No es fácil la tarea de encarar una remake, y mucho menos cuando: la original permanece muy arriba en el imaginario de los espectadores, y las nuevas versiones han sabido potenciar, en cada país en donde se realizaron, una particularidad que las han impulsado de una manera exponencial ante sus predecesoras. “Amigos por siempre”, o “The Upside” es la versión americana de “Intouchables”, conocida por estos lados como “Amigos Intocables” y que además tuvo una versión local llamada “Inseparables” con Rodrigo De la Serna y Oscar Martínez en sus roles principales. Antes esta proliferación de versiones, y la necesidad de posicionar el producto desde otro lugar, Neil Burger (“El Ilusionista”, “Divergente”) asume el desafío y posiciona su relectura con algunas variantes de la original, pero potenciando su costado más fresco, con humor, y evitando la moraleja más sensiblera que otras tuvieron. El cuadripléjico que necesita ayuda es Bryan Cranston, una figura que aún permanece vigente en el imaginario popular gracias a la solvente participación en “Breaking Bad”, que lo catapultó de pequeñas participaciones secundarias en series y películas menores, a un lugar privilegiado en la industria, eligiendo y seleccionando cuidadosamente cada rol que luego encararía. Lo acompaña Kevin Hart, de dudosa fama por estos días por desafortunadas expresiones para con el colectivo LGBT que lo han expulsado, por ejemplo, de la conducción de la próxima ceremonia de premiación de la Academia de Artes y Ciencias de Hollywood, y Nicole Kidman, quien se une al dúo como aquella inquebrantable asistente todo terreno de la que se sospechan algunas cosas y hacia el final algunas sorpresas confirmarán esas dudas. Las mismas escenas, la música popular presente con Aretha Franklin dando cátedra en cada dispositivo que se reproducen sus canciones, los museos, los grandes restaurantes, el lujo, las diferencias de clases, y no mucho más. Pero en algunas claves que “Amigos por siempre” va dejando en la narración, y que fundamentan una vez más el visionado de una historia ya conocida, es en donde radica su fuerza, al igual que en las interpretaciones que van de 0 a 100 en poco tiempo y que permiten a los protagonistas mostrar otros colores en personajes de manual que necesitan encarnarse en sus intérpretes para evitar caer en ridículo o trazos gruesos. “Amigos por siempre” habla de la necesidad de vínculos a pesar de tener todo o no tener nada, de creer que aún en la multilplicidad de recursos, la palabra, el abrazo, la caricia, exigen una interpelación de cuerpo presente. Cuando “Amigos por siempre” deja de lado la sensiblería (en muy pocos momentos) y evita caer en la repetición de imágenes simil publicidad de tarjeta de crédito, es cuando su relato se diferencia de propuestas que han leído de manera literal el original, calcando estructura, personajes, y evitando en el acto creativo vuelo, dedicación y pasión.
Cuando una saga animada llega al punto en la que se encuentra Cómo entrenar tu dragón 3 (How to train your dragon 3, 2019), no hay mucho más que sentarse frente a la pantalla, disfrutar y evitar reclamar originalidad o tal vez algún giro inesperado que revierta lo previsible. La novedad de Cómo entrenar tu dragón 3 es que Chimuelo, ese dragón que asumió -gracias a su amigo Hipo- un lugar de privilegio en la manada de seres mitológicos, atraviesa algunos cambios desde el descubrimiento de un ejemplar femenino con sus mismos poderes. En plena ebullición pulsional, el simpático personaje reflexiona, si es que los dragones lo hacen, acerca de qué lugar tiene asignado con el resto de sus pares, y viéndose solo en un futuro, acompañado por Hipo, se debatirá entre sus deseos y la lealtad que ha mantenido hasta el momento con el joven. La tercera parte de la saga se presenta como una sucesión de hechos vistos en diferentes coming of age, con mucho humor y acción, y donde la amistad de dos personajes se ve amenazada (o al menos uno de ellos lo cree) por la irrupción del sexo opuesto que impulsa otro relacionamiento entre ambos. Para potenciar la historia, y ofrecer dosis de tensión que aumente el placer del espectador, se sumará un villano villanísimo. Hipo intentará proteger a Chimuelo de Grimmel (F. Murray Abraham), un enemigo que sólo desea asesinar al último de los furia nocturna, la especie más poderosa de dragones que el hombre conoció, y a su vez demostrar con hechos concretos su lugar como líder de los vikingos. Cómo entrenar tu dragón 3 recupera el relato de aventuras más clásico, y que el cine animado industrial prefiere olvidar, sumando puntos cuando la épica, la pasión, el desafío, el trabajo en equipo y aquellos valores asociados a la amistad y la lealtad proporcionan el material ideal para que el guion avance de manera lineal y sin sobresaltos. Ideal para tiempos en donde la proliferación de productos infantiles apuntan sólo a la obviedad como efecto, evitando imaginar una recurrencia de género que posibilite un placer mayor, acercando estereotipos, similitudes y la necesaria claridad en la historia para que tanto chicos como grandes disfruten por igual.
Hay algo vivo en los personajes imaginados por Gabriel Drak que con el correr del metraje y la narración comienza a evaporarse. Tres personajes lideran una historia en la que la contrapropuesta a “el mundo es de los hijos de puta” no termina por cuajar con fluidez, perdiendo fuerza con cada decisión, desacertada, siempre, que la pareja protagónica asuma.
La posibilidad de recuperar para el gran público la obra del artista y performer Alberto Greco es la principal virtud de un documental que juega con materiales y la superficie de la pantalla como si fuese una obra de arte más, momentánea, en movimiento, tal como las que Greco proponía.
La cinefilia y la pasión por la pantalla grande encarnada en Omar, un hombre que ha sabido llevar hasta las últimas consecuencias su amor, acompañado SIEMPRE por los suyos. Un relato sobre la voluntad y la necesidad de vivir para lo que uno ama.
Olvidada en los Oscars, pero con un increíble trabajo interpretativo de Steve Carell y Thimotée Chalamet, la propuesta, bajo la dirección de Félix van Groeningen (Alabama Monroe) trae una perspectiva diferente sobre el universo de las drogas. El lado B de las adicciones, en una película que bucea en una familia destruida a partir de la imposibilidad de recuperar a su hijo.
Arriesgada, Original, Impactante, adjetivos que le caen de una manera única a esta película, cuyo mayor logro está en evitar ser una copia de la original dirigida por Argento y en ofrecerle a Tilda Swinton la posibilidad de componer varios personajes que potencian e impulsan la historia. Hacia el final, todo se complica.
La mentira tiene patas cortas ¿Quién dijo que para hacer cine hay que contar con grandes presupuestos, escenarios inmensos y múltiples locaciones? Cuando hay una idea simple, un elenco convincente y una propuesta, no hace falta más que decir acción y rodar. Tras varias colaboraciones, la pareja conformada por Paula Manzone y Nicanor Loreti se lanzan a codirigir Anoche (2018), adaptación de la pieza homónima de la cual Manzone también es la autora, una comedia dramática protagonizada por cuatro actores (Gimena Accardi, Benjamín Rojas, Valeria Lois y Diego Velázquez) quienes se prestarán a un juego de verdad y mentira durante poco más de una hora. Sintética y austera, la película comienza con la presentación de los personajes, quienes componen dos parejas en crisis que el azar los reunirá en un mismo espacio, un lugar en donde omisiones y solapamientos comenzarán a emerger de una manera inesperada, afectando la continuidad de los sucesos que tal vez querían ocultar y mantener en la clandestinidad. Pilar (Gimena Accardi) se prepara para pasar una noche de angustia, pochoclo, y dulce de leche. Entiende que debe tomar decisiones sobre su futuro porque su relación con Marco (Benjamín Rojas) no va hacia ningún lado. Mientras todo se presentaba de una manera, con lágrimas, música triste y el dolor de tener que cerrar un ciclo, con el correr de los minutos inesperadas visitas cambiarán el punto de vista de la mujer. Anoche posee en su adn aquellas comedias clásicas que desde la sencillez de resoluciones con puertas que se abren y cierran, personajes que entran y salen de cuadro, generan empatía con sus personajes sumándole drama para componer un cuadro de situación generacional sobre parejas de treintytantos que poseen los objetivos cambiados. Si bien está en Anoche el germen de la pieza teatral que adapta, la película busca trascender su origen reforzando su discurso, potenciando el lenguaje cinematográfico con primerísimos primeros planos, algunas escenas que simulan ser rodadas sin continuidad de corte, y el potente escenario en donde todo se desarrolla. Los cuerpos se entrecruzan en escena, se acercan, se alejan, y la cámara es un testigo más, junto al espectador, de las pasiones encendidas y enfrentadas desde donde el guion comienza a urdir, con sapiencia, los necesarios conflictos para que el progreso narrativo aparezca. Los cuatro actores se prestan a este juego de encastre en tempo casi real, y en el cual pueden entretener sin ser limitados por los preconceptos de un relato que bucea en sensaciones vívidas transmitidas de una manera directa. La decisión de conformar el cast con dos actores que provienen del ambiente televisivo, con otros dos que poseen una sólida y larga tradición teatral, además, suman calidad a un film que presenta emociones y juega con elementos cotidianos para configurar a una apuesta simple y efectiva.
Estamos ante tal vez, la más occidental de las películas del realizador Hirokazu Kore-eda, una propuesta que recupera algunos de temas trabajados en producciones anteriores (vínculos, familia) impulsados por la particularidad de una historia que trabaja el amor en todas sus acepciones, el amor de pareja, el amor de padres a hijos, de hijos a padres, de seres desconocidos que albergan amor para los demás. En “Somos una familia” una familia adopta a una niña que es víctima del abandono y la desidia de sus padres. Ese sería el disparador de un relato que de manera simple comienza a tejer una red de sub ítems que potencian la descripción de personajes y sus acciones. En el recibir a esa niña desprotegida, hay un vínculo que se establece entre los miembros de la familia instantáneo, rápidamente es asimilado por el resto de los mortales que los conocen, y configurando así un particular viaje de identidad que irá tomando caminos insospechados para el espectador. El director, como siempre lo ha hecho, sorprende con una profunda reflexion sobre los vínculos de sangre, y cómo estos pueden, o no, manifestarse en aquellos a los que uno debe, por obligación, relacionarse. Lo más interesante de “Somos una familia” es su desarrollo, en el que se van presentando pistas para comprender el porqué de las decisiones que los personajes, principalmente los adultos, toman y se arriesgan a tomar. Hay una posibilidad, que se escapa desde el planteo, y que la hace potente, más que sus premisas, que imposibilita la concepción de poder relacionarse con otro a partir de la identificación y la necesidad, y que ese vínculo sea tal vez más fuerte que una relación marcada por la sangre. Allí, cuando la reflexión se impone a la acción y al diálogo, como cuando los dos niños se introducen en la pequeña tienda cercana a la casa, e intenta la más pequeña hacer su primer robo, es donde esta película encuentra su base para construir un apasionante drama humano, golpeando al espectador en donde más le duele, en su comodidad burguesa. “Somos una familia” muestra un Japón alejado de los filtros e histories de Instagram, con la miseria dando vueltas, en casas con pisos de tierras y la necesidad de hacer “shoplifter” (algo así como un robo imperceptible, título original del film) para sobrevivir. En la empatía con los protagonistas, en el hacer olvidar algunas cuestiones asociada a la moral de las acciones, y, principalmente, en poder demostrar una vez más, que el amor salva, es en donde este relato, doloroso por momentos, sobre qué es una familia, encuentra su verdadero vínculo, el que entabla con el espectador.
El error de la fidelidad Ante el reboot de Mary Poppins (1964) había dos opciones: barajar y dar de nuevo, o, como en el caso de El regreso de Mary Poppins (Mary Poppins returns, 2018), mantenerse fiel a la original imaginando una secuela como si el Siglo XXI no hubiese llegado y construir un relato lineal que respetara hasta la decisión de sumar animación 2D para evocar una mística que nunca termina de llegar. Rob Marshall (Chicago, En el bosque) encara el guion de David Magee como si el rodaje hubiese transcurrido durante la época de la primera propuesta, con las mismas condiciones de producción y los mismos temas en la agenda de medios. En algún momento tal vez lo lúdico de esta propuesta se permita jugar a lo nuevo con la calidad de la imagen, sonido y fotografía, pero rápidamente vuelve a su decisión de mantenerse tan fiel al primer proyecto que a pesar de los esfuerzos por emular el carisma de los protagonistas originales en el elenco actual, todo suena a ya visto, añejo y deslucido. La trama es muy simple: Mary Poppins (Emily Blunt) regresa para encargarse de los hijos de uno de sus “niños” del pasado (Ben Whishaw) y agregarles “magia” a sus complicados días cuando están por perder la vivienda familiar, mientras son acechados por banqueros, gente inescrupulosa y un farolero (Lin-Manuel Miranda) que no para de merodear la vivienda con sus canciones y lecciones de vida. Aquello que en la puesta original se presentaba como ingenuo, pero luego se revertía con las geniales actuaciones de Julie Andrews y Dick Van Dyke, como así también con emblemáticas canciones que permanecen frescas en la cultura popular hasta hoy en día, aquí falta resolverse por la inocencia con la que se desea impregnar a los dos protagonistas. Mientras el mundo del dinero avanza, el mundo de las emociones y canciones de Poppins detiene el paso del tiempo, algo completamente contraproducente para poder resolver los deadlines que tienen los protagonistas y sus derivaciones. Las canciones se suceden, una tras otra, con un despliegue de números musicales que varían su calidad de acuerdo a la figura invitada (Meryl Streep, Angela Lansbury, Dick Van Dyke). Este punto también debilita la fuerza del relato construyendo una pseudo estructura episódica en la que sólo el gran tema de la pérdida de la vivienda tracciona estos segmentos en los que se intentan reflejar la magnificencia de la producción que el estudio maneja. Así y todo, el artificio se revela y, excepto algunos números musicales, la falta de originalidad y la fidelidad a la primera entrega no permiten que su corrección política devuelva algo novedoso para atraer a audiencias distintas a las que, esperanzadas y con el recuerdo de la niñera voladora primigenia, querrán evocar su infancia y las miles de veces que volvieron a acudir a sus canciones para sentirse felices. El regreso de Mary Poppins necesita de su predecesora para ser ella la nueva opción del relato sobre niñeras que terminan educando, transformando y aleccionando a les niñes que cuidan, y buscan en la fidelidad y perfección de una puesta antiséptica, el consumo de nuevas generaciones de un clásico que en su versión original suena mucho mejor.