La nueva película de la directora Natalia Beristain (Los adioses) es una coproducción entre Argentina y México. Si bien la película sucede en el país de América Central, la historia de mujeres que reclaman justicia y luchan por sus derechos resuena en toda Latinoamérica. Julia (Julieta Egurrola en una interpretación sublime) es una mujer que hace nueve meses perdió a su hija, una joven de 25 años. Durante un viaje con amigas, en un momento ella desapareció y no se supo nada más. Julia intenta seguir los tiempos burocráticos, los de la justicia, los de la investigación, pero el tiempo se mueve rápido y la causa parece un camino sin salida. «Hay que salir a buscarla otra vez», dice ella luego de ser citada para reconocer un cuerpo que es evidente que no iba a ser si el expediente con su descripción hubiese sido leído, un error administrativo más. «Si no es nuestra hija, es hija de alguien más», porque la película sigue esta historia en particular pero se entrelaza con otras en el camino, exponiendo algo colectivo. La realizadora Beristain narra su película entre la ficción y el registro documental, con la mirada puesta en esta mujer y madre desesperada por encontrar a su hija y también en el movimiento de mujeres en el que pronto se ve inmersa. Cuando Julia entiende que las autoridades no van a ayudarla, que muchas veces no hacen nada y otras, peores, entorpecen la causa, la complican, la impiden, se embarca ella sola en un camino que pronto la descubrirá acompañada. Del silencio y de la angustia de sentirse sola, al ruido de las calles, de las mujeres que no están dispuestas a quedarse calladas. Beristain dirige con mano firme, con escenas algunas más sutiles que otras, sin optar por la violencia gráfica, porque la realidad ya de por sí es lo suficientemente horrible. La película expone una realidad dolorosa que es la guerra del narcotráfico y la trata de blancas que genera desapariciones que quedan impunes en gobiernos democráticos (en un momento a la protagonista le preguntan si el gobierno le ofreció una indemnización para que se quede callada y deje de presionar). Pero lo hace desde la mirada de esta mujer, y se amplía luego al de todas las mujeres, que son las que deciden enfrentarse, cuestionar órdenes y rebatirlas. Porque una desaparición destruye muchas vidas. En México desde que se desató la llamada guerra contra el narcotráfico, la cifra oficial reporta más de 90.000 desaparecidos en todo el país. No son cifras, son personas. «En México asesinan y desaparecen mujeres todos los días. El poder es cómplice. Los que callan son cómplices», protestan frente a un micrófono. Ruido se trata de intensificar el ruido de la desesperación y la bronca con el de los gritos y los reclamos, es la historia de una lucha infatigable que no terminará hasta que no haya ni una menos. Una experiencia triste y dolorosa pero también un valiente testimonio de la época que nos atraviesa.
Estaba o no estaba allí; y si no podía verlo, era porque no estaba. Otra vuelta de tuerca – Henry James Una nueva propuesta de cine de género nacional llega a salas. Tras paso por algunos festivales (por acá pasó por el Festival de Mar del Plata, por el Buenos Aires Rojo Sangre, por el Construir Cine…), se estrena lo último del director y guionista Eduardo Pinto (Corralón, Sector Vip, La sabiduría). Esta vez nos encontramos ante el retrato de la locura que vive un artista plástico rodeado de fantasmas de su pasado. Luciano Cáceres interpreta a un artista plástico que tras una situación traumática, un accidente fatal, queda solo y encerrado en un hospital psiquiátrico. Cuando logra salir, se le aclara que su tratamiento es de por vida, que la idea es poder seguir adelante con el alta, con responsabilidad, pero sin abandonar la medicación. Hay acá un acercamiento interesante al muchas veces vapuleado tema de la salud mental. Gracias a su único e incondicional amigo, este hombre que no quiere volver a su casa por los recuerdos, consigue trabajo en un desarmadero que pasa a tener a su cuidado, siendo además incapaz de reconectarse con el arte al que le dedicó su vida. Pero esa especie de cementerio de autos se convierte pronto en un escenario de pesadillas recurrente. La presencia de unas personas de la calle que cada tanto usurpan la propiedad privada y se muestran violentos y hostiles terminan de desfavorecer su extraña estadía. Acá entra en juego Diego Cremonesi, que con pocos momentos consigue una interpretación muy potente. Pero el protagonista inmenso es Luciano Cáceres que vuelve a demostrar su versatilidad, aquí entregándose a la propuesta, comprendiendo por completo el tono. En El desarmadero, y en su cabeza, lo real e irreal se confunden en medio de la desolación y él consigue transmitir todo el miedo pero también algo de esperanza. Una historia de fantasmas que consigue plasmar atmósferas ambiguas y oscuras a través de una premisa simple y efectiva. En esa simpleza del argumento y la capacidad de desarrollarlo de manera sólida a través de estos climas enrarecidos radica esta efectiva propuesta. La fotografía y el uso de grandes angulares aportan las últimas pinceladas de esta historia sobre la soledad que nos obliga a enfrentarnos con uno mismo, siempre nuestro peor enemigo. Muchas veces no es la locura el problema, sino la soledad.
Dirigida por Brian Goodman y escrita por Marc Frydman, Vista por última vez es un thriller de acción genérico de esos que una esperaba ver por la tele un domingo a la tarde. Gerard Butler (quien además produce) y Jaimie Alexander, dos rostros conocidos que más allá de algún rol importante nunca lograron destacarse demasiado, interpretan a un matrimonio roto. En los pocos minutos entendemos que ella tuvo un desliz, un affaire, y la pareja por lo tanto se encuentra en un inminente divorcio. Mientras viajan hacia la casa de la familia de la mujer donde él la va a dejar para que pasen un tiempo separados y terminen de decidir quizás el futuro de su matrimonio, se puede percibir todavía cierta complicidad entre ellos. Pero no es suficiente. En una rápida escena en el prólogo se nos anticipa lo que el título en su idioma original: la mujer secuestrada estaría muerta. El resto de la película empieza con ese viaje que queda trunco a pocos minutos de llegar a destino cuando ella entra a una estación de servicio a comprar algo y nunca regresa al auto. Junto a un policía que al principio no le da demasiada importancia a la desaparición, a la larga fue solo un rato y cualquier mujer puede decidir de un momento a otro irse sola y más con una aparente situación de problemas en la pareja, Will nunca deja de moverse y cuestionar, a veces a la fuerza, para conseguir información, incapaz de entender cómo ella puede haber desaparecido de frente sus ojos. Toda la película se va sucediendo de un modo esperado, calculado, en poco tiempo, con un reloj que no para de correr. El hombre dispuesto a todo por recuperar a su mujer, el policía que duda de su marido pero de a poco se ve más comprometido, y una situación alrededor que pone en evidencia cuestiones sociales. Vista por última vez cuenta con su cuota emocional y romántica como motivación, la tensión de la desaparición y luego la de verse introducido en un ambiente peligroso, y la suficiente parafernalia (tiroteos y explosiones) como para convertirse en una experiencia disfrutable, entretenida pero también pasatista y bastante olvidable cuando ya se han visto tantas películas parecidas (es como si quizás Liam Neeson ya hubiese estado algo grande para este rol y se lo reemplazó por Gerard Butler, que un poco parece seguir sus pasos con una filmografía que se tornó poco interesante desde 300 e incluso con una saga a cuestas que lo tiene como protagonista: la que empezó con Olympus has fallen). Tan de manual y efectista al mismo tiempo que sin dudas enganchará a quienes disfrutan de este tipo de espectáculos. Su ritmo vertiginoso, con cámaras que intentan seguir la acción, le juega a favor en contraposición con lo predecible de su trama. En el medio además se incorpora una serie de flashbacks entrelazados que terminan de desarrollar el conflicto matrimonial entre dos personajes que por fuera de la pareja apenas tienen dimensión. La película tuvo un estreno limitado en las salas de Estados Unidos y la crítica norteamericana no la acompañó pero recientemente se estrenó en Netflix y se convirtió en una de las más vistas. Allí parece haber encontrado su lugar. Gerard Butler se entrega con convicción a un personaje nervioso y desesperado, entiende en qué tipo de película está. Por momentos algo ridícula (hacia el final especialmente), con situaciones inverosímiles y un ritmo ágil y frenético y muy buen manejo de la tensión, Vista por última vez es una película de acción cumplidora que olvidaremos al ratito de finalizarla.
Las películas de David O. Russell se han vuelto cada vez más grandilocuentes en cuanto a elenco significa. Enumerar la cantidad de rostros conocidos que hay en esta última sería una tarea casi tan aburrida como ver la película. Es que si bien Amsterdam empieza con una apuesta por el humor, algo quizás parecido a una sátira de una historia real, la trama pronto se empantana en una serie de situaciones y personajes que no logran transmitir nada. La película empieza con una muerte, en realidad con una muerte que ya pasó. Su protagonista, el doctor Berendsen (Cristian Bale), es llamado por su amigo y abogado Harold Woodman (John Washington) para realizar una autopsia. La hija del muerto, una joven muchacha interpretada por la cantante Taylor Swift, cree que alguien lo mató y necesita que a contrarreloj encuentren algún tipo de evidencia. No pasa mucho más tiempo hasta que estos dos amigos se ven involucrados en una nueva muerte que se sucede frente a sus ojos y por estar presentes en el acto son acusados. Esto luego de encontrar evidentemente algo fuera de lugar en la autopsia pero sin llegar a tiempo de contarlo. Y pronto el destino los cruza junto a una vieja conocida, una enfermera y artista interpretada por Margot Robbie. La película va y viene entre tiempos y escenarios y presenta constantemente nuevo personajes (como adelanté, todos rostros conocidos). El triángulo protagónico está marcado por una fuerte historia pasada en el lugar que da título a la película, donde la enfermera los escondió y vivieron una especie de tiempos idílicos a escondidas de la situación mundial. Entre los tiempos y la galería interminable de personajes, todo queda desarrollado a medias. Apenas la historia romántica entre Washington y Robbie consigue por momentos transmitir algo de dulzura y esperanza, en cambio la excentricidad a la que se entrega Christian Bale se siente descolocada. Pero en general estamos ante un rejunte de situaciones que se suceden entre sí de manera abúlica. Es como si no sólo la película no consiguiera nunca encontrar su tono, sino como si nunca pudiese encontrar UN tono al menos. Es atonal y entonces no es una comedia pero tampoco es un drama ni un thriller político y oscuro como su historia original podría haberla convertido. Aunque hay decisiones que podrían acercarla a lo absurdo, se queda tan a medio camino, con un humor que no siempre funciona, que a la larga… no es nada. En aspectos más técnicos, se despliega un buen diseño de arte y la fotografía de Emmannuel Lubezki también logra destacarse. Pero el guion escrito por el propio Russell parece empecinado sólo en demostrar el increíble elenco al que tiene acceso sin preocuparse por desarrollar personajes dimensionales y así sólo consigue un puñado de momentos que valen la pena a lo largo de poco más de dos horas. Los diálogos y las actuaciones apuestan por lo exagerado en medio de una producción prolija pero que se parece más a un decorado de teatro que a una reconstrucción de época para cine. Todos los actores lucen desaprovechados y en especial el de Robert De Niro, que tiene un papel que podría haber sido más y mejor explorado. Es el que mejor se conecta de todos modos con la parte más histórica de la trama, la posibilidad de detener un inminente golpe de estado que recae en manos de este singular trío. Aburrida y desprolija, da la sensación de que si en lugar de tomar tantas decisiones formales y narrativas juntas O. Russell hubiese optado por menos podría haber encontrado una historia atrapante y construido personajes creíbles y carismáticos. El más es más, la ambición desmedida, acá fue contraproducente y ni siquiera su oda al amor y la libertad salvan el anodino resultado. Una producción despampanante pero carente de contenido.
Después de un comienzo prometedor de carrera en el cine de género con Naturaleza muerta (un slasher clásico con una vuelta atractiva), la filmografía de Gabriel Grieco fue decayendo en calidad y luego de la fallida Respirar llega este rejunte de malas ideas que es Existir. Si hay un género que apenas se ha explorado dentro de la historia de nuestro cine, ése es la ciencia ficción. Y con respecto a la que se encuentra relacionada a lo extraterrenal, como antecedente no tenemos mucho más para destacar que la película de Hugo Santiago que Bioy Casares y Borges escribieron, Invasión. De manera más reciente Iván Fund intentó acercarse, más bien la rozó, con su estilo más solemne en Vendrán lluvias suaves, y Martín Basterretche parece haberse puesto a jugar con su Devoto: la invasión silenciosa. Gabriel Grieco acá se mete de fondo en el tema que le interesa con una trama que gira alrededor de supuestas presencias y un grupo de elegidos. A través de la historia que un guionista intenta escribir y con la que se va conectando de un modo más personal es que su protagonista abre la cabeza ante la eterna posibilidad de no estar solos: un fiel creyente en la vida extraterrestre desaparece y dos años después su ex novia y su mejor amigo encuentran pistas que los embarcan en una nueva búsqueda. Hay una producción notable internacional que presenta locaciones de diferentes partes del mundo y también de nuestro país, con escenarios muy distintos entre sí que solo tienen en común un aire de desolación. Sin embargo el resultado es muy pobre, con una trama rebuscada y llena de incoherencias. Un rejunte de escenas sin sentidos, caracterizaciones de personajes imprecisas (un aspecto llamativo del arte es lo poco verosímil de los vestuarios, cuyo fin sólo parece sexualizar a los personajes femeninos) y cero desarrollo de personajes con los que es imposible conectarse o entender. La participación de colaboradores como Sofía Gala Castiglione, Fabiana Cantilo y Airbag poco pueden hacer con una película que no tarda en caerse en pedazos. Y como si fuera poco, con un deslucido protagónico de su propio director. Ridícula, aburrida y sin sentido, Existir parece ser una película hecha con muchas ideas metidas en una licuadora donde el resultado es un mejunje que no dan ganas ni de probar. ¿Hay algo más allá afuera? Esta película no brinda respuestas interesantes pero quizás, con esperanza, sirva de puntapié para quienes hacen películas se animen a explorar el subgénero.
La nueva película de Santiago Mitre se nos presenta como importante antes que nada por ser la primera en narrar el juicio de las Juntas. Historia que algunas generaciones han vivido, recuerdan, otras han olvidado, algunas sólo hayan escuchado un poco al respecto, o quizás nunca se las hayan contado, pero lo cierto es que cambió la historia del país. Como otros países no han logrado, Argentina logró poner en cárcel a genocidas como Videla. Pero ese probablemente sea sólo uno más de los motivos por los que viene pisando fuerte en festivales de cine y hasta ha llegado a ser la elegida por nuestro país para mandar a los premios Oscars. Esta película que Mitre escribió junto a Llinás se revela como una gran película de juicios, un subgénero casi nulamente explorado en nuestra industria. Ricardo Darín es el protagonista poniéndose en la piel de Julio Strassera, fiscal al que le es asignado el juicio y que por momentos parece cargar con cierta culpa por no haber hecho más que quedarse quieto y callado en épocas de una Dictadura pasada pero todavía demasiado fresca. Strassera es un comprometido fiscal, con carácter y es también un esposo y padre de familia, con dos hijos con los que se entiende de maneras distintas. Cuando es llamado para el esperado juicio, su principal temor es convertirse en un peón, en un títere, quizás descreído de que la justicia a la que le dedicó su vida funcione como esperaba. Darín demuestra una vez más su calidad de estrella y de actor, aportando muchas sutilezas a un rol que fácilmente puede caer en el cliché del personaje heroico y que él lo interpreta de una manera contenida. A su lado está Peter Lanzani como lo opuesto y complementario. Moreno Ocampo, el joven muchacho que proviene de una poderosa familia militar y lidera al grupo de jóvenes que trabajarán con Strassera, es también más hábil con el público, con las cámaras. Vale destacar la manera magistral en que se desarrolla la línea argumental entre ese personaje y su madre: empieza por el constante enfrentamiento hasta el momento en que su hijo le abre los ojos, y sucede en una escena minimalista que consigue ser muy emocionante. Claro que antes estuvo la escena clave que protagoniza Laura Paredes, narrada desde una sobriedad que se contrapone a lo fuerte del relato. Argentina, 1985 narra entonces el proceso judicial, desde el primer llamamiento y la búsqueda de personal para el arduo trabajo de investigación hasta los testimonios de las víctimas que ponen en palabras hechos aberrantes que parecen salidos de la ficción más abyecta y la resolución del juicio. Más allá de lo complejo de todo proceso judicial, el film se sucede de manera mu dinámica. El guion presenta a sus personajes y los desarrolla solo en su cuota necesaria para cederle lugar al juicio de una manera minuciosa y precisa, por eso por ejemplo a Videla apenas se lo ve o a Alfonsín sólo se lo escucha desde el fuera de campo. También hay un equilibrio muy medido entre las pequeñas e inesperadas gotas de humor con los momentos de mayor algidez dramática, una manera de descomprimir tanta oscuridad. Santiago Mitre, que viene rondando sobre el tema del poder en gran parte de su filmografía (El Estudiante, La Cordillera), es un director con mucho oficio. Aquí su propuesta luce menos arriesgada desde lo formal que otras anteriores, más universal (en realidad más norteamericana porque las influencias parecen venir de ese lugar), y al mismo tiempo más ambiciosa y no por ello menos efectiva. Sabe narrar con imágenes de un modo más clásico que lo habitual y también sabe cuándo cederle lugar a las palabras -como el alegato que a primera instancia podría parecer demasiado extenso para una película y sin embargo de manera contraria no causaría el mismo efecto. Ni hablar del detalle con los aplausos cerca del final. Hay un cuidado trabajo de reconstrucción de época, en el vestuario y con locaciones familiares pero llevadas a varias décadas atrás. Transmite ese clima de época y al mismo tiempo es una relectura, y eso sin chicaneos ni bajadas de líneas políticas sino con mucho respeto. En resumen, una película que lo tiene todo para convertirse en un clásico: una historia que necesita ser contada, una notable producción y elenco, y un guion minucioso y preciso. La prueba de que a veces vale la pena unirse por un propósito justo. En un momento se menciona al pasar que no se sabe cuánta gente realmente estará siguiendo el juicio, escuchando o leyendo los testimonios, como resaltando la importancia de escuchar estas voces, de abrir los ojos ante una realidad que algunos negaban (niegan). Esta película parece querer saldar esa deuda desde el repaso de la historia para que nadie se quede afuera, porque desde la ignorancia es más fácil excusarse. Para sumarle épica (que nunca nos viene mal) además parece ser la salvadora de las cadenas pequeñas de cine tras la negativa de las importantes a proyectarla por no contar con la ventana de 45 días en salas. Eso que no estamos hablando de una producción modesta, todo lo contrario al ser apadrinada por Amazon, donde podrá verse o volver a ver a partir del 21 de octubre. Argentina, 1985 conmueve con autenticidad y llama al repaso histórico: porque la única manera de no repetir la historia es ser totalmente conscientes de aquella.
Mete miedo es una nueva película de terror nacional. Esta producción de Néstor Sánchez Sotelo también lo tiene como director. Bajo un guion de Hernán Moyano, se nos narra la historia de una policía que se ve enfrentada a fuerzas inexplicables. La primera escena de la película nos muestra una persecución policial que deriva en una oficial cayendo por accidente en medio de un ritual satánico. Un ritual que culmina en un incendio del que sólo ella sale viva aunque permaneciendo varios meses en terapia intensiva. La otra protagonista de la película es Fátima, la fiscal a la que interpreta María Abadi. Una mujer cuyo trabajo la encuentra constantemente como testigo de atrocidades que la hacen pensar que la gente está cada vez más loca, como dos hijas que en medio de un ritual terminen asesinando y comiéndose a su padre, escena que bien podría salir de un cuento o novela de Mariana Enríquez. Cuando Camila, la joven oficial, despierta, Fátima decide llevársela a su casa. La verdadera relación entre ellas y el triángulo junto a Ángel, un detective que acompaña a Fátima en cada caso y quiere ayudar también a Camila a recuperarse, se irá revelando de a poco. En el medio, pesadillas y escenas que se enrarecen predominan un relato que avanza a cuentagotas. Porque desde que despierta no parece ser la misma, ella siente que hay algo o alguien que está queriendo apoderarse de ella. Y todo puede ser peor cuando además decidan irse las dos solas a una alejada casa de campo donde ni siquiera tienen señal. Mete miedo es una fallida película de terror que prefiere enfocarse en los falsos sustos (quizás acá con un poco más de sentido en la trama cuando ésta se termina de revelar) y los climas densos que en desarrollar una historia sólida. Cuando llega la resolución, relacionada con el pasado de una de ellas, quedan varias preguntas y agujeros por llenar, como si en el medio no se hubiese hecho más que un rejunte de momentos clichés del terror más desabrido. Aunque se percibe una notable producción, hay aspectos técnicos que deslucen la película. Como con el diseño de sonido, cuando efectos o la música muchas veces no permite escuchar los diálogos de una película que está siendo vista en una sala de cine. A nivel actoral el reparto hace lo que puede y son ellas, María Abadi y Melisa Garat, las que logran destacarse dentro de la mezcla de estilos y temas que no logran encajar en este rompecabezas. Una película de terror con una buena premisa mal ejecutada. Otra oportunidad desaprovechada de explorar el género para contar una historia que podría haber resultado interesante. Porque a la larga cuentas a saldar con el pasado tenemos todos.
There is beauty in control. There is grace in symmetry. We move as one. Para su segundo largometraje, Olivia Wilde apostó a más. La sobriedad, autenticidad y sencillez que caracterizó a su sorprendente ópera prima, Booksmart, se cambia por lo grandilocuente, artificial, frío y exagerado en esta historia sobre un mundo perfecto que esconde algo terrible. Polémicas que no interesan aparte, estamos ante una fallida propuesta. Alice vive junto a su marido Jack en un pequeño pueblo llamado Victoria. Un pueblo chico, de pocas parejas (la mayoría con hijos o con planes de tenerlos; todas heterosexuales), una especie de burbuja donde viven protegidos de la amenaza exterior. Los hombres a diario parten a trabajar para Frank, el hombre que les da trabajo y hogar y les permite ser parte de algo único. Las mujeres se quedan en sus casas, limpiando, cocinando, a veces juntándose entre ellas o practicando ballet. Aunque se percibe que esta pareja hace un tiempo vive así, la película desde un principio empieza a distorsionar la realidad de Alice, que observa cosas que le resultan extrañas. Primera falla de las muchas del guion: no hay algo en particular que encienda esta atención que se le despierta, aunque sí pronto un personaje, una mujer que dice cosas extrañas y a la que parecen querer silenciar, la haga sospechar en serio. Gran parte de la película se encarga de retratar este mundo y olvida desarrollar personajes totalmente intercambiables. Paredes que tiemblan, sonido de aparentes explosiones, comidas que nadie entiende de dónde salen (todo proviene de Victoria, y es un pueblo de pocas cuadras donde sólo parecen estar estos hogares y un poco más allá la central donde los hombres van a trabajar). Olivia Wilde insiste en retratar un mundo que parece perfecto en su superficie pero al mismo tiempo lleno de grietas que amenazan con romperse en pedazos porque ya sabemos que no todo lo que reluce es oro. Alice se deja llevar cada vez más por esta sensación de que hay algo raro sucediendo en ese lugar. No quiere ser solo una muñeca a la que alguien cuide, quiere conocimiento. Y en esa búsqueda, que por momentos no parece más que mental, llega hasta la zona prohibida, la famosa central y a partir de ese momento ya nada podrá ser igual. Su compañero, Jack, que la ama y desea con devoción no puede escucharla ni comprenderla porque ni siquiera ella misma entiende qué es lo que está mal. La premisa de la película rememora de manera inmediata a The Stepford Wives (en especial la versión de Frank Oz aunque pareciera querer acercarse al horror de la de Bryan Forbes) y pronto va desplegando todo un abanico de influencias entre los que se podría mencionar The Truman Show y Black Mirror. Aunque resulte poco original podría también ser interesante, tiene su atractivo. No obstante el guion de Katie Silberman se regodea en un montón de detalles que no hacen a la trama (al contrario, pero ahondar en muchos de esos agujeros es acercarse a posibles spoilers) y descuida el desarrollo de personajes. En el centro de esta pesadilla está la Alice de Florence Pugh, actriz que ha demostrado desde Lady Macbeth y en especial con Midsommar que tiene un talento potente. Aquí sin embargo no le alcanza y recae en exageraciones que no logran salvarla. No está bien acompañada por un Harry Styles plano que no encuentra su tono y una deslucida Olivia Wilde, cuyo desgano se nota en casi cada aspecto de la película. Chris Pine prometía algo más con su excéntrico Frank pero nunca se le permite terminar de revelarse ni tampoco a Gemma Chan como su esposa, por lo que su acción en el final resulta irrelevante para el espectador. En cuanto a la dirección, también estamos ante un producto flojo. Hay planos e incluso escenas que se suceden con poca fluidez entre sí. Y por momentos una desprolijidad tal que hasta aparece en plano de manera muy notoria un camarógrafo con su cámara en un espejo que abarca gran parte del encuadre. El diseño de producción, con escenarios y vestuarios propios del mundo a retratar es el único aspecto totalmente logrado de la película. Es una pena que una propuesta arriesgada y ambiciosa no consiga desplegar un argumento efectivo y que en cambio opte por un guion lleno de agujeros y preguntas que atentan contra la verosimilitud. Hay una clara mirada crítica sobre los roles de género que de todos modos se siente algo anticuada, como que no ofrece nada nuevo hoy. La utilización de lo fantástico, la idea de distopía o de experimento social, terminan desaprovechadas a falta de un mejor desarrollo. Don’t worry, baby se sucede de manera repetitiva hasta un tercer acto recargado y apresurado que no hace más que exponer sus fallas. Una película que promete y al final no resulta ser más que una trampa, un engaño. Nada es lo que parece nunca, eso seguro.
El director Tom George y el guionista Mark Chappell debutan con una notable producción multiestelar. Un whodunit (como se le conoce a este subgénero que gira en torno a quién es el asesino) que reflexiona con humor sobre sí mismo, el cine y el teatro. Quien vio muchas películas de crímenes, o leyó los libros de Agatha Christie, conoce una fórmula: una serie de elementos en cierto orden que de todos modos nunca pierden el interés porque a la larga el shock es el mismo y las motivaciones pueden ir variando. Aquí el director (Adrien Brody) a cargo de adaptar para el cine una historia basada en un caso real que se convirtió en un éxito teatral, viaja de Hollywood a Londres. Se trata de «La ratonera», obra escrita por la reina del crimen, ni más ni menos que la obra que más tiempo ha permanecido en cartelera del West End de Londres. Pero este cineasta no parece estar muy interesado en el trabajo y más bien se burla de todo eso: de la parafernalia, de las reglas de las que ya se cansó, y en su lugar prefiere emborracharse y armar discusiones. Lo que no logró predecir es que iba a ser asesinado, más allá de conocer que la primera víctima siempre es la persona a la que todos odian. La película comienza con la voz en off de este hombre cuyo culpable del homicidio hay que descubrir. A simple vista, por momentos es difícil no acordarse de The Grand Budapest Hotel. Planos simétricos, escenas en un elegante hotel, un par de rostros de aquella película (además de Brody, Saoirse Ronan), un asesinato en el medio, una serie de desencuentros y descubrimientos… Pero eso que caracteriza al cine de Wes Anderson, de una maestría a veces desbordante en lo visual –donde cada plano es una obra de arte-, aquí se contiene un poco más. Visualmente es elegante pero más pomposa y se toma menos en serio. Entonces sin personajes tan excéntricos y adorables al mismo tiempo como los que crea Anderson, se opta por una galería ecléctica y rica que sin embargo no consigue aprovechar a todos por igual (el de Ruth Wilson, quien lleva adelante el teatro, deja con ganas de más). Es que el centro está en el asesino por develar. También es difícil no pensar en Knives Out, quizás por ser una de las últimas producciones multiestelares de este tipo, aunque aquella era más meticulosa con su trama detectivesca. Se le podría sumar la saga basada justamente en la de Agatha Christie (escritora que en Mira cómo corren no sólo es homenajeada y mencionada varias veces sino que es un personaje interpretado por Shirley Henderson): Asesinato en el Expreso Oriente y su secuela. Como cada una de estas películas lo hizo, la idea es narrar una historia de asesinato de una manera entretenida y con humor, aunque cada una lo aborde conde un estilo distinto. Sin más innecesarias comparaciones, Mira cómo corren tiene el plus de divertirse jugando con el género y por lo tanto con sus clichés. Saoirse Ronan como la aprendiza de detective es el corazón de la película, una mirada inocente pero no ingenua y también perspicaz, observadora y sin miedo a decir y reafirmarse a sí misma lo que pasa. Su entusiasmo se complementa muy bien en su dúo junto a Sam Rockwell, un hombre algo abatido, de pocas palabras, como si estuviese demasiado cansado de todo ya. Como es de suponer, la película brinda información a cuenta gotas y va sembrando semillas que pronto se convertirán en la siempre inesperada resolución. En el medio, la excusa es divertirse con la galería de excéntricos personajes que se convierten todos en sospechosos y al mismo tiempo en víctimas en potencia. El cine y el teatro terminan de complementar el juego con lo meta, siendo un poco más que una celebración del género. También da vueltas por ahí la pica entre la mirada hollywoodense y la más teatral de Londres. El resultado es una película divertida y atrapante que se sucede a un ritmo por momentos frenético que no deja mucho lugar a la asimilación. Una propuesta agradable que a veces se pierde en esa velocidad pero no pierde nunca la gracia. Es cierto que hacia el final ya poco nos interesa si el asesino es el mayordomo y nos quedamos con ese singular dúo de detectives.
Zach Cregger, uno de los miembros del grupo The Whitest Kids U’ Know, escribe y dirige este primer largometraje en el que opta por pensar y repensar el género de terror desde ciertos lugares conocidos pero con una estructura que la transforma en una caja de sorpresas. Una joven muchacha, Tess (Georgina Campbell), llega una noche lluviosa a una casa que rentó a través de la popular Airbnb. Pero al llegar se encuentra a otro joven (Bill Skarsgard) que le dice que también lo había rentado a través de una app social, lo cual los pone en el lugar de estafados. Tess es una joven inteligente y por lo tanto precavida: acepta entrar y ver si consigue una habitación de hotel y cuando no, quedarse a dormir, pero siempre adelantándose a las posibles alertas sobre el muchacho que, en apariencia, es demasiado amable. Revisa su billetera y documentos a escondidas, no bebe nada que él le haya preparado fuera de su vista y lo primero que hace es pedirle que le muestre la confirmación de su propia operación. Es una muchacha en un mundo peligroso, como lo es para todas, y no se puede confiar de la nada en un joven de apariencia ingenua. Pero además, y todavía no es consciente de eso, se encuentra en una zona de Detroit turbia, casi abandonada. El primer vuelco, algo de lo poco que adelantaré a través de esta mención, es decir, libre de spoiler, es cuando se descubre el sótano. El descenso por esas escaleras podrá ser no muy distinto al descenso a los infiernos. Lo interesante sin embargo en estas escenas radica en los personajes, en las actitudes que cada uno tiene en una misma situación. Los personajes están tan bien desarrollados e interpretados que una siempre entiende por qué hacen lo que hacen, por qué toman ciertas decisiones, por qué o cómo deciden bajar unas escaleras que conducen a aquel lugar oscuro. La película se sucede como en episodios a simple vista sin mucha conexión entre sí hasta que todo confluye siempre en ese mismo lugar: esa casa, ese sótano, lo que esconde. En ciertos momentos de álgido interés, la historia se detiene y se salta a otra, como en un nuevo episodio de una misma serie. Un rompecabezas no difícil de armar pero que despliega así su trama para confluir en un mismo centro: ese lugar olvidado y abandonado de Detroit. Es así que en uno de los vuelcos ya pasando un gran tramo de la película se nos presenta a un personaje nuevo interpretado por Justin Long. El actor asociado a la comedia pero que se ha entregado al género en varias y ricas oportunidades (Jeepers Creepers, Drag me to Hell, Tusk) se pone en la piel de un actor que de repente es acusado de abuso y pierde su trabajo y buena parte de su dinero y por lo tanto se ve obligado a volver para vender esa casita que tenía olvidada en Detroit. Más allá del suspenso y lo turbio, el humor nunca deja de estar en la película, con dosis justas que colaboran en estas mencionadas construcciones de personajes creíbles y dimensionales. Como tres películas en una pero al mismo tiempo con un núcleo que las une de manera genuina, sin sentir este ir y venir como caprichos forzados, Barbarian resulta una grata sorpresa en el género. Quizás no innova demasiado a la hora de mostrar el terror y cuando una le agarra un poco la onda es fácil predecir lo que vendrá. Pero eso no le quita valor porque todo está construido con cuidado e importancia. Nada queda librado al azar ni tampoco descuidado. Hacia el final incluso el terror se maximiza de un modo que recuerda un poco a Malignant, de James Wan, y es cuando una se da cuenta de que a veces la gracia está en no tomarse tan en serio. Pero como en Candyman, Barbarian pone en el escenario una cuestión social relacionada con cómo los suelos que pierden valor derivan en zonas marginales que en lugar de intentar mejorar se tapan o se olvidan. Como una especie de limbo donde no se es nadie, donde todo se permite, donde ni siquiera la ley tiene presencia. En una referencia local, los hermanos Onetti habían hecho algo similar en Los Olvidados con Epecuén. La aparición pequeña pero imprescindible de Richard Brake (actor no lo suficientemente valorado) o la referencia a Jane Eyre, el libro que la protagonista lleva en su valija y cuya historia se resignifica hacia el final, son otras perlitas sobre las que, por cuestiones de posibles spoilers, no puedo explayarme pero no quería dejar de mencionar. Un último aspecto a resaltar es lo técnico: estamos ante un film muy logrado desde la cuidada construcción de planos, puesta en escena y un montaje muy preciso. Cabe resaltarlo porque es una película que se hizo con un presupuesto menor al que se acostumbra (incluso por cuestiones de dinero no fue rodada en Detroit sino que se la construyó en Bulgaria). Barbarian va de menos a más, de una construcción de situaciones que apuesta por el suspenso hasta el desborde del terror más gráfico a través de logradas vueltas de tuerca. Combina de manera inventiva un rejunte de tópicos clásicos del género con una historia retorcida y una galería de personajes bien definidos. Un deleite para quien guste del terror.