El mundo pugilístico dio frutos para todos los gustos en el cine argentino. Desde el personalísimo revisionismo histórico de Favio en Gatica: El Mono, hasta el producto comercial simil televisivo de La Pelea de Mi Vida, entre otras especies en donde sobre todo el melodrama no fue ajeno. En su segundo opus de ficción, Hernán Belón vuelve sobre ese mundo de puños como herramientas de trabajo; pero no lo hace desde ninguna de las ópticas antes mencionadas. Poniendo el foco en los momentos en que el boxeador se baja del ring, observando el entorno, y realizando un sutil recorrido por su psiquis. Quizás haya que recorrer otros deportes para trazar paralelismos; con parciales similitudes a la lograda El Cinco de Talleres; o en otras latitudes, y reconocer que en varios tramos nos hará recordar a Million Dollar Baby y la saga de boxeo por excelencia, Rocky. En definitiva, Belón no se traiciona y sigue un camino similar, aunque en otro ámbito, a su anterior largometraje El Campo. Ramón “El tigre” Ávila (Leonardo Sbaraglia) debe afrontar uno de los momentos más difíciles de su cerrera y de su vida, la última pelea, esa que lo lleva al retiro. Luego de ganar el título Sudamericano, es evidente que la edad pesa y es momento de colgar los guantes. Su familia cree que ahora “podrá” disfrutarlo más, e intentan emprender un negocio para mantenerse. Pero El Tigre todavía quiere rugir, pasa las horas en el gimnasio, entrenando como una adicción de la que no puede salir. Y esa adicción lo llevará a otra, que lo puede conducir a la ruina; conoce a Déborah (Eva de Dominici), una joven promesa del boxeo femenino, venida de Misiones, a la que apoyará deportivamente, y vivirá una pasión que pareciera no tener nada que ver con el amor, es solo fuego de descarga, sexual y violento a la vez. Ávila busca todos los momentos posibles para pasarlos en el gimnasio y estar con Déborah, quien también saca su rédito personal. Mientras tanto, el mundo que lo rodea se desmorona, lo pierde todo, a la familia, a los afectos, todo, menos ese micromundo de guantes que encuentra una “nueva posibilidad”, cuando el poco limpio intendente de la zona (Osmar Nuñez, en un roluy similar a de la telenovela Contra la Cuerdas) decida patrocinar unas peleas extras para atraer votos. Adaptada (muy libremente) por el propio director y Marcelo Pitrola del cuento homónimo de la venezolana Milagros Socorro; Sangre en la Boca es sexo, es furia, es revancha, y suciedad. No estamos frente a un film amable ni de superación convencional, si bien contiene varios de los clichés típicos de las películas de box, avanza más allá, para mostrar la violencia (no necesariamente física) abajo del ring. Adentrarse en la mente de una persona que debe(ría) abandonar lo que lo apasiona para comenzar un camino de regreso, de retiro. Apoyada en fuertes interpretaciones, tal como sucedía en El Campo (en la que también se recurría al sexo como escape furioso), el relato requería de una pareja que dejara todo delante de cámara, y los encuentra en Sbaraglia y De Dominici. No hace falta aclarar la capacidad camaleónica del actor de Caballos Salvajes, cada personaje que interpreta lo hace suyo, lo complejiza y adiciona una serie de tics nunca repetidos; todo es creíble bajo su piel. De Dominici recae en un personaje que desde la letra pareciera contener una serie de lugares comunes sobre los venidos del interior y la mujer deportista. Pero al apoyarse en su contraparte masculina se potencia y logra momentos convincentes, jugados, en donde la química es fundamental. La pareja es acompañada por una serie de secundarios todos correctos, aunque quizás necesitaron de un poco más de espacio en pantalla, sobre todo lo relacionado con su esposa y familia. Con mucho ritmo y una fotografía de luces y sombras que acompaña ese espíritu deportivo, con la suma de lo sucio más allá de lo sudoroso, Sangre en la boca compone un todo convincente que escapa a tópicos generales y trillados y ofrece más de un guiño inesperado. Tanto en el documental (es el hombre detrás de las muy recomendables Sofía cumple 100 años y Beirut-Buenos Aires-Beirut) como en la ficción, Belón demuestra ser un realizador atravezado por las emociones pasionales, que pueden ir desde la ternura, hasta lo más explícito de nuestros deseos a la hora de canalizarse. Antes que un film de género boxístico, Sangre en la boca es un film con una gran impronta personal.
Uno de los mejores directores de género de la actualidad y un subgénero con todos los ingredientes para crear tensión cuadro a cuadro; la ecuación solo podía sumar. Desde Jaws hasta la inminente y también recomendable In The Deep, los tiburones han sido el arma letal más utilizada para causar miedo desde el agua, con esa sensación de indefensa soledad e inferioridad. Olvidémonos de sub productos como Sharknado que apuntan a otro sector, salvo contadas excepciones, los tiburones (aunque sea en materia cuasi humorística) siempre han sido efectivos para el séptimo arte. Sumémosle a los escualos, un accidente, una protagonista con algún trauma, y un paraje olvidado y peligroso. Todo eso es Miedo profundo, la nueva película del director de La Huérfana y La Casa de Cera. El argumento es casi una premisa bien sencilla. Nancy es una surfista, residente en medicina, todavía traumada por la muerte de su madre, eximia surfista. En busca de reparar y cerrar una etapa, decide tomarse un tiempo para ella, sin previo aviso, y embarcarse en una playa perdida en México de la que nunca sabrá su nombre. Interacción idiomática algo fallida, el encuentro con otros dos turistas, un accidente al adentrarse más allá de donde debía. Un Tiburón la muerde, le hace perder su tabla, y así queda sola, perdida, y herida, en medio del mar, cerca de la costa, pero sin poder llegar a ella. Primero será una ballena muerta, luego una roca que depende de la marea para salir a flote, esos serán sus refugios del tiburón que la acecha sin tregua. Miedo Profundo es una muestra de que no se necesitan de grandes elementos para lograr un propósito efectivo. Sacando algunas participaciones esporádicas, aunque necesarias, prácticamente se vale de un solo personaje humano, una sola locación, y un tiempo que se va contando de a segundos. Habrá que sumarle una gaviota que funciona a modo del recordado “Wilson” de Cast Away, unas interacciones digitales originales y bien plasmadas (de la pantalla del celular y del reloj waterproof), el propio mar, y por supuesto ese tiburón hambriento que no la dejará escapar. Menos a veces es más, dicen, y aquí se cumple, porque con esos pocos datos, el guionista Anthony Jaswinsky (de quien la semana próxima veremos la impresentable Satanic, todo lo opuesto a esta) y sobre todo el director catalán Jaume Collet Serra logran un gran impacto. Sí, otra sería la película de haber cambiado de director. El guion si bien no defrauda y cumple con todo lo necesario (el desarrollo tiene algunas incongruencias lógicas, esperadas y hasta divertidas), pero es la puesta en escena la que gana el juego. No hay necesidad de apresurarse, con tonos soleados y celestes turquesas, aprovechando al máximo la locación, habrá tiempo para presentar al personaje, dejarlo interactuar, mostrar sus conflictos; como si fuese un veraniego film deportivo o una publicidad de bronceadores o cerveza en verano. Luego, progresivamente, se nos introducirá en el lado oscuro de esa playa, y en todas las posibilidades de supervivencia, que no son muchas. Como Nancy, Blake Lively, se ve más cerca de El secreto de Adeline que de la serie Gossip Girl. Soporta todo el peso del reato, una cámara que no la abandona, y la falta de otro humano en quien apoyarse. Del desafío sale airosa y nos hace creer su padecimiento, sin exagerar sus gestos, la vemos pasar por diferentes estadios, siempre convincente. Collet Serra guía a su protagonista, maneja el ambiente sabiendo qué mostrar y que no, recarga las tintas donde es necesario sin caer en el golpe bajo ni dejando las emociones de lado, después de todo es esta una historia de superación. Hay homenajes, muy buen ritmo, la música de Marco Beltrami que envuelve casi imperceptiblemente, y un montaje que se juega más por la pausa y lo metódico antes que por la convulsión. En el debe quedarán algunos detalles que necesitaron algo más de coherencia, y una decisión de suavizar la acción y dejar la sangre casi fuera de cuadro (salvo por una escena visceral pero que de todos modos juega más con el impacto de lo que siente el personaje que lo que realmente se ve) en pos de una calificación accesible. Nada demasiado grave como para impedir disfrutar del gran entretenimiento que ofrece esta película. De pretensiones escasas, y resultados bien logrados, Miedo Profundo, no llega a ser una gran película precisamente porque no busca serlo, porque prefiere el envase chico lleno de detalles; y porque sabe que con esos pocos recursos necesarios pisa más fuerte que otras competidoras más ampulosas. Un plato fuerte como para entrar a la sala con el vaso lleno de gaseosa, el balde desbordante de pochoclo… y no poder probar bocado por la tensión y el magnetismo logrado, quisiéramos gritarle todo a Nancy, brindarle ese auxilio que tanto pide.
¿Cuánto es el peso de un/los protagonista/s en película? ¿Puede una presencia importante salvar una propuesta? Tanto la comedia como los filmes de acción, deben ser los dos géneros en los que tener una figura, un comediante, un héroe, cobra mayor importancia ¿Pero alcanza solo con eso? Miremos un cas local, nuestros queridos Olmedo y Porcel, grandes comediantes indiscutidos, en la última etapa de sus carreras cinematográficas recayeron en filmes dirigidos por el inefable Enrique carreras, logrando resultados más que pobres. Algo similar, a otra escala, es lo que sucede en Un espía y medio. Comedias de rencuentros en los que el perdedor pasa a ser el triunfador y viceversa hay millones, lo mismo con las comedias en las que un ciudadano común y corriente termina convirtiéndose azarosamente en un policía o agente policial detectivesco, más aún, formando dupla con un agente real a modo Buddy Movie ¿Pero una película que combine los dos tópicos? Esa es la propuesta de la nueva película de Rawson Marshall Thurber (¿Quiénes son los Miller?, Pelotas en juego). Todo comienza con la historia de dos adolescentes en los años noventa; contrapuestos. Robbie Weirdicht es el obeso perdedor al que los populares no se cansan de humillar. Calvin Joyner es el más popular, al que mejor futuro le espera a la salida de la escuela; tanto que la propia institución lo toma como referencia durante la graduación, acto que es arruinado cuando los brabucones le jueguen la última broma a Robbie y lo expongan desnudo en medio del gimnasio. Pasaron veinte años de aquel hecho, cada uno hizo su vida, y la tortilla se dio vuelta. Robbie ahora es el musculoso Bob Stone (Dwayne “La Roca” Johnson, antes también era él, pero con el clásico traje de gordo), agente de la CIA, interesado en rencontrarse con su ex compañero de preparatoria Calvin (Kevin Hart), quien no pudo concretar ese destino que le auguraban y terminó como un contador que se siente fracasado en la vida. Contacto en Facebook, rencuentro para contar anécdotas – luego de las sorpresas del caso -, Calvin termina involucrado en un caso en manos de Robbie, quien necesita de sus habilidades para desenmascarar a un terrorista que pretende revelar la localización de todos los satélites estadounidenses secretos. La suma de los dos tópicos mencionados no logra hacer que la propuesta se eleve en cuanto a originalidad, lejos de ofrecer un mash-up que suene a nuevo, se ve como un argumento introducido dentro de otro, ambos plagados de todos los clichés que hace esfuerzo alguno por eludir. Los chistes/gagas pueden ser adivinados bastante antes de que ocurran, por lo que su efectividad resultará atada a cuánto espera el espectador reírse de algo que ya conoce. El argumento presenta demasiados baches y cuestiones que no cierran del todo bien aún para una trama policial leve típica de comedia; basando su humor casi en su totalidad en los contrapuestos físicos de ambos intérpretes. The Rock es alto y de músculos tallados, Kevin Hart es bajito (al lado de su parteneire parece enano y la cámara se esfuerza en mostrarlo como tal) y si bien no es obeso, tampoco tiene músculos además de ser bastante torpe. Todas las gracias que puedan imaginarse a partir de esta idea, van a estar. Por suerte, una inteligencia que mantuvo Thurber fue recargar los momentos humorísticos tanto de un lado como del otro. Es una regla que todo héroe de acción tendrá su comedia, Johnson ya tuvo su propuesta infantil en las fallidas (no por él) Tooth Fairy y Game Plan, además de mostrar su carisma en películas como Viaje 2 y Walk Hard. Por lo cual, dejar que sea él también quien aporte sustancia de comicidad le otorga una carta blanca al film. Hart lo acompaña bien, y aunque aquí todavía no se aun nombre fuerte, es un comediante probado y eficaz. Si bien entre ambos la química parezca algo extraña o forzada (quizás por esa diferenciación permanente que se hace), los trabajos de ambos son lo mejor de la propuesta. El dúo tiene que remontar una historia que funciona a medias y atrasa, que recae en chistes burdos innecesarios, y no da lugar a que los dos protagonistas se luzcan mejor ni aporta interesantes secundarios. Pasatista, graciosa, aunque quizás no para la carcajada, Un espía y medio es una película que no pareciera tener pretensiones de trascendencia, simplemente para relajarnos durante el rato de su duración, que pasa rápido y no se hace notar. Si no buscan nada los aparte de la monotonía, puede ser una propuesta correcta y hasta divertida, si buscaban nuevos horizontes, búsquenlos en estos actores, pero no en esta película.
La pequeña niña que vive en los verdes campos de los Alpes Suizos es probablemente uno de los personajes con más adaptaciones en la pantalla, cinematográfica, y sobre todo televisiva. Creada en el texto por la pluma de Johanna Spyri en 1880, no solo es una de las novelas infantiles más famosas, sino que impuso (junto a otras) el imaginario de una apacible vida idílica en contraposición al caos urbano. Quizás muchos recuerden al personaje no tanto por el libro, como por la serie de TV creada por el maestro Isao Takahata en los setenta, con su animación y música tan característica que la convirtió en un clásico inmediato y atemporal. Quizás a caballito de un nuevo resurgir del personaje gracias a la nueva serie animada francesa que aquí emite Disney Channel; nos llega una nueva versión de la historia para las grandes salas, con varias particularidades, no proviene de Hollywood, y logra una buena mixtura entre un estilo actual (que la puede asimilar a su heredera Annie) y un clasisismo de origen. Para bucear en los antecedentes de esta nueva versión llegada de Alemania y Suiza, habrá que remontarse no tan lejos a la letra de Spyri, ni tan cerca al animé de Takahata. La dorada Shirley Temple fue Heidi en los años treinta, y viendo los resultados del nuevo film, debe mucho a aquella película. La adorable Anuk Steffen es el personaje del título, una nena de cinco años, acostumbrada a la vida de campo en los Alpes, criada por su abuelo con un entorno que le es acorde en compañía de su amiguito Pedro. Más adelante aparecerá su tía Dete, quien decide que Heidi no puede seguir siendo criada por las costumbres del abuelo, al que considera salvaje; y decide llevársela a Frankfurth, a la civilización, para educarla, y para que cuide de Klara, postrada en una silla de ruedas. El alemán Alain Gsponer, que cuenta con una filmografía algo ignota por estos lugares, se encarga de la dirección en lo que claramente es un film de estudio aunque no provenga de EE.UU.. Dota al filme de todo lo necesario para que sea sumamente agradable ante una primera vista. La fotografía realza la grandiosidad de los Alpes, hay planos aéreos y abiertos que inspiran libertad, pero también cercanos para apreciar cada una de las travesuras de la pequeña. Cuando se traslada a la ciudad pierde algo de encanto visual, igualmente logar un interesante contrapunto con lo visto hasta ese momento. La historia se sigue con interés, con un ritmo que pueden seguir niños y adultos sin perderse ni aburrirse. Pero aquí es donde se diferencia de Spyri y hasta de Takahata. Estamos en presencia de una Heidi edulcorada, que no profundiza en ribetes que en la novela y el animé eran más trascendentales. La inocencia reboza por todos los poros e instala una sonrisa permanente y hasta toca alguna fibra para que alguna lágrima pueda rondar; pero a las ideas del abuelo frente a las ideas de la tía, y los padecimientos posteriores de la niña apartada de su eje, le falta peso; tal cual ocurría con el film protagonizado por Temple, pura ternura. Aún con esta flaqueza argumental que no depara mayores sorpresas, Heidi pareciera ser un producto a contrapunto de lo que hoy en día se ofrece para el público menudo, al que hay que abrumarlo con un frenesí de imágenes, gritos, y colores extremadamente fuertes para tenerlo cautivo. Se agradece que este film vuelva las cosas a su lugar, que se disponga a bajar un cambio sin volverse lento ni pesado. Del elenco, naturalmente destaca Bruno Ganz como el abuelo, derrochando talento, aunque sea consciente de estar frente a un film infantil y se disponga a media máquina expresiva. Steffen es un hallazgo, tiene todo lo que se le puede pedir al personaje, se gana el corazón del público sin hacer demasiado esfuerzo, y no parece ni acartonada ni incómoda, algo común en los actores pequeños. Siendo este su debut en pantalla, ojalá podamos seguir disfrutando de su inocencia. Colorida pero no chirriante, bella hasta el preciosismo, cálida y amena, simpática, esta nueva versión de Heidi es una propuesta más que interesante para la cartelera infantil, para que los adultos acompañemos y no padezcamos. A los admiradores de la obra original les faltará algo, notará una simpleza quizás excesiva, claramente este no es un producto pensado para ellos, apunta a las nuevas generaciones, y desde ahí sale triunfante.
Con sus cuatro films anteriores Marco Berger creó un universo que le es propio, con marcas distintivas y hasta referencias internas. Berger es catalogado como un director de cine LGBT – o gay –, quizás el de mayor renombre en el país; pero siempre aclaró, y adhiero, que su cine es en realidad universal, que habla de lo que a él le gusta, de su propia visión, de sus inquietudes, ¿No es eso acaso lo que hacen los grandes realizadores personales? El cine de Marco es humano, cálido, y profundamente romántico; escapándole a todo convencionalismo y cliché, romántico como la vida misma. A ese microuniverso “Bergiano”, el realizador invita en la co-dirección a un par suyo, Martín Farina, de la recordada Fullboy. Como una simbiosis destinada a darse, ambos tienen varios puntos en común en su cine; por lo que Taekwondo puede ser fruto de unión perfecta. A la historia, con guion de Berger, se le ven sus manos por todos lados. Germán acude a una invitación de Fernando para pasar unas vacaciones en una casa quinta alejada en Ezeiza. Ambos son compañeros en las clases de Taekwondo, y Fernando comparte esas vacaciones con otros amigos propios que German no conoce. Lo que Fernando “no sabe” es que en German hay otras intenciones, que tiene un plan (¿B?). German es gay, y está allí para tratar de confesarle sus sentimientos a Fernando, que quizás también sienta por Germán algo más que una amistad. Se expone la mirada como la de un mercenario, un visitante foráneo. German, que oculta (o no expone) su homosexualidad frente al grupo, llega a ese universo aislado, lleno de testosterona, sudor, y códigos internos de jóvenes machos. Ahí es donde se siente la mano de Farina. Si recuerdan los filmes de ambos directores, el director de Ausente es mucho más sutil, planos de roces, bultos tapados por calzoncillos, y juegos de doble sentido. Por el contrario, Fullboy hablaba expuestamente de la ambigüedad homoerótica en un mundo heterosexual, yendo de frente con los desnudos en primer plano como un ojo que espía la intimidad. La segunda opción es al que se ve en Taekwondo, matizada por el chichoneo Berger en tres personajes; sí, porque hay un tercero en discordia. El juego está servido desde la premisa para que cualquier director recaiga en los convencionalismos de la comedia romántica, con enrriedos y confusiones de todo tipo, situaciones risueñas y personajes sidekicks pintorescos. Bueno no, ni Berger ni Farina son cualquier director, y llevarán inteligentemente el agua para sus molinos. Con la envolvente musicalización de Pedro Irusta envolviendo el ambiente, Taekwondo vuelve sobre ese naturalismo tan típico al creador de Mariposa. Las cosas suceden como en la vida misma, con sus idas y vueltas, sus tiempos y sus inseguridades. Se habla de la nada y se habla de todo. Este completo mundo de hombres habla de sexo, de deportes, de compañerismo, y hasta de política, con planteos bien personales de quien se ubica detrás de cámara; mientras descansan, juegan, se miden, se emborrachan, se comportan irresponsablemente, y deserotizan el ambiente entre ellos. Es como cualquiera podríamos imaginarnos a un grupo de amigos pasando unas vacaciones soleadas aislados, aguardando una ocasional visita femenina… y en el que se cuela algún infiltrado. Paisajes naturales, inmensos ante el ojo de la cámara, una bellísima fotografía soleada que amplía el naturalismo, y que se anima también a la contraposición de sombras para lograr planos de una preciosura palpable. Todo en taekwondo nos habla de cierta ensoñación. También se aprecia una simetría perfecta, tanto en los primerísimos planos (de rostros y genitales), como en las secuencias más abiertas, nada está fuera de su eje, como una inmensa y móvil obra pictórica. Se ha acusado a Berger alguna vez de realizar siempre la misma película. Sin embargo, lo que podríamos decir es que juega con marcas que ya le son propias, y hasta se anima, otra vez, a referencias internas a su cine, como si estuviésemos como espectadores esperando que nos haga un guiño fiel; y tiene razón. Sin lugar a dudas Marco consiguió un grupo de seguidores que queremos verlo hacer su cine, eso que sólo él sabe hacer, abrirnos las puertas a su universo; y esta vez viene con la vista especial y adecuada de Farina. No es todo lo mismo. Si Plan B era una comedia romántica clásica y urbana; Ausente un thriller; Hawaii un drama de clases sociales; y Mariposa se animaba a la metafísica. Taekwondo es quizás la comedia que no se veía tanto en Hawaii, o la luminosidad rupestre que no estaba en Plan B; es un intermedio entre ambas, con ese decir del no decir, con esas miradas y gestos que lo expresan todo, y se suma el aporte fundamental de la pulsión sexual expuesta, la fuerza de la masculinidad que Farina ya había retratado desde el lado del documental. Taekwondo surgió de una suerte de tiempo muerto, de un proyecto que se cayó y las ganas de realizar algo. Algo similar a lo que sucedió con Hawaii, la película con la que estéticamente más comparte, y con los resultados más similares; quizás la que sus seguidores más halabamos. Berger es también un concreto director de actores, y aquí maneja con soltura a un grupo numeroso de intérpretes, encabezados por Gabriel Epstein y Lucas Papa, a los que quizás le falte algo de diversidad, todos con interpretaciones correctas, acordes a sus participaciones, mostrándose de modo natural y abierto. Farina y Berger nos presentan otro capítulo de sus placeres, las cuestiones que los movilizan, y nos convencen que detrás y delante de cámara sus filmografías estaban destinadas a cruzarse; bienvenida la unión potenciadora.
Instalado como director exitoso tanto en la televisión como en el cine; hay ciertas tendencias que parecen marcarse en la obra de Marcos Carnevale; las historias con gente que sufre alguna discapacidad o enfermedad grave en grado terminal; y la naturalización de una visión de clase, marcado en un ambiente de clase media acomodada – como mínimo en el mejor de los casos – desde donde pinta una suerte de costumbrismo sectorial. Por eso, no tiene que sorprendernos que una nueva versión del film francés Intouchables (2011) haya recaído en sus manos. Reza la segunda estrofa de la canción Amigos inmortalizada por Los Enanitos Verdes, “… No importa cuánto hay/En tus bolsillos hoy/Sin nada hemos venido/Y nos iremos igual… “No estaría siendo este el caso de la amistad que plantea Inseparables, en donde las conveniencias, los intereses, y el valor monetario ocupan claramente un significado importante. Si ya vieron o conocen el galardonado y algo sobrevalorado film de Olivier Nakache y Eric Toledano (Ya adaptado previamente en la India y de próximo remake hollywoodense) no habrá grandes sorpresas por acá en cuento al argumento. Carnevale se encargó de traspasar casi escena por escena la misma película, hasta con planos idénticos más de una vez. Habrá sí algunas diferencias para ubicar la historia en nuestro país, o si se quiere, hacerla más universal; nada puramente sustancioso. Felipe (Oscar Martinez) es un hombre adinerado, empresario nunca sabemos muy bien de qué, que ha quedado tetrapléjico, postrado en una silla de ruedas automática con la sola capacidad de mover su cabeza. Exigente, a Felipe no hay asistente que le dure. Durante una entrevista, todos los postulantes son poco menos que impresentables. Pero en el medio interrumpe Tito (Rodrigo de la Serna), el ayudante del jardinero, hosco, bruto, descarado, maleducado; quien viene a reclamar la falta de pago por parte de su contratista (el jardinero, no Felipe, que es empresario, pero de los nobles). Tito inmediatamente llama la atención de Felipe, que lo contrata como nuevo asistente a prueba por dos semanas por el simple hecho de que es el único que no lo mira con condescendencia. Con el pasar del tiempo, las asperezas se van limando -más o menos – o se complementan y surge entre ellos una profunda amistad de camaradería. Más allá de ser un compendio de clichés y carecer de todo tipo de originalidad, el film de Nakache y Toledano funcionaba por ser consciente de cierta realidad de la Francia actual respecto a los inmigrantes, por manejar un buen timing, despertar interés por el devenir del hombre tetrapléjico, y presentarse de un modo muy correcto desde lo técnico. Nada de eso existe en la versión local. Driss, el inmigrante senegalés compuesto por Omar Sy, es remplazado por el Tito de Rodrigo de la Serna, quien nunca deja muy en claro si tuvo antecedentes penales (a diferencia de Driss que sí los tenía), ni tampoco su procedencia, por más que se le agregue una pequeña historia respecto a su familia humilde. Tito no pareciera vivir en un barrio de emergencia (lo que vulgarmente se conoce como villa) pero actúa según los cánones del cliché de la ficción sobre los habitantes de los mismos. En una buena composición por el texto que le toca en suerte, De La Serna compone un personaje habitual en él, espontáneo, fresco, y bastante histriónico. Martinez, por el contrario, se ve incómodo en su papel, un ojo atento podrá notar algún movimiento de más en un tetrapléjico, no entra del todo en el juego de la comedia, y no logra una buena química con su contraparte. Canevale decide invertir la ubicación de algunas escenas respecto al original, por lo cual, sumado a que se trata de casi una copia fiel de una película muy popular, el misterio por el devenir de los personajes es casi nulo. El guion presenta algunas incongruencias, lugares vacíos, y la utilización de planos más bien televisivos, tampoco ayuda en lo técnico. Por momentos, Inseparables pareciera un film hecho a las apuradas, sin demasiado criterio propio, y que resalta los errores o incomodidades que en film francés ya se vislumbraban, pero estaban mejor disimulados. La condescendencia hacia la clase aristocrática, el cúmulo de clichés sobre la gente de bajos recursos, la superación personal por medio de logros alcanzados exclusivamente con el dinero, el choque de clases en el que siempre “el pobre” es el que cumple la función de monigote de entretenimiento de feria; todo eso, que ene l original ya se asomaba, acá se muestra de modo explícito, molesto, quizás por una cuestión de idiosincrasia diferente a la francesa. Se siente ajena, impostada; sin un gran progresivo dramático, que intenta ocultarse mediante una banda sonora de las más extrañas y desubicadas de los últimos tiempos en el cine argentino, un jazz melódico acompañado por tarareos, estilo jingles publicitarios de los años ’80, fuera de tiempo y sin un criterio demasiado claro desde lo incidental; desde los policiales explotation furor en los ’80 y ’90 no escuchábamos algo similar. Hay algunos aciertos individuales, como la labor de la Serna, o Alejandra Fletchner, que sacan sus ´personajes a flote a puro talento pese a lo encorsetado. Inseparables podrá ser del agrado del público que su director ha formado a lo largo de sus nueve películas de probado éxito más allá de las consideraciones que podamos tener. Tiene todos los ingredientes para captar al público masivo, no hay dudas de ello. Quienes busquen ir un poco más allá, realizar un análisis profundizando sobre la superficie, seguirán encontrando esa “extraña” ideología que tanto ruido nos hace; cuestión d hasta dónde extendemos la mirada.
El cine de superhéroes sigue sumando fichas a esta ola creciente de producciones en lo que parece ser el momento ideal para su crecimiento. Dejando de lado rivalidades entre un bando comiquero y otro (movimiento que me es ajeno), el aporte de Escuadrón Suicida será el de sumar a una banda de villanos, más o menos conocidos, en una actitud heroica, pero sin perder su estilo e idiosincrasia como tales. Ubicada en el universo de DC - después de los eventos vistos hace muy poco en Batman vs Superman: El Origen de la Justicia – la historia se sitúa en el corazón de Midway City y cuenta la unión de cinco supervillanos, más dos colaboradores, reunidos en un grupo de tareas gubernamental conocido como Fuerzas Especiales X, o Escuadrón Suicida. Ya no alcanza con ver un superhéroe y un villano por película, es tiempo de los assemble, reuniones de varios, todos contra todos, caras conocidas de un lado y del otro que se unen por un objetivo mayor o se enfrentan entre sí. Claramente Suicide Squad responde abiertamente a esta idea. El hilo conductor será la inescrupulosa Agente Federal Amanda Waller (Viola Davis) quien pretende formar un grupo de tareas especiales formado por supervillanos encarcelados, obligándolos a colaborar con el Gobierno a cambio de una reducción de condena y otras falsas promesas. A cargo del mismo quedará Rick Flag (Joel Kinnaman), un agente de alto rango, soldado, que acata las órdenes de Waller pese a no coincidir con algunas de ellas. Estos dos personajes serán uno de los aciertos del film, no son nobles ni pulcros moralmente, todo lo contrario, se cubren uno al otro por lo que llaman un bien mayor, la ambigüedad queda expuesta en ellos. Waller y Flag convocan a Deadshot (Will Smith), asesino a sueldo de infalible puntería; Harley Quinn (Margot Robbie), desquiciada novia de El Joker (Jared Leto); Capitán Boomerang (Jai Courtney) ladrón de cajas fuertes australiano; El Diablo (Jay Hernandez) pandillero con el poder de generar y controlar fuego espontáneo; Killer Croc (Adewale Akinnuoye-Agbaje) quien sufre una extraña condición que lo convierte en una suerte de poderoso reptil; y la Doctora June Moore (Cara Delevingne), antropóloga y aventurera poseída por el espíritu ancestral de Encantadora o La Bruja. A ellos se les suman dos colaboradores foráneos, Katana (Karen Fukuhara) temible espadachín vengadora; y Slipknot (Adam Beach) un mercenario especialista en escapismo. La idea es utilizar a Encantadora y su poder de teletransportación para acceder a unos peligrosos planes y desbaratar un mal que puede ser mucho peor que estos villanos estrictamente controlados. Pero ya se sabe, los planes infalibles no existen, siempre hay algo que puede salir mal… El director David Ayer (Fury, End of Watch, Street Kings) recarga la escena de acción constante. Escuadrón Suicida es una película en la que casi permanentemente está sucediendo algo, y casi siempre incluye balas, explosiones, una batería de FX, y un ritmo acelerado; sin embargo, no se torna confusa, por más que su argumento se dispara hacia varios lados. El protagonismo de los personajes no está balanceado, Deadshot y Harley Quinn son los que resaltan en la historia. De aquí que las composiciones de Will Smith y Margot Robbie sean de lo mejor del film, junto a una Viola Davis ajustada y compenetrada en ese témpano de debe ser Waller, y un Jai Courtney que merecía más espacio pero funciona a modo de comic relief. June Moore es otro personaje muy atractivo, y Delevingne (que proviene más cerca de modelaje) le otorga algo de carnadura y misterio, pero se resiente de estar recargada de agregados digitales, más aún cuando avance el argumento. Estéticamente también luce muy cuidada, plagada de luces fluorescentes, escenarios sucios, y una banda sonora con clásicos del pop/rock, la potencia está asegurada. Sin embargo, hay en ella una suerte de autoconciencia de no ser el film principal de la factoría en este año. Nunca deja de ser entretenida, ligera y sumamente llevadera, pero también es algo menor respecto al espectáculo brindado por Zack Snyder en BvS. Hay algunos personajes a los que les falta desarrollo, que desaparecen del plano demasiado rápido o nunca llegan a explotar como deberían, hay algún agujero en el guion (típico de estas películas de superhéroes), y un sobrecargo en lo digital que hace que el producto pierda fuerza. El guion, también realizado por Ayer, pareciera cobrar fuerza cada vez que se centra en los personajes, y se debilita cuando pasa al plano general del combate que deben enfrentar. Por suerte hay algunas escenas para mostrarlos como humanos, en donde se baja un mínimo cambio, un entorno cercano al policial que la hace atrayente; y algo que caracteriza a los films de DC, épica, momentos de emoción aún en personajes que parecerían despreciables desde sus actitudes. Hay un sentido de la redención, aunque sea momentáneo. Para los fans está el agregado de las apariciones especiales, Ben Affleck/Batman hará su presentación, lo mismo Flash, y todo dará pie el gran plato que será La Liga de la Justicia. Falta hablar del personaje del que mucho se ha hablado, el Joker/Guasón que presenta Escuadrón Suicida es quizás el que esta película joven, dinámica e irreverente necesita, una suerte de Scarface pintado, un pimp, un matón histriónico. Jared Leto quizás no esté mal en su composición, pero el personaje se desluce frente a otras imágenes anteriores de este icónico bufón del mal. Escuadrón Suicida cumple, ofrece un gran entretenimiento y tiene todo lo que se pide de este tipo de películas. No le sobra demasiado, pero con lo que tiene para dar está a la altura de ser una digna rival. Con eso es suficiente, no parecieran buscar mucho más.
Ganadora de la sección Una cierta Mirada del Festival de Cine Internacional de Cannes 2015; Rams: La Historia de Dos Hermanos y Ocho Ovejas es el segundo opus de ficción del director islandés Grímur Hákonarson, con el cual presenta un cambio estético rotundo respecto a su anterior y luminosa Sumarlandie. ¿Qué sabemos de Islandia? ¿Qué nos imaginamos de ella? En Rams el territorio es fundamental, el tercer personaje que condiciona a los dos protagonistas. Kiddi (Theodór Júlíusson) y Gummi (Sigurður Sigurjónsson) son hermanos, pastores, que viven en un frío valle de Islandia. Son vecinos, pero hace cuarenta años que no se dirigen la palabra por un conflicto que en el desarrollo se irá revelando. Hay una competencia anual en el valle de la que ambos participan y compiten entre sí junto al resto de la comunidad, se elige al mejor carnero de los rebaños. Pero este año hay un problema, mayor. Una de las ovejas de Kiddi está infectada con una grave enfermedad, y se teme que se propague al resto de las ovejas. Ante la segura posibilidad de que sacrifiquen todas las crías y especímenes, la población entra en desesperación y angustia y decide paulatinamente buscar un lugar mejor. Será el momento en que Gummi y Kiddi se unan para salvar su rebaño de la extinción y, en definitiva, proteger el vínculo que los une. Plagada de silencios y momentos parcos, la propuesta de Hákonarson no se inscribe dentro del ritmo acelerado y la actividad constante para el regodeo del ánimo del espectador; los tiempos serán los propios de la historia. Este detalle, para nada menor, no impedirá al realizador regalarnos momentos de extraña gracia y una suerte de intriga sobre el destino y el pasado de los personajes. Logrando de este modo mantener la atención más allá de la innegable lírica que presenta el asunto. Kiddi y Gummi tienen personalidades contrapuestas, uno es mucho más duro dedicándose al alcohol y el otro es más centrado, pasivo y ameno. Sin embargo, el punto de unión será la soledad, ese vacío que no se llena, aunque haya una proximidad física. El territorio será la expresión de ese sentimiento. Con una potente fotografía que resalta los grises sobre blanco, aumentada por la propia geografía nevada de la zona, en contraposición al verde clásico rural; la imagen transmite ese hielo en el corazón, que deberá comenzar a resquebrajarse para encontrar la solución al conflicto ovino, y humano. Jílíusson y Sigurjónsson se complementan logrando buenas labores interpretativas en lo que la propuesta ofrece, notándose un fuerte armado de esquema por parte del director proveniente del mundo documental. Es Rams lo que se conoce vulgarmente como “una película festivalera”, quizás pensada para un consumo internacional. En ese armado complaciente, hay determinados planteos que podrían haber asomado con algo más de profundidad. Hákonarson crea una estructura simple, pero a la vez calculada e impenetrable para todo aquello que pueda desarticularla. Es una historia sobre las relaciones humanas, en el que la historia y el ambiente influyen singularmente. Se ve sucia y lujosamente, se siente el talento delante y detrás de cámara. Pero también se presiente cierta necesidad de realizar un planteo conocido, un lugar de comodidad para la mirada externa, sin ahondar en otras cuestiones, y recurriendo a la emotividad, efectiva, pero algo remanida. Estamos frente a una película que nos permite descubrir una filmografía poco conocida en nuestras tierras. Un film que merece los premios que ha recibido, y que posee los elementos para conquistar a su público. También ante un producto que juega con las armas que conoce para seducir, que será del agrado de los habitúes festivaleros, con una historia sencilla y entradora bien revestida. Si a la salida de sala sentimos algo de frío, puede ser el invierno duro que nos tocó esta temporada; lo gélido del ambiente islandés expuesto en las bellas imágenes; o quizás sea algo más.
En 1995 Toy Story provocó una revolución dentro de la industria del cine de animación. No solo por el gran avance en las técnicas y en las formas narrativas; a su manera se democratizó el mercado abriéndole las puertas a otras empresas que presentan aún al día de hoy, una dura batalla. ¿Fue un clásico instantáneo? Sin lugar a dudas, y una película de la que varias veces se ha intentado copiar el modelo. Por la gran cantidad de similitudes, La vida secreta de tus mascotas pareciera ser una de ellas. El protagonista es Max, un Foxterrier que vive para complacer a su dueña Katie. Mientras el resto de las mascotas aprovechan que sus dueños no estén en casa para romper con la rutina y realizar una suerte de desmadre, él solo aguarda a que Katie regrese; por supuesto, él es el favorito de ella. Un día Katie regresa con Duke, un perro de la calle, más grande que Max, que se roba toda la atención. Esto genera la inmediata antipatía, y conlleva a que ambos perros terminen extraviándose y deban emprender una travesía de regreso a casa. No solo eso, el resto de las mascotas decide salir en su búsqueda, haciendo propio viaje por la ciudad (Toy Story 2). Y en el camino, Max y Duke se cruzan con un conejo en apariencia pomposo y amigable que detesta a todos los animales domesticados y pretende hacer una revuelta para llevarlos a su vida salvaje (Lotso de Toy Story 3). Pero las comparaciones terminan ahí. Pixar se caracteriza por complacer a un público amplio sin subestimarlos, creando estructuras de guion complejas, dosificándolos gags sin apabullar y principalmente creando una calidez única que más de una vez nos llevó hasta las lágrimas (prueben no llorar escuchando la canción de Jessie en Toy Story 2). Esta película de Illumination Studios (los mismos de Mi villano Favorito 1 y 2, El Lorax, pero también de Minions y Hop) innegablemente es entretenida, tiene varios chistes muy divertidos y un ritmo que no decae. Su animación si bien es de trazos simples quizás algo cuadrados, es agradable a la vista. Y su iniciativa, más allá de su desarrollo, es ingeniosa, ver qué hacen nuestras mascotas cuando no necesitan comportarse como tal frente a nosotros. Hay varios aciertos para que la pasemos bien y para que la menos de hora y media fluya correctamente sin decaer y ligeramente. También hay un ritmo frenético, referencias continuas, una acumulación de gags que se pisan constantemente, y un quiebre en la historia que diluye su premisa y se recuesta en revisar algo que quizás ya conocíamos. En este punto, quienes sean más afín al humor del Dreamworks post Shrek sabrán apreciarla mejor. La creación de los personajes, centrales y secundarios es lograda y algunos se ganan el corazón de nosotros sin mucho esfuerzo, cada vez que el film decide centrarse en las características delineadas para cada uno, repunta. Chris Renaud y el debutante Yarow Cheney ofrecen una película que no está destinada a convertirse en un clásico de todos los tiempos, simplemente porque no fue concebida como tal. Se trata de un film menor, ameno, alegre, que no resulta ofensivo ni ofrece una calidad menor a lo que los estudios nos tienen acostumbrados, el tono que escapa a lo realista y se acerca a algunos recordados cortos de Avery potencia el resultado. Pero esa idea de no sabe cómo crear un entorno adecuado siempre está presente, por más que queramos evitarla, la similitud es tan grande que la comparación es inevitable; y no hay nada que hacer, la batalla está perdida. Illumination Studios tiene todavía un camino que recorrer para posicionarse como una gran creadora de contenidos; esta vez, la premisa era llamativa (por algo los sucesivos trailers se centraban en ella), pero se acaba más rápido de lo debido dando pie a un extraño deja vú. Es paradójico, al momento de su estreno Toy Story también fue acusada de tomar prestada algunas ideas de Las Aventuras de Tosti y sus amigos, más allá de ser cierto o no, el film de John Lasseter demostró tener corazón propio.
Tarzan es uno de los personajes de ficción más reconocidos de la cultura popular. Desde la pluma de Edgar Rice Burroughs en las famosas historietas pulp luego llevadas a novela, hasta la inmortal personificación de Johnny Weissmüller, entre varios otros; su solo nombre ya nos da una idea de lo que hacemos referencia; un hombre que abraza su naturaleza salvaje comportándose según los instintos animales con los que fue criado en la selva luego de haber quedado abandonado; un héroe primitivo. Los grandes estudios siempre tuvieron afecto por esta historia que choca en algunas aristas con la también popular El Libro de la Selva. Sus adaptaciones a la pantalla son incontables; y esta vez el encargado de darnos su visión es David Yates, más conocido por las últimas entregas de la saga Harry Potter. No puede negarse una vuelta de tuerca a lo que ya conocemos desde tantas miradas, esta La Leyenda de Tarzán podríamos decir que se ubica donde la historia más conocida termina. Tarzán ya es reconocido como John Clayton III (Alexander Skarsgård), vive en Inglaterra junto a su esposa Jane (Margot Robbie) y se ocupa de tareas de consulado. En los territorios del Congo, se continúa con una vil actividad minera que utiliza a los originarios de la zona como esclavos para encontrar unos preciados y escasos diamantes. John se entera de esta situación, y por los consejos de su amada esposa decide regresar a aquellas tierras junto al expedicionario George Washington Williams (Samuel Jackson) para interiorizarse y frenar el maltrato. También viaja Leon Rom (Christoph Waltz), un emisario de los exploradores, que hará todo lo posible para mantener el status quo. Retomando los primeros puntos, Tarzán es sinónimo de instinto salvaje, de hombre-mono; entonces ¿Por qué habría de interesarnos verlo en tareas diplomáticas? Llamativamente, este Tarzán vía Yates y los guionistas Adam Cozad y Craig Brewer, pareciera buscar permanentemente parecer lo más humano y civilizado posible. Más de la mitad del metraje lo veremos con atuendos elegantes y bien acicalado, luego mantendrá siempre unos pantalones exacta y permanentemente mojados para despertar los suspiros del público indicado. Los orígenes del personaje serán presentados de modo escaso, casi renegando de ellos, a modo de flashbacks cortos y desaprovechados. El resto, el ritmo es plano plagado de diálogos en el primer tramo y con escenas de aventura repetitiva luego, como si la historia no pudiese avanzar por sí sola una vez que llegamos al Congo. Es una suerte que en un film que comprende ritmo por avance de cámara, la acción no sea abrumadora, si bien el 3D está desaprovechado aún en los pases de liana, nunca llega a transformarse en algo confuso. Simplemente se acerca de una escena de aventura a otra, y así, sin siquiera otorgarle la gracia propia de los recordados seriales. En cuanto al rubro interpretativo hay algunas decisiones desacertadas y otros actores que se repiten en lo que ya hacen de taquito. Watz debería probar alguna vez hacer un personaje medio, centrado, su villano es otra vez la caricatura que le conocemos de los films de Tarantino y básicamente todo en lo que participa. Lo mismo podríamos decir de Samuel Jackson, relegado a un comic relief fuera de época, un Shaft de siglos pasados. Margot Robbie exuda belleza y clase, pero su Jane que en los papeles luce más decidida que en otras ocasiones, no expresa conexión con su amado, con los lugareños del Congo ni con la pantalla, quizás su palidez exprese algo de frialdad. Por último, Skarsgård es obligado a filmar un largo comercial de perfumes o bebidas espirituosas de clase; es un salvaje sexy, siempre en pose y delicadamente desalineado o muy acicalado, con el bronceado exacto y el pelo greñoso pero con buenas ondulaciones para la cámara lenta. La referencia a Greystoke es inmediata, los rubros técnicos en más de un tramo intentan emularla. Pero el film de Hugh Hudson se erigía como una gran puesta, que contaba la historia completa y se hacía fuerte a la hora de ir a la aventura captando la atención cuando la historia en la civilización se hacía presente; algo que aquí no ocurre, ni lo uno ni lo otro. Más allá de sus aciertos en la amalgama con lo digital (la interacción con los animales CGI está muy bien) y la baja del efecto bombástico, La Leyenda de Tarzán comete el grave pecado de no poder nunca despertar el interés en el público, las escenas transcurren y más de una ve no sabemos qué es lo que está sucediendo, no porque sea confuso, sino porque nuestra atención se encuentra dispersa. Las intenciones de hacer algo diferente estaban, pero siempre hay algo que se debió tener en cuenta, las reglas básicas de la historia es peligroso tocarlas. Un Tarzán que reniega constantemente de ser llamado así, que no reconoce en los animales a su familia, y que permanentemente extrañe su apacible vida en la civilización inglesa… y sí, probablemente eso no sea Tarzán.