En presencia del diablo La cinematografía coreana posee una buena recepción en la taquilla argentina, razón por la cual ya no es extraño que comiencen a estrenarse con mayor frecuencia propuestas provenientes de esas latitudes. El film de Hong-jin Na nos sumerge en la vida de un policía que ve como su mundo se transforma al trabajar en un caso de misteriosas muertes.El director juega con géneros, los amalgama, los fagocita, los devuelve, y construye un tenso y atrapante relato, con elementos propios del folklore local reconocibles universalmente. Le sobran algunos minutos al metraje, los mismos que por un lado dilatan las resoluciones, y por otro suman para atender a detalles del gigantesco puzzle que configura.
Casi Leyendas Gabriel Nesci es un nostálgico, y en esta oportunidad apela justamente a ese sentimiento para armar el guion de un filme en donde la música (recurrente en su obra), la amistad y el tiempo configuran el engranaje para que la comedia funcione a la perfección. Tres amigos se reencuentran luego de mucho tiempo y reflotan un proyecto musical llamado “Autoreverse” como excusa para comprender que esa banda que tenían era mucho más que un hobbie. El trío protagónico (Diego Torres, Santiago Segura, Diego Peretti) se sacan chispas, aprovechando el divertido material que Nesci les ofrece. Cada personaje posee una característica que lo diferenciará del resto, y que, en el reencuentro, estará el germen para potenciar una comedia que emociona y entretiene por partes iguales.
Elle Finalmente llega al país la controversial película de Paul Verhoeven que reposa su mirada en una mujer, interpretada por la excepcional, nominada al Oscar, Isabelle Huppert, que mantiene una actitud fría y distante frente a un hecho de violencia que le sucede en su propia casa. Como si nada, recompone, como puede su vida, y comienza a desandar los pasos que su destino trazó y que la ubicó ante la disyuntiva sobre cómo avanzar sin dejar lugar para el dolor y recomponerse. El género le sirve al director para construir una tesis sobre la violencia de género, sobre la mujer, y en particular sobre cómo se puede armar un film sobre la figura casi excluyente de un personaje.
Martin Scorsese adapta en “Silencio” a Shūsaku Endō y el derrotero de los curas jesuitas que intentaron imponer en Japón el cristianismo como opción religiosa. Andrew Garfield compone al padre Sebastián Rodrigues, un portugués que luchó contra sus propios demonios y los enemigos, que encontró en el camino, que impedían que su trabajo sea realizado. La narración en off equívoca, que va cambiando el punto de vista, Rodrigues, Dios, un historiador holandés, como la falta de vuelo en la dirección, plagada de detalles y algunas secuencias oníricas inoportunas, hacen que por momentos ni se perciba la mano del maestro en la pantalla, configurando un largo, largo relato sobre la fe, la que, una vez más, es analizada por Scorsese con su particular punto de vista y opinión.
Hay mitos que son parte y son fundacionales de una sociedad o cultura. El de King Kong ha sido trabajado en una infinidad de oportunidades por el cine y la televisión, generando no sólo una serie de productos con imágenes icónicas que los han perdurado, sino que, además, han construido relatos apasionantes y entretenidos sobre la supremacía aparente del hombre sobre la naturaleza. “Kong: La isla calavera” (USA, 2017) de Jordan Vogt-Roberts no escapa a la tradición de las anteriores adaptaciones, pero, en esta oportunidad avanza no sólo por la solidez del relato y el caramelo visual preparado para la oportunidad, sino que, principalmente, refuerza su sentido lúdico y de espectáculo recuperando la nostalgia de ciertos productos clase B de la época de oro hollywoodense en tanto película de búsqueda, romance, aventura, fantasía, épica. Un grupo de “rastreadores”, encabezado por el personaje que interpreta Tom Hiddleston, secundado por una joven y atractiva (también ingenua y muy profesional) fotógrafa, son llevados a una misteriosa isla por un grupo de militares. Al llegar de manera accidentada a la isla, estos hombres verán cómo su suerte cambia de un momento al otro al ingresar en un paraíso quedado en el tiempo en donde nada es lo que aparenta y los animales e insectos dominan todo. Para poder regresar a la “civilización” deberán unir fuerzas tras ser diezmados y doblegarse a indicaciones de un militar en sus últimas (Samuel Jackson) y también a los delirios de un investigador de “fenómenos” que no creía ni siquiera en sus propios vaticinios, encarnado por John Goodman. Entre todos se conforma un bloque, el que intentará mantenerse alejado de los embates de Kong, el gigantesco simio que controla la Isla Calavera y a quien también los extraños seres del lugar acechan a mas no poder. Dividida en dos instancias, “Kong: La isla calavera” potencia en una primera parte aquello relacionado a la presentación de personajes y su viaje y travesía hasta la Isla, el guión de Max Borenstein, John Gatins, Dan Gilroy y Derek Connolly, dedican el tiempo necesario para comprender los motivos que impulsan a cada uno de ellos a aventurarse en una épica que no saben cómo terminaría. En una segunda instancia, la supervivencia en el lugar, plagado de monstruos, bestias, insectos gigantes, potencian no sólo la utilización de cada uno de los efectos visuales puestos a disposición de la historia, sino que además realzan las actuaciones de cada uno de los miembros del elenco. Todos actúan sabiendo que el resultado final de la propuesta será un espectáculo visual en el que serán parte de una saga en la que la bestia Kong es mucho más importante que ellos, y eso se nota desde la primera escena. La paleta de colores elegida para plasmar cada uno de los paisajes, las bestias acechantes, el simio gigantesco, los paraísos en los que son inmersos los personajes, todo compone el marco ideal para que esta película pueda superar sus propias exigencias (duración excesiva, algunos estereotipos, etc) y consolide su misión de entretener de manera nostálgica e inteligente.
Hay veces que una película impacta no por su narración, sino por las interpretaciones de sus protagonistas. Con “Jackie” (USA, 2016), primera incursión en el cine americano de Pablo Larraín estamos ante este caso, ya que la ajustada y calculada actuación de Natalie Portman como Jacqueline Kennedy potencia una propuesta que sin ese aditamento, tal vez, hubiese caído en el cúmulo de biografías que sobre ella y su marido se produjeron en los últimos 30 años. “Jackie” bucea en las desesperadas horas tras el asesinato de JFK. Larraín inicia el recorrido a partir de la llegada de un periodista (Billy Cudrup) a la mansión en la que se encuentra la mujer para realizarle una entrevista. Desde el primer momento ella impone sus condiciones, fuma, llora, grita, se emociona, esconde en algunas ocasiones sus verdades, pero en otros se muestra vulnerable y a su vez calculadora, porque si bien se abre, tampoco esa apertura es tan significativa como para permitirle al entrevistador hacer su trabajo. Larraín no es tan condescendiente con Jackie como se podría imaginar, al contrario, la muestra con sus miserias y con las dudas propias de una mujer que de un momento para otro debe cambiar su destino. Tangencialmente se tocan algunos tópicos oscuros de la vida de ella y JFK como matrimonio, las peleas por el dinero, la insinuación de amores ocultos, pero rápidamente la historia retoma el punto de partida, el de una mujer en caída a un abismo plagado de políticos, estrellas y gente que quiere tomar una tajada de todo lo que se pone en danza. Si en “Neruda” el director estaba mucho más preocupado por la forma de narrar, acá la mirada recae mucho más en la historia, la que, claramente, no podría haber encontrado portador más ideal que el de Portman. La cuidada reconstrucción de época, el juego con el material de archivo (más de uno saldrá del cine con ganas de ver el programa especial de Jacqueline Kennedy mostrando la Casa Blanca), y también la multiplicidad de texturas con las que Larraín juegan, elevan este biopic. Una serie de personajes secundarios, interpretados por actores como Greta Gerwig, Peter Sarsgaard, Richard E. Grant o John Hurt (en su última participación cinematográfica), configuran la red necesaria para que “Jackie” no quede sola ante todo aquello que le toca vivir. Hay algunos vicios recurrentes en la obra de Larraín que se repiten también acá, como el salto de eje durante las entrevistas, el abuso del granulado y blanco y negro para algunas escenas cuasi oníricas, pero hay también mucho de crudeza y realidad en algunas escenas claves como la del tiroteo y muerte de Kennedy o la bajada del avión posterior al asesinato. “Jackie” es una película pequeña, íntima, incómoda por momentos, porque desnuda con planos detalles el dolor de una mujer que tuvo que afrontar una pérdida y reinventarse para salir adelante, imponiéndose a todos aquellos que la querían correr rápidamente de su lugar y sin tiempo para pensar en sí misma.
La nueva propuesta de Diego Rafecas es un viaje al interior del país para denunciar un tema de urgencia. Una madre dividida por sus hijos ve cómo mientras entre ellos buscan cada uno lograr sus objetivos, la tierra grita y denuncia negociados que sólo intentan perpetuar económicamente a los poderosos. Minorías amenazadas, la tierra como riqueza, terratenientes y gobernadores inescrupulosos que permiten el avance sobre la cultura original del lugar. Propuesta arriesgada, técnicamente impecable, con una lograda y natural actuación de Adriana Barraza como esa madre que lucha por su lugar y se reparte entre sus hijos. La apuesta al quom como lenguaje narrativo también elevan esta propuesta que denuncia, duele y nos hace reflexionar.
Patricia Rozema busca con esta película impactar al espectador desde un planteo simple y concreto. En la pérdida de la Inocencia y la necesidad por sobrevivir, dos hermanas (Ellen Page, Evan Rachel Wood) buscan alguna salida a su apocalíptico presente sin tecnología ni víveres. El relato las envuelve y las diferencia, y en cada plano que les ofrece también va planteando su acercamiento a ambas, logrando una empatía directa con los hechos que se suceden en la pantalla. Esa fortaleza también es la que hace de “En lo profundo del bosque” un relato ecológico y concientizador sobre el daño que no sólo le hacemos al medio ambiente, sino, principalmente, a nosotros mismos como sociedad y el desmoronamiento de ésta.
Sentida película de Julia Pesce que deambula los pasos de un grupo de mujeres reunidas en el calor del verano en una casa. Mientras algunas se despiden, otras llegan para recuperar espacios e imponer sus ideas. El detalle de los cuerpos, la narración en off que hilvana la acción, la cámara como testigo de la vida y la muerte en un film que no pasa desapercibido por la lograda naturalidad que transmite desde su empatía con los personajes/objetos.
Mi marciano favorito Placeres culposos si los hay, las innumerables adaptaciones de libros imaginados para jóvenes, y que en el último tiempo han sido llevados con grandes estrellas a la pantalla grande, generan un fenómeno sin precedentes. El caso de El espacio entre nosotros (The space between us, 2017) no escapa a la regla, a pesar de tratarse de un guion original, pero que, en el fondo, respeta a rajatabla todos los convencionalismos del género y los lleva un poco más allá para capitalizar al público cautivo de este tipo de propuestas Un joven nacido en una estación espacial en Marte comienza una relación virtual con una chica de la Tierra, sí, así como se lee, y a pesar que este argumento parecería descabellado o trabajado como temática de una película de ciencia ficción, acá se lo presenta de manera muy natural, y se lo piensa desde la posibilidad y no desde la fantasía. Gary Oldman interpreta a un exitoso científico de la NASA, que sueña desde pequeño poder viajar al espacio exterior y quien será el encargado de haber llevado a Marte a la misión en la que se encontraba la madre de Gardner Elliot (Asa Butterfield), quien falleció apenas dio a luz. Este personaje también será quien en parte decida mantener en silencio la existencia del joven para preservarlo de la prensa y de sus propios inconvenientes, hasta que Gardner decida venir a la Tierra para conocer a Tulsa (Britt Robertson), y así poder entablar una relación mucho menos virtual. En este punto todo se complica, porque este “marciano” no podrá resistir por mucho tiempo la gravedad, la que afecta directamente a su corazón y lo expondrá a una situación complicada de salud. El espacio entre nosotros transita en una primera instancia la vida de Gardner en el espacio, monitoreada por la astronauta Kendra (Carla Gugino), una especie de madre sustituta, voz de la conciencia del joven y también una suerte de fuente de inspiración para que él decida lanzarse al espacio a encontrarse con su amor. En la segunda parte asistiremos a una narración plagada de lugares comunes, en los que Gardner se encuentra con Tulsa y trata de escapar de la NASA, que intenta “protegerlo” a toda costa y controlar los pasos que éste dé en la Tierra. El director Peter Chelsom busca darle entidad y verosimilitud al relato, utilizando a Oldman como fuente de verdad por el rol que interpreta, con grandes instalaciones espaciales, efectos y paneos, pero rápidamente esto se desmorona cuando, más allá de la historia, se comienza a desarrollar la aventura de los jóvenes amantes por el contraste y choque de costumbres y cultura. El espacio utilizado como trasfondo a la llegada de Gardner se asemeja al arribo de E.T. en E.T. El extraterrestre (1982), película que sin el “amor” de pareja como tópico ya pensó la relación entre terrícolas y extraterrestres, desde un sólido guion que dejaba el golpe emocional de lado para construir una historia sobre la amistad sin menospreciar al espectador y configurando un clásico instantáneo que acompañó a varias generaciones.