Relato en primera persona de una víctima del abuso machista El documental de Adriana Yurcovich y Mariana Turkieh cuenta la emotiva historia de Mari, una empleada doméstica que abandona un hogar violento en busca de una mejor vida. Lamentablemente, la historia de Mari es bastante similar a la de cientos de mujeres que viven en hogares abusivos, donde corren peligro su integridad física y psicológica. Son varias las producciones argentinas que denuncian estos brutales atropellos, pero en este caso el ingenioso y un tanto polémico enfoque elegido por Adriana Yurcovich y Mariana Turkieh es lo que diferencia Mari de registros documentales similares. El resultado general es un perfil por momentos conmovedor, en donde la protagonista es también objeto de estudio de la experimentación e ideas de las cineastas. Mari era una persona cercana, de la vida cotidiana de las dos directoras, pero cuya intimidad era un misterio para ellas. Hasta que un día esta empleada doméstica se harta de la violencia de su hogar y decide irse, encontrando cobijo en la casa de sus patrones. A partir de esta situación traumática (tanto para la víctima como para la jefa de familia, que en un principio muestra su inquietud ante al alojamiento de su empleada) la vida de Mari pasa a primera plana y atraviesa la cotidianeidad de la familia. La conquista de los sueños truncos, la posibilidad de una nueva vida y las ganas de ser feliz forman parte del largo recorrido de la protagonista hacia el logro de una emancipación y la recuperación de la libertad, algo que durante tantísimo tiempo le fue negado. El documental podría haber concluido ahí, quizás con un enfoque más clásico que lograse cerrar una historia emotiva e íntima, pero hay comentarios y actitudes de la pareja de empleadores que despiertan una mirada un tanto más crítica en quien escribe. ¿Es un acto de solidaridad o caridad lo que los lleva a involucrarse?, ¿ven a Mari como un objeto de estudio? Preguntas que generan dudas, hacen ruido y a las que probablemente lleguen varios de los espectadores. Mari invita a repensar las relaciones más allá de las clases y ocupaciones, y se presenta como un espejo en el que vernos y ver, también, esos aspectos no deconstruidos que todos tenemos y a los que, a veces, les restamos importancia.
El último gran cowboy del cine está de vuelta en acción En la doble tarea de director y protagonista, Clint Eastwood encarna a un veterano exestrella de rodeos que debe emprender una travesía por el desierto de México para llevar a un niño de 13 con su padre. El trailer de Cry Macho, nueva obra de la leyenda viviente Clint Eastwood, anticipaba un thriller de acción abrasador. La película es completamente diferente. Estamos ante la historia más inusual del realizador: una road movie melancólica y armoniosa por las llanuras desérticas de México. Ya ver en pantalla grande a Eastwood (que actúa y dirige) es una experiencia de disfrute cinéfilo al máximo. Durante los primeros 20 minutos, conocemos la historia de Mike (Clint Eastwood), un veterano domador de caballos y exestrella de un rodeo que quedó fuera de juego por los golpes y pérdidas que tuvo en su familia. A este cowboy sin rumbo definido se le asigna la misión de "secuestrar" a un adolescente, que vive con su madre -una mujer abusiva y manipuladora- en México para llevarlo de vuelta con su padre. Lo que empieza como un encargo muta lentamente en una bella relación cuasi parental que se teje entre Mike y Rafa, un peleador de riñas de gallos que llamó a su plumífero "Macho". Cry Macho se cuece a fuego lento. Son largas las escenas en las que se desarrollan las historias de los personajes y los dramas emocionales que los atraviesan Es un drama sobre cómo se construyen (o destruyen) los vínculos. A medida que los dos se conocen, Mike le expresa a Rafa su escepticismo sobre la sobrevaloración de la dureza, lo "macho". Esa, quizás, es la enseñanza madre de una cinta que no aspira a la perfección y sí a mostrar la faceta artística más humana de Eastwood en toda su vasta filmografía. Sin ser una obra maestra, la película rebosa de sinceridad. Cry Macho es cursi aunque se goza de inicio a fin. A los 91 años, Cint Eastwood conserva el encanto y talento que lo convirtió en leyenda del cine y, en sus inicios, del spaghetti western. Es como un vino añejo: con los años, sabe mucho mejor.
Un espectáculo pobre, delirante y absurdo Escape Room: Tournament of Champions es una secuela que carece de creatividad, pilar que hizo de su antecesora un filme decente. ¿Y si una sala de escape fuera un juego de vida o muerte? Esa idea simple logró que en 2019 Escape Room se convirtiese en un éxito para el terror. La fórmula reunía a seis desconocidos -entusiastas de los rompecabezas motivados por un premio en efectivo- que son arrojados a un laberinto sanguinario, en el que solo uno ganará. Escape Room: Tournament of Champions, la secuela que nadie pedía pero por obvias razones se hizo, no lleva a un nivel superior la saga y se estanca en una premisa increíblemente estúpida. Taylor Russell regresa como la huérfana Zoey y Logan Miller vuelve a interpretar a Ben, la parejita sobreviviente de la primera Escape Room. Unidos por el trauma, emprenden un camino hacía la boca del lobo con el único fin de destruir a la misteriosa compañía Minos (responsable de las trampas letales que casi los matan). En la travesía son engañados y terminan, una vez más, rodeados de un grupo individuos en una serie de escenarios asesinos. El principal y único cambio entre una película y otra es que ahora los todos los personajes sí tienen un nexo en común: fueron ganadores de algún certamen de las salas de escape. Perturbados por la experiencia tratan de sobrevivir como grupo. Obviamente esto no sucede, las cosas se descalabran muy rápido, empieza el griterío y los espectadores ven qué tan ingenioso es el festival de muertes que el director les armó. No hay suspenso o un desarrollo narrativo que permita empatizar con las víctimas de este juego, ni siquiera con Zoey y Ben, quienes tienen una historia afectiva que con un mejor desarrollo hubiese potenciado las secuencias dramáticas (que las hay pero quedan en la mismísima nada ante la no transformación significativa de los protagonistas) Hay un vagón de subte electrificado, arenas movedizas, un banco art-deco con rayos láser y otras sorpresas más. Cada habitación es inverosímil: ¿cómo puede montarse una playa ficticia debajo de una gran ciudad? Inexplicable. Escape Room: Tournament of Champions tiene espectáculo de sobra y situaciones absurdas por doquier. No satisface al crítico pero conforma a las masas.
Amores como el nuestro quedan ya muy pocos El documental de Alejandro Vagnenkos y Víctor Cruz que se estrena mañana en la señal CINE.AR y en el cine Gaumont recorre diferentes historias de amor de parejas que resisten al paso del tiempo. Aburrimiento, costumbre y infidelidades, entre otros factores, son causas que generan miles de divorcios en todo el mundo. En este marco ya no es tan habitual encontrar mayoría de parejas que resistan el paso del tiempo. ¿Cómo sostienen dos individuos la llama del amor durante toda una vida? Este interrogante llevó a Alejandro Vagnenkos y Víctor Cruz a crear Dorados 50, un documental que, sin renegar en absoluto de un alto grado de cursilerias, celebra la idea del amor romántico y para toda la vida. Un sillón montado sobre un escenario de teatro reúne a decenas de matrimonios que comparten sus secretos, anécdotas, intimidades y crisis en el campo amoroso, transmitiendo a cámara las claves para construir un lazo feliz durante tantas décadas. Uno de los puntos fuertes del documental reside en la selección de las parejas: en todos los casos prima la ternura y el compañerismo en los vínculos, y eso puede leerse en cada mirada cómplice entre los enamorados. En el combo de historias coexisten los primeros encuentros marcados por la emoción, los rechazos a primera vista y los desencuentros que terminaron en final feliz. En todos los casos, Dorados 50 busca darle un sentido lúdico a las narrativas y festejar el amor y todas las vertientes e interrogantes que sufre con el correr del tiempo. En una época donde los romances son efímeros y nada es para siempre, Vagnenkos y Cruz optan por mostrar un conjunto de realidades que -con verdadera convicción- sostienen y creen en el amor "hasta que la muerte los separe".
Mucho gore y pocas ideas Una oportunidad perdida de llevar una de las franquicias más exitosas del horror a un nivel superior. Las ames u odies las películas de Saw (El juego del miedo) ocupan un lugar de referencia para muchos dentro del cine de horror, gore y torturas. Lo que iniciaron James Wan y Leigh Whannell en 2004 –con un brillante thriller que es, fue y será la mejor de las historias de la franquicia por su ingenioso argumento- se degeneró en secuelas innecesarias y con un mayor énfasis en idear trampas sangrientas que en contar una historia convincente. Espiral: El juego del miedo continua tenía la chance de revertir ese desbarranco y a pesar de venderse como un ‘refresh’ de la saga, no es más que una reproducción genérica de lo que alguna vez funcionó pero ya quedó viejo. La trama sigue al detective Ezekiel "Zeke" Banks (Chris Rock), quien trabaja junto a un policía veterano (Samuel Jackson) y junto a un novato (Max Minghella) para investigar los asesinatos que recuerdan el oscuro y espantoso pasado de su ciudad. Involuntariamente atrapado en un misterio cada vez más profundo, Zeke se encuentra en el centro del morboso juego del asesino. Más allá de las decentes actuaciones de Chris Rock y Samuel Jackson (actores versátiles en personajes que transpiran superficialidad), Espiral: El juego del miedo continúa no tiene grandes sorpresas para ofrecer ni cambia el enfoque típico que los fanáticos conocen hasta el cansancio: un puñado secuencias desagradables que satisface a pocos. Las trampas no son tan ingeniosas como en otros episodios pero provocan el mismo asco y repulsión en los espectadores. Brota la sangre y entran en juego los efectos especiales y de maquillaje, lo único a destacar en Espiral. Apenas un par de guiños a la primera Saw en las escenas finales logran un suspiro nostálgico que recuerda la oportunidad echada a perder en esta nueva instancia de estreno. Es difícil entender como hay un público con hambre de más de lo mismo, pero el director Darren Lynn Bousman (quien realizó la parte II, III y IV) apunta directamente hacía ellos sin la mínima curiosidad de llevar la franquicia a un nivel superior, por arriba de la mediocridad.
Marvel apuesta y gana La nueva historia de origen de Marvel ofrece entretenimiento y calidad asegurada. Demostración refrescante del valioso aporte que hace la inclusión de diversidad étnica y cultural en un tanque pochoclero. Desde Pantera Negra Marvel comenzó un proceso de apertura étnica y diversidad cultural en sus personajes, saldando deudas con las minorías. En este marco de cambios entrada la Fase 4 del UCM se desarrolla Shang Chi y la leyenda de los diez anillos que -en opinión de este crítico- se posiciona como una de las mejores historias de origen de la factoría. Un combo de peleas con artes marciales bien coreografiadas, sólidas actuaciones y cameos que electrizan las vibras nerds logra una cinta que se erige sin dificultades como entretenimiento de calidad. Sorprendente en el mejor de los sentidos. La cultura asiática es hermosa e infinidad de películas lo dejan asentado. Shang Chi no es la excepción a la regla. Toma algunas características del folclore de la región y las mezcla con los 'condimentos' típicos del cine de súper héroes. Lejos de resultar insultante, el cóctel tiene muchos efectos logrados para destacar. Es cierto, el derroche de CGI -un clásico del UCM en las escenas más fantásticas- puede generar dolores de cabeza por el barullo de colores y luces pero es uno de los atractivos más buscados por el público. Aún así, en el terreno artístico la cinta bebe de películas como las emblemáticas La casa de las dagas voladoras y El tigre y el dragón en la búsqueda por recrear el estilo del cine oriental y el resultado es gratificante, cumpliendo con creces las expectativas. La estructura de la historia se completa con una fórmula típica del camino del héroe, siempre efectiva (con un buen guión detrás) en el cine mainstream. Hay también alivios cómicos ubicados entre escenas de acción; en general, plasmados en divertidas líneas de los personajes secundarios. Otro de los puntos fuertes reside en la capacidad del elenco -de alto nivel y muy ecléctico- para destacarse en su totalidad. Reconocidas estrellas como Ben Kingsley, Michelle Yeoh y Tony Leung se unen a los jóvenes Simu Liu y Awkwafina y todos logran sus minutos de gloria en los 133 minutos que dura Shang Chi. La película se anima a aspirar a un espectro mayor de cinéfilos por fuera de los fanáticos "termos". Es un misterio saber si logrará convencerlos. De algo sí se puede estar seguros: cumple todos los requisitos para convertirse en un éxito taquillero.
Plomazo innecesariamente rebuscado La directora Lisa Joy construye escenarios mucho más interesantes que las historia de su película, genérica y desestructurada en exceso. Ni siquiera la correcta actuación de Hugh Jackman es suficiente para salvarla del aplazo. Reminiscencia es incapaz de hilar los cabos en su historia plagada de incongruencias temporales y excesivamente desestructurada. Conociendo el estilo de Lisa Joy, directora y productora de varios episodios de la serie de HBO Westworld, no es de extrañar este conjunto de errores en el ambicioso intento de complejizar una narrativa de ciencia ficción volviéndola, en el difícil proceso de contarla, aburrida para el espectador. La trama de Reminiscencia sigue a un científico (Hugh Jackman) que descubre la forma de revivir el pasado a través de la tecnología, y decide usarla para volver atrás en busca de su amor perdido. Valiéndose de clásicos de alto concepto como Blade Runner o Total Recall la película explora los alcances de la memoria, algo bastante poco original en el género. A la sensación de ya haber visto las ideas en al menos una docena de títulos se le suma un innecesario injerto de signos crípticos a lo largo de la aventura, que poco hacen por aportarle frescura. Pero el problema central que acarrea la película es el diseño fantástico de sus escenarios, cual wallpaper que acapara la atención de forma inmediata. Lisa Joy no logra conectar todos los circuitos para que esa estética notable -que se traduce en fotogramas bellos- fortifique el misterio bastante predecible que involucra a los personajes. A su vez se pierde la oportunidad de profundizar todas las facetas de sus personajes, como el voyerismo de Nick. Hugh Jackman da lo mejor de sí, aún cuando debe repetir diálogos vacíos y con un sospechoso contenido moral y filosófico, picado para agrandar el melodrama. Definitivamente, no se trata de un rol que le permita exprimir su probado talento. Con seria dificultad, en los minutos finales se entrelazan nombres que no se han escuchado en casi dos horas, reafirmando la crítica de que Reminiscencia tiene una buena idea pero abusa de los excesos en vez de presentarse en un molde clásico. Aparenta ser un noir sucio y salvaje, y poco tiene de estos atributos.
Dulce historia LGBTIQ+ El cineasta y escritor Nicolás Teté cuenta una historia que es moneda corriente entre las personas LGBTTIQ+ en un tono de comedia dramática que posiblemente ayude a instalar en sectores más cerrados la importancia de la aceptación y respeto al otro. Asumirse como disidencia ante la familia, el círculo más íntimo y en el que teóricamente todxs deberían poder sentirse contenidos, es un acto de valentía y orgullo importantísimo que no siempre cae bien. Son tristes pero comunes las historias de exclusión, violencia y discriminación en las vidas de miles de personas que integran la comunidad LGBTTIQ+. Todos tenemos un muerto en el placard o un hijo en el closet, la nueva película del director y escritor Nicolás Teté, parte de esta realidad para tejer una historia de recomposición de lazos un tanto melodramática pero con un objetivo muy noble que se intensifica al estrenarse de forma nacional en CINE.AR: llegar a las casas más conservadoras y sensibilizar con un mensaje de amor, aceptación y respeto hacía el/la otrx. Manuel (Facundo Gambandé) viaja a su ciudad natal para el aniversario de boda de sus padres (María Fernanda Callejón y Diego De Paula) buscando conseguir dinero y poder irse a vivir con su novio a Dinamarca. Al llegar a la casa de su familia su novio lo deja y entra en crisis con su vida. El viaje sirve para despertar problemas familiares: la no aceptación de su sexualidad, el enojo del padre porque nadie quiere ocuparse de la fábrica de pastas familiar y un secreto de su hermano, que la familia esconde bajo la alfombra, Todos tenemos un muerto en el placard o un hijo en el closet danza entre la comedia dramática y el culebrón adolescente, subgénero que popularizó en televisión la productora Cris Morena en los '90. El resultado del combo es tierno y entretenido, Quien merece un párrafo aparte es María Fernanda Callejón, en el rol de la mamá que adora a su hijo pero no termina de procesar su homosexualidad. Transmite la fragilidad justa para empatizar con el personaje que, en opinión de quien escribe, tiene el mejor crecimiento narrativo de la historia. No solo evoluciona (o al menos trata de hacerlo) en su forma de pensar sino que transita todos los estadios emocionales hasta llegar a ello, lo que vuelve su interpretación más creíble.
Un drama sobresaliente con Anthony Hopkins en su mejor momento De forma tardía (debido a la pandemia) llega los salas El Padre, la ópera prima del dramaturgo Florian Zeller, una experiencia fantástica y conmovedora que merece ser disfrutada en el cine. Luego de ser una de las grandes vencedoras en los premios Óscar y convertirse en una de la mejores películas del 2020, las salas argentinas estrenan de forma tardía (debido a la pandemia de coronavirus) El Padre, retrato desgarrador sobre la demencia liderado por la dupla Anthony Hopkins - Olivia Colman. Estrellas que son sinónimo de excelencia elevan su talento un escalón más gracias al conmovedor texto de Florian Zeller, debutante en la silla del director. La película cuenta la forma en la que un hombre de edad avanzada (Anthony Hopkins) comienza a perder la noción de la realidad como consecuencia de la demencia. Con un estilo narrativo similar al de Memento (Christopher Nolan, 2001) o El Club de la Pelea (David Fincher, 1999) por la forma en la que el director muestra como el protagonista percibe la realidad, la carga dramática de la historia -de por sí muy poderosa- se nutre con pinceladas muy suaves de thriller psicológico. La sensación que este recurso genera en el espectador es desesperante, ya que se mete directamente en los ojos de Hopkins, ofreciendo una mirada surrealista sobre la demencia en la que no se dimensiona la realidad de aquello ficcional. Sobresaliente, Olivia Colman ofrece una de las mejores actuaciones de su carrera al ponerse en los zapatos de una mujer que sufre la enfermedad de su padre, mientras ve como se diluye cualquier chance de volver el tiempo atrás y se prepara para afrontar el duelo de perder paulatinamente conforme la enfermedad avanza. Del lado de Hopkins, desde El silencio de los inocentes (escalofriante largometraje donde encarnó por primera vez al asesino Hannibal Lecter) que no lograba aprobación unánime de la crítica al punto de conmover hasta las lagrimas. Reconocimiento más que merecido para uno de los actores más versátiles que tiene Hollywood. El Padre está pensada desde una belleza espectacular con el superlativo análisis del desequilibrio psicológico por el que transita el personaje. Estruja el corazón y se gana el llanto de los más escépticos. Por donde se la analice brilla, razón primaria para no dejar de verla.
En lenguaje chimentero, una primicia jugosa La película de Maxi Gutiérrez critica las frivolidades de la televisión basura empleando la sátira y el ingenio para presentar una historia atrayente en la pantalla grande. Existe el periodismo de Espectáculos y el periodismo de chimentos. Si el primero se dedica a indagar, comunicar y analizar las novedades y fenómenos de todo el amplio espectro cultural, el segundo representa lo que se conoce como televisión basura. Los magazines de archivo -para muchos, la cloaca del oficio- y quienes los integran, conductores y opinólogos vanidosos, cuya única misión es perseguir primicias inmiscuyéndose en las vidas de las celebridades de turno, son el objeto de crítica de La panelista. El director Maxi Gutiérrez logra una notable sátira llena de personajes fácilmente reconocibles y le da la oportunidad a Florencia Peña de explorar un registro diferente a los usuales roles cómicos con los que se ganó a su público. Marcela Robledo (Florencia Peña), panelista de Imprudentes -un programa de chimentos con clarísimos guiños al histórico Intrusos- descubre una noticia que puede cambiar la historia de la televisión, desenmascarando la doble vida del respetado galán Osvaldo Lebló (Diego Muñoz). Está a punto de perder su lugar en el panel y ésta es su oportunidad de evitarlo. Pero su compañero Ricardo Toledo (Diego Reinhold) quiere dejarla fuera de la primicia. La ambición ciega a Marcela y la lleva a cometer un atroz delito que la convierte en protagonista de una pesadilla digna del prime time. En el drama televisivo los horrores se magnifican con efectos de sonido, las emociones se fingen, la ficción se confunde con la realidad, los protagonistas usan máscaras de frivolidad y el único jefe es el rating. Maxi Gutiérrez entiende a la perfección la dinámica carnicera del medio llevándola a una parodia humorística con tintes de thriller. Combinación refrescante a la que pocos cineastas se le animan; uno de los más reconocidos en la materia es Alex de la Iglesia. Lejos de los personajes estereotipados que le marcaron una sólida trayectoria en la comedia, Florencia Peña ofrece una lograda interpretación en la que aflora su costado dramático permitiéndole humanizar a su personaje, minoría en una industria históricamente varonil. A Peña se le un talentoso elenco entre los que se destacan Campi (en un simil Paulo Kablan del periodismo de investigación) y Favio Posca, con su divertido histrionismo característico. En lenguaje chimentero, La panelista es una primicia de lo más jugosa.