Quizás sea el caso de la “nueva versión” de Cazafantasmas una de las propuestas más anunciadas, retrasadas, y comentadas, de los últimos tiempos. Desde que la penosa muerte de Harold Ramis hecho por tierra la posibilidad de una aletargada tercera entrega en forma de reunión original; la idea de un remake sufrió de un fuerte rechazo, más aún cuando se anunció su elenco integrado por mujeres. Son notorios los casos en que a una película se le “pega” tanto con cada anuncio antes de ver el resultado final. Sin embargo, la gente de Columbia/Sony parece tener alguna suerte de fórmula extraña para hacer funcionar sus remozamientos frente a todos los pronósticos; no es la primera vez que lo logran, y Cazafantasmas no es la excepción. En este caso, el secreto se guarda en seis personas. El guion se recuesta solo lo justo y necesario en la nostalgia para crear un universo nuevo de la mano de su director y co-guionista (junto a Kate Dippold) Paul Feig, quien cuenta con la experiencia suficiente en el mundo de las comedias manejadas por mujeres; Bridesmaids, Spy, y The Heat, demuestran que ese es su ámbito. Así como Ivan Reitman en 1984 creaba un ámbito justo para que los cuatro actores desplegaran lo que mejor sabían hacer, Feig se ubica en el mismo lugar, pero desde su propia impronta. Los hechos siguen a Erin Gilbert (Kristen Wiig) científica dedicada a la física que aspira a una beca como profesora en la Universidad de Columbia. En su currículum descubre la mancha que significa haber escrito junto a su amiga Abby (Melissa McCarthy) un libro sobre ciencia de lo paranormal, y lo único que desea es que ese libro desaparezca del mercado. Como un rencuentro de camaradería, Erin y Abby vuelven a unirse. Abby sigue trabajando en el rubro de lo oculto, ahora en compañía de Jillian Holztmanm (Kate McKinnon). Mientras tanto, diferentes sucesos paranormales se suceden en la ciudad de Nueva York, algo o alguien parece relacionarlos; uno de ellos será de una estación de subterráneos en la que trabaja Patty (Leslie Jones), quien luego de presenciar la aparición de un fantasma se convertirá en la cuarta integrante de este cuarteto de mujeres que, con el manejo de la ciencia, salen a combatir el mundo espectral. La historia no varió en gran medid respecto a lo que ya conocíamos, quizás sí, el conflicto o la aventura principal, que se irá desarrollando a medida que la película avance. Pero no por eso necesita de hacer una constante referencia; salvo en los cinco cameos (algunos más desaprovechados que otros) y el hecho de que la canción emblema sea descripta en diferentes frases de los diálogos, es poco lo que aquí se abusa de la memoravillia. Son cuatro mujeres, todas comediantes, y Feig permite que cada una haga su show. Todas tendrán su momento para lucirse, y dependerá de cómo nos caiga de antemano cada una de ellas para apreciar el resultado. Claramente gran parte del relato recae en Wiig, suelta y espontánea, asertiva en cada uno de sus gags que apuntan hacia todos lados y hacia todos los calibres. McCarthy, conocida por un humor más rayano en lo grosero, acá encuentra un tono medido, quizás menos participativo, pero nunca desbordado. Jones entra algo tarde en la historia, pero aprovecha cada uno de sus momentos. Por último, McKinnon es quien menos incorporada se ve, tiene varias escenas en donde la historia parece frenarse para que ella proponga su gag, es una suerte de comic relief dentro de una película donde todos son comediantes. Más allá de los lucimientos particulares, como sucedía en Bridesmaids, se ofrecen buenos momentos para el conjunto, esta vez aprovechando el tono de camaradería propio de los films de la década de 1980. Hay buen timing para la acción, en un producto que es básicamente una comedia, y una muy lograda, porque las risas son constantes. Sí, hay algunos baches, algún punto que no cierra, o esos elementos forzados por la coincidencia o el cliché; pero en cada uno de esos momentos uno recuerda que es una comedia, que no es necesario poseer una estructura dura, sino ofrecer un gran entretenimiento, y esta película lo es. Feig y sus cuatro protagonistas, ¿Quién es la sexta persona que hace que este mecanismo funcione? Chris Hemsworth. El actor conocido por ser Thor en el universo Marvel, se une como Kevin, el adonis y torpe secretario de las chicas, y es sencillamente lo mejor de la propuesta. Cada una de sus intervenciones invitan a reírnos a las carcajadas, desde sus diálogos y su juguetona interpretación. Cuando en el futuro se recuerde algo de este film, es posible que en mucho tenga que ver sus logradas escenas. Esta Cazafantasmas versión 2016 no busca quedar en el panteón de lo eternamente memorable, pero le hace justicia a una franquicia que se ganó el corazón de todo aquel que fue chico durante los ’80; y precisamente la fórmula pareciera ser crear su propio camino. Ágil, divertida, con un despliegue justo y no abrumador, Cazafantasmas no poseera grandes dotes de originalidad; pero en lo suyo, en el elemento de comicidad se erige como una propuesta más que lograda. Dejen los prejuicios y éntrenle con confianza.
Roald Dahl es uno de los escritores infantiles, cuyas adaptaciones al cine, mejor han sido plasmadas; Matilda, La Maldición de las Brujas, James y el Durazno Gigante, y las dos (bien diferentes) versiones de Charlie y La Fábrica de Chocolate son prueba de ello. Esta vez, es un libro suyo escrito en 1982, conocido por acá como El Gigante Bonachón, que ya había sido llevado a la pantalla – televisiva – en 1989 en un injustamente olvidado film animado dirigido por Brian Cosgrove. Ahora la batuta recayó en mano de uno de los directores más influyentes de los últimos cuarenta años, Steven Spielberg. El resultado, de un gran narrador y un gran realizador, queda a la vista en El Buen Amigo Gigante. Sophie (Ruby Barnhill) es una huérfana que vive en un oscuro orfanato londinense. Por las noches, las calles de la ciudad son visitadas por el gigante que transporta los sueños logrando que nadie note su presencia. Una serie de accidentes y tropiezos, llevan a que Sophie termine descubriendo cara a cara la existencia del gigante, quien se verá obligado a secuestrar a la pequeña para que no divulgue su secreto, y la lleva hasta su tierra. Una vez allí, el BAG (o Buen Amigo Gigante, como se autodenomina) deberá ocultarla de los otros gigantes, que no son ni tan amistosos ni tan nobles como él. Es posible que BFG, como es globalmente conocido, no sea el relato más inspirado de Dahl, su desarrollo es casi lineal y apunta a un público bien pequeño. Sin embargo, todos los ingredientes que lo hicieron famoso se encuentran ahí. El toque retorcido de oscuridad tamizado con algo de inocencia, la mirada al mundo adulto desde los ojos de la infancia y algún adulto aniñado, y la permanente ubicación en ese período de crecimiento entre la infancia y la pre adolescencia. También encontramos en el film todo lo que hizo de Spielberg un indiscutido en el mundo del entretenimiento made in Hollywood. El sentido de la aventura permanente y el mundo o misterio por descubrir, los personajes que persiguen fines nobles, el ritmo constante que ni decae ni se apresura, y cierto sentido del humor filtrado en medio de algo de oscuridad. Los puntos en común entre el autor y el director son varios y aquí quedan traslucidos con ayuda del guion de la experta y recientemente fallecida (la película está dedicada su memoria) Melissa Matheson. Con dos segmentos bien diferenciados entre la primera y segunda hora, el cuento (que en definitiva eso es), no se apresura, se toma el tiempo para que la niña y esta especie de anciano de 24 pies de altura, se conozcan, se desafíen, y descubran el porqué del ¿nombre? ¿apodo? del gigante. Para luego sí, pasar a un tramo de aventura que los llevará de regreso a Londres, al Palacio de Buckingham, y a la debida batalla. Esta segunda etapa resulta mejor definida en el conjunto gracias a un mejor aporte de la comicidad y un timing más ágil y aceitado. Todo es inocente en el mundo de BAG, aun cuando las imágenes se tornen oscuras, los niños (el público al que está apuntada) se identifican con la curiosidad y la valentía de Sophie, un pesonaje desbordante de carisma que encuentra en Barnhill una simpática intérprete. Pasará un buen tramo hasta que podamos ver a otro humano, en el medio, es casi una obra de dos personajes, una humana y un mundo definido por una animación digital que no busca ser realista, y de este modo sale bien parada. Si bien está plagada de detalles, y el avance en la creación de personajes (sobre todo en lo que siempre era un punto flojo, los ojos) es notorio, el hecho de todo parezca algo caricaturesco nos hace recordar que estamos en un cuento, uno de Roald Dahl, y estas podrían ser las ilustraciones libro. En esa simbiosis de casi una hora en donde hay un humano en medio de un ambiente digital, no solo el 3D se potencia, sino que la amalgama es muy cómoda y no se siente impostada, puesta por encima. Las piezas son las correctas y los artífices son los adecuados. El BAG quizás sea una película menor y de pretensiones más bien medidas, pero que encuentra en su tono amable un gesto que al espectador caerá como encantador. Hay gracia, hay risas y carcajadas, y una sonrisa que se mantiene permanente. Allí donde el relato parece decaer y tornarse algo monótono, aparece la mano de un gran creador como Spielberg para recordarnos por qué se ganó ese merecido título. De seguro, en manos de cualquier otro realizador hablaríamos de otros resultados.
De Titanes en el Ring a 100% Lucha, pasando por Lucha Fuerte o Rambo y sus Titanes; el catch en Argentina tiene marcas y estilos propios, y era hora de que alguien plasmara su historia en la gran pantalla. Los encargados son Javier Romero, Claudio Celada y Nicolás Bratosevich, documentalistas encargados de la grata sorpresa que resulta Agárrese como pueda: Qué Dicen Los Cuerpos al Volar. A los pocos segundos de iniciado, una placa aclara que este no será un trabajo que revise los grandes triunfos mundiales; que se centrará en las personas, en esos hombres que vuelan y su forma de expresarse artísticamente como tales; una premisa que mantiene a lo largo de sus muy entretenidas dos horas. Si hablamos de Catch en Argentina, es inevitable referirse a la figura central del Armenio, el gran Martín Karadagián, principal promotor de este deporte y espectáculo en nuestro país. Efectivamente, su figura resulta un foco en la historia que se va hilvanando, pero esto no es simplemente un homenaje y repaso a su vida. Su figura disparará la del show, y de ahí al resto de los personajes. Valiéndose de una serie de entrevistas, demostraciones, puestas creativas, y un material de archivo interesantísimo, se cuenta en forma de viñetas, el devenir de nuestros queridos luchadores. ¿Conviene ir con algún conocimiento previo y admiración por los entrevistados? Esto ayuda y mucho, pero tampoco resulta esencial. Son seres que desbordan un carisma y un magnetismo especial capaz de comprarnos con pocas palabras, y les creemos cuando nos relatan sus anécdotas y su peculiar forma de vida. El catch es un arte, es un show y un espectáculo con todas las letras, por lo tanto, sus artífices son artistas. Esto queda claro desde casi el inicio cuando aparezca el actor y dramaturgo Pompeyo Audivert junto a su grupo teatral, para hablar de los orígenes de esta destreza y nos exprese que por el modo en que es desarrollado debe ser comprendido como una expresión artística más, quizás una mucho más representativa de los orígenes del teatro de lo que muchos pensamos. Romero, Celada y Bratosevich no se conforman con hacer un repaso histórico por las fechas, nos hablan desde adentro, logrando algo íntimo, simpático y profundamente pasional; como solo un fanático podría expresar. Desde lo más amateur a figuras reconocidas a nivel popular amplio como el recordado Rubén “El Ancho” Peucelle, entre otros. Todos pasan delante de la cámara y exponen su vida, dentro y fuera del cuadrilátero, y como una influye en la otra. Cuánto de espectacular hay en estos hombres que ¿dejan de ser el personaje? Para transformarse en los hombres de carne, hueso y cotidianeidad. Hay lucha en ellos, se nota, dejan todo y pelean por llevar la función adelante, como lo haría un actor que se forma desde abajo y siente la pulsión por las tablas. También son deportistas que expresan el esfuerzo y la garra necesaria para no bajar los brazos. Hay algo que diferencia al catch argentino, indiscutiblemente deudor de Titanes en el Ring, de sus pares mundiales como la WWE estadounidense o el más cercano catch mexicano; es esa impronta circense, divertida, quizás aniñada, que desdibuja el límite entre lo real y la ficción porque no le interesa; lo importante es lo memorable del espectáculo. Ese espíritu, queda plasmado a lo largo de todo el documental, cuando sus figuras atraviesan el espectro deportivo y escultural, y van más allá. Sin necesidad de un gran despliegue técnico ni artificios que nos distraigan del centro e interés, Agárrese como pueda es un grandioso, bellísimo y debido homenaje. Genera algo muy similar a aquellos recordados shows, dibujarnos una sonrisa permanente, e impregnar ese magnetismo que hace que no podamos despegar los ojos de la pantalla y creamos en todo lo que se nos dice. Solo nos faltaría que nos dejen entrar a la sala con un plato de vainillas y chocolatada.
Hay personajes cuyas vidas parecen propias de ser retratadas. La de Florence Foster Jenkins posiblemente sea una de ellas. Heredera aristócrata proveniente de Pennsylvania, dedicó su vida a convencer a los demás de lo que ella ya estaba convencida, su don natural para el canto lírico; por supuesto, un don inexistente. No obstante, el empeño, y la fortuna (tradúzcanlo como quieran) la llevó a poseer una fama considerable, realizar varias presentaciones, y algunas grabaciones. Que hablen bien o mal de uno, pero que hablen; se dice por ahí. Lo cierto es que el personaje de Florence fue llevado al teatro en la obra Sourvenir (que acá personificó la talentosísima Karina K); y quiso el destino que este año conjugaran en nuestra cartelera dos películas basadas en la misma mujer. La Marguerite de Xavier Giannoli cambió el escenario, los nombres, y las fechas, para llevarla al París de los años ’20, y resultó un sorpresivo éxito de crítica y público. ¿Ni lerdos ni perezosos? Ya tenemos a nuestra disposición la versión anglosajona del asunto, aparentemente más fiel al original. Florence esta vez es Meryl Streep, indiscutida actriz, dueña de un gran histrionismo. El director es Stephen Frears, a esta altura, casi un experto en biopics femeninas, si contamos sus trabajos más celebrados y recientes como La Reina y Philomena. El plato estaba servido con ricos ingredientes, sin embargo, los resultados no están del todo a la altura de las circunstancias. Como era de esperarse, el realizador realiza un film a la medida de su estrella, todo gira en torno a ella y sus gamas de peculiaridades. La actriz de Mamma Mía se halla a sus anchas para mostrar toda su gama de mohines y hacer un personaje casi caricaturesco. Por otro lado, el guion de Nicholas Martin, peca de carecer de vuelo alto, transformándose en una narración solemne, que, como clásica biopic, busca enorgullecerse de su figura principal. Los deseos/caprichos de Florence son soportados por su marido, St Clair Bayfield quien le organiza conciertos cerrados con un público conocido que acepta la jugarreta y complace a la mujer. Pero esto solo la incentiva, le hace creer que su talento es enorme, y quiere ir por más, realizando grandes presentaciones públicas. En este punto, Frears y Martin, amagan alguna suerte de crítica y acidez sobre el mundo que retratan y los rodea. La complacencia por el dinero, las falsedades, lo corrupto del mundo del arte y sus críticos. Pero por cada vez que asoma algún despliegue en estos aspectos (mucho más aprovechado por Giannoli con su tono ligero y burlón), hay en compensación mensajes de empeño y tenacidad por parte de esta “inquebrantable” mujer. Quizás Frears ya no sea el de Relaciones Peligrosas, quizás esté más acostumbrado ahora a retratar féminas fuertes que se enfrentan a su entorno o a los mandatos; y en Florence vuelve a aplicar esa fórmula, aunque dudosamente la historia lo valía. La puesta es sobrecargada, en partes ampulosas, pero sin un real gran despliegue, siendo este un trabajo menor en la filmografía del director de Alta Fidelidad. El hilo narrativo no se olvida nunca de su centro, y Meryl Streep entiende que es esa clase de films para comprarse al espectador con un personaje cargado de peculiaridades. En esa suma de mohines, bordea constantemente la sobreactuación y sobrexposición, y más de una vez cruza holgadamente el límite, volviendo a su Florence algo caricaturesca e inverosímil. Mejor parado sale Hugh Grant, como Bayfield, quien logra destacarse en un secundario correcto y centrado, muchas veces trayendo al film del exceso en que se embarcó. Otro celebrado contrapeso resulta Simon Helberg como el pianista Cosme McMoon, aunque dada la importancia del personaje real en la historia de Florence, quizás necesitó algo más de espacio. Florence: La Mejor Peor de Todas es un film en exceso correcto, que no se anima a los rigurosos planteos que puede despertar la anécdota de la Sra. Jenkins, ni tampoco se entrega a la acidez de un humor burlón. Le alcanza con mirar a su personaje y a su actriz, y hacernos creer lo valerosa que es. Para un público con pretensiones de un simple entretenimiento amable puede ser suficiente, aunque improbablemente memorable.
Mientras que la gran industria sucumbía ante los efectos de Cameron y su Titanic arrasador alrededor del mundo; en el mismo año, otra película se convertía en objeto de culto inmediato tras alzarse como la gran ganadora del Oscar a la Mejor Película en Idioma Extranjero, hablamos de Carácter, de Mike Van Diem. Casi veinte años tuvimos que esperar para ver el próximo opus de su director, dedicado en el medio al servicio publicitario. Vale aclara, Amor por Sorpresa se presenta como un producto bien diferente de aquella ópera prima. Mezcla de comedia negra y romántica, algunas similitudes inmediatas pueden encontrarse en Buscando un amigo para el fin del mundo y el estilo de ciertas comedias francesas sofisticadas. La premisa es original; Jacob (Jeroen van Koningsbrugge) decide terminar con su vida, no puede soportar el dolor por la pérdida de su madre, y pese a haber heredado una mansión, todo es oscuro según su visión, nada lo contenta. Tras algunos intentos personales fallidos, acuda a una empresa, Elysium, que brinda el servicio de acabar con la vida de sus clientes mediante determinadas pautas. Sin mayores inconvenientes morales, todo sería “normal”, de no ser porque en el medio, Jacob conoce a Anne (Georgina Verbaan), una mujer que firmó un contrato con la misma empresa, y se enamoran. De este modo, el guion, basado en una historia corta del escritor Belcampo, realiza una bisagra. Con un inicio propio del disparate y la comedia negra, aunque delicada, luego del enamoramiento y de la imposibilidad de quebrantar el arreglo con un cumplimiento seguro pero incierto en cuanto al plazo, se da paso a una historia más típica en la que ambos persones deciden sacarle el mayor provecho a lo que les quede de vida, claramente algo no tan original. De todos modos, cierto cinismo e ironía nunca es del todo abandonado, y cuando recurre a él vuelve a brillar. Probado en el melodrama con su anterior film, Van Diem rehúsa de cualquier golpe bajo; al momento de exponer las tragedias de sus protagonistas lo hace con liviandad y gracia; lo mismo podría decirse a la hora de encarar el asunto de la muerte. Habrá escenas específicas para el drama y para la reflexión de su planteo vital, pero nunca en grado de maniqueo. Hay un cierto margen para la corrección formal y el buen gusto, propio de la comedia europea más clásica (olvídense del corrosivo humor inglés). Esta co-producción entre Holanda- Bélgica-Alemania-Irlanda decide ir por los caminos leves y esbozar sonrisas antes que producir fuertes carcajadas. van Koningsbrugge y Verbaan logran buena química entre los dos y apuntalan la situación cuando tiende a caer. Ambos parecieran tener pasta para la comedia y el director logra sacarles un buen timing. Hay también un interesante trabajo en el desarrollo de los secundarios para rodear a la pareja. Los empleados de Elysium y los de la mansión de Jacob tendrán buenas características proclives a la comedia y sus intérpretes saben aprovecharlas. Sin grandes logros, ni demasiados artilugios, Amor por sorpresa entrega un producto noble, distintivo, y que se ubica un poco más arriba de la media que nos llega corrientemente desde los EE.UU. con una fórmula armada y gastada. Quizás lo que permita que se mantenga arriba sea su planteo y su tratamiento, cuando las puertas al melodrama estaban abiertas de par en par, Van Diem y su Co-Guionista Karen Van Holst Pellekan plantean los mismos conflictos, pero con una sonrisa en la cara. De más está decir que también elude ciertos lugares comunes de la comedia romántica hollywoodense actual. Amable, mantiene un inicio que no lo sostiene, no llega a profundizar en pos de quedarse en el terreno más tradicional y conocido, y, aun así, en esa media tinta el resultado no deja de ser satisfactorio nunca. Es en la estética donde Van Diem demuestra que ha pasado sus últimos años en el ámbito publicitario. Siempre prolija, cuidada, con una fotografía de colores amalgamados y brillantes, es también desde esa postura un trabajo formal. No quedará en el recuerdo eterno, no arrasará con premios, ni posiblemente pase a integrar una lista de cuto, pero Amor por accidente cumple su objetivo de entretenimiento y lo hace con armas loables dejando en el medio varios apuntes interesantes. Con eso le alcanza.
Según los entendidos, existe una maldición respecto de las adaptaciones a la pantalla grande de videojuegos. Con más de dos décadas realizándose (se considera a Super Mario Bross de 1993 como la primera de ellas), aún no ha existido aquella que contente a todos los públicos, el cinéfilo y el gamer. Ante el estreno de cada una se reabre el debate sobre sí ambas plataformas son incompatibles, y una esperanza de que esta vez sea la definitiva. ¿Puede ser Warcraft la encargada de congeniar? La respuesta es dudosa. El universo de Warcratt viene siendo desarrollado en diferentes plataformas; juegos de estrategia bélica desde 1994, novelas y libros de rol, juegos de mesa, y una nueva saga llamada World of Warcraft con la que comparte universo, pero en un desarrollo diferente. Todo en un ambiente que le debe mucho a Calabozos & Dragones, y por supuesto a El Señor de los Anillos. Había la suficiente tela para cortar, sin embargo, el guion ideado por Charles Leavitt y el director Duncan Jones no se centra en ningún juego en particular, contando la historia dentro del universo. Género fantástico de hechicerías y tierras desconocidas. El mundo de los Orcos ha sido devastado. Para recomponerse deben salir a conquistar otras tierras. La apertura de un portal les permitirá ingresar al mundo de los humanos conocido como Azeroth. Pero para eso, deben utilizar una magia llamada Fel que se alimenta de los vencidos y posee/corrompe a quien la utiliza. A partir de esta base, que es más sencilla de ver que de explicar, se desarrollan una serie de intrigas palaciegas en ambos mundos. El orco Durotan, líder del clan Frostwolf comprende que una guerra entre ambas sociedades sólo llevará a la destrucción, e intenta detener al brujo Gul’Dan decidido a atacar corrompido por el Fel. Del lado de los humanos, el Rey Llane Wrynn y el General Anduin Lothar son quienes deberán planear las estrategias y combatir el ataque. Hay una dama, prisionera orco de los humanos, que se encuentra en el medio, Garona, y un guardian/brujo, Medivh, que irá cobrando relevancia a medida que el argumento avance. Visualmente impactante, esta historia se vale del hecho de poder narrar lo sucedido desde ambos bandos, trazando paralelismos y logrando comprender razones en uno y en otro. Es inevitable que una película que presenta la mitad (y más) de sus personajes en CGI, y se desarrolle en abiertos ambientes en donde también se nota la mano digital, resulte algo abrumadora. No obstante, las batallas logran comprenderse por más que están llenas de ráfagas de magia y luces, y hay también el suficiente tiempo para el desarrollo del conflicto. Los personajes tienen razones, hay una historia expandible por detrás y se les permite el momento para las emociones. Warcraft es una película bien diferente a las dos anteriores de Jones, Moon y Ocho minutos antes de morir, pero estas también eran distintas entre sí. Si algo une a las tres, es la carnadura de sus personajes, el peso que el realizador le ponea los mismos al enfocarse en ellos. Claro está que no estamos frente a una nueva El Señor de los Anillos, la épica no llega al mismo nivel, y en sí, el origen es diferente. Warcraft proviene del más puro mundo de hechicerías, y este debe abrazar su esencia de cine para entretenimiento. Sus mejores exponentes provienen de estilo clase B, y esta, a pesar de ser una superproducción, guarda en su espíritu algo de ese toque lúdico e inverosímil de aquellas. No estamos frente a un film de interpretaciones entre las que podríamos contar a Travis Fimmel, Paula Patton, Dominic Cooper, Ben Foster, y hasta una pequeña aparición de Glen Close. Cada uno se limita a lo que el guion les exige y sus roles son perfectamente identificables con los tópicos conocidos; no habrá sorpresas por ese lado. Como así tampoco desde un guion prototípico para esta clase de films sin el vuelo para lograr diferenciarse. No necesariamente debe ser un film que pase a la historia, Warcraft: El Primer Encuentro de Dos Mundos cumple con lo que promete desde su premisa, ser un exponente digno del cine fantástico. Para los amantes del videojuego quizás queden en el debe algunas diferencias, y esa monotonía lógica de no poder cazar las riendas del asunto. Después de tantas idas y venidas en su producción, se presenta un film que sirve como arco de apertura para una posible nueva saga, el primer paso es bastante respetable.
Shane Black dio un mal paso cuando aceptó hacerse cargo de la segunda secuela de la franquicia Iron Man. No sabemos si es por las presiones del estudio, porque trabajó dentro de una fórmula armada por otro/s, o simplemente no tuvo la mejor de las rachas; los cierto es que su segundo film como director resultó uno de los más flojos de la factoría Marvel. Por suerte, ese manchón no terminó opacando su talento, y el que quizás sea el mejor guionista de buddy movies está de regreso con un producto que respeta mucho más su trayectoria. Dos Tipos Peligrosos es de esas películas que lo tienen todo. Guionista de las dos primeras Arma Mortal, El Último Boy Scout, Monster Squad, El último gran Héroe, y El Largo Beso del Adiós; ideó una historia basada en plenos y fulgurosos años setenta. Una “afamada” actriz porno, Misty Mounstains estrella su auto en el jardín de una casa de familia y muere en el acto. La noticia recorre todos los ámbitos, y en el medio, otra chica, Amelia (Margaret Qualley) desaparece, dejando todo tipo de cabos sueltos. El matón de bajísima monta Jackson Healy (Russell Crowe) había sido contratado por Amelia para encargarse de algunos asuntos, ahora la busca. El detective privado de bajísima monta Holland March (Ryan Gosling) había sido contratado por una tía de Misty que asegura haberla visto con vida, las pistas lo llevan hasta Amelia. Ambos personajes no tardarán en unirse. No esperen demasiada lógica o coherencia por parte del guion co-escrito con Anthony Bagarozzi, la estructura es la de una comedia completamente zafada, que elude caer en la grosería, pero penetra en una aceitada parodia en donde no todo tiene que ser lineal o verosímil. Tampoco es un spoof movie, es una comedia, que homenajea los clichés de una década, y se desarrolla en medio de un correcto clima de acción que no defrauda. Black sabe lo que hace y no pierde de vista nunca a sus dos criaturas, por más que no siempre estén en pantalla, todo lo que sucede los circunda. Healy y March son dos seres riquísimos para la pantalla, patéticos, desvergonzados, y con un terrible mal karma; son de esas figuritas que se ganan nuestra empatía desde el segundo que aparecen en pantalla. Los (Anti) Héroes no están solos, y se los rodeó de secundarios con mayor o menor participación pero que tendrán la oportunidad para el merecido lucimiento. Si algo hay que destacarle al director, es la gran libertad con la que deja trabajar a sus intérpretes permitiéndoles el vuelo que necesitan los personajes delineados por su pluma, rebosantes de carisma; aún dentro de Iron Man 3, Robert Downey Jr. Pudo demostrar las facetas más carismáticas y empáticas de su Tony Stark. Lo mismo sucede aquí con los dos protagonistas. Dos tipos peligrosos funciona a modo de camino de redención, no solo por la obviedad de sus dos personajes que van de mal en peor y carecen de cualquier moral; por su realizador que se encauza en lo que mejor sabe hacer; y por los dos intérpretes protagónicos que merecían un regreso como este. Ryan Gosling, que viene de una serie de personajes que escondieron su gracia y encanto, vuelve a destacarse con un Holland que simplemente no sabe hacer su trabajo, es un estafador, vive porque otros le recuerdan que tiene que vivir, y no tiene la más mínima voluntad de cambiar; es el personaje mejor delineado desde los papeles. Russell Crowe, que ya estaba siendo relegado a los roles secundarios y filmes menos importantes, se luce exquisito. Jackson le pasa por el cuerpo, lo llena de detalles, y hasta el notorio sobrepeso es un altísimo punto a favor. Será él quien gane la pulseada en cada escena, quien se lleve todas las miradas en una actuación brillante, medida e hilarante. Hay que mencionar también una tercera pata del asunto, Angourie Rice compone a Holly, la hija de Holland, suerte de secretaria y guía, aquella que le recuerda todo y saca las papas del fuego cuando están por quemarse; una suerte de 99 del Superagente en tamaño pequeño. Holly tiene varias escenas propias, y Rice las aprovecha todas a puro ángel, su trabajo es notorio más proviniendo de una actriz de tan solo catorce años que aparenta menos. Como un gran trío estos tres avanzan y no nos importa cómo resuelven el misterio, pero el guion no lo pierde de vista. Más allá de la burla permanente que acumula gags escena tras escena sin detenerse – y sin abrumar –, posee un sólido desarrollo en cuanto al thriller y la acción, con varias vueltas de tuercas y un ritmo propio de la década que representa. Una lograda puesta en ambientación, magnética banda sonora, y el perfecto timing para todas las ramificaciones que lanza, hacen de Dos Tipos Peligrosos una de las mejores propuestas de la temporada en cuanto a entretenimiento, y sin lugar a dudas, una de las mejores comedias del año. Estos seres piden continuar sus aventuras, volverse una nueva saga representativa, ojalá que así sea.
Hace veinte años Día de la Independencia se convertía en uno de los éxitos de taquilla más grandes y sorpresivos de todos los tiempos. La superproducción dirigida por Roland Emmerich se había centrado en una campaña publicitaria enigmática, no demasiado masiva, que escondía más de lo que mostraba. Sin embargo, arrasó con todo lo que le puso adelante, y terminó de reimponer la moda del cine catástrofe, convirtiendo a su realizador en un fijo para este tipo de productos. En conmemoración de la fecha, y tras muchas vueltas, cancelaciones y resurgimientos, por fin podemos ver una secuela de aquel film que planteaba un fuerte ataque alienígena a nuestro planeta. Veinte años pasaron también en la historia, el mundo se encuentra en paz y las naciones han progresado en el uso de la tecnología proveniente de aquel ataque. Sin embargo, parece ser una calma aparente. Continúan las investigaciones y desde las bases militares parecen estar preparándose constantemente para un posible regreso. La alerta se activa cuando varios de los que estuvieron en contacto con los extraterrestres comienzan a tener extraños sueños, dibujan símbolos crípticos, o despiertan intempestivamente del coma en el que se encontraban. Por otro lado, el alien sobreviviente que mantienen en cautiverio pasó de la inactividad a una furia incontrolable. Lo que sigue es lo esperable, mientras se suceden los festejos por el aniversario del triunfo humano, un nuevo ataque comienza, descubrir el por qué será una de las patas que plantea el argumento. Más centrada en el ambiente militar que la primera entrega, es una oportunidad para encontrarnos con varios de los personajes conocidos. Sabremos qué fue de David (Jeff Goldblum), el Dr. Okun (Brent Spinner), Julius (Judd Hirsch), Jasmine (Vivica A. Fox), El General Grey (Robert Loggia), Dylan (Jessie T. Usher), Patty (Maika Monroe), y por supuesto el (ahora ex) Presicdente Withmore (Bill Pullman). A estos se les suman el héroe de la aviación interpretado por Liam Hemsworth, el General de William Fichtner, la Presidente a cargo de Sela Ward, y una investigadora interpretada por Charlotte Gainsbourg, entre otros varios. Entre tantos personajes, Emmerich repite la fórmula original, poner el foco en las personas antes que en los aliens; siendo esto un arma de doble filo. A lo largo de su carrera el realizador de El día después de mañana a demostrado no ser un gran constructor de climas dramáticos. Cada vez que los personajes tienen que expresar emociones profundas, el film flaquea, perdiendo gran parte de su potencia. Lo suyo es el elemento bombástico, el apetito por la destrucción con algo más de coherencia que su par Michael Bay (que esta vez parece haberle prestado el ruido a metal y circuitos eléctricos). En este sentido, mostrar escenas con humanos “no combatiendo”, ayuda a relajar la situación sin que resulte confuso o agotador; sus dos horas exactas de duración suceden realmente rápido. Otra característica fundamental del cine de Emmerich, su extremo amor hacia los EE.UU., transformándolo en el extranjero (es alemán) con más films patrióticos a cuesta, que hizo que Día de la Independencia se ganase varios detractores; aquí parece haber encontrado un tono adecuado. Al igual que decíamos hace algunas semanas con el estreno de Londres Bajo Fuego, el mensaje es tan obvio, tan poco disimulado, tan obsecuente y ofensivo, que no queda más que no tomárselo en serio; y el propio film parece realmente tomárselo así. Por momentos IDR (estas son las nuevas siglas) parece una parodia de ID4 (las famosas siglas originales), como si nos quisieran decir que lo que nos metieron en el primer episodio no era tan grave, que debíamos relajarnos y verlo como un entretenimiento. Este humor deliberado se extiende más allá del patriotismo absurdo e impregna varias escenas que terminan por ser lo mejor de la propuesta, haciéndola realmente disfrutable. En cuanto al encanto visual, el 3D colabora en determinadas escenas, pero no hay mucho que no hayamos visto antes, sin embargo, en las dosis en que es entregado se nota que estamos frente a una mano experta en la materia. Día de la Independencia Contraataque es un festejo del primer film, una película para fanáticos, y también con la suficiente amplitud para un posible público joven que no vio la primera entrega – aunque muchísimos de los mejores guiños no los podrían disfrutar –. Queda en el debe algo más de foco sobre los civiles – relegado únicamente al personaje de Judd Hirsch en compañía de Joey King –, una mayor estabilidad en el balance del drama, y quizás una entrega mayor hacia la inverosimilitud del estilo clase B como pudimos ver en la similar Jurassic World, nada grave. Entretenida, ligera y divertida, esta IDR, es también una reivindicación al cine de los noventa, en el que los personajes importaban, con gama etaria amplia, en donde los comic relief eran especialistas en la materia, y en el que la catástrofe era un regalo visual puntual que se hacía esperar. No todo es igual a antes, pero se nota el intento por querer emularlo.
Precedida del exitoso best seller en que está basada, la adaptación a la pantalla grande de la novela Yo Antes de Ti es un ejemplo de las fórmulas aplicadas al pie de la letra. Pongamos como uno de los escenarios un barrio trabajador lleno de buenas intenciones, en él un personaje pintoresco con las suficientes particularidades para que sea llamativo. Contrastémoslo con una casa pudiente, en él un personaje parco y sarcástico. La unión mediante la desgracia y la inmersión para bien de uno sobre el otro, se imaginarán de cuál sobre cuál. ¿Cuántas historias románticas conocemos así? Pareciera ser el promedio de la telenovela clásica. Ahora pongámosle nombres, Louisa Clark - perdón no puedo dejar de pensar en la serie Lois & Clark cada vez que lo escribo o lo escucho – vive en los suburbios obreros de Inglaterra, ni bien comenzado el film, es despedida (por falta de clientes, acá no existe la mala voluntad) de la confitería en la que trabaja/ba. Ella necesita mantener a su familia ya que su padre también se encuentra desempleado, y entre tanto rebote termina recayendo en casa de los Traynor. Allí, Camilla, la matriarca, la contrata para asistir y animar a su hijo Will, cuadripléjico, quien básicamente se ha vuelto un amargado. ¿Hace falta aclarar que Lou es ideal para animar a las personas por las mil y un excentricidades que posee? ¿Hace falta aclarar que Will es de lo más hirientemente arrogante y snob que se puedan imaginar? ¿Hace falta aclarar que Lou se ganará el corazón de Will? Así transcurre Yo Antes de Ti, con todos los pasos premeditados, no por la novela de Jojo Moyes (quien también adaptó el guión) en que se basa, sino por las recetas prescritas del drama romántico-juvenil-con enfermedad en el medio. Emilia Clarke compone a una Lou Clark chispiante, volátil, rebozante en bondad en cada uno de sus gestos, verborrágica y extremadamente cálida. La química con Sam Caflin no es de todo lograda, al actor pareciera vérselo más cómodo en roles naturales como el de la más llamativa Love, Rosie. Hay también un sustento entre los intérpretes adultos con Janet McTeer y Charles Dance como los padres de Will, y Brendan Coyle y Samantha Spiro como los padres de ella. La directora nobel Thea Sharrock, más ligada al teatro clásico, no necesita hacer demasiado para otorgarle ritmo a la historia. Los románticos que asistan a la sala seguirán el asunto con interés permanente, y sin demasiadas notas que los puedan llegar a disgustar. La cuestión es que, desde entrada, la propuesta se asemeja demasiada a otras similares, en especial Dying You de Joel Schumacher, de la cual hasta copia planos y escenas completas. La comparación se hace irresistibel, y en ese plano ni Sharrock tiene la sensibilidad de Schumacher, ni Clarke y Caflin son Julia Roberts y Campbell Scott; en todos los planos, el film de 1991 sale triunfador. Los cliches se acumulan escena tras escena haciendo que se puedan adivinar todos los pasos a seguir, y hasta la supuesta revelación que da giro a la historia es demasiado anticipada previamente en diálogos iniciales. Hay una especial atención en hacer un producto competente y se nota, desde la fotografía de Remi Adefarasin a los acordes compuestos por Craig Armstrong. Todos los rubros técnicos son cuidados y en un nivel acertado. También se aprecia la intención de aligerar la situación mediante tramos de comedia que, si bien no siempre es efectiva, por lo menos corre el eje del permanente intento de prepararnos para los pañuelos finales. Yo antes de ti es una película correcta, que dejará satisfechos a los espectadores menos exigentes, y más aún a los fanáticos lectores del texto original. Con los mensajes edificadores de manual - alguno ciertamente discutible - y las escenas clásicas que todos sabemos que vamos a ver. Se extraña una intención, aunque sea mínima de ir más allá, de ofrecer algo, aunque se parcialmente fresco respecto de, por ejemplo, cualquiera de las películas basadas en novelas de Nicholas Sparks que llegan año a año. Ese apego a las reglas, a repasar todos y cada uno de los lugares comunes, no solo le resta peso, sino verosimilitud. Un poco el vuelo creativo, de esa chispa que a Lou parece sobrarle, hubiese hecho que los resultados fuesen totalmente diferentes.
En los últimos veinte años el cine de animación no paró de crecer a pasos agigantados. La llegada de las técnicas digitales parece haber democratizado el ambiente y haber terminado con el reinado de unos pocos. Sin embargo, existe ese momento específico del año en el que sabemos que no vamos a ver una más de las varias que se estrenan. El estreno de una película de la gente de Pixar marca la diferencia. El estudio creado por John Lasseter, que vio la luz dentro de LucasFilm para luego crear una unión perfecta con Disney; parece estar tambaleando (según opiniones de algunos) pero siempre vuelve a erigirse y demostrar cómo son las cosas. Este año fueron a lo seguro, podrían decir, se inclinaron por la secuela de uno de sus títulos más famosos y prestigiosos. Sin embargo, Buscando a Dory viene a tirar por tierra ese preconcepto de ir a lo seguro y no solo redobla la apuesta, reboza de originalidad. El secreto está en el cambio de eje. Sí, hay una nueva búsqueda, los mismos personajes principales, y un desarrollo similar, pero el foco esta vez esta puesto en otra protagonista, la simpática pez cirujano regal, Dory. Luego de una escena inicial en la que habrá que habrá que estrugir nuestros corazones para no derramar una lágrima, se nos ubica tiempo después de finalizados los hechos de Buscando a Nemo. Marly y Nemo viven felices en el arrecife junto a Dory, lejos de todo peligro y complicaciones. Pero el destino quiere que la frágil memoria de Dory traiga un recuerdo del pasado, algo borroso, pero latente, ella tiene una familia, solo que se extravió siendo muy pequeña. Como un llamado de la naturaleza, Dory debe cruzar nuevamente el Océano en busca de sus padres hasta California; y a Nemo y Marly (este a regañadientes) no le queda más remedio que acompañarla. A partir de entonces, el director Andrew Stanton y el nobel Angus MacCale (en remplazo de Lee Unkrich) nos introducen a una verdadera montaña rusa sin frenos, plagada de aventuras, con ritmo permanente, pero que jamás abruma. A un gag le sigue otro, a un salto un golpe, corridas, diálogos ligeros, y escenas para el lucimiento personal de cada uno de los personajes. La historia se divide en dos planos, por un lado, Dory llega primero al oceanario en el que supone viven sus padres, pero como en el primer film sucedía con Nemo, es capturada. Mientras, Marly y su hijo la buscan por su lado. Este desdoblamiento (como ocurría ya en la primera entrega) permite una paleta de personajes amplísima, todos nuevos y diferentes. Hay algún cameo a lo Pixar para los más atentos, pero la atención está puesta en presentarnos al pulpo Hank, un tiburón ballena hembra llamada Destiny, la beluga Bailey, el par de lobos marinos Rudder y Fluke, y por supuesto a Charlie y Jenny los padres de Dory. Cada uno con personalidades y tics diferentes para ganarse nuestra simpatía. La esencia de lo que diferencia a la factoría Pixar de sus rivales queda expuesta una vez más en este film. No se plantean como films animados; la animación pareciera ser el vehículo que más libertad creativa les permite, pero antes que eso, son perfectas comedias, dramas, y films de aventuras, que no subestiman a su público y le ofrecen calidad en todos los rubros. El guion, a cargo de Stanton, Victoria Strouse y Bob Peterson; si bien se maneja en el tono ligero para el público infantil, presenta una complejidad de situaciones y análisis psicológicos dignos de un drama bien potenciado. El manejo de los golpes bajos, necesarios, es tan delicado que lejos de molestar cumplen su cometido, las lágrimas van a estar presentes más de una vez. Y si se tiene un corazón de piedra y las lágrimas no vienen por el lado de la emotividad, con la comedia no hay lagrimal que aguante. Los gags son un compendio de originalidad, timing y efectividad. Si Dory se coloca en el centro del plano, era de esperarse una catarata de chistes sobre la pérdida de la memoria, lo llamativo es que esa catarata no luce a acumulación y menos a repetición, siempre se la rebuscan para que el chiste sea nuevo y fresco. La animación, pensada para ser vista en la mayor calidad posible, es nítida brillante y cálida a la vez; los escenarios no pueden lucir más reales y el trabajo en los personajes es completo en detalles y particularidades. Por suerte esta vez existe la posibilidad en determinadas salas de disfrutarla en su idioma original, allí podrán disfrutar además de las voces de Ellen DeGeneres y Albert Brooks, a Diane Keaton, Eugene Levy, Ty Burrell, Ed O’Neil, Idris Elba, Kaitlin Olson y Dominic West entre otros. De todos modos, quienes opten por ir en familia (opción muy apropiada) y se topen con el doblaje, encontraran las mismas voces de la original, en un trabajo muy bien amalgamado. Buscando a Dory es más que un prodigio de la animación (que lo es y con creces), es una de las mejores comedias del año y un film que respeta a su público entregándole más por lo que pagó. Pixar vuelve a ser una cita ineludible entre las mejores propuestas para correr a la sala más cercana, la recompensa es enorme. Por último, no lleguen tarde a la función, como ya es costumbre, el corto animado previo al film, Piper, es igual o mejor que el platillo principal. Como para una degustación completa.