El trabajo realizado por Iván Cherjovsky y Melina Serber es un entrañable viaje hacia las raíces de la cultura argentina, una cultura atravesada por identidades, credos, personas, emociones. Moises Ville, un pequeño pueblo de Santa Fé, es el escenario para que a partir de los testimonios de los herederos de los primeros gauchos judíos, se narre una historia de resistencia, lucha, permanencia, y también de adaptación y cambio.
Los años de SNL le sientan MUY pero MUY bien a Adam McKay (Anchorman, La gran apuesta) y en esta ocasión, la reciente historia de Estados Unidos, encarnada en Dick Cheney y su meteórico ascenso, le permiten construir una sátira despiadada sobre el detrás de escena de la política, sus mentiras, sus manipulaciones, apoyándose en un magistral elenco que juega a la par de él en cada una de sus cínicas elucubraciones. Christian Bale arrasa con todos los premios, y con justa razón.
Puesta al día de clásicos relatos de género en los que una joven ve cómo su tortuosa existencia cambia al tomar una decisión que marcará a fuego sus día. Acá un espejo sirve como punto de partida para jugar con dos existencia que no hacen otra cosa que acechar más a la protagonista. Elenco secundario solvente, con Mira Sorvino, que vino para quedarse, y una trama paralela que atrapa.
En medio de la era nostálgica, que Hollywood intenta capitalizar y potenciar en cine y televisión, recuperando viejos mitos clásicos y reinventándolos, “Creed 2” refuerza sus premisas al duplicar la historia del heredero de Apolo Creed con la incorporación de íconos de la saga Rocky para que su sentido termine cerrando aún más. Aquello que en la primera faltaba, que era la continuidad con su relato del cual se desprendía, aquí se subsana, porque la mayor virtud de “Creed 2” radica en incorporar el duelo entre Adonis (Michael B. Jordan) y Viktor Drago (Florian Munteanu) y el hijo del mítico Iván Drago (Dolph Lundgren). Además, sumar en un momento clave una pequeña participación de Brigitte Nielsen y engalanar cada aparición de Silvester Stallone como Rocky, ahora en plan entrenador, para aumentar la empatía con generaciones anteriores y apelar a ciertas notas de la clásica melodía de Rocky para reforzar su origen, es clave. La película retoma la historia de Adonis, un boxeador que tuvo que avanzar en su carrera dejando de lado su prejuicios y luchando con el fantasma de su padre, un eximio profesional que perdió la vida en el ring. Avanzando con el acompañamiento de Rocky, quien ha oficiado de “padrino” durante toda su vida, Adonis, pese a sus habilidades, ha tomado decisiones que afectaron su presente en el mundo del boxeo, y también en el plano personal. “Creed 2” evoluciona el relato clásico de la construcción del héroe popular, compartiendo con sus predecesoras (la propia primera entrega y la saga Rocky) las intenciones de humanizar al boxeador con la incorporación de familia y anhelos extra pugilísticos como metas. En el arranque Adonis pelea por el título mundial, para luego aceptar el desafío de los Drago por enfrentar en el cuadrilátero su historia personal, una historia atravesada por la muerte, la pasión, la mentira y el dolor. Cuando “Creed 2” olvida ponerse solemne, se recupera su “placer culposo”, y el espectador va y viene en una propuesta que funda su sentido en la gloria, el honor, la familia, el amor, la profesión, entre otros temas. Pero cuando la solemnidad atrapa la narración, hay una notoria pérdida de disfrute, y la progresión se resiente, absorbiendo cada una de las lecciones morales que desde el guion se quieren impartir. Cuando “Creed 2” refuerza su espíritu ochentoso, la acción, emoción, pasión y nostalgia, refuerzan su relato, una historia con un mensaje sobre la importancia de acompañarnos en la búsqueda de sueños y metas.
Mentira la verdad El vodevil francés sigue vigente en cada una de las comedias que llega a los cines locales, o al menos es lo que más ha desembarcado en nuestras pantallas. El género sabe de la confusión como impulsor de narraciones, puertas que se abren y se cierran, que esconden verdades, pero que, lamentablemente se olvida de preocuparse por los cambios de paradigmas en la sociedad, y las inevitables lecturas que desde allí se pueden realizar. Amor sobre ruedas (Tout le monde debout, 2018) ópera prima del también protagonista del relato Franck Dubosc (Entre tragos y amigos, 2 amores en Paris), narra la desprejuiciada vida de Jocelyn, alto ejecutivo de una empresa de calzado deportivo que teniéndolo todo decide siempre encontrar la vuelta para engañar y sacar rédito de su posición social y poder adquisitivo. Las vueltas de la vida hacen que conozca a una vecina que cree que es discapacitado motriz, y por eso decide presentarle a su hermana Florence, una bella mujer que tras un accidente ha desarrollado toda su vida en una silla de ruedas. Lo que comienza como un juego, en el que sólo Jocelyn busca engañar a Florence para tener sexo con ella y luego revelarle que puede caminar, construye un siniestro panorama en el que la mentira presionará el relato hasta niveles insospechados, siendo la revelación del dato que el espectador posee el único motor narrativo de la historia. Amor sobre ruedas es misógina, y posee un timing incorrecto para manejar cuestiones asociadas al comportamiento del protagonista, un bon vivant que especula hasta último momento todo, y que tiene una particularidad: trata a las mujeres como objetos, despreciándolas, aún en casos en los que debería hacerlo de otra menera. Claro que la vuelta del guion intenta “suavizar” ese rasgo despreciable, castigando al protagonista con la imposibilidad de escapar de Florence, aún cuando ésta no haga nada para hacerlo y lo fleche por completo. Amor sobre ruedas juega con el límite del humor y de lo posible de decir en la pantalla, y si bien nunca se muestra como políticamente correcta, algunas licencias sobre su intención de avanzar con el relato a pesar de todo, configuran una estructura predecible que termina fundiendo con lecciones y moralejas la comedia romántica más almibarada en su adn. En el navegar entre esos dos universos, con una facturación fox export, plagada de tomas aéreas, cafés al aire libre y lujos por doquier, es en donde Amor sobre ruedas pierde fuerza, y pese a los intentos de los protagonistas por enaltecer la trama que interpretan, luego del engaño, no queda posibilidad alguna por recuperar algún punto a favor para su defensa. Amor sobre ruedas llega en mal momento, se ríe de discapacitados, mujeres, y también del espectador, quien inevitablemente terminará por ceder su atención al relato, más no sea por esperar que la revelación de la mentira, al menos, le saque la culpa de ser cómplice de Jocelyn, su odio al diferente y sus artimañas.
En el abismo Karyn Kusama es una realizadora que se ha preocupado por trabajar relatos que recuperen un espacio para la mujer en el que se la ha visto relegada a roles secundarios, sacándola de los márgenes para producciones asociadas a películas de acción, de ciencia ficción, de terror y hasta comedia. Así, el cine pugilístico supo ver en GirlFight (2000) una esperanza en la construcción del héroe, en Aeon Flux (2005) la imaginación futurista se encargó de devolver una mirada apocalíptica del universo con una protagonista potente, y ahora en Destrucción (Destroyer, 2018), el policial negro le permite jugar con la decadencia de una investigadora que posee métodos particulares para aclarar un caso y ofrecerle a Nicole Kidman un rol clave para seguir confirmando sus capacidades actorales (y también estar presente en cada una de las ceremonias de la temporada de premios). Es tal vez esa misma oportunidad, sumada a un increíble trabajo de maquillaje y caracterización (algo que pasó recientemente con Vincent Cassel en Sin dejar huellas), que resiente las posibilidades de Destrucción para consolidar su propuesta, la que, con una narración bucólica y lenta, no puede terminar de cerrar las premisas con las que inicia el relato, potenciar sus easter eggs, y mucho menos, con los giros que intentan sorprender hacia el final al espectador. Kidman interpreta a Erin Bell, una mujer policía que tras haber estado en el mejor momento personal, físico y profesional de su carrera, en una misión secreta, el presente la encuentra en decadencia, con problemas asociados a drogas y alcohol y, principalmente, amenazada por un pasado al que no quiere regresar. La realizadora busca la empatía con el personaje, una mujer distante, fría y calculadora, que entiende que los días de gloria ya han pasado, por lo que no busca forzar vínculos, ni mucho menos su estancada carrera policial, y sólo desea develar, a través de la pesquisa, quién se esconde tras la misteriosa muerte de un sujeto. A través de flashbacks, el relato intenta ofrecer información al espectador, quien deberá atenta y activamente reconstruir el pasado pasado de Erin como un puzzle, pero también el pasado reciente, uno que posee mucha más información que la que se cree y que posibilitará la articulación entre las dos Erin que la película muestra. Desgarbada, pesada, con manías y obsesiones, Kidman es un camaleón casi irreconocible, que presta su físico, logrando un phisique du rol único, hablando con voz áspera y grave, y fundado en su caracterización, que no sólo le agrega 20 años de diferencia a las temporalidades de Erin, sino que, principalmente, permite comprender la dureza de los hechos que la policía vivió entre una época y otra. El guion de Phil Hay y Matt Manfredi (que ofician además de productores) desarrolla en una primera etapa las pistas para comprender la manera de actuar (o no) de Erin, para luego comenzar a desentrañar las misteriosas conexiones entre los personajes del pasado, la vida actual de la policía y algunas consecuencias aún vigentes de la misión secreta de la cual participó. Allí, cuando Destrucción bucea en las entrañas de los personajes es cuando la propuesta toma más vuelo, desprendiéndose de la presentación de Kidman en decadencia, y ofreciendo una mirada separada del artificio que le ha ofrecido para que pueda lucirse como actriz, una interpretación potente, pero obvia, que termina afectando a la forma del relato sin poder olvidar que además de la presentación, el desarrollo de la historia es clave para que el policial funcione y mantenga en vilo a la audiencia.
Entre la crónica y la divulgación científica, la nueva película de Fernando Krapp, propone un repaso sobre uno de los descubrimientos arqueológicos más importantes de los últimos tiempos, sumando la mirada actual de uno de los participantes en la actualidad y cómo ese hecho lo modificó para siempre. Cultura, vínculos, folklore, son sólo puntos de partida para comenzar a repensar la pertenencia del hombre a un espacio en el que ancestralmente se lo ha ubicado sin pensarse como parte de él.
Una premisa interesante, un personaje de esos que todos los directores sueñan para construir un relato, la nostalgia de un tiempo que ya no es y un destino marcado a fuego por la profesión, disparadores que la película maneja pero que una austera realización, algunos problemas de edición y la pérdida de norte la debilitan.
El regreso de Ana Katz al cine propone una mirada sobre el universo de una pareja en crisis que cree que unas vacaciones en Brasil podrán solucionar diferencias irreconciliables. Mercedes Morán se destaca en una propuesta que pierde ritmo hacia el final del relato, pero que logra componer una atmósfera potente sobre la familia y sus derivados.
Película de revelaciones y de segundas oportunidades, en la sorpresiva trama se desarrolla una historia de amor filial en ausencia, un pacto que trasciende la muerte y la necesidad de comprender legados que dejan marca aún sin haberse contactado.