Si esta película es el espejo de la sociedad, prefiero mirar hacia otro lado. En la propuesta televisiva de un joven encerrado en una camioneta luego de intentar robarla no hay vuelo ni mucho menos potencia para continuar regodeándose con el dolor ajeno. Pretender que aquello que se intenta imponer como verdad sea necesario para abrir el debate, es tan infantil como el cine que en 2019 está plagando las pantallas.
Sin estridencias y con el claro objetivo de repasar la figura y obra de una de las personalidades claves del escenario nacional, este documental simple, directo y concreto, abre la posibilidad de introducirnos en un mundo de luces y sombras imprescindible y único.
De broma en broma Encontrar el tono y la medida justa para adaptar un cómic no es tarea fácil. Mucho menos conociendo la proliferación de películas que en los últimos años han llegado a las pantallas para hacerse con una porción del mercado, y también todas aquellas que se quedaron en el intento. El caso de ¡Shazam! (2019) de David F. Sandberg (Annabelle 2: La Creación), con Zachary Levi en el rol del superhéroe, responde a una decantación que termina por configurar un espectáculo visual correcto, sin trascender más allá de sus intenciones y especulando con lograr buenos resultados basados en otras adaptaciones recientes que descansaron su fórmula en el humor y el carisma del protagonista, como por ejemplo Deadpool (2016). Aquí, la historia de Billy Batson, un joven huérfano que descubre en medio de una situación extrema que ha sido seleccionado para convocar, con sólo una palabra, al héroe que rescatará a la humanidad de una amenaza oscura y siniestra, responde más a una exigencia de taquilla que a un verdadero interés por llevar a la pantalla un personaje que supo forjar su poder a partir de historietas plagadas de humor y lecciones morales. En la adaptación de David F. Sandberg, un especialista en cine de terror, que se anima a sumergirse en el universo DC desde la comedia, Zachary Levi es el rey del gag y el humor físico (su experiencia previa en televisión, en sitcoms y en doblaje de animación reafirman este punto), dos elementos que condicionan las posibilidades narrativas del relato, y que acercan el producto hacia públicos infantiles, que disfrutarán y olvidarán prontamente las aventuras del niño que se transforma en hombre poderoso y que llega para terminar con el bullying que el protagonista y sus hermanos (adoptivos) sufren a diario. El juego de ser otro, que esconde ¡Shazam!, responde a un relato clásico en donde el alter ego posibilita una vida distinta, muchas veces mejor, que aquella que realmente vive el protagonista de la historia. Aquí todo se potencia por el tema que impregna la narración, la búsqueda de identidad del protagonista, un joven que intenta desesperadamente llegar a su madre, a quien no ve desde sus primeros años de edad y que con su llegada a un hogar de adopción lo impulsarán aún más a conocer sus orígenes. Así, entre la historia emotiva, y la de acción, entre huérfanos de etnia diferente (acorde a los tiempos discursivos que corren) que impulsarán el tempo del relato, ¡Shazam! construye una estructura que se apoya en efectos visuales, nostalgia, humor, y cierta incorrección política (sin llegar al nivel de Deadpool), para validar su sentido y razón de ser en el universo de adaptaciones cinematográficas de comics, eligiendo un tono que la acerca mucho más a públicos más jóvenes, que disfrutarán de la adaptación tanto como aquellos episodios de series animadas que saturan las grillas de señales infantiles. Pareciera ser que la línea discursiva adoptada por ¡Shazam! fuera la única posibilidad de llevar al cine relatos de héroes, con guiones que, en el último tiempo, bucean en el universo de las viñetas, lavando sus fachadas, transgrediendo sus fundamentos y sumando comedia para construir la historia, convirtiendo el resultado en pasatiempos menores que esperan llenar los cines con su parafernalia post cinematográfica sin imaginar otra manera posible de sorprender a los espectadores que con el artificio y la broma.
Cuando un grupo de soldados de elite son enviados a buscar algo a un desolado páramo (algo que nunca se termina de aclarar) la amenaza sobre el equipo y sobre sus mentes se apodera rápidamente de ellos. Porque justamente en “El páramo” (Colombia, 2010), filme que tardíamente arriba a los cines argentinos, la tensión que el director busca sobre aquello que inexplicablemente es lo que desean encontrar, y que nunca termina de aclararse, será el motor narrativo de una película que podría haber pensado de otra manera su trama y focalizarse más en encontrar una identidad propia. El realizador y guionista Jaime Osorio Marquez aprovecha el fuera de campo como si fuera el verdadero tópico y objetivo en el que debe enfocar su relato, algo que con pocos diálogos, termina resintiendo al timing narrativo general del filme. Si bien en otras producciones, la constante apelación al fuera de campo podría funcionar, en este caso termina agotando el recurso para generar cansancio en la repetición de la “nada” misma que se intenta no mostrar para que avance el relato. A los tradicionales miedos y teorías conspirativas sobre la guerra y los cuerpos que se exponen ante la contienda, el director intenta dotar de un aura místico y tenebroso cuando el equipo encuentre a una misteriosa mujer que, en medio de la nada, sólo ofrecerá más temor a lo que vienen atravesando. Esa prueba determinará todo el relato posterior de un filme que a pesar de sus buenas intenciones no puede recuperar su camino. Como una versión de guerra de la clásica historia de los “Diez Negritos” o “Diez indiecitos” de Agatha Christie, Osorio Marquez imaginó que lo más fuerte que les tocaría pasar al grupo sería poder ir atravesando las duras pruebas que el deambular en el medio de la nada los terminaría enfrentando. Porque si bien cada uno de los miembros posee una meta, individual y en conjunto, ante los fantasmas que comienzan a aparecer nada pueden hacer, razón por la cual cada paso que den puede transformarse en quizás el último que den. Una cuidada producción, en la que se destaca la banda sonora incidental, y, principalmente el trabajo sobre la caracterización de los actores, uno de los puntos débiles es justamente la interpretación de estos. “El páramo” bucea en las miserias humanas y en la puesta a prueba constante ante situaciones límites, inesperadas, en donde la supervivencia no tiene siempre que ver con el más fuerte, sino el que se escapa más rápido. Hay una intención de poder construir un cine de género diferente, pero Osorio Marquez se termina quedando más en una propuesta que en una verdadera renovación. Una lástima que siendo que tenemos pocas oportunidades de ver cine colombiano, termine llegando una producción que intenta emular producciones hollywoodenses sin buscar una verdadera identidad que la destaque.
Débil relato sobre el surgimiento y permanencia de un ritmo y cultura que define la idiosincrasia de un país. Un documental que se lanza aún con falencias técnicas que resienten más su visionado.
En el relato de la vida de esta mujer que escapó al sistema de horror y tortura militar hay una semilla de esperanza y luz ante la inevitable oscuridad y muerte. Marina Rubio escarba en su relato para construir una película necesaria y dolorosa.
Distopías eran las de antes Tras La Rebelión (Captive State, 2019), hay un largo linaje de películas y series de televisión que han explorado la convivencia entre alienígenas y terrícolas post primer e inesperado encuentro y sus derivaciones. Sin ir más lejos, una de las más recordadas series, V, Invasión Extraterrestre (1983), planteaba la base de muchos subproductos que luego supieron en diferentes soportes narrar esa especie de disyuntiva entre aquellos que aceptan la nueva e inevitable convivencia, y los que se paran de la otra vereda y resisten con sus ideales y luchas propias ante la llegada del otro. Sin quererlo, en esa premisa, que dialoga con la actualidad y la agenda mediática, continuando una línea que explora mitos de invasión/control/sumisión/rebeldía, se esconde la fuente de inspiración para que La Rebelión, avance de una manera un tanto errática entre la promesa de aquello que se espera de este tipo de films y género y la intención de innovar con la introducción de una subtrama política que atraviesa a los protagonistas pero que no los transforma. Hay un personaje central, que interpreta John Goodman, que es una especie de enviado de las altas esferas gubernamentales para investigar los pequeños focos de resistencia que se comienzan a vislumbrar en un Chicago devastado por el hambre, la desidia y el excesivo control. Ese rol faro no alcanza para explicar nada de aquello que el guion del propio director Rupert Wyatt (El planeta de los simios (R) Evolución) y Erica Beeney, insinúa, como tampoco la participación de secundarios completamente desaprovechados (Vera Farmiga, Kevin Dunn, Madeline Brewer) que sólo suman aún más confusión a un relato coral fragmentado. También, para traccionar nuevas generaciones a las salas, hay un joven (Ashton Sanders) en el elenco, que intenta mantenerse férreo a sus convicciones pero ve cómo el afuera lo impulsa a tomar partido en una lucha en la que siempre los más despojados son los que deberán levantar los trozos desperdigados de sus pares Así, entre esos dos polos se comienza a planificar una suerte de escape, y entre las buenas intenciones de unos y otros, las dudas sobre el personaje de John Goodman construyen un largo y mal episodio de cualquier serie de ciencia ficción o película clase B. La Rebelión busca presentar una narración sólida, pero en las idas y vueltas, el tempo para revelar detalles, la pobreza de los efectos visuales y la vaguedad de premisas, termina por perderse en los mismos laberintos que va desandando sin proponer nada y dejando más dudas que certezas.
Con el alma en el barrio El Kiosco (2019), debut en realización del guionista Pablo Gonzalo Pérez, propone un viaje nostálgico hacia el pasado a partir de una historia que tiene como eje el comercio que da nombre al film y que en alguna época se presentaba como el epicentro de la infancia y las actividades en el barrio. En esta oportunidad el local será la excusa para que la narración se ancle en la actualidad con un mensaje que apela al accionar político, al escapar a convenciones laborales y a insertarse en el cambio de paradigma que está aconteciendo y que continúa derribando muros patriarcales. Mariano (Pablo Echarri) decide quemar las naves y alejarse de una actividad comercial que lo mantuvo alejado de su familia y sus afectos, estresado y sin ánimos de concretar sus verdaderos ideales, cuando surge la oportunidad de su vida, al adquirir el kiosco de su infancia para independizarse. Claro que esto es cine y nada le hará suponer, hasta que los minutos avancen, que esa decisión, además de complicarlo económicamente, sería el camino para una verdadera transformación de él y los suyos en medio de un tsunami económico. Tras adquirir el comercio, el barrio lo recibe con alegría, pero de a poco comienza a percibir que aquello que sentía como la oportunidad trascendental se convertirá en un obstáculo más para concretar sus ideales, por lo que el guion introduce contrastes a partir de la interacción del personaje protagónico con secundarios que refuerzan, en gran medida, funciones para que el relato progrese. Frente a la aparente ingenuidad de Mariano, se presentará la rectitud y exigencia de su suegra (Georgina Barbarossa), la desfachatez y duda de Charly (Roly Serrano), la caradurez de un oscuro vendedor (Martín Rocco) y el empuje de Don Irriaga (Mario Alarcón), el dueño original del kiosco, entre otros. El Kiosco, así, enfrenta a Mariano con sus fantasmas, con disputas hogareñas que no llevan a nada, con ideas de engañar tras ser engañado, para quitarse de encima el problema, pero que dada su construcción como héroe burlado, claro que nunca pasará. En un análisis más profundo, es posible advertir que el guion dialoga con la actualidad, detectando la necesidad de modificar rápidamente el estereotipo con el que construye al personaje principal, quien se verá sólido, movilizando a sus vecinos, convocando a la acción política para cambiar aquello que inevitablemente terminará por perjudicar la decisión que tomó, lavando platos en vez de quedarse tirado mientras su mujer le exige explicaciones. El Kiosco es un cuento pequeño, sencillo, claro, nada pretencioso y que bucea en el barrio y en algunos valores ya perdidos para tomar parte de un estado de situación que hoy afecta a todos.
Con un notable trabajo de recreación, vestuario y maquillaje, Saoirse Ronan y Margot Robbie se sacan chispas en una historia que ya fue llevada al cine en otras oportunidades, pero que aquí cobra más fuerza por su subrayado sentido feminista.
La llegada de un otro termina por configurar en el sur Argentino una historia de venganza y ambición que bien podría leerse como western. El tono de las actuaciones y la precipitación de un final que intenta atar cabos y dar respuestas, resienten un producto que en la belleza de los paisajes tenía buen asidero.