Buscando verdad en la palabra, el realizador Poli Martinez Kaplun retrata a dos mujeres que sobrevivieron al exterminio nazi y pueden hoy contar su historia. Presentada como un documental clásico, el testimonio de las mujeres es rico, no así el tratamiento o puesta, que descansa en una mirada muy tradicional sobre el género. Así y todo, en la potencia de la palabra de Mira Kniaziew y Lea Zajac, cualquier vicio se supera, por lo que se termina por consolidar a la película como una herramienta necesaria para seguir comprendiendo la incomprendible materia y naturaleza humana.
Otra búsqueda de los Dardenne, en este caso la del compromiso social por aquellos que buscan desesperadamente la verdad en la profesión que tienen. Una joven doctora ve como su carrera es puesta en duda cuando rechaza la asistencia de una posible “paciente”. Tras enterarse de su asesinato comenzará a buscar los desencadenantes de la trágica noche y se topará con las miserias de todos aquellos que circunstancialmente tuvieron algo que ver con la muerte. En la pesquisa se comienza a cuestionar su rol y el de los demás, y la habilidad de los Dardenne consiste, una vez más, en mostrar sin juzgar, dejando al espectador en un lugar activo y empoderado para que pueda sacar sus propias conclusiones sobre una historia actual, urgente y sin medias tintas.
Despedida cinematográfica de un personaje único, potente, desafiante, que marcó un antes y un después en la carrera de Hugh Jackman. Acá en el derrotero de Logan por intentar escapar de su pasado, mientras mantiene oculto a Charles Xavier (Patrick Stewart), hay una posibilidad de jugar con géneros como el drama y el western por igual sin caer en lugares comunes y clichés. Película de superhéroes pero que demuestra que cuando hay una potente historia no importa su forma, sino que importa el cómo se la cuenta, “Logan” es un viaje al submundo de la América distópica profunda, una muy alejada de los lujos de las grandes urbes y que recibe sin prejuicios a aquellos que buscan amparo en ella.
Vuelta al universo de Welsh. En esta oportunidad Boyle apunta a la nostalgia más que a la originalidad, y así y todo, en el reencuentro con los personajes hay algo que genera un disfrute y empatía desde el primer momento. El logrado tratamiento de la imagen, una banda sonora potente, las sólidas actuaciones de los protagonistas (que retoman desde su actualidad la interpretación), las desventuras de un guion que bucea en el regreso de Renton (Ewan McGregor), su reencuentro con sus ex compañeros de ruta y los fantasmas del pasado que lo siguen acosando como siempre, hacen de “T2: Trainspotting” una experiencia generacional.
El cine de Asghar Farhadi es un cine de silencios y de riesgos. Si en La separación, afrontaba las miserias de una pareja que sólo veía en la incompatibilidad su claro deterioro, en "El pasado" también había algo de eso de toda instancia pasada como mejor momento vivido. Con "The Salesman" el realizador vuelve a Irán, y se introduce en la historia de una pareja de actores, en un momento ideal, que tiene que abandonar su departamento al deteriorarse por las grietas que durante años los acompañaron en la estructura de las paredes, pero que ahora les hacen peligrar su vida, si es que deciden permanecer allí. Se mudan y deciden instalarse en una nueva casa, y mientras el cambio de improviso de vivienda que toma lugar allí, ensayan un clásico ("La muerte de un viajante") y se preparan para representarlo. Pero en el edificio al que se mudan habita gente de los bajos fondos, entre ellos una prostituta, o al menos es aquello que se deja entrever: Sin hacer caso a esto, el idilio en ese nuevo espacio avanza hasta que un día la mujer por error deja la puerta abierta, y en un hecho que se desprende, o al menos es aquello que se comprende, de una confusión, la mujer es atacada y vejada violentamente mientras se estaba duchando. El marido llega y encuentra rastros de sangre y a su mujer golpeada, lo que conduce a una serie de enfrentamientos, primero tratando de entender qué pasó y de desenmascarar al culpable, pero ante el silencio de ella y su traumática situación el hombre comenzará una suerte de pesquisa. Así la narración se vuelca del drama intimista a una película cuasi policial, pintoresca, por cierto, ya que se sigue contando desde la exoticidad, las relaciones que en el Irán profundo, aquel ajeno a los medios tradicionales, se tejen. Farhadi, es un hábil narrador, y aquí se rodea de dos de sus intérpretes fetiches, como los son Shahab Hosseini y Taraneh Alidoosti, quienes le otorgan verosimilitud y solidez a una historia dolorosa. Dolorosa no solo en relación a quién resulta ser el acusado en cuestión sino a la actitud que supuestamente deberían tomar una vez que se sabe quién es el culpable, algo que los dividirá de una manera aún más profunda que el hecho acontecido en sí. El director bucea en el intertexto de la pareja, en ese lábil límite que divide aquello que se debe pensar como lo moral y aquello que se dicta como norma. Las idas y vueltas de la relación de la pareja, después del incidente, le permiten construir su relato desde varios frentes narrativos. Una reflexión sobre el amor, desde su costado más ético, por decirlo de alguna manera, es el vector de un guion sin fisuras que supera cualquier mirada vacua sobre el hecho desencadenante de la acción. Aquellas grietas del edificio en el que los protagonistas habitaban en el arranque del filme, terminan siendo menos profundas que las que se encarnan en la relación entre ambos luego del incidente acontecido. Y allí donde la presunción termina por abofetear a lo establecido, y la incomodidad se hace evidente, es en donde Farhadi termina por construir su relato, que sin llegar a la intensidad de sus obras anteriores, es un gran ejercicio de tensión narrativa. Texto publicado originalmente en la Revista Godard número 39.
Holly ayudará a dos especialistas en sucesos paranormales para develar la verdad sobre sucesos que acontecieron en una cabaña alejada de todo. Pero la tarea no le será fácil, porque a medida que los días pasan y nada se “manifiesta”, verá cómo su integridad es dañada al comenzar una serie de hechos que asustarán al equipo. “La presencia”, de Jason Stutter, un especialista en films clase B de género, es una película que no puede terminar de potenciar su propuesta, porque en el juego de su narración no hay nada que haga que la progresión de la narración pueda despertar el interés de un relato obvio y recurrente.
Tras muchos, muchos años sin verse, un día, en medio de una fiesta, Matías (Ignacio Rogers) y Jerónimo (Esteban Masturini) se reencuentran. Disfrazados se sorprenden de verse, porque en el fondo saben que su historia fue cercenada por el entorno y nunca pudieron hablar del tema. Ha pasado mucho tiempo desde que el último juego, la última palabra reconfortante, el último acercamiento entre ellos pasó. Ha corrido mucha agua bajo el puente, como suelen decir y la nueva y sorpresiva reunión es tan inesperada, disruptiva, chocante, pero también, en lo más profundo de cada uno, deseada. Ese encuentro los acercará, una vez más, a debatirse sobre su identidad sexual y, principalmente, sobre cómo avanzar con decisiones que impactan a algunos en un pequeño pueblo en la frontera con Brasil, que nada entiende de amores, y mucho menos de aquello que siempre estuvo entre ellos y que nunca los abandonó. "Esteros" (2016) de Papu Curotto, es una historia sentida y profunda sobre cómo la mirada de otro termina estableciendo un camino de inconformidad en el que, el destino, inevitablemente volverá a tomar partido y a inclinar el tablero para que esta amistad, que devino en tardes de descubrimientos, juzgamientos familiares y negativa a comprender que siempre el camino correcto deba ser seguido, se revele como aquello que nunca debieron negar. Matías llega con su novia al Paso de los Libres, con el recelo de la oportunidad de participar en una fiesta, sabiendo que en cualquier momento el pasado lo sorprenderá para que tome una decisión, aquella que no se animó a defender hace tiempo, tal vez obligado por la decisión de sus familias de apartarlos. Curotto construye este relato, basado en su propio cortometraje “Matías y Jerónimo”, en el que dos niños entre juegos, verano y carnaval, se asomaban a su identidad sexual, pero en esta oportunidad, la necesidad de avanzar con los personajes para saber qué pasó con ellos explorará a través de flashbacks el pasado, para sumarlo al presente de ambos. La cámara como testigo, buceará en los niños y en los adultos, uno gay, el otro con dudas, para construir una narración tradicional en la que el conflicto latente sobre la asunción no de la sexualidad marcará el ritmo digresivo del relato. El director logra climas íntimos, atmósferas nostálgicas que evocan a la infancia, al momento del receso escolar, al río y las tardes eternas con amigos, pero además utiliza ese tratamiento para poder, además introducir al espectador en la relación de Matías y Jerónimo, guía de la historia. La decisión de evitar quedarse con la postal por parte de Curotto, para siempre acompañar a sus personajes, rodearlos, mostrarlos, detenerse en los pequeños detalles que realizan, en sus rostros, miradas, acercamientos, es tal vez uno de los hallazgos más importantes de la película. Pero si hay que criticar algo al director, es el pudor con el que trata algunas escenas de encuentros íntimos, reflejadas con una mirada que tal vez atrase en cuanto al avance que en el último tiempo se realizó en el cine LGBT, más allá que sería un error tomar este film como una película gay, porque realmente de lo que habla “Esteros” es de decisiones, de personas, del amor entendido como la entrega al otro y de una pasión que nunca se apagó.
Un hombre acusado de un crimen, que en apariencia, o para el afuera, no cometió, recibe los servicios de la mejora abogada, especializada en armar coartadas sólidas en casos en los que inevitablemente la culpabilidad brota por los poros de los culpables. El realizador especializado en thrillers, Oriol Paulo (“Los ojos de Julia”, “El Cuerpo”) propone un puzle en el que nada ni nadie es lo que realmente dice ser en “Contratiempo”, pero en su ambición descuida algunos puntos, principalmente actorales. Mario Casas no logra ponerse en la piel de Adrián Doria, un multimillonario que quedará atrapado en sus propias mentiras. Así y todo, y frente a tanques Hollywoodenses, Paulo logra sostener su relato hasta el último momento.
Esto no es una película Tal vez por oportunismo, tal vez por negocio, es que llega a los cines argentinos una producción como Moisés y los diez mandamientos (Os dez mandamentos, 2016), de Alexandre Avancini, un compendio de los 254 episodios de la producción televisiva homónima de la Rede Record, que hasta hace muy poco se emitió por televisión. Si bien como producto pensado para la pequeña pantalla, la novela presentaba un nivel de producción por encima de sus competidores, con recreaciones y escenarios naturales que amplificaban las emociones que los protagonistas, en esta oportunidad, el fenómeno no logra trascender los límites autoimpuestos del formato televisivo para empatizar con los espectadores ajenos al fenómeno de popularidad y rating. Cualquier despliegue que impactaba en la TV es minimizado por la magnitud de la nueva pantalla en la que, ahora así, un ejército de egipcios se ve como un puñado de hombres perdidos en la escena. Claramente el público al que apunta una producción como Moisés y los diez mandamientos es aquel que siguió día tras días las desventuras de Moisés (Guilherme Winter), por volver a su pueblo, y con éste, encontrar la libertad en la Tierra Prometida mientras recibe los constantes embates del ejército y de Ramsés (Sergio Marone), el déspota hermanastro con el que termina por separarse ideológica y filialmente. En ese derrotero por recuperar sus orígenes, sumado a las enseñanzas que va recibiendo ad hoc, despojado de lujos y riquezas, son los que marcaran el destino de una historia que adapta libremente la narración más grande de todos los tiempos, con claros fines comerciales y de evangelización. No hay que olvidar que la Rede Record pertenece a Edir Macedo, fundador de la Iglesia Universal que alberga, al menos en Brasil, a cientos de miles de seguidores y que, gracias a esta señal, a partir de la aparente ingenua utilización de temas religiosos en novelas y programas especiales, ha logrado reposicionar al canal muy cerca de Globo, líder del rating en ese país. Moisés y los diez mandamientos transita los episodios de la tele con un gran poder de síntesis, no siendo esto algo bueno, sino, todo lo contrario. El trabajo del editor por resumir en 120 minutos los episodios de las dos temporadas de la novela, no sólo descansa en la elipsis como principal figura y la narración en off de Josué (Sidney Sampaio), sino que estas funciones terminan por resentir las acciones, construyendo un relato espasmódico, sincopado, sin sentido por momentos (los personajes y las situaciones desaparecen ante nuestros ojos), y que hasta puede generar risas en situaciones dramáticas. Este film es un producto destinado para los fanáticos de la producción televisiva, pero que en su versión cinematográfica no puede superar las propias trabas del medio del que surge, y termina por transformarse tan sólo en un programa de tele en el cine sin ningún atractivo y con muchas más fallas de las que podrían haberse visto en la pequeña pantalla.
Fallido acercamiento al género por parte de Ezio Massa, en una película dividida en dos claras partes, diferentes no sólo por su calidad y producción, sino, principalmente, por su nivel actoral. Un misterio que a pocos minutos de presentado se revela, y que rápidamente, también, genera cuestionamientos sobre elecciones estéticas, como el fuera de foco y la falta de encuadre, que resienten aún más a una película a rescatar por una interpretación lograda de Cristina Alberó en su regreso al cine, y actores como Rodrigo Guirao Diaz y Ximena Fassi.