Hollywoodland La cosa es así: la historia de Un zoológico en casa está basada en un caso real ocurrido en 2007 en Inglaterra. El protagonista, Benjamin Mee, la convirtió luego en un libro y ahora Cameron Crowe la llevó al cine. Crowe es, para mi gusto, un gran director con muy buenas películas (Digan lo que quieran, Vida de solteros, Jerry Maguire: amor y desafío, Casi famosos, el reciente documental Pearl Jam Twenty) y otras olvidables, aunque siempre con algunos grandes momentos. Vamos al film: En otras manos, Un zoológico en casa podría haber caído bajo, muy bajo. Es una historia sentimental, edulcorada, terapéutica, new age y casi religiosa (sí, con algo del Arca de Noé). Pero Crowe -sin llegar a las alturas de sus mejores trabajos- y ese notable actor que es Matt Damon la mantienen a flote, con una saludable brisa de dignidad. Crowe es un romántico y un cultor del cine clásico de Hollywood (aquí hay mucho del cine-a-lo-cuento-de-hadas de Frank Capra) y, por lo tanto, no le teme al ridículo (aquí, cuando Damon habla con un felino que sufre una enfermedad terminal, estamos muy cerca de eso, de un film de Tim Allen o del Dr. Dolittle de Eddie Murphy). Pero -una vez aceptadas las convenciones del caso- disfruté bastante de la película, que va desde el melodrama familiar lacrimógena a la más ligera comedia de enredos. Aquí va la trama (tranquilos: no hay spoilers): Damon es Benjamin Mee, un periodista de Los Angeles que luego de la muerte de su esposa Katherine (Stephanie Szostak), renuncia a su trabajo en un diario y se muda con su rebelde hijo de 14 años (Colin Ford) y su querible hija de 7 (Maggie Elizabeth Jones) a una casona con… zoológico incorporado. Allí se encontrará con un staff liderado por la bella Kelly Foster (Scarlett Johansson), un par de freaks (Patrick Fugit y Angus Macfadyen) y la pequeña Lily (la genial y aquí no del todo aprovechada Elle Fanning). El malvado de turno (el inspector que debe habilitar el zoológico) está interpretado por un simpático John Michael Higgins. Pero, más allá de los desniveles y excesos que se le pueden encontrar, hay otros elementos que hacen de Un zoológico en casa un film nada desdeñable: 1- La actuación de ese scene stealer que es Thomas Haden Church, aquí como Duncan, el hilarante hermano contador de Damon. 2- La fotografía del mexicano Rodrigo Prieto, el mismo de Secreto en la montaña y Los abrazos rotos. 3- La banda sonora compuesta por Jónsi, lider de Sigur Rós, acompañada por la catarata de temas (una fonola interminable) de Bob Dylan, Tom Petty, Neil Young y siguen las firmas. Es decir, con el sello de ese director/melómano que es Cameron Crowe.
Las aguas peligrosas de un film que no produce nada El subgénero de terror acuático (con hambrientas criaturas devorando turistas) ha dado grandes clásicos (Tiburón) y notables exponentes recientes (Piraña 3D). Lamentablemente, Terror en lo profundo no se inscribe en esa rica tradición. Para los cultores del cine de clase B, los lugares comunes de este tipo de películas (la cola de un tiburón surcando las aguas, las inocentes y bien dotadas jovencitas que disfrutan en las playa poco antes de ser devoradas) son bienvenidos, cual parte de un juego lúdico no exento de elementos sádicos. Sadismo es lo que sobra en esta película de David R. Ellis (director que supo filmar títulos bastante más atendibles, como Destino final 2 y 3 o Celular ). Lo que le falta, en cambio, es capacidad para sorprender, divertir (el humor negro es una pieza clave en el engranaje de este tipo de productos) y entretener: un pecado mortal. La historia aquí es lo de menos: un grupo de universitarios (todos carilindos y de esculturales físicos) viaja durante un fin de semana a una casa ubicada frente a un lago. Lo que ellos no saben es que los malvados de turno (un trío de perversos estereotipados) han sembrado esas aguas saladas con decenas de tiburones. El espectador, claro, sabe desde la primera toma que los distintos personajes irán desapareciendo uno tras otro en este "juego" de supervivencia del más apto, pero el problema no es lo mecánico de la trama sino que Ellis es incapaz de dotarla de alguna mínima sorpresa, audacia u observación graciosa. Ni siquiera el uso del 3D le aporta a la narración algún hallazgo visual o al menos un mayor impacto a la hora de los descuartizamientos lacustres. Un film profunda, literalmente de terror.
Fantasmas del pasado Es delicado cuestionar a una película que aborda temas importantes como las heridas aún abiertas que dejó el terrorismo de Estado (desapariciones, bebés apropiados) porque el lector puede entender los reparos a la obra artística como un cuestionamiento a la legitimidad de los reclamos de los derechos humanos. A no confundirse: La última mirada es una mala película. No tengo ninguna duda de ello. Es torpe, aburrida, maniquea, didáctica, obvia, manipuladora y -en lo ideológico- muy controvertida, porque habla (¿justifica?) el revanchismo del ojo por ojo, algo que hasta las propias entidades de DD.HH. se han cuidado muy bien de no alimentar. Un hijo de desaparecidos (escritor y periodista radicado en España que regresa a la Argentina para terminar un libro) se enamora de una joven que resulta ser hija de un ex militar, ex represor ligado al caso ¡Vaya coincidencia! Los personajes, las actuaciones, los diálogos, las situaciones... todo aquí está muy por debajo de la media de una producción argentina que parecía haber dejado de lado hacía mucho tiempo este tipo de cine anquilosado, solemne, subrayado. Como en la película, los fantasmas del pasado han regresado. PD: Que un guión así haya ganado el 1° Concurso del Bicentenario habla muy mal del jurado que participó del mismo. El INCAA, así, tuvo que participar como coproductor del film.
Por las calles de París Con más de cuatro años de retraso (se estrenó en la Sección Oficial del Festival de Cannes 2007), llega esta despareja, pero muy digna y provocativa tragicomedia musical. La propuesta arranca como en los musicales de Jacques Demy y de Alain Resnais, pero al poco tiempo la historia da un vuelco inesperado (la protagonista muere de un infarto) y, así, la superficialidad típica de una comedia romántica de tono picaresco (un triángulo amoroso) pronto se convierte en algo bastante más oscuro, una Caja de Pandora de la que afloran desde el melodrama hasta el humor negro para una película que apuesta por la libertad estilísica, creativa y sexual. Honoré filma a sus jóvenes intérpretes (Louis Garrel, Ludivine Sagnier, Chiara Mastroianni y Clotilde Hesme) cantando por las calles lluviosas y gélidas de la Ciudad Luz -imágenes que afortunadamente eluden la veta turística y el pintoresquismo- los pegadizos temas compuestos por Alex Beaupin. El film combina la provocación de otro trabajo previo de Honoré como Ma mère (conocida en la Argentina directamente en DVD como Relaciones prohibidas), con la ligereza de En París, visto en un ciclo sobre la Quincena de Realizadores programado en la sala Lugones del Teatro San Martín. La pasión de Honoré por el musical no se quedó en Canciones de amor, ya que cerró el último Festival de Cannes con Les Biens-Aimés, film que contó con el aporte de una estrella como Catherine Deneuve y, otra vez, Chiara Mastroianni (madre e hija con Deneuve tanto en la vida real como en la ficción), Ludivine Sagnier y Philippe Garrel.
Busco mi (otro) destino La directora de Licencia Número Uno aborda un tema interesante y poco conocido (doble mérito): el de aquellos que, no habiendo nacido judíos, eligen -por causas de lo más diversas- esa religión/cultura. Michanié construye un documental coral, con múltiples voces que exponen -aquí y en Israel- sus experiencias y sus motivaciones para "convertirse". No es una decisión fácil ni un camino sencillo, como bien explican desde los protagonistas hasta un rabino. Si bien la diversidad de testimonios le da al film una mirada panorámica y abarcativa (de alcance sociológico) también implica una menor profundización en cada una de las historias de vida, dominadas en muchos casos por el amor o por las búsquedas espirituales. De todas maneras, se trata de un film muy cuidado desde lo formal, sorprendente desde su propuesta temática y apasionante por las anécdotas que propone. Muy recomendable.
Una película apasionante e inteligente, con una notable actuación de Brad Pitt En principio, una película sobre béisbol basada en hechos reales y con el uso de estadísticas sobre las actuaciones de los jugadores como principal evolución en la estrategia de un equipo no parecería la propuesta más tentadora, al menos para el público masivo de la Argentina, que no sigue ni ese deporte ni se apasiona con los números. Sin embargo, contra todos los pronósticos (o, para seguir con la línea de la historia, las probabilidades), El juego de la fortuna resulta un film apasionante, de una inteligencia y una nobleza que pocas producciones de Hollywood han alcanzado este año. Buena parte del mérito -más allá de la ajustada dirección de Bennett Miller (el mismo de Capote) y del impecable trabajo de Brad Pitt (un actor injustamente subvalorado)- hay que repartirlo entre los dos guionistas: Aaron Sorkin (Red Social, The West Wing) y Steven Zaillian (La lista de Schinlder, Pandillas de Nueva York). En el entramado de intereses siempre contradictorios y en la competencia por el manejo de la información con que se define al negocio del béisbol, en la riqueza de las relaciones humanas (con énfasis en los encuentros y desencuentros de un padre con su hija) en medio de situaciones muchas veces abstractas, y en cada uno de sus frenéticos y punzantes diálogos se nota el sello de estos dos grandes creadores de historias. El film -basado en un libro de Michael Lewis- sigue el derrotero de Billy Beane (Brad Pitt), manager del equipo Oakland A's (uno de los más pobres de la liga profesional) que revolucionó hace una década la forma de elegir los jugadores. Con un presupuesto mínimo (no podía pagar a figuras) hizo mucho: batió el récord histórico de triunfos consecutivos (veinte), aunque perdió una recordada final frente a los poderosos New York Giants. Podrá argumentarse que sus 135 minutos son un poco excesivos, que por momentos resulta un poco críptico y demasiado solemne, que no termina de aprovechar del todo a un notable como Jonah Hill (un experto en informática y economía graduado en Yale que se convierte en el fiel asistente de Beane) y que desaprovecha casi por completo al gran Philip Seymour Hoffman (el entrenador del equipo), pero así y todo es un placer toparse hoy con una película que se toma las cosas en serio, que crea un universo propio, que sostiene la tensión, que regala logradas pinceladas de humor, que construye una atractiva propuesta visual a cargo de Wally Pfister (habitual director de fotografía de Christopher Nolan) y que entrega lúcidas observaciones a la hora de contraponer las nuevas técnicas de análisis numérico a la tradición y la experiencia de los viejos expertos del ambiente. Y todo eso sin apelar a golpes bajos, recetas demagógicas ni manipulaciones. El film -impiadoso y despiadado en muchos pasajes, como cuando muestra la forma cruel en que los equipos se deshacen de la noche a la mañana de un jugador- encuentra en Brad Pitt a un protagonista perfecto, capaz de encarnar a un innovador dispuesto a llevar sus ideas hasta las últimas consecuencias y, al mismo tiempo, dueño de una impronta y de unos valores dignos de los mejores "héroes" del Hollywood clásico.
Más allá de su simpático aporte como personaje secundario de la popular saga de Shrek , el Gato con Botas merecía "su" película. Surgido de varios cuentos populares del siglo XVII, formó parte del imaginario infantil de unas cuantas generaciones mucho antes de que se convirtiera en el fiel ladero del ogro gigante y del delirante burro en la franquicia animada de la productora DreamWorks. Torpe, valiente y seductor a la vez, tierno por momentos y despiadado en otros, este felino espadachín y enamoradizo encuentra en esta producción en 3D una historia a puro vértigo y un despliegue visual a la medida de la criatura concebida para y por el español Antonio Banderas. Por supuesto, hay en este guión "de manual" múltiples elementos fantásticos y humorísticos (la mayoría de los gags físicos y verbales funcionan bien), una contrafigura romántica intensa (una suerte de Gatúbela llamada Kitty que es interpretada por otra estrella latina como Salma Hayek) y personajes secundarios que sirven con fines cómicos (como el huevo Humpty Dumpty) o para llenar los espacios reservados a los gigantescos y brutales malvados de turno. La película es un más que digno entretenimiento, la animación digital es de primerísimo nivel, los efectos estereoscópicos le otorgan una espectacularidad adicional (que los enemigos del 3D verán como lugares comunes), las coreográficas escenas de acción (y de baile con reminiscencias flamencas) tienen un ritmo y un acabado envidiables. Pero más allá de sus incuestionables logros estéticos y técnicos, la narración termina siendo un poco caótica y parece alargarse cual chicle, como si los conflictos pergeñados dieran para un mediometraje y con esos elementos no demasiado creativos, audaces ni sorprendentes hubieran tenido que llegar sí o sí a los 90 minutos de rigor. De todas maneras, no hay reparos que valgan cuando de llegada masiva se habla. Y este spin-off (desprendimiento) de Shrek (hasta el director elegido, Chris Miller, proviene de esa saga, ya que fue el responsable de la tercera entrega) tiene los atractivos y el despliegue de marketing necesarios como para continuar atrapando a chicos (y grandes). En pocas horas más se verá el resultado de esta invasión gatuna.
Estrellas en oferta (fin de temporada) Me cuesta entender por qué, para qué, para quién hacen una película como Año Nuevo. En principio, hay que decir que en 2010 el veterano (77 años) Garry Marshal estrenó Día de los enamorados, un film coral pletórico de estrellas que fue mal recibido por la crítica y tuvo un aceptable (nada espectacular) desempeño comercial. Poco tiempo después llega una suerte de "secuela" (al menos de la idea) con Año Nuevo, en la que se redobla la apuesta con uno de los elencos más espectaculares jamás reunidos para narrar una serie de historias ambientadas en Nueva York durante la jornada del 31/12/2011 al 1/1/2012. La autora (el término aquí es demasiado generoso) es la misma de la flojísima película anterior, una tal Katherin Fugato, que parece haber salido hace minutos de un curso de "cómo hacer tu primer guión"; es decir, una sumatoria (acumulación) de clisés, golpes bajos, situaciones trilladas o inverosímiles, moralejas recargadas que van de lo edulcorado a lo demagógico y lo maniqueo, con diálogos subrayados y todo tipo de cursilerías. Cuesta también comprender por qué tantos buenos actores (varios de ellos ganadores del Oscar) aceptan semejantes personajes. No creo que necesiten el dinero (que no debe ser mucho en proporción porque el presupuesto del film es mediano) y quizás se trate más bien de una concesión al venerado director de Mujer bonita y Frankie y Johnny, y de un aporte a la ciudad y al espíritu de las fiestas con trabajos que no les demandan más que un puñado de jornadas de rodaje. En una película de esta calaña (llena de "chivos" burdos como el de Sherlock Holmes 2, espíritu patriotero y hasta con la presencia en pantalla del actual alcalde neoyorquino) nadie se salva, pero hasta me animo a decir que "el menos peor" del elenco es uno de los actores menos "prestigiosos", Zac Efron, que al menos le pone ganas a su joven que debe cumplir los deseos de la frustrada Michelle Pfeiffer (qué triste verla caer tan bajo). El film es un compendio de lugares comunes sobre temas importantes como el amor, la soledad y la muerte, adornada con "frases célebres" sobre la redención, la reconciliación y las segundas oportunidades (y varios "editados" con fondo musical). Lo mejor que se puede decir de Año nuevo es que es premeditamente grasa, que no esconde lo que propone bajo un manto de cinismo. Para decirlo bien claro: va a los bifes todo el tiempo. Un Robert De Niro moribundo, Ashton Kutcher como un nihilista encerrado en un ascensor, Hillary Swank obsesionada por mover una esfera, Sarah Jessica Parker sobreprotegiendo a su hija adolescente, Sofia Vergara cumpliendo con todos los estereotipos de la latina, Jon Bon Jovi cantando baladas... Ese es el tipo de personajes que nos "regala" este film, que resulta tan atrapante como ver la alfombra roja durante un preshow del Oscar. La diferencia es que en esos casos la propuesta es gratuita y todos (o casi) están mejor vestidos.
Sexo sin amor, amor sin sexo Ejecutivos y escritores carilindos sufriendo por amor y tentados/torturados por la infidelidad en escenas que transcurren en lofts, fiestas, hoteles, restaurantes y bares de Nueva York o en viajes de negocios. De eso se trata esta ópera prima de Massy Tadjedin construida a puro diálogo y con vistosos encuadres. Sam Worthington y Keira Knightley están casados hace tres años. Ella está convencida de que él mantiene un affaire con una bella compañera de trabajo (Eva Mendes) y, de paso, se tienta con volver a tener una historia con un ex novio francés (Guillaume Canet). Durante una larga noche, habrá flirteos, dudas culpógenas, contradicciones, acercamientos, encuentros y confesiones íntimas. La película es bastante fría y obvia en su exploración de la histeria burguesa, del amor sin sexo y el sexo sin amor, y resulta bastante poco erótica, provocadora y seductora. Cuando se aborda un tema así, se trata de un pecado mortal.
Apuntes para una despedida íntima Pedro González-Rubio, codirector del interesante documental Toro Negro (BAFICI 2005), debuta en la realización en solitario (y se ocupa de casi todos los otros rubros) con este relato minimalista, bello y encantador sobre la relación entre un joven padre mexicano y su hijo de cinco años durante un viaje a una isla paradisíaca en la que pararán en una cabaña rústica con hamacas y estarán en contacto directa con la naturaleza, pescando en barco, cazando langostas y buceando en unos hermosos arrecifes de coral. Ese encuentro padre-hijo tiene una fuerte carga emocional, ya que se trata de una suerte de despedida: el niño partirá luego a instalarse de manera definitiva en Roma con su madre italiana, que acaba de divorciarse del padre. Merecida ganadora de la Competencia Internacional del BAFICI 2010 y del Tiger Award de Rotterdam 2010, entre muchos otros galardones.