La figura de Francois Vidocq ha sido llevada al cine una decena de veces, siendo una de las más conocidas la que encarnó Gérard Depardieu, hace casi 20 años. Quien ahora lo interpreta en El emperador de París es Vincent Cassel, a quien el realizador Jean-Francois Richet (primer film que se estrena en Argentina) dirigió en tres oportunidades. Vidocq fue un legendario famoso ladrón, que se evadió varias veces de la cárcel. De hecho se lo ve al principio cuando otros reclusos lo reciben en un barco-prisión con un irónico “bienvenido a bordo”. Allí conoce a Nathaniel de Wanger (August Diehl, visto en la nueva de Malick en Cannes) y juntos escapan. Es necesario ubicarse temporalmente en la historia, ya que estamos a principios del siglo XIX en momentos en que Napoleón acaba de coronarse Emperador, a sólo quince años de la Revolución Francesa. Vidocq adoptará una nueva personalidad como un mercader de telas inglesas en Paris. Conocerá a la joven Annette (Freya Mayor), con la que convivirá por un tiempo pero será detenido y acusado de un crimen que niega haber cometido. Allí comienza otra historia (real) ya que, luego de otro escape y captura, negocia su libertad a cambio de una cooperación con la policía. Y las cárceles se van llenando, gracias a “su colaboración”, con malandras y ex compañeros de prisión. Entre lo más interesante y logrado del film está su disputa con Nathaniel, quien en algún momento le dice que ambos son “los emperadores de Paris”; algo que, como el título insinúa, no es lo que él piensa. También son interesantes varios personajes secundarios, que corporizan buenos intérpretes. La atractiva Olga Kurylenko es la baronesa Roxanne de Giverny, quien por su cercanía con las autoridades le ofrece conseguirle la “gracia” o perdón definitivo. Patrick Chesnais es Monsieur Henry, cuyo único desvelo parce ser conseguir que le otorguen la Legión de Honor. Pero las palmas se la lleva Fabrice Luchini, quien encarna a Joseph Fouché, un tremendo personaje histórico que, como pudo verificar este cronista recientemente, es (insólitamente) casi desconocido por los jóvenes franceses en la actualidad. Fouché fue Ministro de Policía de Napoleón I (Bonaparte), pero antes participó en la revolución de 1789, contribuyendo a que Luis XVI fuera condenado a la guillotina, al igual que Robespierre algunos años más tarde. Su tremenda habilidad para “darse vuelta” y quedar bien con el gobierno de turno (o sea, para la política) hizo que sucesivamente fuera “royaliste”, girondino, jacobino, defensor del Imperio napoleónico y finalmente (otra vez) de un rey, Luis XVIII. Stefan Zweig escribió la más famosa y lograda biografía (Fouché, el genio tenebroso), pero también Balzac en La comedia humana (Vautrin) y Victor Hugo en Los miserables (Jean Valjean) se refieren a esta figura que tan bien ilustra Luchini. A destacar finalmente la esmerada ambientación, el vestuario y los decorados que logra Richet de París, tal cual era hace casi dos siglos atrás.
La época en que aún existía la llamada “cortina de hierro” continúa teniendo fuerte presencia en el cine, como lo demuestran al inicio del Festival de Cannes dos películas destacables como Cold War, de Pavel Pawlikowski (Ida), y Leto (“verano” en ruso), del menos conocido Kirill Serebrennikov. Leto transcurre en San Petersburgo -entonces Leningrado- a inicios de la década del 80, cuando el rock y el punk en inglés eran manifestaciones musicales virtualmente prohibidas en la Unión Soviética de Brezhnev. El formato del film se acerca mucho al de un documental, pese a que existe una leve trama que se estructura alrededor de la pareja de Mike (Roma Zvery) y Natacha (Irina Starshenbaum), sin dejar afuera a la banda de rock del primero (de nombre Zoopark). A esto se agregará Viktor (el actor germano-coreano Teo Yoo), un músico por el que Natacha sentirá un cierto atractivo, comunicándoselo a Mike. El centro de la película, no obstante, será la devoción de estos rockeros por sus pares de habla inglesa, con múltiples referencias a bandas y solistas famosos. David Bowie es probablemente uno de los más citados, y a los amantes de su obra se les permitirá deleitarse con una versión (en ruso) de “All the Young Dudes” (compuesta por Bowie e interpretada por Ian Hunter con los legendarios Mott The Hoople). Hay aún varias otras bandas y solistas evocados, como T-Rex (Marc Bolan), Talking Heads (David Byrne), Iggy Pop y Blondie. Menos afortunados resultan, al menos en el comentario de los músicos rusos, Duran Duran y, sobre todo, Lou Reed, a quien se lo califica en más de una oportunidad y en forma discutible de “arrogante”. De todos modos, en conjunto la banda sonora de Leto es poderosa, y si bien el grueso es en blanco y negro (curioso que también compongan la paleta de la mencionada Cold War), aquí sorprende por momentos el uso del color y de algunas animaciones psicodélicas. Además del énfasis en la música popular de la década del 70, el otro foco temático consiste en las restricciones del régimen soviético, así como en la propaganda que empleaba a su favor. Resulta irónico que Serebrennikov no haya podido venir a Cannes por estar actualmente bajo arresto domiciliario, a causa de supuestos delitos económicos. Se podría tal vez cuestionar cierta levedad con la que es presentado el conflicto de la pareja central. Pero este implica un reparo menor ya que la premisa central de Leto es que la buena música, cualquiera sea su género, prevalece por sobre toda barrera que se imponga a su difusión.
A la reducida y valiosa lista de realizadores iraníes conocidos en Argentina, conformada por Kiarostami, Majidi, Makhmalbaf padre e hija, Ghobadi, Panahi y Farhadi, se agrega ahora el nombre de VahidJalilvand. La decisión es apenas su segundo largometraje y como el anterior fue presentado en el Festival de Venecia, en la sección “Orizzonti”, ganando los premios a mejor director y actor. Pero además fue seleccionado por Irán para aspirar al Oscar a mejor película extranjera del año pasado. En ese sentido, su colega Asghar Farhadi se lleva las palmas al haber ganado dicho trofeo en dos oportunidades, con La separación y El visitante. En verdad la segunda película de Jalilvand, conocida con nombres muy diversos y todos acertados en otros países como Francia (Un caso de conciencia), Italia (La duda – un caso de conciencia) y su propio país (Sin fecha, sin firma), parece seguir la senda inaugurada por el realizador de Todos lo saben. La escena inicial resulta determinante en el desarrollo de la historia cuando el doctor Nariman, médico forense, es chocado lateralmente en plena ruta por un auto. La maniobra lo obliga a tirarse hacia la banquina embistiendo a una moto con cuatro pasajeros: un matrimonio y dos hijos pequeños. Uno de los niños, de ocho años, sufre un golpe en la nuca por lo que el médico sugiere al padre que lo lleve a un hospital cercano así como compensarlo por el daño de su vehículo. Sin embargo el progenitor (Moosa), de carácter irascible, rechaza sus propuestas. Pocos días después, cuando se entere en su propio establecimiento médico que el niño ha muerto, se desencadenará una serie de conflictos que tendrán al doctor (y al espectador) en vilo durante una hora y media. Alrededor de un número relativamente reducido de personajes, que además de los mencionados incluye a dos mujeres (la madre de la víctima y una médica colega que hizo la autopsia), se irán encadenando los eventos. Son el resultado de un muy sólido guion, uno de cuyos autores es el propio realizador. Se señaló anteriormente la ubicuidad hallable en los diversos títulos del film en el extranjero, puesto que la “duda” refiere a la duda de Nariman sobre la causa de la muerte y cómo ella le genera un “caso de conciencia”. El título argentino redondea lo anterior al referirse a la “decisión” que el forense tomará, ya próximo al desenlace. A lo largo de la trama se irán planteando variadas situaciones, generalmente protagonizadas por una dupla de personajes; estas duplas que irán alternándose a medida que la acción avanza. Por un lado, serán las discusiones y el ocultamiento de información entre el médico y su colega femenina, que conciernen la causa de la muerte del niño. Nuevamente el cine iraní nos sorprende al mostrarnos una faceta -la libertad con la que la mujer se expresa y enfrenta a su colega- no tan conocida. Por el otro lado, y como espejo de lo anterior, están los reproches que la madre del fallecido hace a su violento marido por cuestiones que se prefiere no develar. Cabe señalar que este matrimonio pertenece claramente a una clase menos acomodada que la de los otros dos personajes, lo que permite otra lectura del film más cercana a la crítica social. Habrá aún un tercer contrapunto entre el chofer de la motocicleta y un obrero de una precaria empresa alimenticia que desatará un nuevo conflicto, ahora policial. Llegados a este punto uno estaría tentado en apoyarse en la ley de Murphy, que seguramente muchos iraníes desconocen, cuando afirma que “si algo puede salir mal, saldrá mal”. Como en muchos otros films persas habrá un proceso judicial presidido por un funcionario cuya determinación parece tomada de antemano. La decisión está filmada en gran parte con tonalidades más cercanas a los grises que al color, acentuando de esta manera el carácter de los personajes. Hay varias escenas nocturnas que tornan hasta difícil alguna referencia geográfica fácilmente identificable, a diferencia de tantas producciones europeas y norteamericanas que privilegian sitios turísticos. Los intérpretes son mayormente desconocidos y todos brillantes. En Venecia quien ganó fue Navid Mohammadzadeh (Moosa), pero bien podría también haber sido galardonado Amir Aghaee (Nariman) o alguna de las actrices que los acompañan. Irán produce una cien películas anualmente. Luego de cinco años (1998-2002) en los que se conocieron varias obras Kiarostami, Majidi y Panahi, su presencia en las pantallas locales decayó marcadamente. Por suerte en los últimos años dicha cinematografía viene reapareciendo y es de esperar que la tendencia continúe, sin limitarse a los festivales de cine.
Sidonie-Gabrielle Colette nació en 1873 en Francia (Saint-Sauveur, Bourgogne) y falleció cuando ya había superado los ochenta años de edad. Colette: Liberación y deseo es una típica biopic aunque en verdad solo cubre la primera mitad de su vida, dada la multiplicidad y la riqueza de los eventos que marcaron su existencia. Sorprende que no haya sido la cinematografía francesa quien se ocupara de la vida de una de las más populares escritoras de dicha nacionalidad. Y en verdad, entre los escasos reparos que se le pueden hacer al film está el hecho de que se vea a la protagonista escribiendo en su idioma, aunque hablando en inglés. Se puede entender la concesión al haber recaído el rol en la muy inglesa Keira Knightley. No es, por otra parte, la primera vez que ella debe interpretar a un personaje de otra época. Ya lo había hecho con figuras reales (La duquesa; Ana Karenina) y de ficción (Orgullo y prejuicio; Expiación, deseo y pecado). La Keira Knightley que ahora vemos en pantalla es una actriz que ha madurado, no tanto física como interpretativamente. Y es que el personaje real de la célebre escritora de las cuatro novelas con un mismo personaje (Claudine) desbordó por su carácter y personalidad en la primera mitad del siglo pasado, cuando aún la liberación de la mujer era fuertemente rechazada por las sociedades machistas de la época. Su temprano casamiento con Willy (un Dominic West virtualmente irreconocible tras su espesa barba) se produjo cuando ella todavía no conocía los detalles de la vida mundana y extraconyugal de su marido. Pero incluso más grave y difícil de soportar le resultaba tener que actuar de ghost writer en las novelas fuertemente autobiográficas que se publicaban bajo el nombre del esposo. Cuando uno investiga la personalidad del que en verdad fue “más un empresario literario que un escritor”, en palabras de un amigo de la infortunada joven, descubre que era un personaje vil, algo suavizado en la versión fílmica que entrega el director Wash Westmoreland (codirector con Richard Glatzer de Siempre Alice, aquí coguionista). Lo que en cambio parece ser fiel a la verdad es la actitud que Willy adoptó frente a la bisexualidad de su cónyuge. En realidad solo era celoso cuando algún hombre la merodeaba, pero en cambio toleraba -casi podría decirse que alentaba- los vínculos femeninos de Colette. Los personajes de Missy, marquesa de Belboeuf, y de Georgie Raoul-Duval efectivamente existieron y las escenas lésbicas están filmadas sin ningún tipo de concesión, encontrándose entre los logros mayores de la obra. Otro aspecto que sobresale es la reconstrucción de la vie parisienne en la primera década del siglo pasado, plena Belle Époque. El célebre y más que centenario Moulin Rouge luce al tono de como seguramente se mostraban en dicha época los espectáculos de music hall, de los que la protagonista era adicta. El mimo Georges Wague efectivamente fue su coach, destacándose una escena en que ella representa una obra ambientada en el antiguo Egipto. La música fue compuesta por Thomas Ades y en la banda sonora se escucha una pieza de Erik Satie muy utilizada en el cine (“Gnosiennes N° 1”). Menos interesantes resultan las secuencias en la casa de campo. Mientras vivía allí, Colette aún creía en la generosidad de su marido, quien se la pasaba con amantes. Pero como bien le advierte Missy cuando le dice que “Willy te da mucha libertad pero en verdad te pone una correa larga”, luego se confirmará que nada era lo que parecía. El divorcio llevó varios años y de ello y muchas cuestiones más el espectador se entera por los títulos finales. Lo que no está en la película son los últimos cuarenta años de vida de la escritora, que decidió abandonar a Claudine y escribir La vagabunda, primera obra que lleva su firma y donde se describe su época de vaudeville. Seguramente se refirió en esa novela a la situación que vivió cuando en una representación teatral (que sí está en la película) protagonizó una escena subida de tono para la época. La misma terminó con un público airado que la increpó con palabras como “degenerada” y “homosexual”. Para quienes se interesen en detalles de los últimos años de Colette vale señalar que se casó dos veces más y que su obra más famosa, no mencionada, es Gigi, que tuvo una primera versión francesa en cine. Luego pasó al teatro con una actriz aún poco conocida que ella seleccionó (una tal Audrey Hepburn) para finalmente convertirse en un film ganador de nueve Oscars, dirigido por Vincente Minnelli con Leslie Caron y Louis Jourdan en 1958. Colette había muerto tres años antes…
Fruto de una feliz coincidencia en Moscú resultó la reunión con Alexei German Junior (Mladshii, en ruso), director de Dovlatov. En la siguiente nota se han incorporado parte de las observaciones y respuestas a varias preguntas, que muy gentilmente accedió a responder el realizador. En verdad el encuentro se produjo gracias a la intervención de Anton Dolin, uno de los más prestigiosos críticos del cine ruso, autor de varios libros incluyendo uno que contiene una extensa entrevista con Alexei German (Senior). La ocasión fue un homenaje al progenitor, quien falleció hace cinco años cuando casi había terminado de filmar Qué difícil es ser un dios, su sexto y último largometraje. Solo faltó agregar una parte del sonido, tarea de la cual se ocupó su hijo. En la hermosa sala Oktiabr (en la avenida Arbat) se proyectó la versión completa de tres horas de duración, con la presentación por parte del hijo de una obra basada en el célebre libro homónimo de los hermanos Strugatzky (los amantes de la ciencia ficción y cinéfilos los recordarán respectivamente por las novelas Picnic extraterrestre y Stalker; esta última inspiró el film de Tarkovsky). Sergei Dovlátov fue un célebre escritor nacido en la ex Leningrado (hoy, San Petersburgo) que tuvo problemas con el régimen soviético al ser un manifiesto disidente. Aún hoy, como señaló el director, se lo sigue leyendo mucho, inclusive entre los jóvenes rusos. Al preguntarle cuándo empezó su interés por el escritor, indicó que ya desde chico su padre lo conocía pues vivía muy cerca, a menos de dos kilómetros de distancia. Pero fue sobre todo la hija de Dovlátov quien influyó en la decisión de filmar, aunque a ella le interesaba más que se enfocara la obra literaria paterna. Alexei Jr. prefirió pergeñar un relato biográfico, como resulta evidente de la visión de su film. En la película se nombran numerosos escritores extranjeros como Erich Maria Remarque, Gunther Grass, Heinrich Böll, Franz Kafka y Hans Fallada, tales eran los autores preferidos de su padre y de la generación a la que pertenecía. También hay un personaje poco conocido por nuestras latitudes, que sin embargo fue premio Nobel de Literatura. Se trata de Iosif Brodsky, quien optó por el exilio. La nómina de los autores rusos mencionados incluye a Nabokov, Sholojov, Yevtushenko y Solyenitzin, entre otros. Cuando Dovlatov se estrenó en Rusia la crítica no fue unánime y una parte objetó la imagen gris y sombría que presentaba de la ciudad de Leningrado. Pero el realizador se defendió señalando que su intención no era transmitir un mensaje antisoviético, sino más bien describir la ciudad tal cual él la conoció en su juventud. Otra objeción fue la utilización de actores mayormente no rusos en los roles centrales, incluyendo los del propio protagonista, interpretado por el serbio Milan Maric, y su esposa Elena, a cargo de la actriz polaca Helena Sujecka. Nuevamente justificó su decisión enfatizando que pasaron por el casting mil candidatos y que se limitó a elegir los mejores, independientemente de su nacionalidad. La rica banda sonora, en tanto, incluye la canción “Bésame mucho”, muy popular aún hoy en día en Rusia. El film es el quinto dirigido por Alexei German Jr. (y el primero que se estrena en Argentina). Fue presentado en el último Festival de Berlín y todas las obras anteriores del director compitieron en Festivales Clase A (Venecia, Berlín) hasta el presente. Algunas de esas obras se vieron en el Festival de Mar del Plata y en el BAFICI, y ante la pregunta de si estaba enterado del estreno en Argentina respondió afirmativamente, comentando que estaría interesado en visitarnos en el futuro. Actualmente está completando los últimos detalles de su próximo film, ambientado en el primer año de la Segunda Guerra Mundial. Afirmó que sus personajes centrales serán pilotos aéreos, aunque no será un típico film de guerra con profusión de aviones y tanques. Nota: de Alexei German (Senior) se estrenó en nuestro país Mi amigo Iván Lapshin, que al igual que el resto de sus películas se vio en una retrospectiva de su obra en el Festival de Mar del Plata de 2014. Allí incluso se proyectó Qué difícil es ser un dios (hubo una versión anterior del alemán Peter Fleischmann, estrenada en Argentina como El poder de un dios).
El tema del nazismo mantiene una vigencia notable, pese a haber transcurrido más de setenta años desde el final de la Segunda Guerra. La cantidad de libros anualmente publicados a nivel mundial sobre sus diversas variantes (el conflicto bélico, el Holocausto, etc.) no muestra señales de agotamiento. Otro tanto ocurre con el cine, particularmente en países donde mayor fue la ferocidad nazi (Polonia, Hungría, la ex Checoslovaquia, la propia Alemania). El intérprete es la primera película del realizador eslovaco Martin Sulik que se estrena en Argentina. De sus diez largometrajes de ficción, la mitad la realizó en los 90. Hacia fines de la siguiente década pareció cambiar su orientación hacia el documental. En uno de ellos, conocido como 25 de los ’60. La Nueva Ola checoeslovaca, entrevista durante tres horas a la mayoría de los grandes directores de dicha generación (Milos Forman, Vera Chytilova, Vojtech Jasny, Ivan Passer, etc). También a Jiri Menzel, aquí nombrado separadamente porque tuvo además una importante carrera como actor. A sus 80 años, Menzel vuelve como Ali Ungar, uno de los dos personajes centrales de El intérprete. Valga señalar que se trata de una coproducción entre Eslovaquia, la República Checa y Austria, y que de este último país es Peter Simonischek, el otro protagonista de esta especie de road movie por los tres países señalados. Simonischek es sobre todo un gran actor teatral, aunque su increíble interpretación en Toni Erdmann (Marian Ade), presentada en el Festival de Cannes de 2016, le brindó reconocimiento mundial. Aquí compone a Georg Graubner, hijo de un temible oficial nazi. Un día, Georg recibe la visita de Ali. Portando una pistola para vengar la muerte de sus parientes judíos, el visitante se sorprende cuando el hijo le informa que su padre ha fallecido. Pero no termina allí la relación entre ambos ya que Georg, curioso por conocer más acerca de su padre, le propone a Ali (de profesión intérprete) pagarle para acompañarlo y traducirle la documentación y los relatos de posibles sobrevivientes en los lugares donde aquel sembró el terror. Durante el viaje en el auto de Georg se irán perfilando las casi opuestas personalidades de estos hombres, como cuando los acompañan dos mujeres más jóvenes. Allí el entusiasmo y la avidez del conductor contrastan con la reticencia de Ali, viudo desde hace varios años. Uno de los temas -casi podríamos decir “mitos”- del nazismo es aquí tratado con seriedad y profundidad. Ese tema es la postura de los descendientes de combatientes del Tercer Reich frente a las barbaridades cometidas por sus progenitores. Resultan sobresalientes las performances de ambos actores e incluso de secundarios como Zuzana Maurery (La maestra) y otros que son desconocidos en nuestro país. En el caso de Menzel es imprescindible recordar su prolífica carrera como realizador, empezando por Trenes rigurosamente vigilados, ganadora del Oscar al mejor film extranjero de 1967. Otras de sus obras notables son Alondras en un hilo, Mi dulce pueblito y Aquellos buenos viejos tiempos, todas estrenadas en Argentina. Sorprende la mediana calificación de los principales matutinos, asignándole un puntaje de 3 sobre 5, e incluso la decisión de algunos de ellos de no publicar la crítica el día mismo del estreno. Es interesante finalmente señalar la recurrencia y vigencia del tema central del film, que aparece en otras buenas producciones recientes de países de Europa del Este como 1945, Ida y alguna programada en el actual 5° Festival de Cine Polaco.
Dada la enorme riqueza que tuvo la vida de Stefan Zweig, no resulta posible representarla acabadamente en una única película. Así lo debe haber entendido Maria Schrader, más conocida como actriz (Nadie me quiere, ¿Soy linda?, Aimée & Jaguar) que como realizadora. Stefan Zweig: Adiós a Europa es apenas su tercer largometraje y está centrado en los últimos seis años de la vida del notable escritor austríaco, famoso por su biografías (María Antonieta, Fouché, Magallanes, Erasmo y muchas otras). Dividida en cuatro partes, más una corta introducción y un epílogo, lo muestra a partir de 1936 cuando visita por primera vez América del Sur en setiembre de dicho año. Y es nada menos que en Buenos Aires que se desarrolla el primer episodio, cuando tuvo lugar la 14° reunión del entonces célebre PEN Club Internacional (Pensadores, Ensayistas y Novelistas). En dicho evento convergieron diversas posiciones políticas como la del profascista Filippo Marinetti, la de los fuertes opositores al nazismo Emil Ludwig y Victoria Ocampo y las menos definidas del hermético poeta Giuseppe Ungaretti y del propio Zweig, como bien lo muestra el film. En uno de los discursos se pronuncian los nombres de famosos intelectuales alemanes, no todos judíos, que debieron o decidieron abandonar su país, entre los cuales se cita a Walter Benjamin, Thomas Mann y sus hermanos, Bertold Brecht, Erich Maria Remarque y Einstein. El clima de tensión reinante en Buenos Aires está bien logrado y la reproducción histórica resulta acertada, con una muy buena caracterización del actor Josef Hader, que mucho se parece al escritor vienés. La película da un salto de cinco años y se posiciona en Bahía, en una visita a un predio donde se cultiva la caña de azúcar. Ya lo acompaña su segunda esposa, Lotte, y quien hace de guía es un personaje probablemente ficticio (Victor D’Almeida), a quien da vida nuestro Nahuel Pérez Biscayart (Lulu, 120 latidos por minuto). La inserción de este capítulo no es caprichosa, sino una explicación de los motivos que lo llevaron a mudarse a nuestro vecino país, pues, como él mismo afirmaba, “Brasil es el país del futuro”. Ya en la introducción se ve la recepción que le brindaron en una comida, donde acudió la hija del presidente Getulio Vargas. Uno de los momentos más trascendentes de la película es aquel en que (también en 1941) visita Nueva York y reencuentra a su primera esposa, Friderike von Winternitz. Lo que no se menciona es que fue ella quien años antes había contratado a Lotte como dactilógrafa para la redacción de sus libros. Y lo que este cronista opina y pudo investigar es que de no haberse separado de Friderike (Fritzi), quizás muy diferente hubiese sido el destino de Zweig. La excelente Barbara Sukowa, vista en tantas películas de Margarethe Von Trotta (Las hermanas alemanas, Rosa Luxemburgo, Hannah Arendt y la banalidad del mal) logra transmitir la clase de Friderike (por cierto, ella escribió sin ningún rencor no una sino dos biografías, la segunda con muchas fotos). El cuarto episodio y el epílogo transcurren en Petrópolis (cerca de Rio de Janeiro) y ya se lo ve poco motivado por vivir y angustiado por la Segunda Guerra Mundial. Reencuentra a su amigo Ernst Feder y vive cerca de la casa de Gabriela Mistral. Ellos serán algunos de los testigos de su trágica muerte. La película cierra con el célebre texto de su última carta (verdadero testamento) a la cual alude el título original del film (Antes del amanecer). Es probable que Stefan Zweig: Adiós a Europa motive a algunos de los espectadores a conocer más sobre su vida. Para ellos se recomienda la lectura de El mundo de ayer (su autobiografía) y Morte no paraíso (en portugués) de Alberto Dines, el mayor especialista (y amigo) de Zweig en nuestro continente.
Las películas italianas parecen estar recuperando un lugar destacado en los últimos años. En el caso de Argentina, hasta la década del 70 los films del país peninsular siempre ocupaban un sitio de privilegio junto a la producción norteamericana y, con cierta intermitencia, la local. Francia ha venido desplazando a su vecino país en cantidad de estrenos. En los últimos diez años, el promedio de estrenos italianos alcanza apenas la decena frente al doble de los franceses. Sin embargo, a nivel de producción ambos países presentan valores similares, superando levemente los doscientos títulos por año. La reciente quinta edición de la Semana del Cine Italiano presentó diez películas con la buena noticia de que más de la mitad tenían asegurada su distribución local. A la recientemente estrenada Los oportunistas (The Place) de Paolo Genovese (quien nos visitó y adquirió celebridad con la primera versión de Perfectos desconocidos) se agrega ahora Amigos por la vida (Tutto quello che vuoi), de Francesco Bruni. Es su tercera realización tras Scialla (2011) y Noi 4 (2014), no estrenadas en nuestro país. Este director nacido en Roma en 1961 es sin embargo algo conocido entre los cinéfilos por su larga trayectoria como guionista. Lo fue de directores como Mimmo Calopresti en su notable Prefiero el rumor del mar (2000) y sobre todo de Paolo Virzí, ya que fue copartícipe de todas sus películas hasta el año 2013 inclusive (once títulos). De Virzí se recuerdan entre otras Caterina en Roma, La prima cosa bella y más recientemente El capital humano. “Tutto quello che vuoi” es una frase del poeta Giorgio Ghelarducci, un anciano afectado de Alzheimer, en una fase poco avanzada del mal. Quien lo interpreta es Giuliano Montaldo, más conocido como director de notables obras como Sacco y Vanzetti y Giordano Bruno (ambas con Gian María Volonté), sin olvidar El hombre de los anteojos de oro, con un inolvidable Philippe Noiret. A Giorgio le asignan en carácter de acompañante (“ragazzo di compagnia”) a Alessandro, un joven de 22 años que apenas terminó el secundario y ni piensa en ir a la Universidad o buscar trabajo. Quien lo presiona es su padre Stefano (Antonio Geraldi) con la amenaza de echarlo de casa si no acepta la tarea. Alessandro habita en el Trastevere y tiene un grupo de amigos que en mucho se le parecen aunque uno de ellos, Riccardo (Arturo Bruni), tendrá con él una vinculación especial (a no revelar). Lo notable es cómo la historia progresa sin sentimentalismos, creando una ligazón entre dos seres de tan diferente edad y formación intelectual. Giorgio no se siente en nada invadido cuando su cuidador trae a sus tres amigos a su casa. El anciano tiene momentos de confusión debido a su afección, pero está suficientemente lúcido como para convencerlos de partir en busca de un supuesto tesoro. Giorgio lo habría escondido durante fines de la Segunda Guerra Mundial en la frontera entre la Toscana y la Emilia-Romaña en los Apeninos (Corno alle Scale) y apenas al norte de Pistoia. Y allí partirán convirtiendo la trama en una road movie, generándose momentos graciosos y otros más dramáticos, como cuando el poeta pareciera recuperar la memoria (al fin de cuentas, eso es lo que insinúa el título en italiano). La película de Bruni es en parte autobiográfica, como él mismo lo reconociera en entrevistas durante el Festival Internacional de Cine de Bari, donde tuvo lugar la premiere mundial y donde señaló que el personaje de Giorgio está libremente inspirado en la figura de su progenitor. Señalemos de paso que tanto su esposa, la actriz Raffaella Lebroroni (Laura) como uno de los hijos, Arturo Bruni, actúan en el film. Amigos por la vida ganó dos David de Donatello para sendos actores principales y tres Nastri d’Argento, premios otorgados por el Sindicato Nacional de Periodistas de Cine. Argentina es uno de los primeros países donde se estrena y es probable que ello contribuya a hacer conocer mejor una cinematografía en franca recuperación, como también lo confirma la presencia fílmica italiana en el último Festival de Cannes. “Tutto quello che vuoi e fu quello il saluto, tutto quello che voglio alla fine l’ho avuto”…
Cuarteto de personajes con más de un triangulo El cine de Woody Allen se ha caracterizado casi siempre por el rol central y relevante de algún personaje femenino. Hubo una época lejana en donde la actriz que la interpretaba era siempre la misma, primero fue Diane Keaton y luego Mia Farrow. Pero cuando la relación con esta última terminó bruscamente (para decirlo de manera suave) a principios de los ‘90, comenzó una nueva etapa en su filmografía que coincide con su decisión de dirigir estrictamente una película por año. Todo esto viene a colación de que si uno repasa los films de los últimos 25 años comprueba que casi todas las grandes intérpretes femeninas han participado en alguna oportunidad (muy a menudo una sola vez) en una de sus películas. Este mecanismo de alternancia hizo que ahora la elección recayera en Kate Winslet, precedida recientemente por Kristen Stewart, Emma Stone (dos veces) y Cate Blanchett. Es justamente el personaje en “Blue Jasmine” (homenaje a la Blanche Dubois de la célebre obra de Tennessee Williams) el que más se acerca a la Ginny (Winslet) de “La rueda de la maravilla” (“Wonder Wheel”). Ambientada en la década del ’50 en Coney Island, donde ella trabaja de moza (mesera), su vida es un caos. Casada con Humpty (Jim Belushi), un hombre simple como lo es su trabajo en la rueda gigante (“vuelta al mundo”) y con predisposición al alcoholismo, añora su época de actriz. Pero todo cambiará cuando entren en escena los restantes intérpretes del cuarteto. Por un lado la aparición de Carolina (Juno Temple), a quien su padre no veía desde hace varios años y que, al ser buscada por unos gangsters, el progenitor acepta resguardar. Y por el otro un joven salvavidas (Justin Timberlake), que a su vez hace de narrador, con pretensiones de escritor. No es casual que su ídolo sea Eugene O’Neill, en otro homenaje de Woody a un escritor admirado. Hay varios elementos a destacar en la película número 47 del gran director de “Manhattan”, donde el guion de su autoría resulta ser el sostén mayor de su nuevo opus. A ello se agrega la elección de Vittorio Storaro (ya estaba en la inmediatamente anterior “Café Society”) en un puesto que ocuparan en el pasado grandes directores de fotografía como Vilmos Szigmond, Sven Nikvist y sobre todo Carlo Di Palma. Pero es principalmente la notable interpretación de Kate Winslet la que definitivamente saca a flote a “Wonder Wheel” pese a cierta teatralidad en algunas escenas y a las actuaciones menos logradas de los personajes masculinos. Basta recordarla en su debut en “Criaturas celestiales”, su consagración en “Titanic” o su Oscar en “El lector” y pensar que esas son apenas tres de las más de treinta películas en sus veinte años de carrera cinematográfica. Si bien la película presenta más de un triángulo, que preferimos el espectador descubra aunque alguno es fácil de imaginar, hay también un quinto personaje que resulta toda una incógnita. Se trata del pequeño hijo de Ginny, que podría tildarse de piromaníaco y que aunque no textualmente remite a algún recuerdo de la infancia (acaso autobiográfico) del propio Woody. No puede ignorarse que Coney Island está en Brooklyn, lugar donde se crio y a cuya montaña rusa subió más de una vez.
A diferencia del resto del mundo en Argentina no es un notable éxito de público Los diversos capítulos de “Star Wars” comienzan con el clásico “Hace mucho tiempo, en una muy, muy lejana galaxia…”. Parodiando dicho título podríamos decir que: “Hace mucho tiempo, en nuestras salas cinematográficas”…se estrenaba la primera “La guerra de las galaxias”, dirigida por George Lucas. Fue exactamente hace cuarenta años en 26 cines, cinco de la Capital Federal, ninguno de los cuales ya existe: Iguazú, Luxor, Santa Fe 1, Lorena y Losuar. En apenas una semana el quinteto recién nombrado llevó cien mil espectadores con un promedio por sala significativamente superior al de las cuatrocientas que este año en idéntico periodo totalizaron 300 mil espectadores. “Star Wars: Los últimos Jedi” no tuvo un arranque brutal y ya en los primeros dos días de su segunda semana cayó más de un 50% en la recaudación con lo que quizás no llegue a integrar el club de las trece que hasta ahora durante 2017 han superado el millón de espectadores. Muy diferente es el panorama en los Estados Unidos y el resto del mundo donde la recaudación ya superó holgadamente los 500 millones de dólares. La tercera y no última trilogía de (hay proyecto de una cuarta) “La guerra de las galaxias” debería completarse con el Episodio IX dentro de dos años. La primera película del 1977 es en realidad el capítulo IV de la saga cuya trilogía se completó con “El imperio contraataca” (1980) y “El retorno del Jedi” (1983), dirigidas respectivamente por los fallecidos Irvin Kershner y Richard Marquand. Estos primeros tres films fueron reestrenados mundialmente, también en Argentina, en 1997 en versiones remasterizadas y con agregado (menor) de nuevos efectos especiales. La segunda trilogía, dirigida toda por George Lucas, al ser precuela de la anterior, hizo que sus episodios llevaron la numeración uno (I) a tres (III). Se estrenaron en 1999, 2002 y 2005 y se conocieron respectivamente como “La amenaza fantasma”, “El ataque de los clones” y “La venganza de los sith”. Fueron de menor a mayor en calidad y tuvieron sobre todo el mérito de explicitar las relaciones familiares como por ejemplo porqué Anakin Skywalker se convirtió en Darth Vader, entrenado en el lado oscuro de la Fuerza. También fueron apareciendo varios personajes como los robots R2-D2 (Arturito) y C3 PO (Citripio), Chewbacca (el copiloto de Han Solo) y el maestro Yoda, un elfo de 800 años, que daba entrenamiento físico y mental a los Jedi. La tercera y hasta ahora última trilogía se inició muy auspiciosamente en 2015 con el episodio VII, dirigido por J.J. Abrams y conocido con “El despertar de la fuerza”. Por un lado incorporaba varios nuevos personajes, que vuelven a aparecer ahora en “Los últimos Jedi”, dirigida por Rian Johnson. Rey (Daisy Ridley, también vista en “Asesinato en el Expreso de Oriente) es hija de Luke o sea una Jedi, que de juntar chatarra pasa a conducir la resistencia contra los malvados de la Primera Orden. Estos son liderados por Snoke (el versátil Andy Serkis) a quien responde el ambiguo Kylo Ren (Adam Driver, actor de “Paterson”). También están del lado de los “buenos” el piloto Poe (Oscar Isaac) y Finn (John Boyega). Si en el Episodio VII el que reaparecía con fuerza era Han Solo, en impecable caracterización de Harrison Ford, aquí es Mark Hamill como Luke Skywalker el que asume uno de los principales roles protagónicos. También vuelve a hacerlo Carrie Fisher como la princesa Leia Organa, aunque en este caso es su rol póstumo ya que falleció hace un año y a ella va dedicada la película. Otras incorporaciones menos logradas son la de Laura Dern y Benicio del Toro (un hacker) en personajes menos atrayentes, sobre todo el femenino. Las dos horas y media de duración (es el episodio más extenso de todos) se sienten sobre todo hacia la mitad del film cuando Rey se encuentra con Luke en una isla, donde también “irrumpe” Yoda. En cambio hay muy buenas escenas de acción como la primera y extensa batalla donde se aprovechan al máximo los efectos especiales Y resulta un placer volver a reencontrar a caros personajes como Chewbacca (Chewy) y los robots “Arturito” y “Citripio”. En resumen, sin alcanzar el nivel de la inmediatamente anterior “El despertar de la fuerza”, “Los últimos Jedi” no defrauda aunque es probable que su carrera comercial en Argentina no sea todo lo brillante que se podía esperar. Pero para Buena Vista, que adquirió Lucasfilms desplazando a Fox en la distribución desde hace unos años, a nivel mundial el éxito está asegurado, Y curiosamente hace pocos días el sello de Disney compró a la mayoría de los estudios de la Fox, con lo que tarde o temprano hubiese sido el distribuidor de los próximos capítulos de “Star Wars”.