En esta película que escribe y dirige Pedro Wallace, Juana y Carmela son dos amigas que viven en la frontera entre Brasil y Argentina. Una especie de no lugar, como al margen. Además cargan en simultáneo un avanzado embarazo, algo que es una odisea en sí misma ya de por sí. Una tarde en que Carmela se siente mal y cree que podría estar pronta a dar a luz, Juana se dispone a acompañarla hasta el hospital más cercano, quedando los niños de ambos solos en la casa, entretenidos entre sus juegos. El calor del verano misionero se puede percibir en esos rostros cansados, en el caminar pesado de las dos mujeres. Dos mujeres que al llegar hacia el punto dirigido no encuentran la respuesta necesitada: que todavía falta, que acá no hay lugar para atenderlas, que pruebe en otro lado; a la larga, tratadas como dos animales, «preñadas». Así, vagando con el peso a cuestas mientras no encuentran una pizca de solidaridad o empatía a su alrededor, excepto la que se brindan entre ellas. En sus casas no es muy distinto, Juana escucha los gritos del marido de Carmela y luego le descubre un moretón en la pierna. Es que Carmela terminó aceptando que las leyes, el Estado no están para todas las mujeres. Es que la violencia machista (en especial la doméstica) para ella es algo cotidiano. Las preñadas pone en foco la amistad y sororidad femenina, aun en las circunstancias más inesperadas o adversas. Las actrices Ailin Salas y Marina Merlino ponen el cuerpo en un drama social de tiempos aletargados que impregnan de naturalidad al relato. La fotografía y el diseño de sonido ayudan a transmitir la atmósfera del lugar. Los lugares abiertos, con pocas casas, las calles de tierra, los senderos empinados. Y después, la cuestión de la salud pública, con hospitales descuidados y con poco personal. Agobiante pero también amorosa por la compañía entre las dos mujeres, Las preñadas parte de una premisa narrativa simple y la impregna de una fuerte carga social. Sin necesidad de apelar al suspenso o una tensión efectista ante cada nuevo pequeño obstáculo, y en su lugar con dos interpretaciones soberbias que son el corazón de una película que abre un debate necesario sobre una realidad que duele.
La película de Octavio Revol Molina se basa en la leyenda argentina sobre una mítica criatura que es especie de Pie Grande nacional, una enorme criatura peluda que se esconde de la mirada humana y cuando es avistada puede ser confundida con un oso. La excusa de la película es seguir a un grupo de biólogos que no buscaban encontrarse con esta leyenda, sino que contaban con la posibilidad de encontrarse un oso andino, pero los lugareños se la presentan a través de sus historias, cosas que escucharon o que dicen haber visto. La estructura narrativa de esta película de terror es original: la trama argumental principal solo es una excusa para desplegar a través de flashbacks (y a veces hasta un flashback dentro de un flashback) pequeños cuentitos sobre las apariciones o el posible origen del Ucumar. El problema es que así los protagonistas quedan relegados, es imposible de conectar con la historia y parece más bien un conjunto de escenas, una antología de cuentitos, que en su afán de narrar la leyenda algunas se tornan hasta repetitivas. Hay muchas versiones sobre la criatura sobrenatural. Como es algo que se va trasladando oralmente, la historia se transforma y se puede decir que es macho o que es hembra; se dice que si te agarra te viola o algunos que te mata directamente, quizás que te come; que agarra mujeres para engendrar o que busca niños… En fin, son amplias las versiones obre sus apariciones en el Noroeste argentino y Revol Molina parece no terminar de decidirse por ninguna por lo que plasma un poco de cada una. Desde el escepticismo hasta el miedo y la fascinación, pasando por la curiosidad propia de cualquier historia que parece increíble pero tiene algo que la hace sospechar de ser real, a causa de esta estructura a los protagonistas les termina faltando un arco mejor logrado y no tienen dimensión alguna. Hacia el final, hay alguna sorpresa que impacta y le da a la película la sensación de que en una versión más escueta, sin incontable cantidad de flashbacks, podría haber funcionado mejor. La idea de rejunte de relatos sobre los avistamientos le resta ritmo. Desde lo técnico, todo está rodado con mucha prolijidad, una notable fotografía y un buen uso de los efectos especiales que sumado a las interpretaciones sólidas le imprimen un tono serio al film, inesperado para la curiosa historia pero que le funciona con sus gotas de ironía o parodia. Con excepción de la escena precolombina donde todo luce inverosímil. Por momentos se atreve al gore y hay un par de imágenes jugadas, con crueldades que suelen verse cada vez menos en el cine. El Ucumar se adentra en la fascinante mitología local y nos presenta una leyenda que no es tan popular por fuera del interior del país (dentro del cine argentino, en la reciente película correntina La Luz Mala se hace alguna mención). Argentina es un país enorme y no solo está lleno de paisajes sino también de historias, solo hay que saber encontrarlas.
La nueva película dirigida y escrita por Martin McDonagh también vuelve a reunir a la dupla protagónica de «In Bruges» (Escondido en Brujas): Colin Farrell y Brendan Gleeson. Situada esta vez en una isla (ficticia) de la Irlanda rural de la Guerra Civil que se sucede a lo lejos, la historia parece súper simple basada en su premisa: dos amigos de toda la vida dejan de serlo tras la decisión brusca e inamovible de uno de ellos de darle fin a esa amistad. Sin embargo, en sus capas y de una manera sutil y más sólida que nunca en la filmografía de McDonagh, flotan un montón de otras cuestiones, entre ellas la soledad y la búsqueda de trascendencia. También, como dato de color y no menor, es una de las películas más nominadas para la próxima entrega de los premios Oscar, con nominaciones en las categorías más importantes, incluyendo Mejor Película y Director. Pádraic es un tipo sencillo que vive con su hermana y cuida de sus animales. Su pasatiempo principal es ir a beber con su amigo de toda la vida, Colm. Pero un día como todos va a buscarlo a su casa y él no quiere verlo. Lo que parece un capricho que no comprende y que supone que es pasajero, se torna firme: Colm no quiere juntarse más con él, descubrió que está en una etapa de su vida en la cual ya no puede desperdiciar tiempo y prefiere dedicarse a la música que vagabundear entre cervezas con su aburrido e insignificante (ahora ex) amigo. Si bien estamos ante una comedia dramática, las pinceladas de melancolía y misterio (todo lo que no se entiende siempre genera incomodidad) la van tiñendo de una tristeza azul. De repente, Pádraic se da cuenta de que esa vida que le sentaba bien, porque nada más esperaba de ella que poder estar tranquilo y pasar sus tardes bebiendo y riéndose con su único amigo, con una rutina simple pero marcada, ahora se le torna muy solitaria. No puede entonces aceptar así como así que la amistad se termine, sobre todo sin una explicación, todo resulta absurdo. Pádraic tiene a su hermana (Kerry Condon), la mujer quizás más sensata en un pueblo de aburridos (como ella exclama en algún momento: todos son aburridos acá) y en una película sobre masculinidades, y al chico raro y marginado del pueblo (Barry Keoghan, quien vuelve a trabajar con Farrell tras The Killing of the sacred deer), hijo de un policía que abusa de él de varias maneras. Y sobre todo tiene a su burra, a quien su hermana quiere afuera de la casa pero en esos momentos de tristeza que ahora lo acarrean él necesita a su lado, es su fiel compañera. El dúo actoral entre Gleeson y Farrell es perfecto: ambos apuestan por la sutileza, por un registro contenido que no resulta por eso menos potente. Gleeson con pocas palabras pero una mirada que lo dice todo; Farrell, un actor que ha madurado muchísimo, desde una sencillez y aparente fragilidad que lo aleja de muchas de sus interpretaciones anteriores. McDonaugh apuesta por la regla de menos es más y no hay grandes excesos sino que la tensión crece de manera gradual. A la larga son dos personajes que de repente sienten un fuerte vacío: Colm por la inminencia de la muerte y la idea de una vida desperdiciada y Pádraic por la pérdida de su amistad de toda la vida en un pueblo donde no hay muchas más personas, una pérdida por la cual se siente culpable sin poder entender. Cada uno de estos vacíos despierta algo distinto en cada uno; Colm por primera vez ve a un Pádraic diferente. La campiña vasta y desolada, de cielos grises y suelos de todas las gamas de verde rodeados de un mar tempestuoso (impecable fotografía de Ben Davis), es el escenario de esta historia que hace ver a estos hombres tan pequeños en el mundo. Eso es lo que de repente siente Colm y necesita aunque sea a último momento revertirlo y por eso se aleja de Pádraic y se pone a componer música, esperando trascender aunque sea con ese legado. Y tener a un amigo bueno pero tonto e ignorante como él no se lo va a permitir nunca, por eso es tan tajante en su decisión. El miedo a la muerte, el miedo a perder el tiempo, a pasar por la vida como si nada, cosas que nunca se cuestionó Pádraic, quien solo necesitaba distenderse entre chistes y cervezas. Lo que empieza como una historia simpática pronto se devela más oscura y por allí rondan las banshees, almas en pena de la mitología irlandesa que acarrean malos presagios, en este caso personificada en una señora que interpreta Sheila Flitton de manera tétrica. Por momentos divertida e irónica y durante otros tantos amarga y triste, con tintes filosóficos y dos personajes construidos con solvencia y sencillez, Los espíritus de la isla es una película que no deja de crecer dentro de una desde su visionado, que abre muchas preguntas y reflexiones sobre la amistad, la soledad, el lugar del hombre, el destino, los legados… y que además logra plasmar el dolor y tragedia de una guerra sin ponerla nunca en foco, sino dejándola allí, a lo lejos. Exquisita.
La nueva película de terror producida por Blumhouse, dirigida por Gerard Johnstone (Housebound) y escrita por Akela Cooper (Malignant) de una historia de James Wan, moderniza el mito Frankenstein. Aquí, el humano crea un robot que de a poco cobra conciencia propia y se convierte en una amenaza. M3gan, que está más cerca de la ciencia ficción que del terror, desde el vamos nos sitúa en el tono adecuado. Un comercial con una canción alegre y divertida nos habla sobre la mortalidad de nuestras mascotas y por lo tanto nos recomienda su nuevo producto, un muñeco que requiere constantes cuidados y atención pero nunca se va a morir. En esta cuestión del tono, es de más rápida y efectiva compresión que lo que fue Malignant, por ejemplo, que descolocó porque una como espectadora no tenía idea de lo que iba a ver. No obstante, por su cruce con el sci-fi dialoga también con El hombre invisible, aunque allí se tomaba más en serio una temática importante como lo es la violencia de género. Gemma (Alison Williams, quien desde su Marnie en la serie Girls viene haciendo una interesante carrera en el cine de género con Get Out y The perfection) es una experta en robótica y una de las personas que están detrás de este negocio pero también quien, a escondidas de su jefe, se encuentra en desarrollo de algo superior: un robot/muñeca que podría ser la compañera ideal, con reacciones propias y espontáneas. Las cosas no salen bien y queda un poco archivada hasta que su sobrina, una niña que va jugando con el muñeco del comercial en el asiento trasero del auto de sus padres, pronto los pierde en un accidente del cual es la única sobreviviente. Esto las reúne y Gemma, una mujer independiente y dedicada por completo a su trabajo, se encuentra ocupando el inesperado rol de tutora con una niña a la que mucho no conoce y quien encima transita el peor de los duelos. Cady (Violet McGraw, que supo destacarse en la serie de Mike Flanagan, The haunting of Hill House) es la nena que empieza a acumular rabia y frustración por lo que de repente le toca vivir. Cuando Gemma la observa jugar y divertirse con un viejo prototipo de creación suya al que llama Bruce, se le ocurre retomar el ansiado proyecto con algo más preciso en mente: M3gan puede ser la compañía ideal para una niña que se siente sola y desamparada. Y cuando tras un intenso trabajo logra ponerlas en relación, no hace más que confirmarlo. Los problemas empiezan a intuirse desde el vamos. Por un lado con la propia Cady: ella por fin parece abrirse y comportarse pero casi todo lo aprende de M3gan y así Gemma puede encontrar tiempo para sus cosas en lugar de criarla al mismo tiempo que parece un desentendimiento; Cady de repente encuentra una amiga, una hermana y una madre en una misma criatura (de inteligencia artificial). Por el otro, y el más obvio, las reacciones espontáneas que M3gan está preparada para dar parecen cada vez más independientes, como si fuese creando su propia conciencia. A todo esto se le suma el hecho de que Gemma las necesita a las dos para su prometedora campaña de marketing con la cual presiona a la vulnerable Cady. M3gan es un robot pero es también una niña. Juega, baila, canta, es caprichosa y ella también está en un proceso de aprendizaje, o algo parecido. A la larga, es un prototipo inmaduro. La película incluso está dedicada a un público amplio de edad, por lo que además de su tono juguetón se erradicó bastante el gore y la violencia, algo que sin dudas le hubiese sumado puntos. Si bien en algunas escenas dan ganas de que M3gan se permita ir más lejos, funciona como entretenimiento para variadas edades y sorprende por su humor constante. En cuanto al terror, es más bien ligera aunque tiene escenas logradas que demuestran un amor y conocimiento por el género y a su vez se percibe llena de influencias. Es de esperar entonces que en su afán por querer proteger a Cady, M3gan se comporte de modos no planeados por su creadora y el caos va creciendo hasta la necesaria batalla final. En el medio, alguna promesa de una escena masiva queda a medio camino pero a la larga tiene sentido: el corazón de la película está en este trío de personajes femeninos que necesitaban aprender a entenderse y convivir entre ellas. Hasta darse cuenta, claro, de que dejar niñxs en manos de la tecnología no puede resultar en algo positivo. Entre el carácter de su villana que también podría ser una especie de Terminator en el cuerpo de una Barbie con anabólicos, y el éxito que está logrando en cartelera a nivel mundial y viral, M3gan abre las puertas de una franquicia que promete. Lo hace desde la autoconciencia y sin dejar de divertirse, sumado a un logrado uso del CGI. La película resulta entonces en una gran opción para pasar un buen rato dentro de una sala de cine acondicionada durante este verano.
La primera sorpresa del año con el cine argentino es esta película de Mateo Bendesky (Los miembros de la familia), una especie de biopic sobre el mítico Doctor Tangalanga. Protagonizada por Martín Piroyanski, Julieta Zylberberg, Alan Sabbagh, Rafael Ferro y con participación notable de Silvio Soldán, sigue la historia del tímido Jorge Rizzi hasta convertirse en el popular humorista. Jorge es un joven que trabaja en una empresa de cosmética y hace dupla junto a su amigo hermano de la vida Sixto (Sabbagh) en la parte de venta de una nueva línea de jabones. Jorge es tímido hasta el extremo y cuando le toca hablar con desconocidos tartamudea o directamente no le salen las palabras, todo lo opuesto a Sixto, convincente y locuaz. Pero cuando por cuestiones de salud Sixto es internado por tiempo indefinido, Jorge es presionado por su jefe (Luis Machín) para hacerse cargo de las reuniones con potenciales clientes, algo que no parece destinado a salir bien. Sin embargo, lo que empieza a despertar algo oculto, dormido, en Jorge es una vieja grabación familiar. Y luego de un encuentro con una especie de mentalista español (interpretado de manera única por Silvio Soldán) que descubre tras otra frustración a causa de su pánico a hablar y discutir una situación que le parece injusta, ya no será tan fácil apagar aquello que prendió fuego dentro suyo. Cuando apoye la oreja al teléfono, Jorge se convertirá en Tangalanga, un personaje que solo así podrá decir todo lo que se le ocurra por la cabeza pero con un ingenio y humor, y una cuantas puteadas, que llama la atención de cualquiera que lo escuche, sea como receptor o como oyente desde afuera de la llamada, porque esos casettes que le lleva a Sixto para alivianar su situación pronto empiezan a circular a su alrededor y va cobrando una fama en ascenso. A partir de ese momento, la película muestra el crecimiento y confianza que lentamente va ganando este personaje al que no puede controlar, no al menos todavía. Al mismo tiempo se enamora de la secretaria del hospital (Zylberbeg) pero no puede hablarle más que desde el anonimato que le da el teléfono. Para el colmo, ella se encuentra en una complicada relación con el director del hospital que está casado. El primer acierto de El método Tangalanga es el humor ligero que aliviana incluso los momentos más dramáticos y emotivos pero sin banalizarlos, aun teniendo en el centro un tipo de humor que se basa en puteadas. No estamos ante una comedia pura, sino una especie de biopic encantadora que sabe dar lugar a una galería de personajes, no solo al propio Jorge sino a aquellos que oscilan a su alrededor. Sabbagh, Zylberberg y Luis Rubio como un doctor amable y querible, logran lucirse en sus secundarios y lo cierto es que Piroyanski está mejor que nunca, alejado de los personajes que suele interpretar. Se nota que hay mucho amor y respeto en cada composición. Quizás algún aspecto del personaje que interpreta Zylberberg queda desarrollado a medias, pero sirve para presentarla como una mujer que espera algo más de la vida que solo atender el teléfono. Lo otro que se destaca a primera vista y no se pierde en toda la película es la dirección de arte. Hay un cuidado y detalle en la ambientación de época que no solo nos traslada a otro tiempo sino que no se siente nunca artificial. Una ambientación que hasta se manifiesta en el vocabulario que utilizan a veces los personajes sin que se perciba forzado en ningún momento. Entretenida, sutil, y con buen ritmo, la película podría haber caído fácilmente en situaciones menos afortunadas, como golpes bajos o un humor solo basado en escenas aparatosas y malas palabras, y sin embargo nada de eso sucede. El método Tangalanga funciona en sus varias capas: es una historia de iniciación y autodescubrimiento, un proceso que a veces lleva tiempo y necesita de máscaras por temor a mostrarnos tal cual somos, y es también una historia de amistad y de amor, pero sobre todo nos habla de cómo el humor ayuda a mantenernos a salvo.
Un poco de contexto: En el 2016 apareció una pequeña película de terror que apostaba por completo al subgénero splatter o gore. La trama era muy pequeña: un par de amigas quedaban varadas en la noche de Halloween cuando se cruzan a un extraño tipo disfrazado de payaso que nunca dice ni una palabra. Lo que parece un rarito más pronto se revela como un psicópata asesino y sanguinario, aunque el final sugiere un componente sobrenatural. El personaje en cuestión en realidad ya había aparecido en un cortometraje anterior del director Damien Leone. Unos años después llega su secuela y desde el vamos todo se ve mucho más grande y excesivo. Por un lado, la película dura más de dos horas, algo poco usual para el género. Se incorpora un nuevo personaje, el de una niña aterradora que viste y se maquilla de manera parecida al del famoso Art the Clown. Como protagonista tenemos a una adolescente y a su hermanito, que eventualmente deberán enfrentarse a esta especie de mal encarnado. En cuanto al gore, si bien la película cobró mucha popularidad por el rumor sobre lo fuerte e impresionable que era, lo cierto es que ya se jugaba con lo puramente sangriento aunque acá se presenta de una manera más elaborada y llamativa. Si están acostumbrados al cine de terror y al gore, no, Terrifier 2 no los va a hacer vomitar; si son fácilmente impresionables puede que sí pero lo veo difícil, porque si bien los efectos prácticos están muy logrados el tono exagerado y de diversión aliviana mucho la cuestión. En resumen: la película es una fiesta, está hecha desde un lado juguetón como el propio Art the Clown, cortesía de David Howard Thornton que acá permanece igual de mudo pero ya no tan serio y sí muy gestual. Lauren LaVera es la joven actriz revelación que se pone en el papel de protagonista como una adolescente a quien su padre fallecido, y con una historia traumática de la que apenas se habla, le deja unos cuadernos y le lega el amor por unos personajes de fantasía creados por él. Para la noche de Halloween creó a mano el disfraz de la protagonista de estas historias pero de a poco las cosas se van enrareciendo. Gran parte de la película sigue dos líneas: el de esta adolescente que intenta ser una chica normal y el de la resurrección de Art the Clown que además de ir sembrando ampulosas muertes consigue una pequeña compañera de juegos. El villano ya supo convertirse en un ícono y tiene potencial de permanecer a lo largo de muchos años (ya hay una tercera entrega confirmada incluso). A medida que la historia avanza, se torna más fantástica y sí, algo ridícula. Es como un todo vale con tal de que no se pierda nunca el entretenimiento y la sorpresa. Damien Leone no teme tirar toda la carne al asador y, si bien por momentos la trama se multiplica y deja agujeros por llenar, nunca pierde el atractivo. Desde lo visual, hay un avance enorme entre su antecesora y esta. La anterior se veía más sucia y desprolija, cosa que de todos modos no le sentaba del todo mal al espíritu del film, y acá hay un cuidado por los planos y el arte que resultan notables. Hay muchas ideas visuales, sí, entre los asesinatos brutales y elaborados, las escenas oníricas y el necesario enfrentamiento final entre el bien y el mal que se da en un pintoresco escenario. Es también una historia de crecimiento para su protagonista. Terrifier 2 llega a carteleras quizás gracias a la popularidad que esta secuela generó en redes sobre su violencia y se contagió en las salas de Estados Unidos pero también por la nueva distribuidora especializada, Terrorifico Films. Una película que está hecha por y para gente que ama y disfruta del género y el horror en su estado más puro y sin obviar el sadismo. Es todo lo sangrienta y violenta que esperamos en este culto.
Después de trece años, James Cameron entrega su prometida secuela de la película que revolucionó el 3D, quizás la que más sentido le dio. Pero así como aquella, no hablamos de películas que son eso, espectáculos para la pantalla grande y poco más: James Cameron es ante todo un gran narrador de historias, clásico, pero también un virtuoso de la imagen y aquí vuelve a sorprender con una película que en imágenes virtuosas supera a su antecesora. El mundo de Pandora se nos fue desarrollado a través de una bella historia de orígenes y adaptación como lo fue Avatar. Para su secuela, Cameron redobla la apuesta: con un mismo interés temático y una historia parecida pero diferente, que no se siente repetitiva pero sí totalmente fiel a esa esencia, el director introduce un mundo que a él lo fascina, el acuático. En cuanto a la trama, ésta encuentra a sus protagonistas Sully y Ney’tiri felices y conformando una familia con cuatro hijos, siendo una de ellas, Kiri, adoptada (Sigourney Weaver que regresa interpretando a la hija del personaje por el que la conocimos en la entrega anterior). A ellos se les suma un niño humano, Spider, que quedó atrapado en Pandora al haber sido concebido ahí y se siente uno más de esa familia de criaturas azules. La paz y la calma del lugar se ven invadidos cuando los militares, “la gente del cielo” como los llaman las criaturas del bosque, irrumpen en Pandora mientras el Planeta Tierra termina de degradarse. Como si fuera poco, uno de ellos es Quaritch, avatar del coronel villano deceso que al ser creado con sus memorias busca venganza con el desertado Jake Sully. Jake Sully se siente antes que todo esposo y padre y como tal quiere proteger a su familia. Es así que decide que se trasladen hasta más allá de los bosques junto a una tribu parecida pero diferente que vive a orillas del agua. A esta altura pasó alrededor de una hora de película que sirve para refrescar datos de la película anterior, presentar el conflicto y enfrentar a protagonista y antagonista. Desde este momento, la película se eleva sobre todo desde lo visual, mostrando a un Cameron fascinado con su mundo acuático y logrando transmitir cada gota de ese amor. Avatar: El camino del agua, escrita por el director junto a Rick Jaffa y Amanda Silver, nos presenta entonces una nueva subcultura que se rige por los mismos principios de lealtad entre ellos. El desafío para esta familia que llega de afuera es ahora ser aceptados y convertirse en uno más. Una de las pequeñas perlitas que se encuentran acá es el personaje de Kate Winslet, no tanto quizás por el personaje en sí, que queda algo pequeño y desaprovechado, sino por lo que significa el reencuentro entre el director y la actriz tras la emblemática “Titanic”. Sin contar mucho más de la trama, que depara más sorpresas y personajes, vale la pena decir que a medida que la película avanza nunca deja de fascinar e hipnotizar con sus imágenes. Imágenes espectaculares y creadas de una manera tan precisa que no siempre se pueden distinguir los efectos digitales de los prácticos. El 3D y el HFR le permiten mucho dinamismo y resulta fácil verse inmersa en estos mundos. Al mismo tiempo, como mencionaba antes, Cameron es un gran narrador. Con un guion de estructura clásica, con buen timing para presentar situaciones o personajes que pronto forma parte de la trama principal, la película siempre resulta atrapante y emocionante, y no es poco para una película de su duración en una época con espectadores cada vez menos acostumbrados a permitirse dejarse llevar por otros mundos sin interrupciones durante tanto tiempo. También tenemos a un director ya en su madurez, totalmente consciente de su talento y de su obra, un maestro indiscutido, y que por lo tanto puede permitirse citarse a sí mismo en más de una ocasión y sin que nunca parezca algo forzado. Desde la trama, quizás esta secuela no presente mucha novedad y quede un poco por detrás de su predecesora, apostando aún más al sentimentalismo. A nivel visual, en cambio, la supera de manera notable. Obvio que voy a dejar constancia acá de que es una película para ver en sala, en 3D y en HFR, y ni hablar en IMAX si se puede. Eso sería lo ideal. Desde que el 3D irrumpió en las salas pocas películas han demostrado hacer del 3D un personaje más como lo hizo Cameron con su Avatar. Avatar: El camino del agua es un espectáculo fascinante y es también una historia sobre la familia, el respeto por la naturaleza y la importancia de aprender a convivir entre diferentes culturas. Quizás algún trasfondo, en especial lo relacionado a la denuncia ecológica, resulte algo subrayado, y la lucha entre el bien y el mal no dé lugar a muchos matices. Aun sí estamos ante una película que lo tiene todo: aventura, amor, ciencia ficción, acción… una experiencia alucinante, entretenida y, sobre todo, humana.
La nueva película del director y guionista francés Emmanuel Mouret es una delicada comedia romántica que gira en torno a la infidelidad pero la aborda de un modo diferente al que se acostumbra. Sin lugares comunes, con sorpresas y una impresionante química entre sus dos protagonistas, Crónicas de un affair es una exquisita propuesta de la cartelera. Charlotte y Simon acaban de conocerse y ella no vacila en hacerle saber que está interesada en él. Pero él está casado hace veinte años y nunca le fue infiel a su mujer. Aun así decide irse aquella noche al departamento de Charlotte y pasan una agradable velada. Simon no le promete nada y ella no parece esperar que él lo haga, entiende muy bien las reglas del juego. A partir de ese momento, seguirán viéndose y la película, como el título lo indica, se encarga de mostrarnos cada uno de estos encuentros, a veces muy seguidos entre sí, otros con varias semanas de por medio. Con una puesta en escena tradicional, sin grandes artilugios pero un cuidado uso de los planos, tanto abiertos como los más cerrados, algún travelling imprescindible en el momento adecuado le aporta un estilo naturalista. Los talentosos Sandrine Kiberlain y Vincent Macaigne dan vida a dos personas que encuentran en el otro algo que les hace bien. Entre escenas muy dialogadas pero también miradas o gestos silenciosos, ellos dos debaten sobre las relaciones, las ideas de infidelidad, las vidas armadas. Pero todos estos temas se abordan de un modo natural y sin apelar a lugares comunes. Cuando un triángulo cobra forma para desestabilizar la relación que sentían tan agradable, no es para nada del tipo de triángulo que una podría haberse imaginado al empezar la película, con la historia entre una madre soltera y el hombre casado. Charlotte se presenta como una mujer frontal, directa, sin temor a rodeos y también muy segura de lo que quiere. Y no le importa que el hombre con el que pasa tantos momentos agradables luego vuelva a la casa de su mujer. Es más, bromea con que a la larga es mejor ser amante porque así una sabe que es la más deseada. En cambio, Simon es el que duda muchas veces, se hace preguntas que no siempre se anima a verbalizar y sin embargo se deja llevar por lo que Charlotte propone, porque le abre las puertas a un mundo que antes no parecía ser para él. La confianza y libertad de Charlotte contra la ternura, introversión y hasta los miedos de Simon, se complementan muy bien en esta seguidilla de escenas que no hacen más que retratar una relación amorosa. Porque una historia de amor no necesariamente tiene que incluir grandes promesas, actos heroicos, ni mucho menos anillos de bodas y promesas de embarazo. La historia de amor que se nos impregna es la que creció a partir de pequeños detalles: de una caricia en el momento adecuado, de las manos que se agarran y transmiten seguridad, de una cabeza apoyada sobre un hombro. En fin, la intimidad. Claro que la película se nota muy influenciada por el cine de Eric Rohmer. También es difícil no pensar en Woody Allen, en especial con su nervioso protagonista masculino. En el medio, Mouret consigue hacer sentir a su película honesta, transparente. Y todo esto con un tratamiento de la infidelidad fresco y lejos de juicios que a esta altura suenan anticuados, porque en realidad lo que interesa es el modo de vincularnos entre adultos. Porque acá estamos ante una historia de amor pero también de deseo, dos sentimientos que no siempre van de la mano y que son igual de poderosos por sí mismos. Crónicas de un affair resulta en una divertida y encantadora historia de amor, de esas a las que no se le suelen dedicar demasiado espacio. Y lo hace con cierto aura lúdico que le termina de impregnar su magia.
Tras su exitoso paso por el Festival de Cine de San Sebastián, llega a carteleras lo nuevo de Diego Lerman, el drama de un profesor que va a hacer suplencia a una escuela de la provincia de Buenos Aires. Lo que siente como un descenso en su carrera pronto lo encuentra con una motivación que no había logrado tener antes. Se podría decir que El suplente es una película sobre las segundas oportunidades. Lucio es un escritor académico recientemente separado y con una hija de doce años. En la presentación de un libro (con cameo de Martín Kohan, a quien Lerman adaptó en La mirada invisible), que luego sabemos es de su ex mujer, se siente un poco fuera de lugar, un ambiente intelectual e importante al que le gustaría pertenecer pero parece rechazarlo tras perder una cátedra a la que aspiraba. Es entonces que acepta trabajo como profesor suplente en una escuela del conurbano, un puesto que lo conecta al lugar de donde vino. A partir de ese momento la película comienza a transitar zonas conocidas. La historia de un profesor que llega a un lugar problemático y no logra hacerse entender por alumnos que lo ignoran o se burlan de él. Hasta que de la mano de la literatura pero sobre todo de escucharse y hablarse, la relación va mutando y se genera algo más personal. De todos modos la película no se queda solo en esta idea de profesor que le cambia la vida a los alumnos a través de las clases de literatura. Lerman desarrolla un importante conflicto social que es el de la guerra de narcotráficos que se aprovechan de personas y lugares de menos recursos para hacer crecer sus negocios. Allí entra en juego el personaje de Alfredo Castro como el padre del protagonista, con quien tiene una relación algo tirante por momentos, un hombre de fuerte presencia que trabaja para poder poner un comedor comunitario sin tener que aliarse con fuerzas corrompidas. Lo que conecta de manera directa ambas tramas es uno de sus alumnos, con quien Lucio sentirá una afinidad que no consigue plasmar del todo con su hija (Renata Lerman, toda una revelación), a la que obliga constantemente a rendir exigentes exámenes para entrar a una importante escuela privada a la que ella le dice de manera directa y en reiteradas oportunidades que no tiene ganas de ir. Esta contradicción, esta idea de educación digna que parece ser sólo aquella que proviene de lugares serios e importantes, Lerman la trabaja desde la mirada de Lucio, quien sin darse cuenta se va introduciendo en un mundo peligroso. Él es el eje alrededor del que se mueven los demás personajes, los más importantes como el de la hija, su padre o el alumno al cual intenta ayudar, sino también una maestra con la cual se relaciona, su ex mujer o la directora de la escuela. En ese sentido el guion es muy preciso a la hora de delinear lo justo y necesario de cada uno para que la historia funcione, aunque a veces algún personaje parece algo desaprovechado en pos de querer ver un poco más de tal. Entre el drama y el thriller, Lerman filma su película desde un registro naturalista y desde los contrastes. La actuación de no profesionales como sus alumnos ayuda a impregnar el tono de una realidad palpable. Al mismo tiempo, su oficio como director entrega escenas con planos muy cuidados y potentes. Esto eleva la película que una parece ya haber visto en un principio, e incluso consigue escenas de mucha tensión. En un país donde la educación se encuentra en permanente conflicto, El suplente es otra película comprometida con lo social de un director que entregó películas como La mirada invisible, Refugiado y Una especie de familia, entre otras. Un drama con un guion preciso escrito por el director junto a María Meira y Luciana De Mello, y notables actuaciones, en especial de Minujín, quien carga la película. Así como la trama abre aristas, también muchas preguntas que dan lugar a diferentes reflexiones. Un retrato sobre lo difícil e importante que es la profesión del docente.
La tercera y última parte de estas secuelas y relecturas de la película de John Carpenter sigue lo planteado en la anterior, y de un modo bastante remarcado, pero con una presencia menor del icónico villano. «El mal no muere. Sólo cambia de forma», escribe Laurie Strode en el libro en el que se encuentra trabajando años después de su último encuentro con «the Shape», quien le arrebató la vida a su hija y escapó. 45 años después, ya no es la adolescente de 1978 sino una mujer traumatizada, fuerte y con un dolor a cuestas a causa de la pérdida, compartida junto a su nieta, Allyson, con quien convive. El pueblo de Haddonfield tampoco es lo que era. O quizás ya no puede ocultar lo que en verdad es. Sumido en la oscuridad y la violencia que lleva el nombre de Michael Myers, lo cierto es que la gente que ha decidido quedarse viviendo ahí llevan vidas poco agradables cuya mayor distensión a veces parece ser salir a divertirse un poco durante la noche de Halloween. En una primera escena que comienza de modo tradicional (revirtiendo la imagen de la niñera por la de un niñero), sucede un accidente tremendo de manera inesperada y Corey, el joven a cargo de cuidar a un niño mientras sus padres salían, se ve a sí mismo como lo ve el pueblo: un asesino. En una arriesgada pero curiosa decisión, será este el personaje que tome las riendas y se convierta en protagonista y/o villano. El mal como entidad parece ser el mismo pueblo, sus mismos habitantes. Michael Myers no aparece durante gran parte de la película y sin embargo siempre está omnipresente. La violencia forma parte del día a día y en el medio se encuentra Corey, que tras salir de prisión después de un año trabaja en la mecánica de su padre y vive con una madre que lo sobreprotege y lo cela. Tras un altercado con otros muchachos de su edad, Corey conoce a Laurie Strode y luego a su nieta, que inmediatamente sentirá algo distinto por él. Pero Corey está atravesando cambios más grandes que los hormonales, el mundo se le presenta hostil y de a poco abandona su estado sumiso y callado, hasta que el mirar el mal a los ojos lo define todo. Esta tercera entrega en cierto modo explota la idea que Gordon Green había dejado muy en claro en la anterior. De hecho no sólo la subraya, la remarca y la repite constantemente en boca de más de un personaje, sino que también parece un epílogo largo de lo que se planteaba allí. La idea de correr al villano personaje para abarcar algo más grande es interesante para el final de la saga, pero no está del todo bien ejecutada y eso le resta potencia. Es como si todo lo que John Carpenter (quien vuelve a aparecer con su música original y en diferentes homenajes sembrados a lo largo de todo el film) dejó bajo la superficie se su película, acá se excavara y se expusiera con carteles. No hay sutileza alguna con el tinte filosófico que aquí explota aunque sí se sienta la atmósfera densa y enrarecida de un pueblo perdido. La transformación de menos a más de este personaje es lo mejor construido del film. Entonces abandona un poco aquello que hizo a la saga: el villano enmascarado y la final girl (que sigue estando, pero con menor fuerza). Somos testigos de cómo el pueblo va cambiando a Corey, de cómo desde la culpa se lo va convirtiendo en aquello de lo que se lo acusa. Allyson lo acompaña sin saber hasta dónde se es capaz de llegar (aunque su personaje quede a medio camino). ¿Puede un lugar modificar a una persona, a una comunidad? ¿O la maldad es algo que llevamos intrínsecamente dentro hasta que algo o alguien lo hace salir? ¿Se puede escapar de lo que parece inevitable? Quizás, todos somos un poco Michael Myers. Jamie Lee Curtis queda un poco relegada aunque al final tenga su esperado nuevo encuentro. Y sin embargo se sucede de una manera un poco forzada, sin la emoción que generó el encuentro en la primera de Gordon Green, probablemente acentuado por todo el tiempo que había pasado en el medio. Jamie está tan fantástica como siempre, eso sí, capaz de regalar simples miradas y gestos que dicen más que lo que los diálogos subrayan a cada rato. Gordon Green se aparta y al mismo tiempo toma elementos propios de la original. Es como que se queda en el medio entre la nueva visión y el homenaje. En ese sentido es menos riesgosa que las versiones de Rob Zombie (que quien escribe banca principalmente por apropiarse a su antojo de lo que había en la original) y un poco más complaciente. Desde lo técnico y lo formal, es una película de terror bien hecha, pero sus problemas radican en lo narrativo, en su esqueleto. En ese guion que su director escribió junto a otras varias manos, las de Danny McBride, Chris Bernier y Paul Brad Logan. Entre giros interesantes, un buen uso del terror y un par de momentos brutales pero también un subrayado constante de ideas y una poco equilibrada galería de personajes que a veces no se terminan de aprovechar, Halloween Ends supone un final. Quizás no sea el final de la saga completa pero sí de una era en la cual Gordon Green (y la productora Blumhouse) homenajeó a Carpenter a su modo.