Sólo para los másfans de David Lynch Luego de filmar la mayor superproducción de su carrera, el film de ciencia ficción "Duna" para Dino de Laurentiis en 1985, David Lynch logró un compromiso del legendario magnate: que le permitiera hacer un film totalmente personal mientras su rodaje fuera de bajo presupuesto. La película fue "Terciopelo Azul" ("Blue Velvet"), probablemente la mejor de Lynch junto a "Eraserhead" y "El hombre elefante", y sin duda una de las que mejor se sostienen si se la vuelve a ver a esta altura del siglo XXI. Justamente, ver de nuevo "Blue Velvet" es indispensable para disfrutar de este documental "Blue Velvet Revisited", que se centra casi totalmente en los pormenores del rodaje de aquel gran film protagonizado por Kyle MacLachlan, Laura Dern, Dennis Hopper e Isabella Rosellini. Esta actriz es la que mejor condimenta este documental basado en metraje, fotos y entrevistas de audio logradas durante la producción del film, a veces con material atractivo, como el ensayo de la Rosellini en el decorado del cabaret donde cantaba la canción del titulo. Más allá de incluir detalles antes pintorescos que sustanciosos, en sus mejores momentos este documental logra dar un perfil rico de un cineasta de culto como Lynch. Y, en sus momentos más flojos, "Blue Velvet Revisited" lucha como ese tipo de material extra demasiado estirado que viene como bonus en algunos DVDs.
Presentado como una meditación o ensayo a partir de TERCIOPELO AZUL, el documental del alemán Braatz se basa en las decenas de horas de material en Super 8 que el propio director filmó en 1985, cuando consiguió que David Lynch le permitiera ingresar con su cámara al rodaje de esa ahora clásica película. A lo largo del filme lo que se observa es el detrás de escena del rodaje, en la mayoría de los casos acompañado por música incidental compuesta para la película por las bandas Tuxedomoon y Cult With No Name. Pero también hay varias entrevistas realizadas por el entusiasta Braatz, con su acento a la Herzog. En especial a un David Lynch a quien se escucha feliz y satisfecho respecto a lo que está haciendo, apareciendo en cámara más de una vez para dar su opinión. Hay también entrevistas a otros (a Dennis Hopper e Isabella Rossellini, principalmente) en la que hablan del mundo “lynchiano” y de lo que sienten y piensan acerca de la extraña película que saben estar haciendo. Que las imágenes sean casi siempre en Super 8 le da al filme un carácter nostálgico y poético únicos, lo mismo que las escenas capturadas por el realizador, en especial algunas con Rossellini cantando la canción que da título a la película y otras que no quedaron en el corte final. También impacta, claro, ver al joven y entusiasta Lynch (muy distinto al canoso y un tanto distante que conocemos hoy) hablando de la película, los personajes y el universo que está inventando sin saber el impacto que tendrá en su vida y en el cine de los años ’80.
Nada haría suponer a Peter Braatz que en el simple pedido de una entrevista se forjaría un documental que 31 años después podría desnudar los orígenes de uno de los cineastas más particulares y novedosos de todos los tiempos. Con material inédito, que va más allá del making off, Braatz, que tuvo acceso ilimitado al set y protagonistas de “Blue Velvet”, cuarta película de David Lynch, construye una verdadera obra de arte que pone de manifiesto el comienzo de un autor aún vigente y que continua provocando a los espectadores.
El surgimiento de un autor El trabajo de Peter Braatz se concentra en la génesis de una película de culto: Terciopelo Azul (Blue Velvet, 1986), uno de los primeros films del gran David Lynch. En 1985, Peter Braatz (un alemán de 22 años) le pidió una entrevista a David Lynch, quien le ofreció algo mucho mejor: visitar el set de Terciopelo Azul y convertirse en un testigo privilegiado de la “cocina” del film. Para aquel entonces, Lynch ya se había forjado un público propio -pero aún menor-, gracias a su radical ópera prima Cabeza borradora (Eraserhead, 1977). Luego llegaron El hombre elefante (The elephant man, 1980) y la fallida Duna (Dune, 1984), proyectos que hizo por encargo. A partir de su opus cuatro, Lynch marcó a fuego su sello autoral y lo fue perfeccionando. Una tarea que, a juzgar por su híper comentada Twin Peaks. Tercera parte, no detuvo nunca más. Blue Velvet Revisited (2016) se concentra con detenimiento -31 años más tarde- en la obra de Lynch, pero con marcas lo suficientemente nobles como para no ser subsumida por ella. El registro del rodaje en súper 8 no sólo empatiza con aquel film, sino que además permite su cohesión con las fotografías en blanco y negro (jamás “decorativas”) que se dispersan por todo el metraje. Imágenes de marcada voluntad autoral, como si se contaminaran con el espíritu lyncheano. Se percibe un trabajo meticuloso en la creación de este documental, en donde también colabora la sugestiva banda, plena en un aura de misterio, la singularísima voz de Lynch que dialoga con el making off y las voces de los intérpretes (conscientes de la genialidad del realizador). Por otra parte, la captura del rodaje opera como un efecto de doble extrañamiento; momento en el que se captura el elemento primigenio, integrante de una totalidad que lo enrarece y lo resignifica. Por eso, este film será mucho más apreciado por los que vieron varias veces la película. Construido con retazos, Blue Velvet Revisited tiene la habilidad de mostrar un proceso, que no se entiende como una línea de montaje sino como un espacio de creación en donde conviven la inspiración y las herramientas, el cálculo y la pasión. Percibimos un “sistema Lynch”, no por su cualidad programática, sino por su capacidad de pensar al objeto artístico desde una totalidad que se perfecciona y se vincula con el guión, lo escenográfico, las marcaciones actorales, el sonido, etc., pero también con lo aleatorio. Todos esos elementos ya estaban en Terciopelo Azul, película en donde la inocencia aparece atravesada, lacerada (recordar el comienzo, con esa oreja en medio del pasto) por lo siniestro; aquel terreno en donde Freud construyó buena parte de su teoría del subconsciente y en el que David Lynch volvió una y otra vez.
Tres décadas después salieron a la luz estas imágenes sobre el rodaje de Terciopelo azul que exceden el mero marco de un "detrás de escena" para constituirse en un valioso registro de época y una meditación sobre el arte de David Lynch. Pocos directores consiguieron un estatus de culto entre cierto sector de la cinefilia como David Lynch. Y, tras un ya largo alejamiento del cine (su último largometraje, Imperio, es de 2006), se dedicó a filmar muchos cortos o videoclips y a cultivar su carrera pictórica hasta el regreso triunfal con la nueva Twin Peaks. Pero, más allá de su mayor o menor exposición, la figura del director de Corazón salvaje sigue generando interés. Así, tras el sorpresivo éxito en abril último de David Lynch: The Art Life en el BAMA, ahora se estrena en esa misma sala y en el MALBA este curioso y por momentos fascinante documental sobre (y a partir de) otro de los grandes largometrajes lyncheanos: Terciopelo azul. El alemán Peter Braatz tenía apenas 26 años cuando le propuso a un por entonces también joven Lynch (no había llegado a los 40) cubrir el rodaje de Terciopelo azul en Wilmington, Estados Unidos. Tras recibir la carta, el director contestó “me interesa” y así fue como Braatz visitó toda la filmación con sus cámaras (de Súper 8 y de fotos) registrando los pormenores de ese ya clásico melodrama noir / experimental. También aparecen desde el propio Lynch hasta Isabella Rossellini y Dennis Hopper hablando sobre el film en aquel momento. Pero si hasta aquí todo pareciera estar en el orden del making of que podría engrosar una edición especial en DVD / Blu-ray, Braatz le agrega al abundante material original de 60 rollos (uno por cada día de rodaje), una narración, un despliegue visual, sonoro y sobre todo musical que intenta (y por momentos consigue) conectar con el univero lyncheano, ese mundo onírico, surreal, fantástico, deforme, exagerado y seductor. Además de Hopper y Rossellini, deambulan por el set Kyle MacLachlan, Laura Dern, Jack Nance y un siempre obsesivo y minucioso Lynch, quien hace tres décadas ya tenía muy en claras sus búsquedas e intereses. Así, más que un detrás de escena (que igual sería muy valioso por tratarse del rodaje de un film de la trascendencia e influencia de Terciopelo azul), Blue Velvet Revisited es una aproximación tan cinéfila como poética a los inicios (su ópera prima Eraserhead es de 1977) de un artista (no solo director) revolucionario al que hoy seguimos reverenciando con cada nuevo episodio de Twin Peaks que los lunes esperamos con avidez en Netflix.
Blue Velvet Revisited, de Peter Braatz Por Gustavo Castagna En un año lyncheano debido al retorno de Twin Peaks, su presentación en Cannes y todo aquello que rodea al nombre de su creador, no sorprende que se estrene un segundo documental sobre su obra. Primero fue David Lynch: The Art Life y ahora Blue Velvet Revisited que alude a aquel Terciopelo azul de hace tres décadas y algo más. Los fanáticos, por lo tanto, a pleno goce. La serie, continuación de los picos gemelos de inicios de los 90, ya está incorporada en el listado de las imágenes más recordables de este año aun cuando recién se conoce la mitad de su nueva historia. Los documentales, en tanto, conforman cada uno a su manera una feliz disección de un genio inasible y complejo de explicar en pocas palabras. Como se habrá percibido, estoy entre los fanáticos (estilo barra brava) de las imágenes de Lynch. Pero no solo de los últimos años sino de siempre, desde aquel lejanísimo estreno de El hombre elefante y luego de Terciopelo azul y Corazón salvaje, ya a comienzos de los 90. Sí, efectivamente, Duna es (casi) iindefendible, pero… dejémoslo ahí. La cuestión es que más allá de fervores y defensas con los tapones de punta, Blue Velvet Revisited, dirigido por el alemán Peter Braatz, no es un trabajo convencional. No hay relatos a cámara (salvo, ocasionalmente alguno del director), no se recurre a la voz en off ni tampoco a las imágenes del film para el deleite del fan. Al contrario. Daría la impresión que la cámara de Braatz, y luego por medio de una acabada y estupenda posproducción, actúa como guía de viaje por la mente de un genio, en ese momento, con una década y media de trayectoria sumando cortos y largos. Con su súper 8 y sus cámaras de fotos, Braatz recorre los días de rodaje de una forma muy original. Juega y manipula los materiales, invade la privacidad del director y su mundo onírico, construye escenas surreales al recurrir a diálogos del film junto a fotos fijas de escenas y secuencias, mezcla con acierto las opiniones de Lynch con las voces en off de Hopper, Dern, Rossellini y MacLachlan y destruye cualquier asomo de un backstage simplón o de un making off rutinario. Ocurre que, de manera impensada, Braatz concibe una más que feliz aproximación al universo del director: se mimetiza y compromete con su mundo, lo interroga, trata de entenderlo, hasta lo desnuda y expone. Por momentos, Blue Velvet Revisited parece un documental sobre Lynch realizado por el propio director. La historia siguió y sigue hasta hoy. Twin Peaks está en Netflix. Lynch tiene más de 70 años y Braatz 58. Entonces, ¿suena un tanto descabellado imaginar un documental sobre Lynch hoy y su Twin Peaks 2017 concebido por el responsable de Blue Velvet Revisited? BLUE VELVET REVISITED Blue Velvet Revisited. Estados Unidos/Alemania, 2016. Dirección, guión, edición y fotografía: Peter Braatz. Música: John Foxx y Erik Stein. Con David Lynch. Voces y testimonios: Laura Dern, Kyle MacLachlan, Brad Dourif, Isabella Rossellini y Dennis Hopper. Duración: 86 minutos.
Hace 30 años David Lynch recibía el pedido de un joven director alemán, Peter Braatz para realizar el detrás de escena de “Terciopelo azul”. La breve respuesta fue “Estoy interesado” Y así comienza este documental, a treinta años de aquella filmación, de una de las películas más famosas del artista de culto que nos sigue sorprendiendo con su mundo, su creatividad, obsesiones y talento. De esos 60 rollos de superocho, uno por cada día de filmación, mas fotografías, música, efectos visuales, testimonios, se nutre este documental que escapa al estilo de los tradicionales “detrás de escena” para adentrarse en el mundo creativo de un director excepcional. Todo sorprende, la juventud y la seguridad de Lynch, las tomas con una increíblemente seductora Isabella Rosellini, las indicaciones, el testimonio más que elogioso de Denis Hopper, el deambular constante de Kyle MacLachian, el encanto de Laura Dern. Es un digno trabajo de Lynch, y tiene el atractivo de un viaje por el túnel del tiempo.
Sugestivo homenaje a un clásico de Lynch Una película tan singular como Terciopelo azul merecía un documental tan poco ortodoxo como el de Peter Braatz, realizador alemán que empezó a producirlo hace muchos años, durante el rodaje de aquella película que fue una bisagra en la carrera de David Lynch. Braatz era en aquel entonces un joven estudiante de cine fascinado por la extravagancia de un artista que trabajaba fuera de toda norma. Llegó a Carolina del Norte con pocos planes y terminó obteniendo un material muy sugestivo que le permitió darle forma a esta especie de meditación impresionista construida en base a un collage audiovisual, que cruza desprejuiciadamente imágenes en Super 8 y más de mil fotografías tomadas durante la filmación. La música de Tuxedomoon, inclasificable banda de vanguardia nacida en San Francisco a fines de los 70, y de Cult With No Name, otros aventureros del post-punk británico, funciona a la perfección para este film de clima ensoñador que no desentonaría si fuera proyectado en una galería de arte. Como es habitual, Lynch se muestra amable y comprometido con su tarea, pero reticente a revelar los significados de su cine. Entre los valiosos testimonios que recogió Braatz se destaca el de Dennis Hopper, a cargo de un siniestro e inolvidable personaje en ese film. Para el gran actor, fallecido en 2010, Lynch es sobre todo un surrealista que investiga su inconsciente y no emula absolutamente a nadie. Una definición exacta, difícil de discutir.
David Lynch y el origen de la creación El documental sobre el rodaje de Terciopelo azul muestra a un David Lynch en pleno universo surrealista. Eramos tan jóvenes. David Lynch, 1985, en el set de rodaje. Probablemente este 2017 sea el año de David Lynch, al menos en la Argentina. A su regreso con la esperada y nueva temporada de Twin Peaks, cuya primera mitad -9 capítulos- ya están disponibles en Netflix, se suman los estrenos de dos documentales. En abril se vio David Lynch: The Art Life, y ahora nos llega este Blue Velvet Revisited, sobre Terciopelo azul, una de las más icónicas películas del director de Carretera perdida. Acercarse a un clásico de culto como Blue Velvet desde una suerte de backstage y más, con imágenes nunca vistas del rodaje del filme que tanto influiría en otros realizadores, es sumamente atractivo. Porque está un Lynch de “apenas” 39 años, allá por 1985, en plena filmación, y porque las obsesiones, el tema del doble y sus pensamientos profundos acerca del cine (ya adelantaba cómo le gustaría capturar imágenes de manera casi digital) y su futuro despiertan un interés que la realización propia de este documental no llega a polarizar. Porque un filme sobre Lynch y una de sus mejores creaciones necesitaba un aire más lynchiano, que el alemán Peter Braatz, a más de 30 años de haber tenido su encuentro con el director, no logra. Braatz era un estudiante de cine de 26 años cuando le escribió a Lynch preguntándole si podía registrar el rodaje de su película, mientras la rodara en Wilmington, Estados Unidos. La sorpresa que se llevó el alemán fue mayúscula, porque Lynch le contestó que sí, y le dio todo el espacio y el tiempo para reflejar su manera de crear. La película la integran imágenes tomadas con una cámara de Super 8 y también fotografías. Está Lynch, claro, un Lynch jovencísimo, hablando y probando lentes y posiciones de cámara. También deambulan por allí los intérpretes Kyle MacLachlan, Dennis Hopper, Laura Dern e Isabella Rossellini (que en el balance se nota que merecía más participación en el documental). Para el fan de Lynch y de Terciopelo azul el documental ofrece material que agradecerá. Hilando más fino, se quedará con más ganas de análisis, se preguntará por la construcción del guión, por qué no se refiere en el filme a las contradicciones -e incertidumbres- de las que nacen las ideas de Lynch. Eso no está. Sí se ve a un hombre que trata de poner en imágenes su extraño y fascinante mundo surreal, y que no desentona filmando con corbata.
Treinta años después del rodaje de Blue Velvet, Peter Braatz recopila imágenes y audios que grabó ahí mismo junto al propio David Lynch para un documental que explora la creación y mística de una película de culto. Lo de "Blue Velvet Revisited" está muy alejado de cualquier tipo de footage “behind the scenes”, de esas que aparecen en los extras de los dvds. Con el visto bueno del propio Lynch, al cual Braatz contacta para pedir permiso y documentar este rodaje, este documental tiene un estilo tan único como la propia película en sí y es así que audios e imágenes se mezclan y entremezclan de un modo parecido a los climas que Lynch supo crear, entre lo surreal, lo onírico y lo siniestro. Hay en Braatz un director joven y por lo tanto también experimental, pero hay ante todo un admirador. “Nunca me sentí tan bien al ir a trabajar como con Blue Velvet”, cuenta un entusiasmado David Lynch, contento de poder contar con las alas para hacer la película que quiere, sin ser ésta ningún tipo de encargo. Braatz lo sigue detrás de escena, lo escucha, lo observa, a un Lynch siempre seguro de lo que quiere contar y mostrar. También aparece el resto del elenco (Laura Dern, Kyle MacLachan, Isabella Rossellini y Dennis Hopper), a veces dando testimonios directos a cámara, otros deambulando entre escenas. Además se hace algo interesante a la hora de revivir escenas de la película desde los audios pero intercalándolos con las imágenes del rodaje, con ese formato tan bello y nostálgico como lo es el Super 8. La película de Braatz es un acercamiento personal, con un estilo embebido claramente por la influencia del propio Lynch, una exploración sensorial. Como documental en sí, resulta un film bastante extraño. Como documental sobre una película de David Lynch se complementa a la perfección, entra en ese mundo, se siente cómodo en él. Es claro que no es la opción más adecuada para quien no conoce o no gusta del cine de este realizador. Quien no vio "Blue Velvet" no sabrá apreciar mucha de la magia que reside en cada momento de construcción de esa película. David Lynch no hará ninguna película desde el 2006 (y según ha declarado, probablemente ya no vuelva a haber otra suya), pero sigue vigente más que nunca. Por un lado, a través del celebrado regreso de su serie "Twin Peaks", pero además por ese cúmulo de admiradores y cineastas que siguen explorándolo, quizás tratando de comprender un genio único e inigualable. Con "Blue Velvet Revisited" nos podemos acercar a un Lynch en plena formación del cineasta de culto en el que se supo convertir después.
VIAJE A LA SEMILLA Horacio Quiroga fue un genio, hoy olvidado por las manías académicas que relegan el panorama para cultivar el arte de la fragmentación. Sus escritos sobre cine contienen verdaderas perlas que anticiparon varios de los escritos teóricos que poblaron revistas y libros posteriores. En 1920, antes de que la sombra de la poética autoral comenzara a levantarse, era capaz de afirmar lo siguiente: “Pero aun así, la mina no es inagotable, y el asunto del autor cinematográfico va cobrando angustiosa importancia.” Fue un visionario con respecto al poder alucinatorio y fantasmal del cine; tanto El espectro como El puritano son cuentos que trabajan sobre los poderes alucinatorios del cine combinados con las fantasmagorías de un amor prohibido por la muerte. Es sabida la fascinación de Quiroga por lo maravilloso técnico que define, entre otras cosas, su pasión por el cine, del que hará permanentemente un culto y al que utilizará como espacio de reunión, de un tipo especial de fantasmas: las estrellas famosas que regresan a su ámbito, en busca del único sentimiento que fundamenta su existencia, a saber, el amor más allá del inexcusable paso del tiempo. El notable trabajo documental de Peter Braatz, Blue Velvet Revisited, es, entre otras cosas, una regresión espectral al hermoso y terrible mundo de Lumberton, y su sintaxis es la de los sueños, como no podía ser de otro modo. No hay estrellas, en todo caso embriones de futuras estrellas y jóvenes viejos que regresan a nuestras mentes después de treinta años para volver a amarlos. El efecto que producen las imágenes es un puente hacia una realidad donde la convivencia entre fotos y audios, durante la filmación de la legendaria película de Lynch, hace que el tiempo adquiera características peculiares por su carácter simultáneo y su borrosidad. Con respecto a esta idea el filósofo Jacques Derrida, en una entrevista llamada El cine y sus fantasmas, habla de la fascinación hipnótica del cine y del encuentro con los fantasmas en la sala oscura: “La experiencia cinematográfica pertenece de cabo a cabo a la espectralidad, que yo relaciono con todo lo que se puede decir del espectro en el psicoanálisis. El cine puede poner en escena esa fantasmalidad. Todo espectador, durante una función, se pone en contacto con el trabajo del inconsciente. La percepción cinematográfica es la única que puede hacer comprender por experiencia lo que es una práctica psicoanalítica: hipnosis, fascinación, identificación. El cine permite así cultivar lo que podríamos llamar “injertos” de espectralidad, inscribe rostros de fantasmas sobre una trama general, la película proyectada, que es ella misma un fantasma.” Cuando uno se sumerge en la materia fílmica que propone Braatz (que tuvo el privilegio de acompañar a un joven director inmerso en la posibilidad de realizar su propio filme sin condicionamientos, luego del fiasco de Duna) comprueba que el armado quebradizo con los archivos que quedaron de esa experiencia, tiende a la misma lógica lyncheana cuyo sentido aparece en el montaje fragmentado y las elipsis narrativas. En este caso no vemos imágenes de Terciopelo azul, sino que recorremos sus bordes, los ecos fantasmales, como si desempolváramos una caja de fotos. Braatz realiza un maravilloso trabajo de posproducción con los materiales del arcón y su tono nunca es lastimoso por lo que se fue, sino que celebra un espíritu de independencia cuyos resultados apenas podían prever los protagonistas involucrados, incluido el propio Lynch que a veces parece ante la cámara sonriendo, contento por lo que está haciendo y esgrimiendo argumentos sobre lo que le gustaría hacer a futuro (en uno de los testimonios se refiere a los beneficios que traerá la tecnología al cine; en el año 2007 lo demostraría con Imperio). Dentro de este espíritu de celebración, hay pequeños gestos de amor hacia la profesión como aquel que muestra al propio Lynch pegando con obsesiva prolijidad una cinta para armar el cartel de Lumberton sobre un camión. Si algo se vislumbra dentro del juego onírico maravillosamente musicalizado, es la idea de familia y con integrantes especiales, como el caso de Dennis Hooper, cuyas palabras dan cuenta de un saber diferente pero que da en el clavo cuando describe la formación pictórica y la inteligencia un director joven que tiene en claro a dónde apunta. La cámara lúdica de Braatz no pierde de vista tampoco a la dupla protagónica ni a la increíble Isabella Rossellini. Son semblantes y voces también espectrales bajo el yugo del súper 8. El realizador alemán arma las estaciones de su viaje de manera poética y obviando el camino convencional del simple backstage. Expone los límites y los permisos de su estadía en el set de modo fragmentado, visto a la distancia, como una meditación. Y de eso se trata, a juzgar por la recepción que plantea desde la materia misma del cine, la de los sueños. Como los espectros de Quiroga nos asomamos a la sala para salvar una vez más a los seres que queremos, los que están en pantalla. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant
Borg McEnroe – La Película: El peso de la grandeza. Una de las rivalidades más icónicas del deporte sirve como excusa para explorar el talento, sacrificio y mentalidad de los genios. Antes de que Hollywood tenga la comodidad de las adaptaciones de cómics, solía descansar en las películas biográficas. Siempre es positivo que una cinta se estrene con gente esperando ya en fila para verla. Lamentablemente esto trae como consecuencia una cierta relajación: ¿Para que esforzarse en crear un buen guion con grandes personajes cuando el protagonista ya tuvo una vida real más que interesante? Es usual que este tipo de films se preocupe más por ser un espejo de baño que aspirar a ser una pintura que refleje un objeto con cierto valor agregado. Afortunadamente, el beneficio de que un género se estanque es que en el momento menos esperado puede surgir una obra que, por sorpresa y sin hacer mucho ruido, lo revalorice completamente. Hace unos años tuvimos en Rush, de Ron Howard, una película paralela a esta. Ambas basadas en la rivalidad entre dos de los mejores atletas de sus respectivas disciplinas. La mejor forma de resumir sus diferencias sería decir que Borg McEnroe es la versión europea de Rush. No hay mucho que marcar como negativo en aquel trabajo, sin embargo se trata de una cinta completamente vacía. En contraste, este es un film más difícil de digerir, más dispuesto a experimentar (y como resultado de eso, más tendencia a fallar) e infinitamente más profundo como resultado. Se trata del debut de Janus Metz, director que hizo sus armas con documentales, y sólo cuenta con un episodio de la segunda temporada de True Detective como experiencia dirigiendo ficción. Su experiencia documental es evidente en la identidad visual (muy expresiva y homogénea) pero sobre todo en la sensación de veracidad y cualidad histórica logradas a través de una gran dirección de fotografía, así como una impecable dirección de arte. El film explora a dos de los mejores tenistas de la historia, protagonistas de una de las mejores rivalidades del deporte. Propone (y logra) una magistral exploración de personajes en la que yuxtapone sus aparentes diferencias mientras traza un paralelismo entre ambos atletas, aún cuando prácticamente nunca comparten pantalla. Dos genios que trabajaron toda su vida para estar destinados a la grandeza, y todo el sacrificio y el dolor de su dedicación. El guion del sueco Ronnie Sandahl es (sin dudas) la base sobre la que esta erguida el resto de la película. A pesar de un flojo arranque, Borg McEnroe logra crear profundos personajes usando como base a las figuras históricas. Usando a su vez esos personajes para explorar temáticas de sacrificio y grandeza que no suelen ser trabajadas tan a fondo (quizás uno de los ejemplos más emblemáticos y recientes es el de Whiplash). La fotografía se suma al uso intermitente de la cámara en mano, logrando darle esa sensación de realismo a los hechos que buscaba el director con la decisión. Aunque nunca llegando a momentos teatrales, unos contados puntazos de dramatismo con la pizca justa de sentimentalidad logran condimentar satisfactoriamente la historia. Se trata de un condimento leve, no sobra los momentos en los que los actores esten bajo el reflector con el escenario en penumbras, pero a cambio obtenemos un escenario que siempre esta bañando en luces y en el que los actores y personajes dan el 100% en todo momento. Metz refuerza el gran guion con una de las herramientas mejor utilizadas: la música. Sin tener una increíble banda sonora, la misma va más allá de ser efectiva y alcanza a brillar gracias al gran uso que le da el director. Llena las secuencias de una tensión reptante y constante, toda la película se siente tan definitiva como la icónica final. Y asimismo, cada segundo del film transmite el estado de Borg fuera de la cancha: frío pero pasional, calmo a pesar de estar siempre al borde de estallar. Es una película que a primera vista puede parecer hasta incluso simple, pero que entrega una exploración temática realizada de manera casi impecable y logra una propuesta inusual dentro de lo que podría ser una adaptación sin ambiciones. Se trata de un film con la profundidad y calidad suficiente como para invitar la lectura y recompensar al espectador, recomendadísima.