “El Vaticano no participó en la producción de esta película”.