Un grupo de amigos decide llevar adelante una estafa en el mundo de la compraventa de jugadores de fútbol para favorecer a la hijita de un cuarto amigo fallecido repentinamente. Culto a la amistad, película “de reír y llorar”, paisaje urbano -y conurbano- argentino. No está mal, por cierto, y los actores otorgan dignidad a una historia que recorre lugares comunes con naturalidad y desparpajo.
Puede el lector pensar que colocarle tres estrellas y media a este último film de Jean-Luc Godard es un acto snob. Dado el nombre del realizador, podría pensarse lo mismo si colocamos media estrella, cinco estrellas o cualquier otra cantidad. “Adiós…” es un film rodado en estereoscopía (3D) que Godard, que conoce muy bien la técnica cinematográfica, utiliza perfectamente. Gira en torno a la vida de una o varias parejas vistas a través –quizás– de la mirada de un perro. Y sus imágenes son bellas, elaboradas, a veces absurdas, pero de un absurdo calculado. Es una película compuesta como un poema, experimental en el sentido amplio del término: Godard dijo una vez que todo film es un documental de sí mismo y la manera cómo crea y varía los hilos de la trama (hay “trama”, aunque no “historia” en un sentido tradicional) sostiene esa idea: nos hace partícipes de su propia experimentación con un nuevo formato. El título refiere, pues, a que cuando ya es posible registrar las tres dimensiones de la realidad, el espesor de la imagen vuelve (más) superflua la palabra. Ahora bien: el goce de este film es intelectual y estético: hay planos que apabullan, hay momentos que nos conquistan. Pero como todo experimento, gran parte de su encanto reside en lo inacabado, en lo provisorio. Y respecto de otros films “provisorios” del propio Godard, es menor: un juego que, alternativamente, requiere mucho y muy poco de su espectador.
Realizada por el artesano Roger Donadson (que tiene buenos films en su haber), arranca como miles de películas recientes: agente veterano en vacaciones (aquí, en general están retirados) llamado para una misión más, proteger una testigo (sexy). El duro en cuestión es Pierce Brosnan, pero podría ser Liam Neeson, Kevin Costner, Bruce Willis… ¿Es eso un problema? En absoluto: casi casi es un mérito. Liberados de la narrativa gracias a la previsibilidad (sabemos qué puede pasar pero nos sorprende cuando pasa, mérito de Donaldson) lo que nos atrae y nos involucra del film son sus personajes, su ritmo, sus imágenes. Su forma, en suma. Hay momentos que parecen rodados sin interés, de todas maneras, y otras donde la mirada sobre los personajes los carga de emoción. Aún siendo un film que no queda más que vagamente en la memoria, su visión es placentera.
Se le podrán reprochar muchas cosas a Disney –la firma– pero no que no tenga el conocimiento total respecto de cómo generar buenos films familiares. Dominan todo y eso asusta. “Grandes héroes” es un cuento de hadas con superhéroes. Es un cuento de hadas porque tiene todos los elementos de esos relatos según la tradición Disney: la familia quebrada, la pérdida, la aparición de lo maravilloso, las pruebas, la redención final y la consecuente creación de un núcleo de pertenencia. Del género superheroico está la parafernalia y la justificación científica de los poderes y habilidades, así como el ritmo de la aventura. Pero lo más interesante de la película es mucho menos este cruce (toda historia de superhéroes es una forma del cuento de hadas, ya lo sabían los creadores de “Superman”) que la absoluta precisión del tono. El humor campea en todas las secuencias, incluso en aquellas donde hay dolor y tragedia. Pero no es un humor irónico, sino el surgido de la distancia y de la ternura, de mirar a esos personajes –a todos, villano(s) incluido(s)– con respeto humano. Quizás ese sea finalmente el “toque Pixar” que terminó modificando el tono de todos estos productos: que las películas no parecen lo complejas que son. “Grandes héroes”, aún con ciertas resoluciones apresuradas en el guión, es digno representante de esa tradición.
Este redactor tiene la impresión de que el cine estadounidense le envidia al italiano sus viejas comedias sobre grupos eclécticos y familias con problemas. Y que intenta hacerlas, pero es el género donde las cosas funcionan menos, numéricamente hablando. Aquí hay cuatro hermanos que, tras la muerte del padre, deben vivir una semana juntos en la casa de infancia con mamá, una Jane Fonda muy a tono –lo mismo pasa con el gran Jason Bateman, especialista en familias amorfas desde “Arrested development”, y “Tina Fey”, aunque más cerca de la exageración– y cicatrizar heridas, cambiar vidas, etcétera, etcétera. El componente italiano está en los enredos y ciertos gestos. Pero hay también un componente americano (e incluso judeo-americano) en el contraste entre la vida urbana entendida como una especie de infierno y el suburbio visto como un purgatorio con salida edénica.
El nuevo film de Lisandro Alonso es la mejor película argentina del año. Aclaramos –porque es menester hacerlo– que no se trata de un film “fácil”, que obliga a su público a un ejercicio de contemplación e imaginación, incluso si es un western rodado en la Patagonia. Un hombre –impresionante Viggo Mortensen–, danés perdido en el Sur argentino, sale en busca de su hija adolescente, que ha huido con un soldado. Se enfrenta al paisaje desértico y laberíntico, a hombres crueles, a asesinos, a la aventura pura. Alonso crea momentos de una belleza absoluta, donde en un solo plano –cuadrado, como en el cine más antiguo y noble– se manifiestan el suspenso y el horror (ver al hombre, asustado y solo, ver cómo al final del plano se comete un asesinato). No desdeña el humor (cierta frase del personaje al resbalar por unas piedras, cierta mano entrando al cuadro subrepticiamente) ni el giro borgeano hacia lo fantástico, incluso, en un epílogo notable y misterioso, al cuento de hadas. Pero todo esto requiere la participación del espectador. El film recompensa con una belleza plástica única en el cine, no solo argentino. Por momentos, las imágenes se parecen a los lienzos de Cándido López; por momentos, a los mejores momentos de John Ford. Alonso tiene todo el cine en su cabeza y lo utiliza con soltura, sin conceder a ningún tipo de demagogia. Un ovni, una rareza: “Jauja” es casi una obra maestra.
Hemos sido muy elogiosos con los dos films anteriores de la serie “Los juegos del hambre”. Por lo tanto, comencemos con los elogios: Jennifer Lawrence comprende mejor a su personaje de lo que lo comprenden el director y los guionistas. Katniss, su criatura, comprende con la mirada –y solo con la mirada, hay que ver la sutileza que ejerce esta actriz increíble– que los resistentes para quienes ejerce de símbolo son, probablemente, quienes quieren sustituir un régimen represivo por otro. El film gira alrededor de dos temas: el peso de las necesidades individuales como motor de acciones colectivas y el poder de la propaganda. Ahora, las malas noticias. La tendencia del negocio a convertir en dos (o tres, vean “El Hobbit”) películas lo que no amerita más que una, genera algo así como el “síndrome de la manteca transparente”. Tanto se unta la tensión dramática que se vuelve imperceptible. El film alcanza su clímax en la última escena y nos dice “ahora banquen un año”. Pero resulta que, para que esa duración elefantiásica se justifique, hay secuencias de más, escenas estiradas y planos apenas decorativos. Y como ya pasamos seis horas en tres años en compañía de esta gente, queremos saber cómo termina. Este redactor está tentado de decirlo, pero aún ama su vida. Lo cierto es que el corte en dos destruye la justa serie de aventuras, emotiva y política, que seguíamos agradecidos. Para este “Sinsajo…” no somos espectadores, sino clientes, que veremos lo que venga atados al ticket-cuota.
Este film de animación galo es una pequeña sorpresa. La historia es la de un grupo de hormigas, de su amistad con una mariquita y la épica defensa de una caja llena de azúcar, entre otras cosas. La imagen combina escenarios “reales” y personajes de síntesis, con un diseño simpatiquísimo. Pero lo que vuelve al film interesante, es la inteligencia para narrar y para generar humor en cada segundo. Es el ritmo de los movimientos y el uso inteligente del punto de vista para mostrar lo pequeños –y éticamente, grandes– que son los personajes lo que vuelve todo mucho más original de lo que puede parecer. Se le agradece que las referencias “adultas” estén reducidas al mínimo y que nos permita gozar de un cuento de pura imaginación, sin recordarnos que “no es solo para chicos”. Cuando el cine es inteligente no hace falta que lo subraye.
Hay que agradecerle al realizador Phillippe Claudel tomar los lugares comunes del melodrama burgués francés y ver hasta qué punto mantienen cierto atractivo, si no hay algo más detrás de la mera fórmula. Y lograr con ello films sumamente emotivos, como esta “casi película de infidelidad” con Kristin Scott-Thomas y Daniel Auteuil como dos pilares infranqueables. Emociona sin caer en la fácil, toda una virtud.
Admitámoslo: en Chile se está haciendo un cine costumbrista mucho mejor que el argentino, por cineastas con mucho empuje. Esta es la historia de un cuarentón patético con problemas de pareja y familia (uno de esos tantos inmaduros que invaden nuestras sociedades) en busca de desquite. Un perdedor, aunque con la suficiente humanidad como para que nos caiga simpática su epopeya nocturna.