Niña de día, mujer también El filme es siempre atrapante, sin juzgar por qué Isabelle decide convertirse en prostituta. Una mirada exterior o superficial no comprendería a Joven y bella como lo que es en verdad. Isabelle no es que, de buenas a primeras, se prostituye aún siendo menor de edad. Isabelle no lo tiene todo, aunque parezca que sí, materialmente y en su hogar, con su madre, hermano menor y padrastro. Pero no. Isabelle es una joven -y bella, como reza el título- que siente que puede hacer lo que quiera. Y entre buscar sus propios límites a sus deseos, y ensancharlos y probar, se va metiendo en un espiral del que, se verá cómo y si lo logra, tratará de salir. Y cada espectador, al finalizar la proyección, concluirá cómo termina Isabelle. François Ozon es, tal vez junto a su tocayo y compatriota Truffaut, uno de los realizadores que mejor ha sabido radiografiar a la mujer. Sus personajes femeninos no son siempre el mismo, ni enfrentan los mismos problemas, aunque el amor y la necesidad extrema, a veces, de afecto, es lo que los motoriza. Aquí Ozon construyó a Isabelle sobre la base de que, según su óptica, las jóvenes están abiertas a un mundo de oportunidades con el que no saben cómo lidiar. Ha dicho el director de La piscina y 8 mujeres que así como Isabelle se vuelca a la prostitución, podría haberla abordado como una joven con anorexia. Le interesó esa etapa en que la mujer descubre su cuerpo, su femineidad y su poder. Isabelle prueba (vean cómo le sube el precio de sus servicios a un hipotético cliente) y se prueba. Todo es como nuevo para ella. Salvo en las películas en las que se desboca un tanto, Ozon no es de sermonear y, menos, juzgar el comportamiento de sus criaturas. Y los giros que dan en sus acciones no sólo son inesperados, si no muy bienvenidos ante un cine cada vez más anquilosado. Marine Vacth tiene un handicap. Es modelo, por lo que sabe cómo seducir a la cámara, y el tener poca experiencia como actriz no le impidió mostrarse como el personaje con naturalidad. Un consejo: no lean el casting del filme, así se sorprenden por una aparición, rutilante e inesperada, a menos que sepan qué estrella participa de la película.
Ojo con la estafa Buenos Aires luce como nunca, con glamour, y Will Smith y Margot Robbie hacen buena pareja. Ni siquiera un publicista o asesor de imagen de Mauricio Macri hubiera podido mostrar una Buenos Aires con el glamour que el tándem Glenn Ficarra - John Requa (los mismos de Loco y estúpido amor) logra en Focus. La película, combinación de comedia con algo de thriller, e historia romántica y de estafadores pinta una ciudad colorida, limpia, sin baches. Totalmente alejada a lo que se suele mostrar, tanto sea por realizadores locales como extranjeros que vienen a filmar por aquí. Esta vez no fue por excenciones económicas, sino porque les daba bien el look porteño. Y hay algo de superficialidad en Focus. De que todo está hecho para ver lo de afuera, que luzca precioso, pero le estaría faltando algo de sustancioso a este plato gourmet con Will Smith y la ascendente Margot Robbie (El lobo de Wall Street). Precisamente el foco de la película, que lo lleva en su título, tiene que ver con cómo los estafadores logran que su víctima pierda el foco, esté atento a algo para poder robarle sin que se dé cuenta, otra cosa. Nicky y Jess se conocen en Nueva York. El es un maestro en esto de estafas y robos. Se ven, se atraen, ella pasa a ser más que su aprendiz, hasta que luego de un golpe en Nueva Orleáns, él la abandona. Tres años más tarde, mediando la película, se cruzan, sí, en Buenos Aires. El se va a hacer pasar por un ingeniero despechado que trabaja para el español Garriga (el brasileño Rodrigo Santoro), dueño de una escudería de Fórmula 1, para hacerle creer a un contrincante que puede venderle una fórmula secreta de un aditivo del combustible, que a los autos de Garriga los hace imbatibles. Y hete aquí que Jess es la novia de Garriga. Smith parece menos locuaz y acelerado, enloquecido que en sus anteriores filmes donde se luce como comediante. Está, sí, más maduro. En esta suerte de Nueve reinas donde siempre se intuye que se está mintiendo -la reiteración, se sabe, no suma sino que disminuye el interés y la atracción- es más difícil creerle el personaje. Todo se mueve en un ambiente top, en fiestas a todo lujo, elegante, el Faena, Recoleta, La Boca que parece de postal, con ropa chic y buenos tragos (imperdible el bartender que hace Juan Minujin). Como si no se les hubiera escapado nada -aunque vean el edificio de la última toma, y entenderán que no es tan así-, los tramposos siempre “pagan”, en el cine, y Smith y compañía no son la excepción.
Te veo y no lo creo Annette Bening es una viuda que conoce a un hombre igualito a su marido. Un filme inverosímil y dilatado. Una mujer enviuda el mismo día en que celebra con su marido un aniversario de bodas. Están en México, toman más de un mojito, él se ha drogado un poquito, está el mar. Aparece ahogado. Pasan los años y Nikki (una Annette Bening que sí sabe envejecer con los años, aunque la maquilladora piense lo contrario) sobrevive el dolor como puede. En verdad, no lo supera: no lo sobrevive porque no lo soporta. Un vecino y amigo (Robin Williams), que a veces va a nadar a su piscina -un dato no menor el del agua- la corteja. Ella le corta el rostro. Todo seguirá así hasta que Nikki cree ver a su marido (Ed Harris). Lo sigue y este hombre es realmente muy parecido. Tal vez porque también lo interpreta Ed Harris. Cuando el amor nos estalla, a veces no vemos más allá de nuestras narices. Eso le pasa a Nikki. Porque, como de entrada no le dice la verdad a Tom -que se parece tanto a Garrett, el amor de su vida- tiene que esconderlo. De su vecino, de su hija (que vive lejos, pero que puede visitarla). Y como La mirada del amor no es comedia, ni siquiera de enredos, sino un pretendido drama romántico, la cosa se va poniendo seria. Espesa. La historia no podría durar mucho, ni siquiera estirarse sin que resultara increíble. Melodrama más acorde a la hora de las telenovelas, La mirada del amor falla allí donde ni Annette Bening, ni Ed Harris, y ni siquiera Robin Williams pueden ayudar. La trama. Una pena, porque actores no faltan, y la pregunta es cómo aceptaron leyendo el guión. ¿O hubo cambios drásticos en la producción? Nunca lo sabremos ni tampoco interesa, porque el resultado es el que está en pantalla y por el que el espectador ha pagado su entrada.
Con la mochila a cuestas. Reese Witherspoon sufre, y mucho, antes y durante su caminata por la costa Oeste de los Estados Unidos. Hay historias de vida que resultan fáciles o difíciles de creer. Depende de la manera en que son narradas. La de Cheryl Strayed es asombrosa bajo todo punto de vista. Es una historia de redención, de búsqueda de autoestima y tiene algo de locura. Pocos pueden decidirse a recorrer a pie los más de 1.000 km del Macizo del Pacífico, sin entrenamiento previo, sencillamente para encontrarse a sí mismo y, parece redundante luego de conocer la vida de Cheryl, dar un sentido a la vida. Reese Witherspoon, no pregunten cómo ni por qué, ha conquistado ser algo así como el compendio del americano medio. Rubia, ha fluctuado en su carrera entre comedias y dramas, y muchos estadounidenses la quieren, la aplauden y le creen, aún cuando se atreva a jugadas riesgosas. Como Alma salvaje, donde redobló la apuesta, porque también la produjo. Cheryl no la pasaba bien. Engañó a su pareja, su madre falleció y entonces decide cargar la mochila y caminar los kilómetros que sea necesario. Basada en las memorias de Strayed, no es ésta una película del camino, género en el cual no suele importar llegar a destino, sino aprender con todo lo que le va sucediendo hasta llegar allí. No. Y no, porque a Cheryl le han pasado tantas cosas que las ampollas o la pérdida temprana de un zapato no es algo para remarcar en su vida. Alma salvaje tiene un guión de Nick Hornby yla propia Cheryl. El libretista de Un gran chico y Alta fidelidad sabe cómo intercalar apuntes de humor en medio de la oscuridad más profunda. Y Witherspoon, ponerle el cuerpo a una mujer que si las pasó mal, en definitiva lo hizo muchas veces a sabiendas. Era su naturaleza, algunos dirán que salvaje. Seguramente Witherspoon decidió afrontar el papel como intérprete y productora, porque sabía que era, además de fuerte, un vehículo que la tenía a ella sola a bordo, manejando en una carretera llena de obstáculos. Reese es valiente, pero el director Jean-Marc Vallée, el mismo de El club de los desahuciados, parece cómodo con personajes que, en apariencia y más, tienen todo para perder. Como la madre de Cheryl está Laura Dern, que puede ser sensible y modosa, a kilómetros de distancia de lo que alguna vez hizo con David Lynch. Aquí parece la hija de Elliot en E.T.. Es, también, otro modelo muy estadounidense: la madre que se desvive por sus hijos, recibe castigos de todas partes, pero no pierde la sonrisa. Si el filme es un triunfo de alguien, es de Witherspoon. A los 38 años, se muestra cada vez más madura, y demuestra que lo logrado en Johnny & June no fue mera cuestión de suerte. Detrás de sus cabellos dorados y su dentadura perfecta hay una actriz de raza, y no de moda.
Ojos bien abiertos. Además de un tributo al crítico Roger Ebert, las anécdotas cinéfilas no tienen desperdicio. Al cine con amor no es un documental sobre un crítico de cine fallecido, porque lo que logró Roger Ebert fue, desde la reseña crítica, convertirse en personaje, en celebridad y, para algunos, en referente. Ebert, luego de ser periodista y editor muy joven, en distintas secciones del Chicago Sun, ya como crítico de cine ayudó a tomar reconocimiento a gente como Martin Scorsese (que coproduce este documental), y saltó a la TV nacional de los EE.UU. con Siskel & Ebert. Gene Siskel era crítico de Chicago Tribune, la competencia de Ebert. A alguien se le ocurrió hacer un programa de TV con ellos dos, que además de popularizar lo de los pulgares arriba (two thumbs up!) Que se usaban hasta el hartazgo en el encabezamientos de las avisos de las películas en los diarios. Ellos parecía, eran el agua y el aceite. Y la gente compraba sus peleas críticas. Pero la vida de Ebert comenzó a opacarse, nunca apagarse, cuando se enteró de que tenía un cáncer tiroideo. Casado con Chaz, una mujer negra, y que fue su soporte desde su casamiento, a los 50 años, se abrazó a las redes sociales, empezó a escribir un blog, todo porque comenzó a perder el habla y la posibilidad de escribir. Luego, de caminar. Quien escribe compartió codo a codo con él una entrega de los Oscar, en 2000, en la mesa de periodistas acreditados, el año que Todo sobre mi madre se llevó el premio al mejor filme hablado en idioma extranjero. El documental es más que la adaptación de las memorias de Ebert, Life Itself, porque el director Steve James (a quien también el crítico respaldó en sus inicios) da voz a críticos de cine de la talla de O. A. Scott, Richard Corliss y Jonathan Rosenbaum, y a otros cineastas como Scorsese y Werner Herzog para hablar de él. Y no es sólo un tributo a Ebert, ya que las anécdotas que se cuentan son realmente jugosas -las hay de todo tipo, e incluyen desde un rompecabezas que Hitchcock le regaló a Marilyn Monroe, hasta las peleas de cartel de Siskel y Ebert, que se decidían lanzado una moneda al aire.
Bienvenida la parodia. Una película de espionaje, que está entre los primeros filmes de Bond y la parodia de Austin Powers. Colin Firth, en traje a medida. Justo entre los primeros filmes de James Bond y la versión paródica de Austin Powers. Allí se ubica Kingsman: El servicio secreto, del director de Kick-Ass y X-Men: Primera generación. El mundo del recontraespionaje, contado con humor, sorna, acción, exageración... Las cosas, aquí, a veces se desmadran, como si se tratara de una película de los hermanos Wachowski. Hay personajes que tienen una vida dedicada al espionaje. Y hay uno que debe insertarse en ese mundo -por lo que Kingsman es una película de iniciación-. No hay misterios. Aunque los autores del cómic original pudieron ponerle al protagonista las iniciales JB -por James Bond, Jason Bourne o Jack Bauer-. Pero no, las obviedades no están al orden del día. Harry Hart (Colin Firth), alias Galahad -cada agente tiene como seudónimo o nombre de guerra el de alguno de los caballeros de la mesa redonda; el jefe es, claro, Arthur (Michael Caine)- se siente como en falta con Lancelot. Hace unos años, Lancelot le salvó la vida, tirándose arriba de un malvado con granada en la boca, y Galahad quiere hacerle una devolución de favores, reclutando a su hijo, que era un niño cuando su padre falleció en plena misión. Así que cuando se hace un agujero en la sastrería londinense -la pantalla de este servicio ultrasecreto- Galahad sugiere a Eggsy (Taron Egerton), el hijo semihuérfano, un chico casi de la calle que soporta como puede los maltratos de su padrastro (que le pega también a su madre). Eggsy tiene que pasar una selección con otros candidatos, por lo que Matthew Vaughn- que no en vano ya dijo que se anota para dirigir un nuevo Indiana Jones- tiene tiempo para presentar personajes y demostrar qué tan grande Eggy tiene el corazón, y el ego, para sumarse o no a Kingsman. Por supuesto que hay un malvado, malísimo. Richmond Valentine es el nombre del maligno y depravado de turno, que personifica un seseoso Samuel L. Jackson. Lo secunda -siempre el jefe de los malos tiene quien se haga cargo de ensuciarse las manos u otras extremidades, como se verá- Gazelle (la bailarina Sofia Boutella), que en vez de piernas tiene cuchillas filosas. Así que el malo es estadounidense, el bueno, británico, educado, reservado, pero letal. El malo quiere transformar violentamente a millones de personas al activar unas tarjetas para el celular que entregó gratis… Populismo puro. ¿Más? En el comienzo está un casi irreconocible Mark Hamill, Luke Skywalker en Star Wars, prisionero de los malos en... la Argentina. Ridícula a veces, entretenida siempre, las vueltas de roscas le quitan el sabor de la aventura para convertirla en comedia. Y observen cómo Galahad pide su cóctel favorito.
Sobriedad para resaltar a un líder. omo en Lincoln, de Steven Spielberg, la directora Ava DuVernay toma a un personaje -Martin Luther King-, pero para hablar de él no realiza una biografía (una biopic), sino que lo circunscribe a un momento histórico preciso. Es una manera de abordarlo, y ciertamente eficaz, porque sin ser un docudrama ofrece suficientes pinceladas de cómo considera, la realizadora de color, que fue el protagonista. En la película, por 1965 King lidera una marcha, siempre desafiante y desafiada, y a veces sangrienta, desde la Selma del título hasta Montgomery, en una Alabama gobernada por un blanco (Tim Roth). El maltrato, el desprecio de los racistas hacia quienes marchaban pacíficamente en su lucha por los derechos al sufragio de los negros, es por momentos gráfico. Pero Selma no es, ni de lejos, 12 años de esclavitud. La degradación humana no es una exhibición de bajezas. Se puede generar el horror sin ser tan demostrativo como el filme que ganó, hace un año, el Oscar, el mismo premio al que aspira Selma, y probablemente no gane. Se entiende, aunque es discutible: la película producida por Brad Pitt trataba sobre esclavos, y ésta sobre un líder de los derechos humanos. Y ya sabemos qué es lo que prefiere Hollywood. La película arranca con King y su esposa. El no parece estar muy convencido. Ella le arregla el nudo de su corbata. King está por aceptar el Premio Nobel de la Paz. A partir de allí, la elipsis que hace DuVernay es para atrapar lo esencial -la confrontación entre King y el presidente Lyndon B. Johnson (Tom Wilkinson), que sucedió a Kennedy y antecedió a Nixon, nada menos- por el derecho a los ciudadanos de color de poder votar en el Sur. Selma no es una película política, sino humanista. Toma a King y lo retrata como hombre, sí, pero también lo muestra como un gran calculador y estratega. Pero a no engañarse, que los discursos que pronuncia en la película no son históricos y fueron escritos por DuVernay. David Oyelowo, dentro de un elenco brillante y parejo, se debate entre la imitación y la personificación de Martin Luther King. Es tan convincente cuando está con Coretta, en su hogar en Atlanta, como cuando debe arengar a cientos.
Pégame, pégame mucho. Ni porno para mamás, como se la rotuló con malevolencia, ni erotismo de autoayuda, Cincuenta sombras de Grey pone, o pretende poner, en el tapete el goce, la sexualidad y el sadomasoquismo presente en la novela de E.L. James, y también en la pantalla. El problema es que el erotismo va a contramano de lo rutinario, y Cincuenta sombras de Grey va hacia lo esperable. El principal escollo de la película no es su falta de brasas o poderío calórico (no calienta demasiado) sino que la estructura del relato es tan previsible que todo se hace largo, chicle. Y lo curioso es que quienes más consumen Cincuenta sombras... no son mayormente jóvenes virginales e inexpertas, sino mujeres de 30 para arriba, entendidas. ¿Qué buscan en esta ficción? Anastasia es una estudiante de literatura que se autodefine como romántica. Christian Grey, millonario, se le cruza en el camino, y por más que él primero le dice que no es el hombre para ella, después le propone tener una relación eminentemente sexual. Le muestra en su mansión en Seattle el cuarto de juegos. Nada de mesas de pana, metegol o flippers: cuero, rebenques, su ruta. El goce genital (Grey le aclara: “Yo no hago el amor. Cojo. Fuerte”, y que no duerme con nadie) es lo que busca Grey. Pero le “explica” -nunca trata de convencerla- a Anastasia (que es virgen) que esto es para que ella la pase fantástico. Y le pide que firme un contrato. La película dará vueltas sobre si Anastasia firma o no firma. Mientras, sí, la pasa más o menos fantástico. ¿A través de la sexualidad la mujer evalúa una especie de simulacro de emancipación de igualdad de géneros? Si es así, ¿por qué tiene éxito Cincuenta sombras..., si la muestra como sumisa? El derecho a disfrutar de su sexualidad, ¿es sólo una fantasía? Anastasia juega, pero (si va a ver la película, salte al próximo párrafo) cuando le confía a Grey que quiere conocer “eso”, su oscuridad, lo que lo motiva, y él le pega seis latigazos, ¿por qué después reacciona con histeria? Si acepta las reglas, ¿es lógico? Todo pasa por la dominación. Pero esto no es Nueve semanas y media. Curiosamente ambas son producciones hollywoodenses dirigidas por ingleses (se sabe que los estadounidenses a la hora de retratar el erotismo suelen ser más fríos, por no decir gélidos). Más llamativo es que, siendo una mujer la que dirige Cincuenta sombras..., se cosifique a la protagonista. O no. ¿O no? El erotismo es como una cabina de peaje hacia la pasión, y Cincuenta sombras de Grey, en fin, deja las barreras bajas.
Como te ven, te tratan... Birdman es la obra de un artista, Alejandro González Iñárritu, que se abrió camino en Hollywood con sus obras oscuras, sus personajes desesperanzados y su cinismo. En Birdman el mexicano se vuelve más poético -es la mejor manera de entender y disfrutar las dos horas de la proyección- al hablar de la búsqueda de redención del protagonista, y también se saca varios puñales que siente (el protagonista y el realizador) le han clavado en su carrera. Decimos que el sendero poético es clave en Birdman -esa mezcla de sátira al show business y al mundo de la actuación, a Hollywood, y a los críticos (y la lista sería tan larga como cada plano secuencia con que rodó el filme)- porque sino estaríamos hablando de la locura del protagonista. Algo de eso hay. Riggan triunfó como actor en la trilogía del superhéroe Birdman, pero se bajó del exito. Y décadas después quiere redimirse, o reinventarse (esa es la palabra clave aquí), demostrándose a sí mismo y al público (y a los actores y a los críticos) que es un tipo con talento, adaptando, dirigiendo y protagonizando en su debut en Broadway una obra de Raymond Carver. En fin, Riggan quiere que lo quieran. Pero el protagonista tiene una relación en su cabeza con Birdman. Habla con él. No se lo puede sacar de encima (ni de adentro). No es su único problema, ya que Riggan no entabla relaciones sanas con nadie que lo rodee: sus compañeros de elenco, su productor amigo, su hija que acaba de salir de rehabilitación, su ex, los críticos. Siente que el tiempo pasa, y que no lo acompaña. Ve todo desde una perspectiva depresiva. O cambia o muere como actor. Y como padre, y como amante. La maestría de Emmanuel Lubezki con la cámara, para que todo parezca realizado en una única y sinuosa toma -sólo se adivinan los cortes, con fondos oscuros o efectos especiales- es lo más llamativo del filme y, paradójicamente, lo que le juega en contra. Si uno queda atrapado en el tecnicismo es porque algo del relato no termina de atrapar. ¿Birdman sería igual, rodada de manera convencional? Iñárritu se rodeó de un elenco excepcional. Michael Keaton sabe de lo que está hablando Riggan, tras ser Bruce Wayne en las dos películas de Batman de Tim Burton. Lo suyo es un regreso con gloria. Edward Norton está perfecto como el insoportable y egocéntrico Mike, el actor que entra como reemplazo para salvar las papas. Y están Emma Stone, Zach Galifianakis, y Noemi Watts, algunos con personajes menos dibujados que otros. Egocentrismo. He ahí otra clave. A esa cuota de poesía -imposible entender el final desde la lógica- Iñárritu le suma que la película ofrece no sólo distintas interpretaciones acerca del final, sino varios finales. Cuando parece que termina, no, hay otro rulo. Y otro. Y otro más. Como dice Mirtha, Como te ven, te tratan. Riggan tiene un problema más allá de la autoestima. Mejor dejarlo volar.
Humor absorbente. Buena.Aunque muy despareja, tiene buenos momentos de humor. Especial para los fanáticos. En Fondo de Bikini todo está convulsionado. Bah, más o menos como siempre. Allí debajo, del mar, los habitantes no hacen otra cosa que pedir una cangreburger en El Crustáceo Cascarudo, donde trabaja Bob, la Esponja de ojos celestes, pantaloncito corto, zapatos y medias. Y, como siempre, Plancton quiere descubrir cuál es la fórmula secreta por la cual las cangreburgers son un éxito, y las que hace él en su restaurante Balde de carnada son horribles y nadie paga para ir a comer. Lo diferente en esta película que combina animación y actores de carne y hueso es la aparición del pirata -que participa dibujado en la serie de TV de Nickelodeon- y que aquí encarna un Antonio Banderas con barba. Claro, porque el personaje es el Pirata Barba Burger. La fórmula secreta se pierde y Bob más sus amigos Patricio, la estrella de mar que habla con su panza, Calamardo y compañía salen del medio acuático para recuperarla. El humor es bien simple, estén bajo el agua o fuera de ella, los efectos especiales están bien y el 3D aporta un poco más de (in)verosimilitud al asunto. Están los personajes de la serie y gaviotas parlanchinas, y el mensaje -siempre, pero siempre las películas de animación tienen que tener adosadas uno- de que trabajar en equipo es mejor que ser individualista. Los fanáticos de Bob Esponja estarán chochos. Y los que no lo conocen más que de nombre andarán medio perdidos, como pez fuera del agua. Ojo: hay copias también subtituladas.