Ya en el primer “El Justiciero”, Denzel Washingon asociado con el director Antoine Fuqua (“Día de entrenamiento”) habían construido un atractivo personaje, un agente retirado que lleva una vida ultra-ascética, que entra en acción cuando alguien desamparado necesita que se haga justicia (con libro Richard Wenk sobre la serie de televisión creada por Michael Sloan y Richard Lindheim). Les fue tan bien que por primera vez el actor aceptó hacer una segunda parte de un personaje en toda su larga carrera. Y aquí, si bien las cualidades del protagónico son las mismas, ya mudado y con otras lecturas, se involucra en historias que lo llevan de un tren en Turquía donde rápidamente despacha a los malos del momento y luego se dedica a ayudar a vecinos, a un encarrilar a un chico al borde la perdición, a un sobreviviente del holocausto y por fin en una historia propia. Es que la película es larga y por momentos, aunque las escenas de acción están muy bien filmadas y Washington le pone la onda a su MacCall, ya se parece a muchos personajes y películas de acción que hemos visto. La originalidad se esfuma muchas veces, aunque las persecuciones, tiroteos y acción en general luzcan. Hay momentos pretensiones que enfrían demasiado y otros donde se explican algunos porqués de la vida del personaje. Denzel Washington tiene una versatilidad a toda prueba y aquí con pequeños detalles, con intensidad y sobriedad al mismo tiempo sigue construyendo a su vengador anónimo con una constancia de samurai siempre listo exitosamente contundente, como si se hubiera pasado toda la vida haciendo películas de acción. Aún con sus falencias en film entretiene y será exitoso.
Lo impensado sucede en esta película. Son las maravillosas marionetas creadas por Jim Henson, pero su hijo Bill durante años maduró una comedia con esos muñecos en un policial para el mundo adulto, con sexo, drogas y mucho humor chancho que sorprende y divierte. A esta altura no hay que aclarar que no esta dedicada a los niños, pero los adultos la pasarán como si lo fueran. Claro que la Rana René y Miss Piggy no son de la partida. Aquí esta solo el mundo oscuro y violento, el gusto por las drogas, la pornografía, la violencia y el humor en la otra cara de Los Ángeles donde hay que resolver quien es el asesino serial de estos puppets. En el guión de Todd Berger un puppet, Phill Phillips, el único muñeco que fue aceptado por la policía, es echado de la fuerza por un error y queda enemistado con su compañera humana. Se dedica a ser un detective solitario y pesimista (Un homenaje a Phillip Malowe) que llevado por una sensual clienta, deberá resolver un caso difícil. Para hacerlo tendrá que pedirle ayuda a la detective Connie Edwards, su ex socia de acción. La voz del protagonista es del gran Bill Barreta. De lado de los humanos Melissa McCarthy y su gran talento (también es productora del film con su marido) para mostrar como se borran las barreras del artificio humanos-muñecos. Se lucen especialmente la genial Maya Rudolph (como la secretaria de Phill) y Elizabeth Banks. Picante, grotesca, zarpada y muy graciosa (G.M.)
Una historia de amores cruzados y soledades extremas, con tensiones religiosas y sociales, y un tratamiento inteligente, de parte del director Ofir Raúl Graizer en su primer largometraje. Autor también del guión creó un triangulo amoroso inusual, basado en el sufrimiento, la pérdida, el secreto y los recuerdos vívidos. Un ejecutivo israelí aprovecha sus frecuentes viajes a Berlín para tener una doble vida. Se transforma en el amante del repostero del título, el que cocina las galletas de regalo que suele llevarle a su esposa en Jerusalén. Cuando muere en un accidente, deja a sus amores dolientes. El repostero viaja a Israel y se infiltra en la vida familiar de la viuda de su amante, para hacerse imprescindible en su negocio y despertar pasiones. En la exacta pintura de cada uno de los personajes, que no siempre se revelan totalmente al espectador, en sus miedos e inseguridades, en la tensión dramática pero también en la delicada progresión de esas relaciones, avanza el film con el buen gusto, la finura, las ideas claras. Y paralelo al mundo de los deseos, la religión, los prejuicios, la discriminación, las presiones sociales e ideológicas, lo no dicho, lo intuido. Pocas escenas más reveladoras de lo que bulle en el interior de los personajes como esa seducción alimentada de curiosidad, dolor, vacío y descubrimiento. Muy bien actuada por Saraha Adler por Tim Kalkhof que le da la dimensión justa a su atormentado rol.
Es la última película del maestro del cine Abbas Kiarostami que murió antes de su estreno en el Festival de Cannes. Y esta despedida del cineasta iraní alude a los 24 cuadros por segundo que hacen a la verdad del cine según Godard. Pero no es una película tradicional, son miniaturas elegantes y fascinantes, que muchos definen como una instalación de arte y otros como la última búsqueda expresiva del creador. Son 24 planos intervenidos digitalmente, con animación y montaje, que salvo el primero (que parte de un cuadro famoso utilizado por Andrei Tarkovsky y Lars von Trier) se trata de “Los cazadores en la nieve” de Pieter Bruegel, El Viejo, parten de fotografías tomadas por Kiarostami y el objetivo de saber que pasa antes y después de cada toma. Que vida transcurre a pesar del instante capturado. Mucha naturaleza viva, mucho viento y nieve, muchos animales, más que los humanos presentes u omnipresentes. Pájaros, vacas, leones, perros, silencios o músicas, ruidos significativos. La mirada tranquila que se opone a los elementos desatados, los truenos, las nubes, las mareas. Historias de contemplación, de amor, de avasallamiento, de crueldad. Poético y repetitivo, hipnótico y por momentos cansador, pero siempre con alguna sorpresa y emoción, como los últimos minutos que hablan de un adiós, con imágenes de una vieja película (la escena final de “los mejores años de nuestra vida” de William Wyler) y una chica dormida frente a la computadora. El pasado, el presente y el futuro soñado.
El protagonista de la telenovela “¿Que culpa tiene Fatmagül?”, Engin Akyürek, que estuvo de visita promocional en nuestro país, es el principal atractivo que tiene esta producción. Para sus numerosos fans, esta película no abandona el lenguaje televisivo parece un especial para ese medio, con buen producción pero con todos los tics y características del género folletinesco turco que tanto éxito tiene en todo el mundo. En este caso es la historia de un arquitecto exitoso y buenazo, con una esposa bellísima que solo tiene un problema grave a resolver: quedar embarazada. En un viaje al terruño natal un accidente automovilístico deja al protagonista sin esposa y con la culpa de haber provocado la muerte de un niño. Aquí la historia deja el naturalismo y se mete en un cuasi terror poblado de fantasmas, criaturas malignas, supersticiones y otras yerbas no muy eficaces. Con una producción lujosa, bellos paisajes y el gancho del protagonista para atraer el público. Y no mucho mas.
Una cenicienta distinta, de armas tomar, decidida y nada victimizada. En esta película dirigida Lynne Southerland (“Mulan”), con guión de Francis Glebas (“Pocahontas”, “Hercules”), la protagonista va al baile del palacio pero ahí descubre que el príncipe atildado y codiciado es en realidad un impostor y su madre una bruja maléfica. El verdadero heredero ha sido transformado por un encantamiento es un diminuto ratón con buenos modales y poca fuerza. Será la Cenicienta del título y un hada aniñada y sin mucha experiencia las que impulsen la aventura y la resolución del maleficio. Simpática y práctica esta chica popular logrará que la justicia llegue por fin al palacio. Una de princesas no tradicionales para los mas chiquititos.
Es el primer largometraje de Santiago Estévez que con este material hizo una miniserie pero luego transformo en película, con el premio Cine en Construcción del Festival de San Sebastian. Una historia que se transforma en un policial potente, sorprendente, que habla de una problemática oscuramente actual y también de la relación de dos generaciones, un hombre jubilado ex Guardia de Seguridad y un chico que se inicia en la delincuencia, que huyendo de la policía cae accidentalmente en su patio, rompiendo un invernadero. El veterano, en vez de entregarlo o denunciarlo decide que se quede en su casa hasta que repare lo que rompió. Pero las cosas se complican mientras la relación avanza en una interacción mutua de aprendizaje y transmisión de sabiduría que enturbia todo lo que la rodea. Y en paralelo algo sabido en la sabiduría popular y en la crónica policial, la utilización de parte de policías corruptos de jóvenes delincuentes para su provecho personal. Rodada en Mendoza, con su paisaje árido y con la muy buena actuación de Germán de Silva (“Las acacias”) y la revelación del debutante Matías Encina. Con guión de Juan Manuel Bordón y el director, que avanza con pasos seguros y un desarrollo que no deja cabos sueltos y con una intensidad acorde con el género y la mirada social. Un relato de iniciación que cautivará por su fuerza y expresividad, muy bien filmada y actuada.
Un policial que toma “prestado”, roba de aquí y de allá y no lo hace bien. Quiere ser como Hitchcock y lo que intenta no le sale. Algo de “El silencio de los inocentes”, con un protagonista que puede ser un primo hermano de Hannibal Lecter. Y un gran actor como David Tennant que por momentos le otorga un perfil que mete escalofríos. Pero si bien en el guión de Brandon Boyce arranca bien después se desbarranca. Dos muchachos que trabajan por las propinas estacionando los autos de los clientes de un restorán cotizado, idearon un mecanismo perfecto. Cuando olfatean lujo y dinero utilizan los GPS de los autos para ir hasta los hogares de las víctimas y robar mientras cenan, para llegar cuando están por el café y los ladrones con el botín. Pero, cuando dan con un despreciable hombre de negocios e intentan el robo “para retirarse” descubren que en la casa hay una mujer atada, amordazada y golpeada que pide ser liberada. El dueño esta por volver y el ladrón huye sin ayudar a la cautiva. A partir de allí vueltas de efectos y del argumento que abaratan el buen comienzo.
Una superproducción financiada por EEUU y China, una unión que promete seguir en el tiempo, que se inscribe en el fenómeno de las películas de tiburones que tienen un público fiel que llena las salas y fue una de las más vistas en el finde de su estreno en EEUU. En este caso el tiburón es un sobreviviente de las épocas del cenozoico, Una versión corpulenta del gran tiburón blanco que según los fósiles podía alcanzar hasta 18 metros de largo. En esta ficción le agregaron cuatro metros y listo. Sobrevivió, según la novela de Steve Alten, (un best seller, claro) en una fosa profundísima protegida hasta que llegaron los humanos y salió a la superficie a alimentarse con todo. Aquí el guión lo hicieron entre tres (Deán Georgaria, Jon y Eric Hoeber y si bien no tuvieron ninguna idea nueva, hasta reprodujeron una playa llena de gente pero esta vez en China, y el animal demonizado (una criatura prehistórico sobreviviente hubiera merecido un poco mas de respeto) se la pasa atacando sin cesar como corresponde. Allí esta Jason Statham que ya lo tenía visto (no hay ninguna explicación de cómo apareció el que lo atacó) y como nadie le creyó, y lo trataron como a un loco que encima provoco la muerte de sus amigos, se transforma en el único que puede salvarnos de tamaño monstruo. ¿Nos asusta todavía la boca llena de dientes que hizo famosa Spielberg? por la proliferación de estos productos parece que sí. Acá todo es bastante rutinario, salvo dos escenas muy logradas que no vamos a espoliar pero que están muy bien realizadas. Lo demás ya lo vimos, los personajes están apenas esquematizados, mas una nenita prodigio y un perrito que sorprenderán. No mucho más. Pero los fanáticos del género que son muchos la pasaran muy bien.
Es la primera vez que Gastón Duprat dirige en solitario, aunque Mariano Cohon su coequiper habitual está en la producción y Andrés Duprat en el guión. En este caso el autor aporta su mirada sobre el mundo del arte (es el director del Museo Nacional de Bellas Artes) y el film tiene dos niveles de desarrollo. Ese mundo de la cotización de las obras de arte por modas, caprichos y vaivenes del mercado, con sus reglas y características que son puestas al descubierto y es en general terreno vedado para la mayoría. Y el otro andarivel es el de la amistad masculina con sus altibajos, entre un marchant y un pintor que en el inicio de sus carreras conocieron el éxito apabullante y que ahora cuando ese artista no puede vender ni un cuadro, su galerista intenta sacarlo de su mundo de enojo y rebeldía que lo hunden en la miseria. No mucho más se puede decir sin espoliar el argumento interesante que contó con la química entre dos grandes actores. Un Luis Brandoni inspirado y conmovedor y un Guillermo Francella que se maneja con la elegancia del mundo del arte, la ambigüedad de sus deseos y las buenas intenciones mezcladas con el interés, en una composición con el toque perfecto. En rubro actores también brilla Andrea Frigerio en su galerista de fama internacional que puede dictar el éxito o el fracaso de un artista con un gesto. La producción lujosa, no solo se muestran las obras de Carlos Gorriarena (como que pertenecen al personaje de Luis Brandoni) sino que se convocó a un discípulo, Germán Gárgano para que creara un cuadro para el film. Una producción lujosa y un argumento que juega y desarrolla un suspenso, una estafa para atrapar al espectador.